Cuadernos del Tábano Nº 20

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Revista trimestral de literatura Año V 2008 Nº 20 3 euros Ediciones del Tábano c/Pozo 94 (bajo), Alicante c.p.03004 www.eltabano.org 3)/Estaciones. Nota al pie de un día nublado. Poética o excusa para no dormir viajando hacia granada. Nelo Curti. Dibujo. Pedro Coiro. (pág. 4)/Estoy pendiente. Eugenia Coiro. Javier Solari (pág. 6)/Personam. De rarum Natura. Lucas Barale (pág. 7)/Cornucopia. Bojeo. Mónika González. Ilustraciones de Oscar Grillo (pág. 8)/Máscara hambrienta. Lo cotidiano. La silenciosa violencia. Diego L. Monachelli. (pág.10) Cuento Hambre. Nelo Curti (pág.11) Dibujo de Alessandro Pierattini/La otra carta. Luis Loitey (pág.13) Dibujo de Javier Solari. Ensayo . Juanma Agulles (pág. 15). Oscar Grillo (pág. 17) Nombres propios Giorgio “Il Barbone” Tagliatella. Giorgio más pequeño que Giorgio. Face19 (dibujo). Alessandro Pierattini (pág. 20)/Cartas a Ulises. Helmut Brodovsky. Introducción de Diego L. Monachelli. (pág. 20) Torres. Diego L. Monachelli (pág. 26) El sótano Entrevista colectiva (ilustración de Gonzalo Núñez (pág. 27) Contraportada Manuel da el Spleen. Portada Face83. Alessandro Pierattini. Frase y dibujo Diccionario del Diablo. Ambroce Bierce. Autopsia. Oscar Grillo. Poesía Orden caótico, caos ordenado. II. La mañana. Palabras genéticas. Paco Granados (pág. SUMARIO Reseña La infancia de Iván. El Camarote. David Barber. (pág. 24)/ “La Niña del Mundo” de Xurxo Redacción: Nelo Curti, Diego L. Monachelli, Juanma Agulles, David Barber, Pedro Coiro, Sebastián Miras, Mónika González. La tirada inicial de este número es limitada: guarde celosamente su ejemplar, en el futuro será pieza de coleccionista. Ilustraciones interior: Oscar Grillo, Leo Sarralde (SAR), Alessandro Pierattini, Pedro Coiro, Javier Solari, Gonzalo Núñez. Diseño web e informática: Boris Garcés, José Manuel Cámara. Maquetación y diseño: Pedro Coiro, Sebastián Miras. Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas a editabano@hotmail.com, o a la dirección postal C/ del Pozo, 94 (bajo). 03004 Alicante Colabora en este número: Oscar Grillo, Alessandro Pierattini, Lucas Barale, Paco Granados, Luis Loitey, Eugenia Coiro, Javier Solari. Edita:A.J. «El tábano» Depósito Legal: A-571-2004 ISSN: 1698-4706 Imprime: CEE Limencop S.L. Cuadernos del Tábano es una revista independiente. Y, ¿ qué quiere decir eso exactamente?, se preguntará alguien. Pues quiere decir que no respondemos a ningún interés comercial o editorial y que cualquier colaboración en este sentido (venga desde el ámbito público o privado), será exclusivamente como aportación desinteresada al desarrollo de nuestro proyecto. Y punto. Editorial Hacer una mención que hable de aniversarios, que se acomode ahora al calendario en una tregua tramposa para celebrar un número veinte, sería de pésimo gusto y descortés. Sin embargo esto no supone un conflicto: nuestro gusto no conoce la belleza y la cortesía nos queda lejos. Desde el romanticismo ingenuo y anacrónico que practicamos no podemos esconder que nos situamos entre el vicio y la virtud, balanceando nuestro deseo entre dos términos que desechamos: el primero porque se nos hace insaciable -y ya no es término sino carne-, la virtud porque no nos fue dada. Es tan así que en el reloj no buscamos el mérito de la puntualidad sino la forma vaga e imprecisa de nuestra existencia que se amplía, perfecta excusa para la bacanal que venimos decididos a ofrecer. Sólo en éstas fechas sabemos recibir a cronos con la amabilidad que se merece. Y como si fuese poco el caos, como si la incertidumbre estuviese decidida a aumentar sin ceder ante el esfuerzo sin mesura de nuestras inteligencias preclaras, hace algunos días una fotografía tuvo el gesto de caer en estas manos. La arqueología, el azar, quisieron traer la imagen de quienes supieron llegar demasiado temprano a ser quienes somos ahora, a nombrar mares y perseguir reses por el mapa venturoso de la infidelidad con unos años de ventaja. «Nacimiento, s. Primero y más terrible de todos los desastres. Sobre su naturaleza, hay distintas opiniones. Cástor y Pólux nacieron de un huevo. Pallas, de un cráneo. Galatea, de un bloque de piedra, Peresilis, autor del siglo X, asegura que brotó del suelo donde un sacerdote había derramado agua bendita. Es sabido que Arimaxus surgió de un agujero hecho por un rayo en la tierra. Leucomedón era hijo de una caverna en el Monte Etna, y yo personalmente he visto a un hombre salir de una bodega.» Diccionario del Diablo, Ambroce Bierce. página 2 poesía Poemas de Paco Granados Orden caótico. Caos ordenado. Al comienzo el caos. No tienes nombre ni forma. Eres todo y no eres nada: puro cosmos danzando en figuras primogénitas. Luego se aproxima el lenguaje, quiero decir el cotidiano, no el de la poética; quiero decir el de la sintaxis y la geometría que enlaza y construye todas las partes del vocabulario. Es cuando aparece el primer brazo metálico, los cerebros injertados y turbios y más tarde, la perfección, el orden, la desobediencia aniquilada. Viene tu nombre y al girarte, trágicamente respondes. Y ya no puedes más que tratar de recuperar la dispersión de un abismo; para ser como el humo, indescifrable, para que nadie se atreva nunca a nombrar tus facciones. Para el rescate –lo intuyes- el vehículo debe necesariamente vestirse de siniestros. Está al fondo, el fino hilo de luz, tras el cual habita el héroe; hilo fino perdido en un desguace de sangre, metal y esqueleto, todo descomprimido de su cámara presurizada, todo por los aires. Dicen “tragedia” y ella, desconsolada responde. La tragedia es el saprofito que nos devuelve de la máquina a la célula, un andamiaje con siglos de tardanza en el golpe seco del parabrisas. De la nada, una red inmensa aparece en el cristal palpitando sobre tu cabeza encendida. Pobre hombre, si bien su nombre, ya poco importa. II "La génesis del sueño en el cuenco que guarda mi desayuno. La canción marchita al fondo. Lejos; como despacio por la boca" La mañana Las bacterias son capaces de transmitir material genético entre ellas, lo pueden hacer de diferentes formas, una de las más comunes, transfiriendo plásmidos. Así, lo que una bacteria adquiere por el azar de una mutación específica o por una fortuita infección vírica, si el resultado de la metamorfosis es beneficiosa para el individuo, se convierte en un don. Es la forma que utilizan frente a la agresión de los antibióticos, de repente un individuo de la especie aprehende una forma de resistencia; su materia más fundamental ha metamorfoseado, haciéndolo más fuerte. Es evidente que un gen es algo material, tangible, cuantificable, nadie hoy duda de su existencia. He hecho este antecedente para que se pueda entender la frase que desde un principio me vino. “Cuando escribo, tengo la sensación de que las palabras son plásmidos. Primero las leo, las aprehendo, se inmiscuyen en lo mas profundo de mi ser y me transforman, gracias a ellas, sobrevivo y luego siento un llamamiento incandescente a recuperarlas para otros que acaso, aún no las conozcan. Las palabras, son el material genético del alma que hace que sobrevivamos como grupo” Palabras genéticas página 3 poesía Poemas de Nelo Curti Estaciones Parece que el otoño llegó de madrugada, nosotros dormíamos -cuando digo nosotros me refiero a la ciudad con viento en los farolesrobó palomas en la plaza y fue colgando de azotea en azotea un cielo sin coraje, herido de tormenta y malhumor. No sé si es el deseo u otra metáfora cansada, pero una razón se mata cada noche en mis anteojos y despierto ciego de cadáveres, adivinando mi cuerpo. Quien camina pronto aprende a perder con la distancia, como vence el olvido a los que esperan, y es necio vivir entre derrotas. Yo tengo unos zapatos y un juguete que perdí, el otoño saqueó mis arboledas, necesito dormir, irme, sin más, tal vez allá en los sueños no estén llorando mis paisajes. Nota al pie de un día nublado ¿Alguna vez te miraste desde las rodillas el ombligo? Solamente ahí puedo estar tranquilo. La ventana es tobogán de la llovizna y bajan gotas con las panzas llenas de reflejos, sentada al otro lado de la mesa pensás alguna luz y te desnudo mientras los clientes hablan en lenguas de colores. Tus pechos con fondo de cristal mojado y propaganda de cerveza, silencio dividido, saboteando el parto de las sombras. Un reloj dibuja en la pared la hora de irnos, de tu boca salta una perdiz de humo. Al salir nos repetimos en los charcos, náufragos o peces, fundadores de la soledad en que me verás mirarte desde la rodillas el ombligo. página 4 poesía Poética, o excusa para no dormir viajando hacia Granada. Poesía es la mujer sin años que vuelve con naranjas del mercado, el peldaño que le falta a una escalera, la mujer, ya en su casa, llenando de naranjas el frutero, el pie que se hunde en el escalón ausente, la mujer, comiendo una naranja, desnudándose, el cuerpo que cae tras la desaparición del pie, la posibilidad de que la mujer sin ropa y el cuerpo que tragó el peldaño ausente coincidan en el mismo sueño. página 5 poesía Poema de Eugenia Coiro ESTOY PENDIENTE pendo oscilante, en vaivén cuelgo de su cuello soy un dije o una piedra azul si no viene, si no va si no llama si habla (¿qué dice? voy hacia atrás y choco… tac estoy pendiente en lo alto de la montaña puedo caer barranca abajo por la pendiente debiera despertar, bajar tocar el fondo con la punta del pie tomar envión, mover los brazos y subir a respirar pero no llego al fondo, estoy en el medio colgante, pendiente oscilando encerrada en mí ¡no escucho! ¡quiero que diga palabras!) página 6 poesía Poema de Lucas Barale -personamacaso no existas tal vez sólo te rodea una cadena de baba y esperma ceniza de cigarrillo botellazos a la pared eso no es necesariamente la plasticidad de la materia eso quisiera el club de los que arman clubes y son generalmente tristes usuarios del ego importado que eyaculan frente al monitor que incrementan el poder de sus máquinas como si habláramos de su alma hoy más que siempre el viejo poeta sonríe sus encías de vino y mosquitos hoy más que siempre nadie encuentra al otro al que sacó la palabra máscara de su oscuro lugar en la etimología -de rerum naturarabiosa como la navaja guardada en su gaveta de cuero marrón brillosa pulcra nunca usada ella había nacido para cortarle las orejas a un policía para extraer un feto vivo en el sexto mes de gestación sin embargo permanece bajo llave en el octavo cajón del armario algunas mañanas un viejo sarnoso se la pasa por la cara despacio como si se acariciara ni una gota de sangre nada algunas personas que vos y yo conocemos viven con la existencia invertida como los roles de la navaja página 7 poesía Poemas de Mónika González Cornucopia Una mujer se desnuda, el crepúsculo viste piel de senos; geranio despierto que hará triunfar la noche. Mujer desnuda a las puertas del mundo, elogios y pescadores tendrá su carne de anzuelo. Tras la ventana, reza un hombre: Es el vino presagio, delirio, fuga inminente, desconcierto, zozobra. Mujer masticada por sombras lanza su imperio de nervios a los tilos. Toda culpa es de Penélope, las hebras con que bordaba instintos le descubren la tortura de ser otra. página 8 poesía Dentro de las islas más vale ser amable con el musgo porque el otoño no disminuye riesgos y los hombres se preguntan a qué distancia la tierra condensa sus palabras divididas por sílabas de abismo. Sobre las penas de sus hombres las islas se fortalecen obligándoles a soportar el látigo impostergable con que las consignas de las redes castigan desde el fondo. Bojeo Las islas heridas abiertas en la garganta del mar manchan el horizonte alimentándose de hombres que heredan soledad en los crepúsculos. En cada orilla de las islas hunden sus manos los hombres como la gloria de la sal duran sólo el instante concebido por las olas. Mudos los hombres miran al cielo de sus islas demasiado alto queda el sol ninguna balanza podría precisar las libras de amargura contenidas. página 9 poesia Poemas de Diego L. Monachelli MÁSCARA HAMBRIENTA, herido el rostro que te sostiene y alimenta oculta en sus llagas el viento que sueña todo andar. Se inflama en gestos su ardor y es una sombra prisionera entre lo mudo y el callar. Máscara hambrienta, prisión de lo errante, en este asqueroso carnaval de soledades LO COTIDIANO NOS CONSUME la pasión que nos quedaba ya no hay fuentes de donde beber ni sed que nos interesa saciar. Las horas traman muros aprisionando las sombras que fuimos, rondando el sueño, y ante el mundo se vuelven insolentes nuestras manos. Nos urge un hambre que no nos pertenece y velan nuestras entrañas con rumor de cuervos. Nada hay de lo que fuimos, nada fuimos de lo que deseamos ser. Nos urge un hambre de pertenencia y velan los cuervos ante nuestras entrañas y su rumor. Tramado como sombras o muros, lo que fuimos nos aprisiona y ante el sueño se vuelven insolente el mundo y nuestras manos. LA SILENCIOSA VIOLENCIA de los días. La monótona oscuridad de dormir. El miserable despertar y transcurrir. A dos suspiros de mis manos algo me nombra en susurros. Presentir beligerante que ensancha su raíz en mis entrañas. página 10 cuento Hambre RODOLFO CARDENAL. COMERCIANTE. Decía la tarjeta que encontró el improvisado comisario en la habitación anterior a la del cadáver. “Linda manera de presentarse”, pensó después, frente al cuerpo que aún bailaba debajo de la soga, y escupió hacia la ventana. Tenía ahora la placa en el pecho y la pistola inútil, atada a la cintura, porque el verdadero comisario estaba como a principios de cada mes perdiendo el ahorro de las coimas en los hipódromos de cualquier provincia. “Vaya mañana, golpee la puerta, y si no le abren ni escucha nada adentro rompa una ventana. No se haga el machito, que descargué la pistola antes de irme”. Fue la orden que cerró la charla telefónica, y el tipo preparó frente al espejo la postura con la que al final no supo enfrentarse con su muerto. -Tanto lío para esto, murmuró mientras le robaba el paquete de cigarros y un billete de cien pesos, hay que hacer las cosas con cierta decencia, no puede uno matarse y dejar al perro sin comida, y recién ahí ligó los ladridos que venían desde el patio con los que sonaban en las notas. Fueron tres, manuscritas con prolijidad, y las recibieron entre un lunes de lluvia y un jueves de inundación. EL PERRO DEL VECINO NO PARA DE LADRAR. Informaba la primera. -Serán los truenos, supuso el verdadero comisario. La siguiente aportaba más datos: HACE DOS DÍAS QUE EL VECINO NO SALE DE SU CASA. EL PERRO LADRA NOCHE Y DÍA. Y esta vez fue el ayudante quien encontró la excusa para seguir jugando al truco con su jefe. -Con la que cae a quién le va a extrañar que el hombre no salga de su casa, argumentó, repartiendo las cartas. Comenzaron a recordar que trabajaban tras la tercera nota, cuando el comisario ya no estaba. LA CASA DEL VECINO HUELE MAL. Afirmaban las letras azules, y entonces tuvo lugar la orden telefónica que al día siguiente dejó al ayudante charlando con el cuerpo ahorcado de Rodolfo Cardenal, comerciante, en la casita que alquiló a principios de febrero, sin que nadie lo supiese hasta aquel día de inundación y ambulancias inútiles. Lo que hizo durante ese mes es aburrido, previsible, e importa más la muchacha con la que se encontraba dos o tres veces por semana en una pensión, cerca del puerto. La conoció como se conoce a cualquiera de las mujeres que esperan en las zonas oscuras de todas las Nelo Curti ciudades. Una cifra, un lugar, y un servicio. La diferencia estuvo después, cuando necesitó repetir semanalmente la ceremonia. Por lo general, los jueves, varios empresarios de Totoral se reunían en el Plaza, un restaurante que compartía calle y clientes con la iglesia. Cenaban, discutían de negocios y de fútbol, y sobre la medianoche, los que estaban más borrachos, bajaban al puerto. Como Cardenal siempre era el último en cerrar trato y esconderse en la pensión, los otros llegaron a sospechar que regresaba a su casa en cuanto ellos comenzaban a agitarse y a balbucear insultos contra los pechos desnutridos de las adolescentes. Pero a finales del invierno pasó a ser de los primeros, y las murmuraciones entre aquel club de comerciantes giraron sobre otro asunto: siempre alquilaba lo mismo, una muchachita de pelo o peluca oscura que esperaba en las cuadras más abandonadas de la costanera. Era evidente que si en el transcurso de los meses empezó a comprar botellas en el Plaza antes de bajar, también le llevaría regalos y ridiculeces de enamorado, aunque sus compañeros de noche nunca emitieron sobre esto más protesta que algunas burlas a lo largo de las cenas, disipadas por su gesto de hombre casado, cabeza de familia, o como se quiera condenarlo. La muchacha agradecía el alcohol, los dulces, o la ropa que amontonaba sobre la mesa, con algunas mentiras, porque en el fondo que aquel tipo de camisa invariablemente beige se estuviera equivocando era una manera de venganza, un ajuste de cuentas con el resto de los hombres que le había tocado a él, con su romanticismo caduco, la desgracia de representar. “Comunique a los otros que esta noche no vengo, que no puedo o no quiero, elija usted, y apunte la cena en mi cuenta”. Dijo al mozo del Plaza un jueves, después del desayuno, acaso sin saber que no volvería a discutir con aquellos hombres ni de negocios ni de fútbol. Esa misma tarde se encontró con la muchacha, y al día siguiente alquiló la casita donde ahora el falso comisario lo miraba y le reprochaba cosas mientras fumaba sus cigarros. “Porque ya veremos, cuando vuelva el otro y averigüe su pasado, quién es usted. Por mi parte no pienso meterme, aunque bien podría llamar al número que indica la tarjeta y avisarle a su mujer, si tiene, o a alguno de sus hijos, suponiendo que los huevos le hayan servido para algo, que ahora mismo es un pedazo de carne colgado del techo, una porquería de muerto que ni siquiera fue capaz de dejar alimentado al perro”. En el patio peleaban la lluvia y los ladridos. A lo página 11 cuento largo de la mañana se habían acercado a curiosear varios vecinos, y regresaron a sus casas con la orden de enviar un telegrama a la provincia de Santa Lucía y la promesa de que antes del atardecer se solucionaría lo del perro. Sobre el suceso no dio pistas, “secreto profesional”, argumentó, guiñando un ojo, como tras una contraseña o un chiste consabido. VENGA RÁPIDO. ESTO NO ES PAVADA. Advertían los siete telegramas que no llegó a recibir el comisario, ya que para entonces intentaba regresar a Totoral a través de los caminos inundados. El otro se quedó charlando con el muerto, recriminándole descuidos, hasta que se quedaron sin tabaco y el anochecer lo obligó a cumplir su palabra de dejar el barrio sin ladridos. Al día siguiente llegó el milico verdadero, lo destituyó sin ceremonias, y llamó al número de la tarjeta. -Lo que sospechaba. Dueño del Galpón Agrícola. Lo vi varias veces, dos o tres de cerca. Antes de avisar a la familia pasamos por la casa y le echo otro vistazo. -Mire, comisario, yo que usted iría al Galpón y preguntaría a los empleados. Si le dicen que el hombre falta desde hace una semana ya no quedan dudas, y abreviamos trámites. -No es mala idea. Pero para estos enredos uno debe estar bien comido y descansado, así que nos hacemos un almuerzo, después una siestita corta, y arrancamos. Afuera la lluvia siguió engordando el río, que sumaba a su bronca árboles y animales muertos. De la isla Itatí se veían sólo las copas de los sarandíes, que parecían saludar, como si se despidieran del paisaje. Serían las cinco de la tarde cuando el comisario y su ayudante salieron hacia el Galpón, enfundados en dos impermeables grises, que se confundían con el clima. -Ah. Fue el comentario del muchachito con guardapolvo que recibió la noticia, como si estuviese acostumbrado a los suicidios de su jefe. -No se precipite, lo detuvo el comisario cuando amagó a descolgar el teléfono, de momento lo que hay es un ahorcado y una tarjeta, ningún otro documento que lo identifique. Todo parece indicar que se trata de su patrón, pero necesitaría hacerle unas preguntas para confirmarlo. -Mire, ahí está el muerto. Soltó de golpe el ayudante, y los otros quedaron inmóviles, como si los vigilase un fantasma. -Ese, señaló con la mandíbula, el del retrato grande, y Cardenal sonrió desde la pared del fondo. -Ahora sí tenemos viuda. Llame nomás. Ordenó el comisario. De a poco la oficina se llenó de empleados y comentarios previsibles. Nadie lo dijo, pero era obvio que la jornada laboral había terminado, y todos disimulaban una alegría extraña. Comenzaron las colectas para flores, comida, bebidas, preámbulo de lo que más que un velorio parecía una fiesta de cumpleaños. El comisario y su ayudante partieron hacia la casita donde los esperaba el homenajeado, que un mes atrás había descubierto en la muchacha algo pasado, un olvido que tras veintitantos años se declaraba falso y exigía otro dolor. -Falta un detalle, comisario, informó de pronto el ayudante, mientras esquivaban charcos. El perro, la bestia esa que en el patio no paraba de ladrar. Llevaría dos, tres días sin comer. Una indecencia, y los vecinos no podían aguantar. Así que antes de irme le entreabrí la puerta, y ya desde el zaguán lo llamé para que entrara. Que arreglase él sus cuentas con el dueño. Le juro que el barrio se quedó tranquilo. página 12 cuento La otra carta A mí nadie me obligó Liliana, vos que me conocés; que nos conocimos y nos conocemos de hace tanto, sabés que siempre, siempre actué en buena fe y por voluntad propia. Otros Lili, seguramente dirán –repugnados en sus corazones y en sus casas repugnados en sus casas corazones y encerrados en sus ascos y repulsiones, prejuicios de ver hacia fuera– que fui obligado, que me obligaron, que alguien que no nos conoce y no sabe lo nuestro me obligó a escribirte esta carta. Esta otra pobre y corta carta. Y digo esta otra, Lili, porque sos la única –siempre lo fuiste y serás aunque quieran separarnos– que sabe que hubo otras cartas, otras cortas cartas. Ya lo sabíamos, Lili, nosotros sabíamos que esto podía pasar. Lo supimos claramente, sin arrogancias ni especulaciones engañosas. Simplemente nos dejamos llevar –como aquellos barcos de la bahía del puerto, esos barcos pesados y lentos, con sus grises y ruidos de sirenas lastimeras, gemidos de augurios de llegada y aviso de adioses y partidas– y como te decía, Lili, nosotros lo supimos y lo mantuvimos como un secreto. Nos dejamos llevar y fue nuestro tesón y nuestra cobardía. Pensar en el barrio –en la gente de nuestro barrio– es un tanto osado aún. Ahora me limito a creer en la envidia, en esa lacerante envidia que les carcome la vida de vacío que llevan, mísera y despreciable vida que alcanza la benevolencia cuando la muerte llega –llegando– a sus corazones casas, corazones rejas y balcones de musgo. Porque hablar, Lili, hablar hablan todos. Y todos yerran. Siempre fue así: comidillas de chusmas que ardían, arden en nuestras orejas. Y así pasábamos y así vivíamos –intensamente– así el más inmenso, nuestro gran amor. Todos. Todos hablaban. Hablaban como aquel viejo zorro de apellido con O y alguna T, ya ni recuerdo, aquel viejo que hablaba de una Santa y de otras historias que nadie sabía; y que también, también hablaba de una iglesia o de la Iglesia, quizá de esa misma Iglesia que nos quedó esperando y nosotros riendo; porque ¿te acordás Lili?, nunca nos casamos. Y todos hablaban, pero no; nosotros nunca nos casamos y nos reíamos de ellos. Nos reímos de eso. Jamás tuviste un vestido bordado de strass, ni llevaste cofia, ni tocado con velo de tul de ilusión. Porque tu ilusión, Lili, nuestra ilusión; no era un vestido, ni una Luis Loitey cofia ni una iglesia: Era mucho más que un prólogo que sólo se dice para beneficio de ignorantes. Nuestra ilusión, Lili, era nuestra ceremonia diaria, nuestra diaria ceremonia de amarnos y tenernos. Y así pasamos, Lili, entre los adornos de las rejas en las casas, entre los corazones del barrio. La chusma nos miraba avergonzada. Nos miraba aunque el desprecio se perdiera en el asombro, ese asombro de vernos pasear juntos y abrazados como si fuéramos uno, inseparables: El uno que nos permitía ser, nos amparaba y protegía. Nos protegía desde el amor, desde esa delgada línea que nos permite vivir; quizá también, vivir y soñar. Así nos tuvieron y así pasamos, Lili, amando y soñando. Y mientras el barrio ambulaba entre chismes, nosotros ambulábamos contoneando, contorneando nuestras figuras en las vidrieras, en los cristales de los bares, en las sombras de las ventanas sin postigos. Nos paseábamos ufanos y a simple vista: Ningún auto o prejuicio nos escondía. Luego sí, vinieron los días de la espera. Tu panza mitigaba los murmullos de la chusma y también nos reímos de eso, porque la anuencia, Lili, la anuencia de nuestra unión era traída por la llegada de un hijo. Era un consentimiento, la conformidad para la aceptación y beneplácito. Y mientras tu panza crecía, crecían los augurios y las promesas; y nosotros, Lili, nosotros que siempre creímos en las apuestas fuertes, cuando todos –y todos es la chusma– pensaban haberse equivocado y la aquiescencia llegaba para nuestra unión; nosotros, Lili, comenzamos a preguntarnos si era una buena jugada. Porque antes, las apuestas en contra nos habían hecho fuertes, y ahora –ese ahora– la certidumbre de los otros nos desubicaba, nos hacía dudar del presente mirando al futuro. Para la historia no es más que un punto, una mancha, una simple marca. Un redondelito negro que separa y luego sigue inexorable en su naturaleza de tiempo. Para nosotros fue más que eso, fue la única certeza de impotencia, debilidad: De que algo se movería arriba nuestro, debajo, dentro nuestro. De algo que no sabíamos, pero sabíamos, Lili, sabíamos que nos podía pasar. Y como sospechábamos, callamos los miedos y las dudas y nos juramos compañía eterna. “Nadie nos separará” o “juntos para siempre” y página 13 cuento cosas así que descubrían, ocultaban, nuestros temores de algo que sabíamos: iba a pasar. No sé si es ahora, Lili, el tiempo de las revelaciones, de las confesiones que nos debíamos y nunca nos atrevimos. Ahora nuestro hijo todo lo sabe y entiende, quiero creer que entiende. Porque todo pasa y todo queda, no hay fórmulas ni contratos y esto sí que lo supimos, Lili, que todo puede pasar: que el tiempo todo lo vence, que la felicidad y el amor puede ser efímero. No hay contratos. No hay promesas. No hay letra que encadene y asegure la voluntad del otro, ni hay honor ni palabra que lo cumpla. Nosotros lo cumplimos, Lili, quizá no como lo habíamos soñado, irritando a los corazones rejas del barrio –cuando nos paseábamos de la mano y sin compromisos, ramos ni tules– pero cumplimos estando. Y la ilusión, Lili, la ilusión era que nunca nos separaríamos. Jamás separarnos. Y pienso ahora en las paradojas y el destino. Pienso en el destino que nos inclina, nos doblega; el destino que nos dobla y obliga a hacer cosas para cumplir los pactos, nuestras promesas. Nuestra promesa. Quizá por esto sea principalmente, Lili, la carta, esta pobre y corta carta. Que tal vez no como las otras –sabés que el reproche me llega y me hiere– pero me llega aunque vos nunca hayas dicho algo, ni digas nada. Necesidad mía de escribirte para darme y darte fuerzas. Necesidad de decir que cumplimos, Lili, que cumplimos el contrato sin ceremonias, ni Santas ni iglesias. Una necesidad de decir que vivimos y permanecimos –juntos– a pesar de las diferencias, esas que pudimos saber a tiempo para cumplir lo pactado. ¿Paradoja o destino? Nunca lo sabremos. Tal vez fue la memoria, esa memoria de la chusma que siempre quiso alejarnos. ¿Nuestro hijo? No, no le echemos la culpa a él aunque quizá la tenga, porque nunca supo de nuestro amor o nuestros pactos. Nada, nada de nuestro contrato. Recuerdo que antes (¡hace tanto Lili!) cuando él era un niño y venía a nuestra cama para dormir conmigo. Eran celos, Lili, esos celos que siente cualquier niño por su madre. Él sabía que estabas allí, siempre lo supo. Pero a lo mejor te veía o te imaginaba como un hueco oscuro, una mancha, un punto negro tal vez. Ahora sí es memoria, es recuerdo Su memoria y su recuerdo que nos separa; que ya nos ha separado. Pero nosotros, Lili, nosotros cumplimos. Y la carta, esta otra corta y pobre carta que nadie obliga –nadie me obliga a escribir– es para saberte aún conmigo y tenerte. Para tenerte y evitar tu enojo por la ausencia y este ocasional abandono. Y además, para perdonarle a él los celos, esos celos que lo llevaron a recordarte allí –en el hueco, tranquila– en el hueco donde estabas tranquila. Acaso también para perdonarme: Perdonarme por estar y no estar, por el olvido –ese olvido– que llegará porque el tiempo todo lo vence; olvido que llegará porque nuestro hijo ahora recuerda y su memoria nos traiciona. Nos traiciona y nos separa para siempre. página 14 ensayo Artículos de lujo Juanma Agulles 1 habida cuenta de que nadie tendría que pensar en nada tras un breve periodo de instrucción en los comandos a ejecutar. A partir de ahí, el reino de la libertad estaría al alcance de nuestros dedos. No sé por qué, pero me parece que la receta se está generalizando rápidamente: nada de mantequilla y nada de pensar. ¿Será por eso que mucha gente, a la hora del desayuno en el bar, pide una tostada con aceite mientras lee el periódico? Como este año nos han repetido hasta la saciedad que la crisis se agudizará, es previsible que durante estas fiestas la gente gaste mucho más en celebraciones y ostentación. A pesar de todos los esfuerzos por civilizarnos, el potlach se mantiene bajo las formas modernas de vida. De igual modo, hay médicos que leen el horóscopo antes de pasar consulta, y la mayoría de los grandes hombres de negocios siguen siendo religiosos. Por eso, también, la mayoría de trabajadores gastan mucho más dinero en lotería que en libros. Siempre he vivido la misma escena en mis lugares de trabajo: alguien llega a la hora del almuerzo ofreciendo la lotería de cualquier agrupación a la que pertenece, presionando burdamente al que no juega con el argumento: “si toca vas a ser el único que venga a trabajar al día siguiente”. Omito explicar que las probabilidades de que todos sigan trabajando al día siguiente e incluso durante el resto de sus vidas es prácticamente de 9.000 a 1 respecto a que la lotería les permita cambiar de vida. Por eso suelo argumentar más sintéticamente: “no creo en la suerte”. “¿Cómo que no crees?”, espetan a continuación. Y entonces digo: “si no compro, no tengo ninguna posibilidad de ganar, por eso no es cuestión de suerte, es cuestión de si compro o no”. A continuación un breve silencio me hace entender que he quedado fuera de toda consideración de cordura, y de la conversación. Cada año afirmo mi voluntad de no hacerme rico, mientras el resto sueñan en voz alta: “pagaría mi hipoteca”, “me compraría una moto”, “haría un crucero”. A continuación miran el reloj, sorben el café, y se quedan pensativos. 3 He estado leyendo recientemente a Max Stirner y a George Orwell. Y he pensado que hay dos formas de aproximación literaria: aquella que parte del yo y aquella que parte de los objetos (que no son yo). Partir de la introspección a menudo tiene sus riesgos ya que si no se posee una buena intuición (un buen oído, en el sentido musical) se embrolla todo fácilmente, hasta el punto de dejar al lector totalmente desconcertado. En el interior no hay mucha luz, y por eso se debe utilizar una escritura alusiva que, al mismo tiempo, sea clara. La de Stirner es una escritura del yo. De hecho su libro El único y su propiedad, en principio iba a ser titulado de esta forma tan sencilla: Yo. La de Orwell es una escritura objetiva, donde el lenguaje más claro está al servicio de la descripción del objeto que elige, eliminando todo lo superfluo. Sus artículos en Matar un elefante y otros escritos gozan de una saludable lucidez y un lenguaje directo y sin retorcimientos. Lo que me ha llamado la atención es que Stirner, partiendo de su escritura egoísta, llega a revelar muy bien los mecanismos objetivos del pensamiento religioso, la moral y el Estado, de manera que aún hoy tiene actualidad; mientras que Orwell, con su escritura objetiva sobre las cosas del mundo y la actualidad más inmediata, desarrolla un estilo personalísimo e íntimo que parece hablarnos de tú a tú desde el pasado. Extremos de lucidez que se tocan. En el albergue para pobres donde trabajo (ahora lo llaman Centro de Acogida e Inserción), recientemente se ha tomado la decisión de retirar la mermelada y la mantequilla de los desayunos para ajustar el presupuesto ante la crisis. La mantequilla y la mermelada, como todos sabemos, son artículos de lujo a la altura del caviar iraní. Por eso el recorte se acometió con decisión y casi con indignación por haber sostenido este dispendio de recursos durante años. Al mismo tiempo, se nos comunicó con alegría que pronto estaría lista una nueva aplicación informática que haría nuestro trabajo mucho más eficaz, 2 página 15 ensayo 4 estén familiarizados con este tipo de literatura (a pesar de todo, es una literatura que requiere un gran esfuerzo y conocimiento previo). Sus arengas suenan más bien a la desfasada new age y sus prédicas de la “era de acuario”. Si os decidís a acometer la fastidiosa tarea de verlo, incluido su Addendum, hacedlo un día que estéis de buen humor y con predisposición para reíros. Reparad detenidamente en los argumentos de los dos miembros del Proyecto Venus, y decidme si no parecen dos predicadores de ésos que aseguran tener una nave que nos llevará a un planeta lejano (¿Venus?) donde viviremos en un nuevo Edén. Lamentablemente hay por ahí un montón de gente que se considera también “activista”, y que han recibido el documental como si de una Biblia internáutica se tratara. En nuestro tiempo, está tan avanzada la tarea de idiotizar al personal que incluso quienes creen pensar, ponen mucho más énfasis en el “creer” que en el pensar. Por eso, después de ver el maldito Zeitgeist, dediqué toda la semana a leer a Stirner y a Orwell, y así he tenido una excusa para comenzar a escribir esto. Hace poco me decidí por fin a ver el documental Zeitgeist. Soy muy perezoso para ponerme delante de una pantalla, y soporto muy mal estar pendiente de imágenes en movimiento sin hacer nada durante mucho tiempo. De todos modos no sólo lo vi completo, sino que encontré un Addendum de otras dos horas, que también me tragué. Y no porque me gustase, sino por la sarta de tonterías que se escuchan entre algunas verdades incómodas que, en realidad, a nadie incomodan. Me cautivó la forma de argumentación falaz y sobre todo las conclusiones peregrinas a las que llegan los autores del video. Se supone que este es un documental “activista” —palabra que nunca he llegado a entender del todo—, pero en realidad no hay nada de valor crítico en él. Las propuestas de Zeitgeist de un futuro automatizado donde el trabajo habrá sido desterrado de por vida y todos seremos felices son una edición infantil, con dibujitos incluidos, de las tesis del grupo Krisis en su Manifiesto contra el trabajo, o la más elaborada y académica crítica de Postone en Tiempo, trabajo y dominación social. No creo que los autores del video página 16 página 17 nombres propios Giorgio ‘Il Barbone’ Tagliatella Giorgio más pequeño que Giorgio. Los Brandsen lo llamaron Judas por abandonar la mensajería postal y comunicarse enteramente mediante la palabra oral. En círculos más cercanos se optó por el teónimo po-ti-vi-ja, y esto debido al formato divino de su dentadura, que ahora exhibía. Nosotros, visto de lejos el conflicto, lo hubiéramos nominado Pantalón, sembrador de tempestades. –¿Quién alimenta hoy a nuestros polluelos? ¬–preguntó Tagliatella al menor de los Brandsen, Alberto “Silvito” Brandsen, encargado de la iluminación. Y la pregunta fue ejecutada con un automatismo tan simple, tan reiterativo, que Alberto creyó ver en aquel movimiento no la conducta animal sino la propia de un demonio. Huyó gritando, alocado, asegurando que no existía cosa más divertida que el balero y que sus zapatillas eran unas Nike auténticas. A su paso, pollos y gallinas fueron ajusticiados con la misma severidad que a una pelota de rugby. Fue una masacre. Aquella mañana Alberto apagó la vida de quinientos veintiún plumíferos. Todos señalaron a Tagliatella, incluso gallos decapitados corrían a culparlo y a cerciorarse de que su seguro de vida fuera al polluelo menor, que tenía un prometedor futuro en la University of Yale, y no a la gallina de su mujer. Giorgio y los Brandsen se ocupaban desde hacía cuatro meses de regentear una granja ubicada al sureste del lago Hurón. La correcta andadura de la granja requería el compromiso de usar una suerte de correo para las cuestiones burocráticas. Pero esta normativa era sólo de uso interno: una bolsa a modo de buzón colgaba de la espalda de cada trabajador y allí se depositaban los mensajes. La idea era sencilla y funcional, pero el caldo burbujeante en el balero de Tagliatella asumió algo bien distinto. –Si, buenas tardes. Deme cincuenta sellos de a cinco centavos y cinco kilos de cera –así se dirigió al funcionario de la oficina de correos. Las cartas enviadas por Giorgio, con el único motivo de un saludo matinal, iban acompañadas de sello, matasello, carta de recomendación, novedades con respecto a la salud de alguna de sus tías y promesa de vernos pronto, Alberto, sabes que adoro como le das al interruptor, chiquillo, cuando jocosamente utilizas alguna otra parte de tu cuerpo. Recuerda que el martes a la noche hemos quedado para repasar los ríos de Europa del Este. Cariñosamente, Giorgito. –Mamá Brandsen, ahora que han muerto las aves, ¿enviaremos a Tagliatella al mismísimo infierno? –sugirió Alberto. –Está bien, pequeño –respondió la madre, solidarizándose–. Pero recuerda que el taxidermista frustrado no debe ver la furia ancestral en nuestras pupilas; de la otra manera expiraría por el fuerte shock y sus huesos quedarían contaminados por el agrio sabor del pis hecho manantial. Así se dispuso la familia Brandsen contra Il Barbone, entonando un treno, canto fúnebre, lamento reiterativo con el que expresaban su pesar por la inminente muerte del otrora pintor. Pero éste intervino. Mirando consternado al principio y sollozando después, logró finalmente recomponerse y ofrecer un banquete a la familia para exponer sus planes ahora que escasearían los huevos. –Debajo de nuestra factoría, hay enterrada una antigua oficina de correos –dijo Giorgio, aún temeroso, y fue interrumpido. –¿Cuán antigua? –inquirió Albertito. –Allí debajo se imprimieron las primeras estampillas postales –vociferó Giorgio. La familia dudó, consultó si las tortillas mejorarían con semejante material y ante la respuesta de que ya no tendrían que comer aquello nunca más, todo se dispuso para comenzar la excavación. El pueblo angostaba cuando Tagliatella estiró la cuadrícula. En esa fotografía se subdividían la granja, el montículo donde se produjo la hecatombe y la entrada al corral segundo. Durante cinco años se sucedieron los polvos y los días. La excavación no había sido meticulosa: los niños de la familia Brandsen hacían agujeros que volvían a rellenar, un castillo por allí, cubrir enteramente a Tagliatella de polvo más allá. Los ánimos eran escasos. La familia volvía a entonar un treno, aunque ahora susurrado en las madrugadas, y nuestro héroe se vio obligado a fingir un aleluya: desarmó su choza prefabricada y la hundió de a segmentos en los pozos. Pero no dio resultado y sólo consiguió soñar al aire libre unos meses : “Mis piezas no sirven, no consigo unir parte con otra. ¿Que sucede?” Tal la exclamación de un Tagliatella ataviado con telas marrones y traslúcidas y hundida la nariz en reglas, semicírculos, pinceles y compases. Algunos pasos más allá de la entrada del página 18 nombres propios corral, un grupo de niños hacía un puzzle. Se acercó a ellos y preguntó de la siguiente manera: –¿Cuál se supone será la figura final? –seca el sudor de su frente y alarga su brazo hasta dar con su bloc de notas–. ¿Y qué método aplican para conseguirla? Las criaturas, desinteresadas en revelar las oscuras razones que unen una pieza con otra, optaron por zambullirse en sus disfraces de Indiana Jones y ahuyentar a nuestro héroe a latigazo limpio. Entonces, como le ocurrió al doctor Faustroll, Giorgio quiso ser más pequeño en su ser. Pero no se sirvió de uno de los cuatro elementos para ver reflejado su propósito. Giorgio fue más pequeño en su ser tomando la esencia del legado hacia pobladores venideros, ocultando aquello que era su presente y su castigo: las voces que auguraban su muerte se alejaban ahora en las profundidades de una excavación frustrada. “¡Qué será de estas muertes, desnudas en su porvenir! Gran favor a nuestro estudio del pasado vivo”. Y con estas recitaciones fue tierra tras tierra, hasta tapar la antigua mensajería nunca descubierta. página 19 nombres propios Por Diego L. Monachelli Fue hacia el fondo de la casa, en lo que supo ser un gallinero, ahora diminuta habitación donde apenas cabe su cama, una mesa de noche en la que retozan uno pocos libros que no alcanzan jamás a cubrirse del más sutil polvo. Es apenas una imagen estática en el recuerdo, estática y sin sonidos pero con un vago aroma a mate, fuerte y amargo, constante e invariablemente solitario, tramado con la ancianidad de su aliento gastado por la vida, pero no derrotado. Un techo de arpillera panzón, buscando relajarse hacia el suelo de sueltas baldosas, o tomando fuerzas para saltar hacia las chapas oxidadas y las cuatro o cinco vigas de madera que esconden arañas y tiempo. Eternidades cortadas a mano, a puro hacha y serrucho, subidas al hombro rudo y tenso, montadas sobre los huecos ladrillos grises como los días que se irían durmiendo a su amparo. No fue ahí donde aprendí la muerte, fue mucho después, en otros paisajes quizás menos amables; pero sí fue en ese cuarto donde supe de la urgente necesidad de la vida por agotarse y nuestra resistencia. Aquel peregrinar caótico, constante, sensible, que hallaba como culminación un punto inmóvil, punto que se inflamaba incitado por la línea casi indescifrable, maraña de sitios y tiempo, que esos pies, esos que se frotan uno a otro debajo de una gruesa manta tejida a mano y un poncho de alpaca, habían parido incesantemente. Un parto inagotable que al fin parecía dar a luz. Como sucediera con él y según confirmó, por doce pesetas con cincuenta, el certificado de la embajada de España (Una, Grande, Libre) sección de asuntos consulares de Buenos Aires: Don Ángel Gómez Varela; Nacido en San Jorge, provincia de Lugo el Cinco de Abril de 1888. Y agrega, con la misma frialdad y desidia con que se les cuelga a los muertos el nombre que los señaló y la causa que lo hace inútil ya, sin decir nada de la vida: profesión, jornalero; estado, soltero; residente en Tandil, provincia de Buenos Aires. Un sello, casi una mancha ininteligible, confundiéndose con las plumas del águila horrorosa que sostiene el escudo de aquella patria. Luego un breve silencio en el papel, un garabato que desciende hacia el final, otro nombre y más abajo aun la firma del interesado. Letra a letra dibujado el nombre y los apellidos; palpable la delicada lentitud en la tinta, la perfecta curva de la A que atraviesa la línea punteada, baja y sube perdiendo grosor, desaparece en el gesto de la mano firme, de los dedos gruesos tra- Cartas a Ulises. Helmut Brodovsky bajados por el trabajo, rejuvenecidos ahora por los libros y la postración última. Cada letra como un claro destino, decidido a no ser reducido en el olvido, orgullo del trazo de la horas y los días, los rostros, las manos, los cuerpos todos que han atravesado ese pulso que ahora descansa sobre su pecho. Este es el recuerdo que guardo de él, tío de mi madre, anciano, celoso depositario de las cartas de Helmut Brodovsky, a quién había conocido en las canteras de Cerro de Leones, provincia de Buenos Aires hacia 1920 y con quien compartiera tres años de cárcel por el asesinato de un tal Jacinto Maldonado. Durante estos años Helmut Brodovsky le enseñó a leer y escribir; y a partir de entonces el goce por las letras se convirtió en algo esencial de su vida. A través de circunstancias que aun desconozco, luego de haberse distanciado por muchos años, Helmut le envió, sin explicación evidente, algunas pertenecías entre las que se encontraban una serie de cartas dirigidas a un tal Ulises y escritos diversos. Con el tiempo se convirtieron en pertenencia del Tío Ángel, como solíamos llamarlo, y la familia, en su apego y después de la muerte de éste, conservó casi intacto el pequeño baúl donde las guardaba. Así es como llegaron hasta mí, simple, austeramente y así, luego de un arduo trabajo de recopilación, es como las presentamos. Helmut Brodovsky. 26 de Agosto Nunca, nadie, nada. Así la vida. Nunca, nadie, nada; así toda ella, con sus años, sus meses y días. Quizás sea la cercanía de la muerte, no la mía, la que sustenta estas palabras, este buscarte corriente abajo en la tinta. Mi muerte siempre parece rondar indiferente el lánguido pulso del tiempo y los insomnios. Lo difícil es saber lo que realmente provoca este detener el mundo, y dónde comienza. Hace unas horas abrí la puerta para encerrarme en la ciudad, ahí, donde todos estos mamíferos, bípedos y parlantes, que me rodean ahora dicen vivir. ¡Parecen todos tan inocentes, inofensivos! Entregados mansamente a esta tarde agobiante que nos despeina con suave gracias y cada tanto. Cartas a Ulises. página 20 nombres propios Ahí, por ejemplo, esa mujer: las gafas oscuras le ensanchan el rostro más allá de las sienes. Sostiene cerca de sus labios el humo de un cigarro que lleva un beso muerto como colgando, y apunta hacia el cielo. Detrás de esa máscara pálida, sonríe ausente. Sus senos descansan abatidos cerca del vientre, lánguidas prominencias apresadas por un vestido que representa en sus flores, y en los colores de de esas flores, todo lo que no lleva dentro este fantasma de mujer. Hay también la perla que parece treparle a la oreja; ahora se mece en el sí frío que apenas dibujó su cabeza. Un pie desnudo pero inmóvil, y a él parece hablarle la otra mujer que se sienta frente a ella apresurando los sorbos de té. Ahora, arrastrando unas sandalias ruinosas, un hombre se acerca, vaso en mano, como ofreciendo de beber. Pero el agua no tintinea, nadie bebe de ese vaso apretado con dedos sucios y largos. Con voz gangosa, apenas asomada a la garganta, dice hambre, por favor, ayuda, dios y repite la agonía enseñando un vientre partido en dos por una violenta cicatriz y un vendaje dudoso que ocultaba bajo una camisa raída, azul. La ceniza se suicida en el gesto de asco con que la mano fantasmal agita el aire caliente de la tarde. El vaso empuña al hombre, y el hombre la repulsión que despierta en la humanidad dormida o ausente de la mujer que ahora muerde un nuevo beso nervioso y tenso al tabaco que aspira y devuelve al mundo por la nariz. Al principio duele ese asco, te ensucia, te hace crecer rincones oscuros, donde no se ve más que sombras, aunque se intuye algo duro y violento. Pero la repetición hace de ese encogimiento un lánguido malestar, un sentir apenas el dolor que se esconde, y luego todo es ausencia, vacío… y el gesto se repite, pero ya no importa… y entonces nunca, nadie, nada… H.B. no coincide en absoluto con nosotros… Pero quizás esconda los rostros y los nombres. H.B. Cosas sin nombre, sin dios… Un dios pequeño bastaría para un hombre pequeño. 9 de Septiembre De las figuras que he y habré de bosquejar en estas cartas, no sé a cuántas de ellas conocerás, ni cuánto ha de interesarte, pero lo cierto es que tus pupilas extraviadas en esta página prolonga mi estrecha existencia sobre un terreno fangoso e incierto pero del que uno egresa sólo cuando supone cerradas las puertas de todos los rostros… Entonces las letras, niñas muertas que no saben jugar. Por momentos me siento tentado a enumerarte traiciones y recorrer con las ideas descalzas las entrañas de la fidelidad canina que existe en ese gesto que nos agravia. ¡Claro que existe fidelidad en la traición! una que Caro Ulises: Siempre me detengo antes de emprender la tinta. El devaneo de las ideas se trastoca, algo sucede antes de que mis dedos las escupan… Más aficionado a pensar que a escribir quizás. Lo cierto es que pasaré un tiempo (indeterminado) en cama, como ahora mismo. No, no caí enfermo, no me aqueja ninguna dolencia extraña, simplemente mi deseo es ese, quedarme tendido, poblar la cama de olores intensos, migas de pan, graves arrugas y, casi como un defecto inevitable, de libros que terminarán, una vez leídos, elevando mis pies o sosteniendo alguna taza sucia de café y cigarrillos. Al fin y al cabo para eso se escriben libros. Sí, es cierto, también parar evitar la tediosa tarea de tener que empapelar las paredes, mantener las ventanas abiertas o hacer que se dilaten, sin mucha conciencia de ello, el tiempo y el upite. He decidido esto por una incomprensible e inconexa, si es que pudo decirle así, cadena de sucesos. Claro está que, haciendo uso de la libertad que pretendes ostensible, no me amedrentará el detenerme en la explicación, pormenorizada, de alguno de ellos ya que podrás alejarte de estas páginas, haciendo ejercicio de esa libertad que posees, con la mansa gracia de los ignorantes, en cierta medida impune. Aunque, sabiéndote, algo (como una piedra en el pecho) te ruede hacia el estómago y luego ascienda empujada por el Sísifo Feliz, minúsculo pero feliz, de la tarea imperfecta y la culpa. El primero de estos hechos (aunque de sobra sabes que nunca sabemos nada acerca de los comienzos) fue hace una semana o algo más… no tiene importancia, al fin, todo sucede en el pasado. Si yo ahora te escribiera la arquitectura del silencio, diría bien poco acerca de lo sucedido y estaría pasando por alto lo que me llevó a esa idea. No es mi intención. Necesitaba curarme el tedio del día, la estéril mueca repetida una y otra vez, las escasas pero no por eso menos patéticas conversaciones; el hambre, el que crece en las tripas y el otro, ese que nunca sé desde dónde pero llega y lo empuja todo hasta derrumbarlo. Salí a la calle y no fui fiel a mis huellas. Me abandoné a buscar paredes, baldíos, ventanas nuevas, al menos para mí, con esa extraña tensión en las pupilas, que desnuda los presagios de algo nuevo, y lo nuevo es la mentira de novedad. Intenté no repetirme, no andar detrás de mis zapatos, no dejarme llamar por las puertas cerradas a las que nunca llamé y en las que nunca nadie esperó. Tragaba el aire de la tarde, que casi ya no era, y el humo del tabaco a grandes boca- 17 de Septiembre página 21 nombres propios nadas. Era uno de esos días en los que toda la gente me parece absurda, horrible, con andares de bestias silenciosas. Sin motivo, como suele suceder con los recuerdos, volví a la cantera, los barrenos. Años duros, de estruendosa mudez, de violenta belleza. Éramos minúsculos insultos de la naturaleza arrancándole los pechos a feroces mordiscos, invariables, día a día, con todas las horas posibles. De la humilde casa y el arroyo, al camino, los pastizales y el primer grito en la mañana para despertar al Cerro de Leones que desde hacia tiempo ya no tenía felino alguno y nosotros nos embrutecíamos intentando que pronto tampoco tuviera cerros. El cielo mostró sus moretones y quizás la lluvia me trajo una voz sin nombre que decía: la cantera la cerraron y ahora es una gran laguna. Los pocos que todavía viven ahí van de domingo a matear y a que los pibes se peguen un chapuzón… a pesar de los muertos que ya hubo y el cartel de prohibido el baño que ahora está lleno de agujeros de bala y mordiscos de balines… La lluvia también trajo la sed, las ganas de abrigo, amparo de barra. Sentí cierta nostalgia, desapego en la nostalgia, como si otro narrara algo que jamás sucedió. Removía las piedras de la memoria sin esfuerzo, sin pasión, sin prisa. El bar no se hizo esperar, apenas un par de anécdotas: algún pedazo de cerro cayendo cerca y enorme, alguna pelea en “El almacén”, de sábado ingles, grapa y tabaco negro; algún capataz alunado y mascar la rabia por dos monedas; Varela después. Las puertas altas y enjutas berrearon cuando puse mi mano sobre los vidrios manoseados y empujé. En un solo gesto abrí el silencio, giré los rostros, detuve las manos con copas que iban o volvían de unas bocas retintas por el vino. Apenas un gesto, los dedos que suben y se rozan con el chambergo, los ojos huidizos posándose en todo sin ver nada. La suela gastada de los zapatos se arrastró unas zancadas, luego busqué el sonido claro y fuerte de los tacos. Enfundé las manos en los bolsillos del saco y apreté un calor húmedo. En la barra, desteñido por el tiempo y el humo del tabaco, el camarero tensó una sonrisa maquinal y vacía sin dejar ver sus dientes. Sostenido por el triángulo de sus antebrazos encamisados, rematados los puños gastados en manos gruesas y entrelazadas, parecía haber nacido ahí, espontáneamente, sin otro pasado que no fuera el de la madera larga y semidesnuda que lo soportaba. Con gracia estéril, esa que se gana tras la repetición vana de gestos cotidianos, descorchó la botella, dejó el vaso con cierto estruendo y lo llenó sin derramar una sola gota. Quizás por el peso del día, el cansancio del andar, sentí las manos sin fuerzas, lánguidas aun dentro de los bolsillos. Apuré el vaso de un trago, lo deslicé sobre la barra y esperé a que lo llenara nuevamente. En la repetición de los movimientos, ahora sin sonrisa, con expresión vacía y sin futuro, vi la confirmación de su transcurrir. Uno a uno los pocos giros y contra giros de su cuerpo ocuparon el mismo y breve espacio, destilaron la estéril gracia como si jamás se agotara y fuera esa toda su virtud. Tomé el vaso y busqué una mesa. Hijo rebelde de la costumbre, pero distraído, dejé que mi debilidad por las ventanas me guiara y sin pensarlo, mirando el vaso y sintiendo mis manos débiles aun, me dirigí hacia los grandes cristales sucios. Pero tuve que abandonar mi carrera dos mesas antes de llegar a ellos. Recortado por la luz de las primeras farolas que se desteñía en la llovizna, el perfil de una mujer permanecía inmóvil sentado a la mesa. Más allá, frente a ella, al otro lado de las puertas, dos hombres ocupaban el siguiente ventanal. No tuve más remedio que conformarme con la cercanía y la mesa medio descolada a la que ya me sentaba, que ya manchaba con las primeras gotas de vino. El hombre que estaba más a la izquierda intentó disimular, detrás del humo del cigarrillo que encendía con nerviosismo, la mirada desconfiada que ambicionaba descifrarme. Por un momento me pareció divertido, sentí una risa breve subiéndome a la cara y respondí a su desconfianza exagerando el gesto al encender otro tabaco y devolverle la mirada. El hombre respiró a través del humo, curvado sobre la mesa. Mirando hacia fuera, pronunció algunas palabras. El otro, de espaldas a la mujer, interpuesto entre ellos, sólo se tiró el sombrero oscuro hacia atrás con un movimiento seco que hizo más violenta la rectitud de su ancha espalda desplegada por completo sobre el respaldo de la silla. Así permanecieron durante unos minutos; lentos, detenidos, impávidos. Quizás, debajo del sombrero, debajo de la frente amplia, la nariz ancha, esos labios apretados que con esfuerzo se adivinaban en el rostro, susurraron palabras breves, frases cortas y severas. El otro, con cierta violencia contenida, como si no se atreviera por completo a decir algo, comenzó a amontonar palabras entre su cuerpo doblado y la mesa. Sus muecas, la agitación en los ademanes, parecían ajenas a la voz suave en la que vomitaba las frases, ininteligibles para mí. Bajo el sombrero negro, el otro permanecía casi inmóvil, apenas se elevaban los largos hombros con la fuerte respiración, a través de los que el repentino verboso, de tanto en tanto y con cierta lascivia, observaba a la mujer de la otra mesa. Ella, sola, detenida en el tiempo, como si aun no la hubiera descubierto. Estática, inclinaba sutilmente la cabeza hacia un tazón amarillento que se deshacía en el vapor ondulante que le buscaba la recta nariz. La luz de la calle evidenciaba las hilachas de la boina azul de lana que le partía la frente en dos, que le rezagaba el pelo lacio y oscuro detrás de los hombros. Le enfatizaba la delicada curva del cuello, largo, triste, desolado. No apartaba sus ojos del tazón o la mesa. Era joven, sí, de una juventud resignada. Delgada, de senos prominentes que página 22 nombres propios le arqueaban la espalada, los hombros. Ausente. Apretaba, contra el vientre y sobre la falda, un pequeño bolso de cuero gastado; dedos blancos, piernas modeladas, frágiles que culminaban en zapatos de taco alto, oscurecido su brillo por el barro y el tiempo. Bebí, lento, unos tragos de eso que se suponía vino. Otros, unos pocos, hacia el rincón de la barra, hacían lo mismo, sin mirarse, en silencio. Sólo se oía el murmullo grave, el susurro constante de aquel hombre que ahora encendía otro cigarrillo y parecía doblarse más sobre la mesa; violento, contenido, desconforme con algo, acaso la contestación aparente e irreductible que le hiciera el otro apenas negando con un vaivén de la cabeza. Se silenció, volvió al humo y el ventanal. En ese momento advertí que detrás de ese silencio, tenso, enrarecido, se podía oír la lluvia como si fuera un lejano aplauso multitudinario. Entonces una mano se alzó hasta el sombrero, masculina, severa y con la misma segura lentitud el hombre retiró la silla, se puso en pie y, como quien se sabe vencedor, forzó la arrogancia al abotonarse el saco, conteniendo los segundos, dando una última oportunidad de resarcimiento. Sólo entonces, mientras el hombre de sombrero hacia evidente su generosidad, demorando la partida, temblaron las manos de la mujer. Sus piernas se predispusieron rápidamente a abandonar la silla, a poner toda su femineidad derrotada en pie. Ya nada emergía del tazón amarillento, inútil objeto sobre la mesa vacía. Ella observó al hombre, atenta, con cierta desesperación y una sonrisa leve que le tejía los labios e intentaba ocultar. En la tensión de su cuerpo se adivinaba la urgencia de huir. Pero entonces su rígida elegancia pareció derrumbarse, volver a la resignada juventud, más lejana ahora, perdida. Con el cigarrillo entre los labios, el otro lo invitó a sentarse nuevamente, en un ademan sumiso, entregado, de su palma vacía. Con esa misma mano, mientras el otro recomponía toda su masa en la silla, hurgaba en los bolsillos del saco. Pronto arrastró sobre la mesa y hacia el otro un fajo de billetes. Por primera vez el hombre del sombrero se volcó sobre la mesa. Con el pulgar hizo correr, como si de naipes se tratara, el filo de los papeles. Los alzó, pesándolos para luego, con ceremoniosa lentitud, contarlos. El otro se recostó en la silla hasta quedar sobre las patas traseras haciendo que rechinara histérica, rítmicamente. Cuando hubo terminado la contabilidad el hombre del sombrero apenas giró la cabeza para observar a la mujer por sobre el hombro. No hubo apretones de manos ni saludos. Cuando aquél volvió la mirada hacia el otro, este abandonó el vaivén de la silla esbozando una sonrisa y dejándola caer sobre las cuatro patas con estrepito. Puso en pie el cuerpo obeso que ocultaba la mesa, palmeó al pasar el hombro ancho del otro que jugaba con el filo de los billetes y caminó arrogante hacia la mujer, ocultando y moviendo una mano en los bolsillos del pantalón. Junto a ella, ahora toda ausencia, vacio desesperado, señaló algo en el piso e hizo un leve cabeceo hacia la puerta. Ella recompuso su belleza derrotada con lánguido esfuerzo, sin mirarlo. Alzó una pequeña maleta y se detuvo ante la puerta, justo a espaldas del hombre de sombrero que ahora guardaba los billetes en el saco. El camarero aun se sostenía sobre el triángulo de sus brazos como si nunca hubiera abandonado la posición en que lo encontré. El resto de la gente vaciaba sus copas en silencio. El cuerpo obeso detrás de la mujer se movió con agilidad insospechada, la tomó por el brazo y la empujó hacia la noche y la lluvia. El aire frío se dispersó entre todas la mesas escapando de la calle, buscando refugio en aquel miserable lugar. El silencio se convirtió en algo denso, palpable. Con la misma mano con la que apuró su copa, el hombre del sombrero constató sobre el pecho el espacio que ocupaba el dinero. No era tan ancha su espalda ahora; encogida y miserable parecía haberse vuelto a un reposo natural y urgente. Alguien tosió hasta el ahogo. Así permanecimos todos, detenidos, ajenos, inalcanzables; sólo el aplauso multitudinario y frenético de la lluvia detrás de la puerta y los sucios cristales, rompiendo el agravio de nuestra obscena soledad. De seguro le encontrarás poco sentido, y mucha menos gracia aun, a esto que te cuento. Si tuviste el arrojo de llegar hasta estas líneas y no retirarte a tu cómoda, bien acotada cotidianeidad, tendrás una expresión absurda en el rostro, hasta quizás te tiemblen las manos. Pero esto sólo fue el refulgir perezoso de los hechos. Intrasmisible la pesadumbre, el aroma de la quietud y la insolencia arrebatada de las formas, lo que hay detrás de ellas. Una parte de mí hundió todo el peso de los días en aquella hora, en aquel vino. Algo de mí, innombrable, salió a la noche y la lluvia empujado por aquella misma mano. Ni siquiera recuerdo cómo fue la partida del hombre de sombrero, sólo está la mesa humedecida, el humo, la escoba y las sillas puestas del revés. Sin voz, comprender el reclamo, pagar y salir con el convencimiento ardoroso de no entender el regreso. Creo que lo mejor para tu triste salud será dejar en este punto la anécdota, ser quizás un poco indulgente, si es que cabe la indulgencia hacia tus pupilas y entre mis cosas a dar. H.B. página 23 reseña La Infancia de Iván por David Barber Crea su comportamiento en un primer impacto, la sórdida sensación de ser un adulto encarnado en la piel de un ángel. -“en tiempos de guerra, no se puede hacer otra cosa que estar al servicio de ella”-dice el infante. El tiempo es uno de los parientes más lejano de los días y las horas; y nada hay detrás del mundo que no tenga relación aunque sea remota con la guerra: así, un documental, una mina de plomo acostumbrada al saqueo, los comentarios de un ex combatiente retirado, alguna música del último Wagner, la estrella de David, la muerte de muchas almas, las películas y La Infancia de Iván, de Andrei Tarkovsky. Hijo del poeta Arseni Tarkovsky, se estrenó en la pantalla grande con La infancia de Iván en 1962, basada en el cuento Iván de Vladimir Bogomolov. Su éxtio despertó el interés de la crítica y del gobierno de mano de hierro, que, como un cadalso, aplicaron su cuchilla ideológica sobre los hilos de oro del director, condicionando el resto de su obra con los presupuestos del Realismo socialista que expuso el comisario Zhdánov. “ En un estado de tensión constante y sin desarrollo las pasiones alcanzan su máximo nivel y se manifiestan de una manera más vívida y convincente que en un proceso de cambio gradual” Tarkovsky dixit Vivió su madurez en el cuerpo renacido de un niño que no debía estar en la guerra, como el resto de personajes entienden, pero es tan indispensable como ellos mismos. La guerra es un proceso global, una fase de antiestructura en el que el sentido de comunidad se desplaza a ámbitos muy diversos y ambiguos. El respeto que genera Iván en los demás personajes, siempre mayores en edad y rango, es más que sorpresivo, es místico-militar. Todos se ablandan ante la imponente presencia y madurez de él. Entiende la guerra en toda su extensión, aunque últimamente le asaltan las pesadillas de su imposible pasado. Siente que va pronto a descansar con lo bronces dorados de sus visiones oníricas. Andréi Tarkovski, a los 54 años de edad, y a miles de kilómetros de su tierra natal, corriendo aún de las manos de hierro, muere de cáncer pulmonar en 1986, en París. Hoy reposan sus restos en un cementerio para inmigrantes en Sainte-Geneviève-des-Bois, la Île-deFrance. Descanse en paz. La creación de un personaje en cine tiene que estar en línea con la realidad externa a la que el personaje hace alusión. La solidez del personaje tiene que estar sustentada por la estructura externa habitual o posible del observador, porque siempre busca la verosimilitud en los reflejos equivalentes. Nosotros vemos los colores, pero aún así creímos ser improbabilidades en las antiguas proyecciones en blanco y negro. Iván es un personaje sólido con carácter y personalidad. Tierno cuando es tierno, duro cuando la requiere la ocasión. Roza en su comportamiento lo celeste, lo absoluto, es el producto de la guerra, pero es la misma guerra en la que está inmersa la que él condiciona. La exposición de Tarkovsky es puramente esencial, reduciendo los diálogos a la cinética de la acción más pura. Pocas veces se consigue ese frío estelar y mágico en el cine. página 24 reseña El camarote David Barber mí mismo. Abro la puerta con suspense, y detrás de ella estaba un tímido Hitchcock, que me entrega la invitación y el gabán, para unirse a la fiesta. “No hablemos de sexo”-suelta de repente. De repente, me veo dentro de un camarote en una travesía desconocida. A mi lado están los hermanos Marx y yo comiendo huevos duros y tocando una trompeta enana en una silla aún más pequeña. La puerta de nuevo. Cada vez me es más difícil alcanzar la puerta, y queda menos espacio dentro del camarote. Orson Welles, vestido de película y muy diplomático. Me entrega la invitación, agradeciéndome que haya contado con él para tan alta invitación, pero era obligatoria su presencia. “Cierto”-respondo-. Un golpe muy sutil en la puerta, afrancesado. Voy hacia la puerta como anfitrión que soy, para abrir. Con solemnidad y formas acicaladas me entregan la invitación Truffaut y Jean Renoir, y siguen con la conversación que llevaban sobre la pintura del padre de éste. Alguien llama a la puerta y voy a abrir. Me encuentro en la entrada a Irgmar Bergman que tiene una invitación con mi nombre como anfitrión. Después de varias miradas frías como el viento del norte, le invito a entrar. Él con tono serio y disciplinado, me dice “yo no soy un hombre de gentes”, “no te preocupes”-le respondo- nadie te molestará” En el mismo momento que termino de hablar con él, otra vez golpean la puerta, esta vez me encuentro a Buñuel que trae una bandeja llena con dry martinis para el aperitivo “según mi receta”-indica-, le invito a pasar, que se acomode. Aún es pronto, y no han llegado todos. De nuevo la puerta, clavo el ojo en la mirilla y no veo nada. Vuelven a golpear, vuelvo a mirar. Nada. Abro la puerta y noto que alguien la está obstruyendo, insisto. Tiran la invitación por debajo de la puerta, me giro y veo a Groucho que se está riendo, y dice “seguro que es Chaplin”, abro la invitación y así es. Viene vestido de Napoleón. Le dejo entrar. Más invitados. Voy a ver quién es. Abro la puerta y un señor medio camuflado me entrega su invitación, la miro y detecto rápidamente que es una falsificación. “Señor Spilberg, no es una fiesta para usted, por eso no le invité”-le digo-, y cierro la puerta mientras oigo sus quejas. Desde dentro ríen. Desde fuera oigo las sirenas de la policía y una voz en megáfono: “abran, esto es una redada”. Voy a ver quién puede ser. Billy Wilder vestido de mujer y un megáfono en la boca dice “nadie es perfecto”. De nuevo golpes, dos señores desconocidos con caras de soviets, tenían una acalorada discusión sobre la forma que tienen los europeos de pronunciar sus apellidos. Los reconozco al instante:- “Señor Tarkovsky y Sokurov, pasen y acomódense, quizá estemos un poco estrechos esta noche.” En cuanto los acompaño y los introduzco, otra vez la puerta que suena. Cada vez se alzan más las voces en el camarote. Abro la puerta y me encuentro a Woody Allen, que me agradece la invitación, y pide disculpas por sus últimas películas. Le tomo el abrigo y le presento a la gente de la fiesta. Suena de nuevo la puerta. La ansiedad de quién puede ser, sumada al poco espacio que queda dentro, me aceleran más el pulso. Abro y me encuentro a Coppola y Scorsese allí de pie juntos, venían comentando si había existido o no los "Five Pointers" de Frankie Yale. Con la invitación, Coppola me transmite saludos de su meritoria hija, y me entrega unas botellas de su vino californiano. Unos nuevos golpes en la puerta, me sacan de la conversación, “aún hay más invitados”, me recuerdo a El camarote está completamente abarrotado, viene un camarero que estuvo trabajando en el bar de Barranca, con una bandeja que contiene las cartas de varios invitados pidiendo excusas por no poder asistir. Kubrick alega que tiene miedo a los barcos, John Huston, Kurosawa y Ozu que no han podido venir porque están muertos, aunque esto, quede bien claro, es una fiesta privada y todos somos fantasmas. página 25 reseña Notas sobre "La niña del mundo" de Xurxo Torres Diego L. Monachelli Cuando entré en Cornualles, un Cornualles inglés, no sabía que la geografía del universo se destramaría tan dócilmente al transgredir las fronteras de sólo cuatro líneas. Pero me bastó eso, me bastó que el viento se alzara, que se alzaran los muertos sobre las olas, para comprender que Cornualles es una favila inagotable, encadenada a los silencios de nuestras propias entrañas. La Torre de Bizac, su alma, que vocifera a través de sus moradores como si de su propia conciencia fuera, nos abre las ventanas hacia las costas de una infausta realidad iluminada por la muerte de Ofelia, símbolo de inocencia, imagen silenciosa de la humanidad primordial, devastada. Las mujeres y hombres de Cornualles completan el fresco de la muerte en una procesión que, en la distancia, se asemeja a un gusano negro que repta hacia el abismo. El gusano, que discurre hacia las escolleras donde rompen los restos de la pasada borrasca, desgrana en un eco apagado una oración apocalíptica de hierro y fuego. El capricho de los vientos doblega las voluntades. Demorarse en las formas, los academicismos y otros enceres de la literatura me parece una perdida de tiempo. Los conceptos han cambiado. El tiempo es otro. No es algo a menospreciar, todo lo contrario, pero la entrelinea de buena forma que reboza contendido escasea en estos días, en este ambiente; y la niña del mundo, sin caer en la patética declamación, se transforma en un canto silencioso de lo humano que se trasciende a sí mismo y encuentra voz en toda sensibilidad que aun sobreviva en este mundo protervo. La necedad del hombre sólo le permite aprender a través del dolor, pero una vez transpuesto ese umbral, sólo así, la belleza arcana del sendero se revela como libertad. La eternidad y lo indolente, en ocasiones, se asemejan. “Cornualles huele a salitre, a bocadillos de atún caduco y a lavadoras marchitas.” concreto, de la inacción de la nueva era del “Homo Visum”. Si pudiéramos poner un dedo sobre las entrañas de lo humano, si pudiéramos deambular por ellas, a través de ellas ¿cuántos de nosotros se atreverían? ¿Cuánto, de aquellos que lo hicieran, quedaría intacto? Incapaces de asumir la vida, menos capaces somos de asumir la muerte. La niña del mundo, escondida detrás de las almas de Cornualles, nos narra de esa comarca perdida, sus avatares, su costumbre perniciosa del callar, su preclara comunión con los ardientes fanatismos; nos abre la voz más íntima de sus vísceras, todo lo canta, menos de ella. Porque ella es aquello que hemos perdido. Si hay una forma que perdura, es la poesía. Esa poesía vital y humana, no dada a claudicaciones ni bostezos. Viva, tan viva como los muertos que encrespan las olas, como la bestia que envidia a su víctima porque ya no está viva de miserias. Tan viva como Olga, ojos de Merluza, o como el Conde de Bizac o como Amordemadre, que traman y multiplican los caminos vedados en tan dilatada patria que no cesa y se prolonga mansamente ante nosotros. La niña del mundo es la sal, con gracia de beso, sobre las heridas del universo. Esta novela narra profética y mansamente nuestras complejas peculiaridades, enmarañados animales, los únicos capaces de amor y odio cohabitando en nuestro ser. Narra con poética claridad la incapacidad de asumirse y no dictaminarse. Habla, sin tiempo página 26 -Diga, cómo fueron aquellos días del Escarabajo? Abelardo Castillo: El Escarabajo de Oro fue una revista hecha casi en su totalidad por escritores. No veníamos de la Universidad, había, algún universitario, pero la mayoría eran escritores. No escritores como los de la revista Centro o Contorno que salían de la facultad de Filosofía y Letras. No teníamos casi ensayistas, y nosotros tuvimos que rellenar ese hueco escribiendo Nos habían citado en Padre Mariana y Tres Arroyos. En esa esquina se hicieron las dos de la mañana. Alguien ya empezó con el escepticismo: “no, ¿cuándo nos encargaron semejante tirada?”, “yo te dije”, “¡95.000! qué burrada, no habernos dado cuenta…” A las cuatro, con el fresco, Raulito se quedó con el anular pegado a la parada del 34, del 34L. Y a esta altura todo lo habíamos empeñado en pagar la imprenta de esa cantidad de papel que cargábamos en una bolsa navideña de arpillera. Miguel advirtió el runrún antes que ninguno. Agustín vio las luces y esa trompa de Mercedes que no pararía sin dineros. Enseguida desplegó toda su esbeltez en el asfalto para fingir una emergencia. “Nos tiene que arrimar, maestro, mire como está el pobre” Como no torcía esa negativa acudimos al soborno “Tres ejemplares para los nietos, se vienen las fiestas, ¿qué dice?” No había caso. Desde dentro del autobús se asomó una pipa: “Hace algún tiempo también estuve por la labor de mendigar con pasquines literarios, soy Abelardo Castillo y no otro, hagan el favor de subir, de los billetes yo me hago cargo”. Los 95.000 se escurrieron. El domingo siguiente adornarían la salida de San Lorenzo de Almagro a la cancha. El Sótano: Entrev ist a colectiva ensayos, sin saber muy bien lo que hacíamos, ya que básicamente estaba hecha por poetas y por cuentistas. Después fuimos, porque la realidad lo exigía, tomando posiciones políticas o teóricas. Y así está considerada como una de las revistas de la izquierda de los años sesenta y, un poco, el emblema de esa generación. En esa época no era tan difícil publicar una revista con determinado contenido político o haciendo explícitas posiciones teóricas como lo fue después. Con la dictadura se tuvo que refundar de alguna forma el Escarabajo de Oro, que nunca fue prohibido, pero tuvo que dejar de salir por un crack financiero en el 74. En el nuevo contexto, me negué a volver a editar la revista con el mismo nombre, porque no nos iba a ser permitido publicar con la libertad que teníamos en el sesenta para hablar de ciertas cosas y decir con todas las palabras lo que pensábamos. Sacar la revista con el mismo nombre hubiera sido una especie de concesión. Entonces decidí cambiarle el nombre (aunque varios integrantes eran del Escarabajo de oro), y se llamó el Ornitorrinco. Se llamaba así porque estaba formada, no por gente que políticamente tuviera una dirección, sino por quién viniera a la revista. Había jóvenes escritores que salían de la Universidad del Salvador, la universidad católica, tipos que venían de la izquierda, tipos que no tenían partido. Lo que nos unía era estar en contra de la dictadura, pero no era una revista politizada. Yo era, tal vez, el politizado o algunos de los editoriales que se publicaban. Pero el lenguaje al que teníamos que apelar era un lenguaje casi sibilino, oblicuo. Tenías que decir las cosas de manera tal que tu lector te entendiera. Y ahí apelamos a veces a la literatura fantástica. Recuerdo que página 27 sótano publicamos un cuento de Dino Bussati que se llamaba Están Prohibidas las montañas que leído en Italia podía ser un cuento fantástico, pero que leído en la Argentina era un cuento terriblemente testimonial: un grupo de personas que no pueden nombrar la palabra montaña porque está prohibida y terminan tapiando las ventanas que dan hacia las montañas para evitar su visión. No obstante, a pesar del lenguaje menos directo, escribí editoriales lo suficientemente comprometidos como para tener problemas. Publicamos el primer manifiesto de las Madres de la Plaza de Mayo cuando nadie quiso hacerlo (manifiesto, por cierto, que firmaban Borges y Bioy Casares); hablamos del Nobel Esquivel, cuando no se lo podía mencionar… es decir, habían cosas que se podían decir. Sólo hacía falta, no digo ya el coraje, sino la responsabilidad de ver hasta dónde podía llegar la censura y la represión. Yo lo que no sé, Abelardo, es a dónde nos dejará este autobús. Ahí fue que nos llamó el áuriga, que tras las gafas y la radio y los carteles de “lo mejor que hizo la vieja…” y toda la dramaturgia del 34L, era don Alterio. Le preguntamos cuáles eran sus proyectos. que el siguiente amor sea justamente el definitivo. Pero últimamente creo que esa idea del amor definitivo está desapareciendo incluso del imaginario institucional de la sociedad, quiero decir, cuando se estipulaban matrimonios de por vida, era porque existía la convicción o en todo caso la fuerte necesidad de que el amor fuera definitivo, de que todo amor fuera definitivo o de que existiera un amor definitivo, a saber el del casamiento; un examen liviano de lo que está ocurriendo en ese aspecto nos viene a decir que ya casi cree en el amor. Parece ser que no hay manera de perpetuar el amor, incluso las maneras que a uno le proponen me parece que son absolutamente destructivas para el amor; cuales serían estas formas?, amenazas legales. Son medidas que no tienen nada que ver con el amor mismo, garantías, siempre legales, mezclas entre el amor, el afecto y las responsabilidades. O sea, la manera que tiene el amor de asegurar su perpetuación es mediante una amenaza exterior, o me querés siempre o va a venir el juez y va a repartir nuestra hacienda y nuestra fortuna se verá comprometida. La barandilla ya no socorría a Miguel en su empeño por mantener el equilibrio. Entre cuatro lo llevamos al fondo con la intención de recostarlo pero un cuerpo vencido ya por Santa María ocupaba anchamente la camilla de urgencias. Al lado un actor le observaba cada movimiento. Hector Alterio: ¿Mis proyectos futuros? Inmediatamente, esta noche... no, estoy exagerando. Pronto me voy para Buenos Aires a integrar el elenco de una serie dirigida por Campanella, una coproducción hispanoargentina basada en la historia de la inmigración, desde Asturias a Bs. As. y a la inversa. Después estoy abocado en profundidad a la teatralización de El túnel, una novela de Ernesto Sábato. Esto me tiene bastante preocupado, no solamente por tratarse de quien se trata, sino por el compromiso y la envergadura del trabajo. Y nada, creo que con eso ya tengo... no la vida hecha, pero casi. Y el viaje siguió, un poco lleno de silencio y de incertidumbre hasta que en nosequé parada se sube una muchacha. Nosotros todos, siempre atentos a los amores de autobús creímos adelantarnos en la iniciativa por la conquista, pero un pasajero ya la venía cortejando desde un autobús anterior. -Uno se enamora y desenamora infinitas veces, ¿está la posibilidad de que se interrumpa esa cadena, a no ser de una forma poética? Alejandro Dolina: Uno tiene que actuar como si existiera, en realidad todos parecen ser los que van a interrumpir la serie y luego resulta que la serie no se interrumpe, salvo como acabo de decirle, por caso de fuerza mayor. La respuesta honesta es que no lo sé. Lo que he visto hasta ahora es que ninguna serie se ha interrumpido, sin embargo uno tiene la esperanza de -¿Se puede hablar de una diferencia a la hora de la atracción que genere el personaje Onetti en Europa y en Latinoamérica? Walter Reyno: Sí, por supuesto. Para el uruguayo, se habla de problemas que todo el mundo conoce, las críticas políticas son muchas veces relacionadas con personajes locales. Es una obra que tiene mucho gancho político. Se habla de la dictadura, con respecto a su exilio. -De todas maneras hay cosas sinónimas que permiten la asociación. Walter Reyno: Sí, claro. Pero con los nombres, no sucede así. Si yo digo Bordaberry, no se tiene por qué saber quién es, capaz que es un cantante. -Por cómo lo trata, un cantante malo, ¿no? Walter Reyno: Seguro. Pero claro allá es mucho más calentito. Las reacciones igual son más o menos similares, el público se ríe más o menos en los mismos momentos, algunos son chistes, algunos no...Que es lo que tiene de bueno esta versión, se habla de un tema tan serio, pero tiene humor. Es importante, más que nada por ser un personaje como Onetti, considerado un tipo muy negro. En Uruguay no es muy querido como persona, como escritor sí. En el Río de la Plata son bastante machistas. página 28 sótano Mientras tanto, y con tanto queremos decir Abelardo Castillo respondiendo, Miguel, que había dejado el tabaco se había hecho aficionado a los sustantivos contables: “Escuchen, que pare esta maquinaria infernal, aquí tengo 94.999 ejemplares” Tirándole del saco, Zurita salvó su reputación de matemático. Raúl Zurita: Leí vuestra revista. Las cosas de Reinaldo Arenas, las de ustedes. Pero escribieron un artículo sobre el soneto; entonces es como si las formas fueran importantes... digamos: soneto o no soneto importa un pepino, verso libre o no. Lo que tiene que expresarse será expresado y encontrará su forma. A nadie se le puede prohibir escribir un soneto y a nadie se le puede obligar a escribirlo. Lo que tiene que ser dicho será dicho. Whitman y cosas parecidas... pero resulta que tenía razón. O sea: todo lo que se ha dicho sobre Whitman, es lo que dijo Whitman. Fíjate que se hizo una antología de poesía americana, y están todos, menos Whitman; ahora, ninguno de los otros existe, el único que existe es él. Breve parada en Callao. Inquietud en las filas. “¡Boletos, pases, abonos!”, vociferó el nuevo habitante, revisor de profesión. Intervino mientras cortaba los billetes con un tramontina. -¿No es parte de la evolución de la literatura modificar esas maneras de expresarse? Raúl Zurita: Mira, ahí decías tú o uno de ustedes que el soneto no era actual. Yo más o menos pienso lo mismo. Pero no es importante. Es lo mismo que verso libre: ¿libre respecto a qué? O sea, ¿qué es más poema, la carta de Reinaldo Arenas que publican ustedes ahí o su poema del infierno? Es más poema la carta, trágicamente; es mucho más potente. Entonces, incluso desesperadamente, la poesía va a encontrar su forma, y a lo mejor ese tipo se suicida única y exclusivamente porque esa carta exige su suicidio para ser escrita. Yo siempre he tenido la sensación de que a los sonetos de Shakespeare no le importaban las esperanzas, las miserias, los sueños, los anhelos, los deseos del tal Shakespeare. A los sonetos de Shakespeare lo único que les importaba era ser los sonetos de Shakespeare. Entonces, fíjate, y esto es una teoría alucinante y terrible, esa carta de Reinaldo Arenas, por ejemplo, es como el corolario de algo, es una consecuencia final: no es un tipo que porque se ha matado ha hecho una carta, si no que tiene que matarse para que esa carta tenga sentido. -Teorizar sobre la literatura es una pérdida de tiem- Leo Masliah: Creo que es absurdo preguntarse si es necesaria la teoría, cuando siempre la hubo. Los seres humanos reflexionan sobre lo que hacen, y esas reflexiones siempre repercuten en lo que se va a hacer después. A veces repercuten directamente, a veces indirectamente; algunos artistas son muy críticos de lo que hacen, otros lo son menos pero a veces lo que hacen está signado por lo que otros se preguntaron y se respondieron, etc. Quedó satisfecho, conversando con una vieja que le discutía si el boleto era una prueba de haber pasado por caja o si, por el contrario era una parte constituyente de la fisiología de quien realizaba tan noble tarea. En unas horas ya estábamos por Paraná. Sonaron acordes y era un piano que rodaba por el pasillo, empujado y ejecutado por el insigne músico Carlos Aguirre. po. Raúl Zurita: También es un asunto de fuerza; si finalmente llevamos esa teorización a la demencia, pero hasta el fondo, hasta enloquecerla. Vos lees a Neruda, a Whitman, a Rimbaud, y se nota que son obras que encuentran su forma porque son arrasadoras, y pueden a veces exigir el sacrificio a sus escritores. Creo que era tan fuerte lo que estaba Whitman allí diciendo, que tenía conciencia y a la vez no. Era tan impresionante. Se hacía unas críticas firmadas con otro nombre donde decía que América había nacido con -Se nota mucho en tu música, más el contacto con el paisaje que con una música académica. Carlos Aguirre: Bueno, ojalá. Igual yo después pude unir las dos vertientes. Por ejemplo actualmente escucho de las dos música por igual, y con la misma avidez, buscando herramientas de formación también. Por eso ya no siento un límite entre las dos cosas: me gusta escuchar eso y también participar de guitarreadas o juntarse a improvisar algo que no se sabe para donde va. Y perdón que insista con el tema del que hablábamos antes, yo no soy de un partido político, tengo una visión del mundo, pero yo siento que el capitalismo está en el arte en montones de aspectos, por ejemplo en la titularidad de una composición, y eso orada un espíritu colectivo de la composición, de sentirse parte de una contemporaneidad con un montón de personas que participan de una búsqueda, yo tengo la impresión de que es una masa que estamos amasando entre muchas personas, y que dentro de eso un, en el mejor de los casos, aporta algo, pero no es la cabeza de nada, es parte de eso. Y cuesta ponerse en ese lugar, porque la educación te lleva a ser el mejor, y desde lo clásico ni hablar, porque se rige por concurso, hay una obra impuesta y todos los tipos tocan la misma obra, como competitivo. Y en cierto sentido la música popular página 29 sótano tiene cierta salud, no se rige por eso, tiene mucho cruzarse, y la transferencia de información todo el tiempo, nadie se guarda o tiene una actitud mezquina. Roberto Manzano: Es un viejo tópico de discusión en el terreno de la poesía. Lo resuelvo a mi manera, de la siguiente forma: a) hay que nacer para hacerse. Pero enseguida debo aclarar: nacer quiere decir aquí, como metáfora al fin, surgir a la vida, y no traer el organismo ya constituido. Ciertos ingredientes de base biológica son imprescindibles, pues el ser humano es una criatura física. Pero no hay posibilidades de crecimiento y reproducción sin una base social, por lo que también hay que constituirse en una asimilación e interacción continuas y crecientes. Entonces: b) hay que hacerse para que lo nacido se desarrolle. Como en todo proceso complejo de la conciencia humana, donde entran a trabajar orgánicamente y durante mucho tiempo un número abrumador de variables, hay mutaciones, matices y grados. Es un drama casi invisible, que se resuelve en el escenario íntimo de una personalidad. Esa personalidad posee una responsabilidad tremenda con lo que haya nacido en ella que resulte de utilidad para todos. Constituye un capital social del cual la persona es propietaria y donante. El talento es una cita a la que no se puede faltar, y se tiene el deber de asistir con una ofrenda en la mano. Decía Goethe que la primera marca del talento era la productividad. Muchas personas quieren hacerse sin nacer, o bien nacen pero no soportan o desdeñan hacerse: en cualquiera de los dos casos no pueden o no llegan a desarrollarse. Como puedes ver, si importante es el talento no menor importancia tiene la voluntad. Decía Marx que todo germen es susceptible de desarrollo. Pero hay que realizar un examen personal donde deben excluirse la lástima y el deseo, y dictaminar si realmente hay en nosotros un germen. Si ese germen es objetivo dentro del sujeto, hay que asumirlo vocacionalmente: es decir, como un sacerdocio sin fisuras. Este bondi no llega nunca, yo me bajo acá y rezongos más serios tuvimos que sentir de Raúl, que tuvo como último recurso hacerse unas poesías sociales, críticas. Lo pudimos contener, en cuanto se subió Gamoneda en la estación de alguna tierra peninsular y provinciana. -Cuando empezás a tomar esta actitud de querer abordar el folklore y la composición, y encontrás un entorno que te apoya, ¿cómo salvás la cuestión de los referentes y las herramientas, que estás siempre apuntando hacia otro lado? Carlos Aguirre: Yo siento que la generación a la que pertenezco ha tenido que gestar metodologías de estudio, porque en la música popular argentina hay muy poco escrito, había muy pocas partituras, no tanto en el tango, pero en el folklore muy poco. De alguna forma a esta generación la tocado la tarea de transcribir de las grabaciones, por eso recién ahora están apareciendo escuelas de música popular, porque ahora hay material para dar. A la vez ha estado bueno ese lugar en la historia, que tiene que ver también con que hay una generación desaparecida a la que nosotros le tendríamos que haber consultado y no la tuvimos; hay un vínculo de abuelos en relación a los músico de la generación anterior, no son unos hermanos mayores inmediatos, mucha gente se fue. Aguirre siguió dándole a las teclas, el revisor tenía algo que decir por lo que le preguntamos: -¿Hay diferencias entre "la música culta" y "la canción"? ¿Dónde están? Leo Masliah: En principio creo que eso es como preguntar si hay diferencias entre los esquimales y las personas que calzan 39, ya que así como –supongo– habrá esquimales que calcen 39 y otros que no, y dentro de las personas que calcen 39 habrá algunas que sean esquimales y otras que no, la canción es una forma cultivada dentro de lo que se conoce como “música culta” pero también fuera de ella, habiendo también mucha “música culta” que no consiste en canciones. Existen diferentes lenguajes musicales, y dentro de cierto lenguaje musical, en el marco de una cierta cultura, existen diferentes tipos de cosas (alguna gente habla de códigos, pero me parece que en lo que tiene que ver con la música no hay definiciones precisas de lo que es lenguaje, lo que es código, y lo que se quiere decir con muchos otros términos que andan por ahí). El viaje había sido tan largo que nuestra morena infernal, Laura, ya había roto aguas, asientos, y el brazo de Raúl, improvisada partera que secaba el sudor con uno de los Cuadernos. El supuesto progenitor, curioso de la futura profesión de su nuevo vástago lo agarró al primero que vió, y preguntó desesperado si uno nace o se hace poeta. Antonio Gamoneda: La poesía no es un lenguaje informativo. El pensamiento poético nace de un impulso música, que se dirige a algo que incluso el poeta desconoce. Cuando las palabras han aparecido, el poeta se entera de lo que sabía, pero no sabía que lo sabía. Entonces, la poesía social, como es programada pretende una objetivación que no le corresponde a la poesía. Un hombre tan poco dudoso como puede ser Sartre dice que la poesía es irremediablemente subjetiva. Bien, la poesía social está cargada de buena voluntad pero está, lamentablemente descargada de potencia poética. Hay algunos, muy pocos. Yo quiero recordar a página 30 reseña uno de mis poetas más queridos, el turco Nazim Hikmet, que ciertamente hacía una poesía de tipo crítico y social. Pero Hikmet era capaz de interiorizar ese sentimiento hasta llevarlo al terreno de la subjetividad y del pensamiento poético, que obedecía a otras leyes que las de la denuncia, que las de la postura cívica, etc. Actitudes que están muy bien, que pueden ser muy necesarias, pero que tienen sus medios de expresión en la conducta política o civil del poeta como cualquier otro ciudadano y en los elementos mediáticos y en lo que podemos llamar componentes informativos dentro de la sociedad actual. que uno no puede hacer es, escribiendo, traicionarse a sí mismo buscando el halago de un crítico. Eso es escribir al dictado de alguien. Fíjate que se habla mucho de la situación de la literatura española y yo creo que la poesía española está en un buen momento; y no sólo porque haya nombres consagrados que están escribiendo y estén dando buenos libros sino porque hay un tono medio general muy bueno y hay gente joven que está escribiendo muy bien; incluso aunque tenga menos repercusión que la novela, la poesía tiene una calidad superior en España. Ahora , eso sí, el tono medio de los críticos literarios sí es de poca calidad. Cuando los suplementos literarios dicen “crisis en la literatura española”, tengo la tentación de decir que lo que anda peor en la literatura española son los suplementos literarios. Raúl resopló, confundido. Manoteó un cigarrillo y caminó hacia el fondo del autobús. Allí posaba, despatarrado, para el dibujante Oscar Grillo, Juan Carlos.. En el dibujo se apreciaba claramente a Onetti en plena construcción de un barco, apurando materiales, y con Larsen como quilla. Onetti no quiso hacer declaraciones. Grillo, sin embargo, respondió a semejantes actitudes morales en su trabajo. Oscar Grillo: Yo no soy moralista, no me interesa para nada la moral. Pero sí creo en un respeto por el material con el que uno trabaja. Yo no creo que no haya que mostrarle el pito a los viejos, pero sí cuando uno se enfrenta a esas cosas tener una actitud de respeto. No digo que dibujar tu vida, pero es importante que tu vida penetre en el trabajo. Yo creo que Quino lo sabe hacer. Ahí tenés una anécdota interesante que me contó. Para mí un gran héroe fue Calé, que hacía “Buenos Aires en camiseta”. Dibujaba la ciudad y la gente y los muebles comprados a cuotas. Calé le dijo una vez a Quino, que era un joven que empezaba a dibujar en Rico Tipo y era moderno, sintético; “no te enojás si te digo una cosa, vos nunca dibujás la vereda de enfrente” Yo sé que desde ese día Quino no dibuja más que la vereda de enfrente, continuamente. Quino es un grande y gran tipo. Muchos soltamos el lagrimón. Un salute a manos de una petaca agujereada. Frente a unos argumentos tan sólidos Raulito no sólo desistió sino que se embarcó en un proyecto aún más absurdo: una minuciosa desarticulación teórica de cada expresión que le cayera en las manos. Montero se ofreció de disuasor. García Montero: Creo que la autoridad la tiene que dar la propia obra de arte, desconfío de teoría que está justificado por una teoría estética que supone quince páginas de una catálogo donde te explica todo el proceso artístico e ideológico que hay detrás de un señor que hace una tontería y te dicen que es un gran avance para la historia del arte. Muchos críticos, también en literatura, se dedican a decir lo que el autor debería haber hecho y no se paran a analizar lo que el autor ha hecho. De cualquier forma, la opinión de la crítica es importante; te mentiría si te dijese que yo mañana si saco un libro de poesía no me importa lo que digan los críticos, eso es una tontería. Si tú haces cualquier cosa y al día siguiente sale en el periódico de tu pueblo o tu país una crítica donde te pegan un palo lo honesto sería admitir que te amargaron el día. Lo página 31 Ediciones del Tábano Publicaciones Dioses Ajenos, Pedro Coiro Alguien encerrado en su habitación, la habitación encerrada en la ciudad y la ciudad en sus derivas mientras los pájaros miran desde los cables la razón desconcertada de los hombres. Cada tanto crece algo del asfalto, cada tanto cae un dios, pero nadie se detiene ante la flor ni limpia el terror del destronado. Es bueno visitar esa ciudad, rastrear la habitación, llegar al hombre y comprender, con cierto miedo, que se trataba de un espejo. Con la lengua al cuello, Quirón Herrador La ternura y la rabia, Juanma Agulles Si quiere pasar la tarde del domingo disfrutando en familia de poemas que lo lleven entre nubes a conocer mundos de calma y sortilegios, no se le ocurra meter la nariz en este libro, donde lo cotidiano camina con olor a barrio y los payasos se quitan el disfraz en medio de la pista. Si al día siguiente lo ahoga la corbata y siente cosquilleos en las plantas de los pies, no se preocupe, mire hacia arriba: verá que tiembla el techo y su oficina se derrumba como un cascarón enorme. Aquí hay unas páginas que cuentan y no se quedan quietas. No abandone este libro a una estantería, no se puede. Una tarde estará sangrando, otra lo verá rozando una cola de gato entre las piernas de su esposa o almorzando un suicidio mientras baila en unas manos la distancia del autobús. No se apresure -tampoco-, a proclamarlo superior en le género: cuando termine de leer estos cuentos, comprenda que Edgar, Abelardo y James también merecen unas horas. Sin mas que esta advertencia, lo demás es la ternura y la rabia. Los sonidos del niño roto, Nelo Curti Sería de agradecer que usted se adentrase en este libro con la pasión que requiere todo viaje que merezca ese nombre. Porque hay un trayecto en sus páginas que le exigirá cierta complicidad, cierta alegría traviesa y un tanto diabólica. Recuerde cuando aún podía sonreír malévolamente, ensoñando con la pedrada que abriría la grieta en el cristal, dejando libre la ventana por la que escapar al mundo. Se dará cuenta, sin remedio, de que todos somos ese niño roto que duerme abrazado a un gato, y, si no le puede el hastío y la rutina -las múltiples formas de la muerte con sus innumerables nombres-, al volver la última página no podrá dejar de añorar, aunque sea por un segundo, a aquel pequeño demonio que, algún día -cuando todavía una mañana soleada era promesa de erotismo desbocado-, reventó a pedradas certeras todos los muros. Para suscribirse a “Cuadernos del Tábano” visite nuestra web, allí hay instrucciones pormenorizadas para ejecutar ese acto de heroísmo. Por sólo 12 euros podrá usted recibir en su domicilio, sin cargo alguno, los 4 números correspondientes a un año. Además, allí encontrará información de las distintas actividades del colectivo (aquellas que podemos difundir). www.eltabano.org Nuevas Publicaciones Introducción al fabulismo, Nelo Curti Al leer el título cualquiera se preguntará ¿qué es el fabulismo?, ¿una corriente artística?, ¿otro manifiesto?, ¿un partido político?, y aumentará su desconcierto si continúa interrogándose en ese sentido, ya que no se trata de un esquema a puertas cerradas, sino de un compromiso con el juego, la incertidumbre y el absurdo. Ilustrado por Leo Sarralde, “Introducción al fabulismo” reúne relatos y poemas de Nelo Curti que caminan. Non legor, non legar (literatura y subversión), Juanma Agulles Asesinos de parto, Diego L. Monachelli El segundo libro del autor en nuestra editorial recoge los artículos que durante cinco años se han ido publicando en “Cuadernos del Tábano”. Artículos sobre Sartre, Camus, Hawthorne, Bukowski... y ensayos de crítica social que intentan aunar dos términos que actualmente (en el estadío del capitalismo espectacular) están desligados: la literatura y la subversión, la fuerza evocadora de la palabra y el pensamiento crítico sobre los hechos. En el ejercicio de la transición, en el movimiento de la certeza que se transforma lentamente, existe un segundo de claridad grávido de sombras. Este ínfimo vislumbre necesita desarrollarse en el caos de su centro para acuñar el valor necesario y acometer el desentrañar la espesura de todo aquello que presiente, que intuye y no alcanza, no puede asir. En ese instante surge la imperiosa necesidad de mutilar la inocencia, de violar el ritmo, de ahondar el verbo hasta que sangre de él lo que oculta. De este alumbramiento entre sombras devienen las páginas precedentes con más de una década de antigüedad, con la misma vitalidad de entonces, con la misma urgencia de búsqueda y el mismo reclamo de poesía en transición o metamorfosis poética. Los que han tenido la riesgosa, dudosa ventura de leer trabajos pretéritos entenderán de que se habla. Aquellos que no, válgales esta breve descripción de los paisajes del parto como advertencia. Consulte antes con su médico o farmacéutico. ¿Colaborar con Cuadernos del Táb ano? Por fin tengo la oportunidad de resumir la incomodidad de una situación ajena al transporte urbano y también a la lectura. Pero antes voy a remojar otro texto -que seguramente tuvo otrora buen aspecto y no éste, semejante a una croqueta rebozada en tinta- y a descubrir las consecuencias de cómo Manuel M. Velloso plantea el olvido. Manuel llega muy temprano a la estación y descubre en su billete una gestión apresurada del marcador que confunde su hora habitual -la de Manuel-, y lo sitúa en el margen del locomotor. Lejos de ser un viaje solitario, la mayor parte de los pasajeros se ubican en esta zona. Los que viajan propiamente dentro de la estructura férrea son aquellos señores cuyos billetes equivocan la salida hasta en quince minutos. Manuel reposa su carga en las rodillas de un acompañante y toma Spleen de Paris; a su derecha un joven lee Robinson Crusoe. Él asegura que la distancia mínima entre dos hombres que retornan a su hogar tras haber recibido el premio nacional de literatura debe ser de cien pasos; el mismo principio lo aplica a dos hombres leyendo. Aquel tren iba negro de ira, es decir, “iba semejante a la noche”. Conjetura que no debe interrumpir su lectura pero tampoco inducir al náufrago a terminar la suya. El punto no es de fácil solución. El primer manotazo lo tira buscando en las caras de los viajantes, no encuentra nada allí. Consulta luego al revisor si es posible la compra de otro billete que esté en hora y así poder moverse más aprisa que Crusoe, pero encuentra también allí un desengaño. Finalmente, la situación se resuelve como se muestra en el siguiente diálogo: -Disculpe joven, Baudelaire me está importunando, le molesta si intercambiamos libros? -¿Cómo dice? -Mire, léase este, Cada cual con su quimera. -Bueno, tenga, por aquí.... Manuel no leyó. Está muy bien el del vidriero. Ah, sí; gracias. ¿Hasta dónde nos separamos de la obra? Hasta aquí. Tetería del Tábano C/Pozo, 94. Barrio San Antón. Alicante Kiosco Menchu C/Calderón de la Barca, 18. Alicante Consell de la Joventut d’Alacant C/Labradores, 14 (Centro 14) Mercado de Sta. Faz Sábados de 20 a 0 hs, Pza. Sta. Faz, Alicante. Librería del Plá C/Ingeniero Canales, 5. Alicante Librería Compas Universidad San Vicente PUNTOS DE VENTA

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