Cuadernos del Tábano Nº 5

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Revista trimestral de literatura Ediciones del tábano, año I nº5 / PVP: 2.50eur. Ediciones del Tábano- C/ El Pozo nº94, Alicante, CP: 03001 e-mail: editabano@hotmail.com ÍNDICE Editorial Locuras razonables______ pág. ______ Taller de textos 3 Mira que vas a ver quién eres, Quirón Herrador____________________pág.19 Crítica _______________________pág.23 Cuaderno abierto Poemas de Paco Alonso_________pág.24 Las fronteras mentales del tribalismo, Tiempo objetivo y timepo subjetivo en el Jorge Majfud__________________pág.4 cuento, Juanma Agulles________ pág.25 Sección temática El sótano. La locura_______________ pág.7 Abelardo Castillo_______ pág.28 La tirada inicial de este número es limitada: guarde celosamente su ejemplar; en el futuro será pieza de coleccionista. Redacción: Menelo Curti, Quirón Herrador, Francisco Alonso, Juanma Agulles. Ilustración portada: Germán Yujnovsky Ilustraciones interior: Leo Sarralde, Chema. Maquetación: Gabriela Jeifetz. Apoyo técnico-informático: David Vilariño Colabora en este número: Jorge Majfud Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas a editabano@hotmail.com , en formato word. Edita:Asociación juvenil «El tábano» Depósito Legal: A-571-2004 ISSN: 1698-4706 Imprime: CEE Limencop S.L. Cuadernos del Tábano es una revista independiente. Y , ¿ qué quiere decir eso exactamente?, se preguntará alguien. Pues quiere decir que no respondemos a ningún interés comercial o editorial y que cualquier colaboración en este sentido (venga desde el ámbito público o privado), será exclusivamente como aportación desinteresada al desarrollo de nuestro proyecto. Y punto. Locuras razonables En ocasiones, la realidad se obstina en darnos la razón. Cuando decidimos dedicar este número a la locura muy probablemente estábamos pensando en la nuestra, que era en ese momento la que más a mano teníamos. Sin embargo, a medida que iban surgiendo los textos, que las palabras se iban acomodando —como casi siempre sin mucha destreza por nuestra parte y con una considerable dosis de improvisación—, a nuestro alrededor los hechos nos animaban a seguir con el asunto. Hemos asistido durante estos últimos meses a una nueva puesta en escena de la pantomima del Bien y del Mal; a la demencial carrera hacia la nada en que llevamos metidos hace más de tres años y que sigue poniéndonos la muerte tan cerca, tantas veces, que casi se convierte en una rutina. Mientras preparábamos este número ocurrió Madrid, sí, pero seguía ocurriendo Irak y Afganistán y Guantánamo y Sudán y Palestina y Chechenia y tantas otros nombres que nos harían la lista interminable. De modo que en algún momento llegamos a cuestionarnos quién estaba más loco, si nosotros embarcándonos en un nuevo número de Cuadernos del Tábano o los tipos vestidos de caqui que se metían en Bagdad pensando que iban de paseo o quizá aquellos que en nombre de lo eterno decidían por los demás el momento de convertirse en cadáveres necesarios. La locura hay que merecerla, por tanto no diremos que los verdaderos locos están en la Casa Blanca o en La Moncloa o en el Kremlin. No. Los verdaderos locos casi nunca hacen daño de forma consciente; normalmente andan deambulando por el barrio, con su libro autoeditado de poemas en el bolsillo, y hablando de jazz con cualquiera que se preste. O pasan dos noches en vela para escribir un cuento maravilloso y espeluznante que no habla de nada en concreto pero dice todo lo importante. Aquellos otros dementes que aparecen en las fotografías y se encomiendan a la Historia con beatitud, no merecen que los llamemos locos. Sólo pueden aspirar a presentarse como peleles utilizados por intereses que les superan o verdaderos cínicos con una vocación irresistible por el abismo. Como el Calígula de Camus, en su despotismo y su gobierno de sangre y fuego, no parecen ansiar otra cosa que su propia aniquilación. Como es casi inevitable vernos arrastrados por su estupidez y sus dementes razones de Estado, seguir apostando por la literatura, por la palabra que aguijonea, se nos vuelve una necesidad y una obligación. Quizá por eso es que somos conscientes de la magnitud de nuestra locura y, al mismo tiempo, estamos lo suficientemente cuerdos como para reírnos de nosotros mismos. En este número se reivindica la locura en toda su ambigüedad como parte esencial de la condición humana. Porque pensamos que la condición humana sólo existe en plenitud mientras se contradice. La desmesura, la pasión, las fábulas, los sueños, son locuras a compartir, muchas veces ante una botella de vino y discutiéndolas hasta el amanecer. Las otras locuras, las que se imponen y se declaran verdad absoluta y piden muerte por ello, esas locuras decadentes que aspiran siempre a tener la Razón de su parte, no nos interesan. En su delirio, mientras la turba lo asesinaba, Calígula gritaba amenazante: «¡Todavía estoy vivo!». Y su grito parece resonar aún hoy en todo el mundo. Nos tememos que es cierto, aún está vivo. Siempre lo ha estado. Página 3 CUADERNO ABIERTO LAS FRONTERAS MENTALES DEL TRIBALISMO «Race mixing is communism» (1958). Cohabitation multiethnique c’est propagande déculturé et sans projet (2004). 2000 ans d’Historie qui nous ont civilisés Hace un tiempo, en un ensayo anterior, critiqué la valoración ética del patriotismo. Un lector francés que leyó una traducción de este artículo hecha por el escritor Pierre Trottier —La maladie morale du patriotismo1 — Escribió un largo alegato a favor de las fronteras nacionales. Su fundamentación giró en torno a la siguiente idea: Los países tienen distintas culturas, cada uno concibe diferente la «libertad» y, por lo tanto, no es posible considerar el mundo como una «tabla rasa», ignorando las diferencias culturales. De las diferencias culturales se concluye en la necesidad de las fronteras y, más aun, de los valores «patrióticos». [...] c’est ce à quoi servent les frontières: à défendre des espaces de liberté dont la valeur diffère d’un côté et de l’autre. L’abolition des frontières viendra quand l’humanité se sera dissoute dans le même moule culturel universel, unique, et total (Oulala/Le Monde, 29 de agosto de 2004). 2 Sin negarle el derecho voltaireano, entiendo que este lector no comprendió que mi crítica al «patriotismo» —tal como es entendido hoy y creo ha sido bandera nacionalista en toda la Era Moderna— no ignoraba las diferencias culturales sino, precisamente, las tenía en cuenta. Cosa que no hace el autor de estas palabras en su respuesta, cuando dice que no todas las libertades valen igual, lo cual es bien sabido en los países con conflictos étnicos y culturales, menos por «nous, pauvres français idéalistes décérébrés par la propagande de la cohabitation multiethnique et culturellement diverse, festive et altermondiste, métisse et déculturée, déracinée et sans projet»3 . En otro lugar hemos analizado cómo la retórica ideológica procura identificar unos símbolos con otros, unas ideas con otras sin una relación causal o necesaria entre ellas, de forma que se logra una valoración negativa Página 4 del adversario identificándolo con un concepto negativo. Es el ejemplo de las pancartas que en los años cincuenta, en el sur de Estados Unidos, podían leerse en contra de la integración racial: «Race mixing is communism» (es decir, literalmente, «integración racial es comunismo»). En el contexto donde se producían estas manifestaciones, «comunismo» connotaba el mal y, por lo tanto, se establecía un nexo entre los significados consolidados de una idea —el comunismo— y los significados inestables de otra idea en disputa —la integración racial—. No obstante, en otro contexto o para otras personas, lo que debía representar una ofensa («la integración racial es comunismo») tenía una valoración opuesta: para un marxista, el comunismo era inconcebible sin una integración racial, por lo cual la acusación podía —debía— entenderse como la revelación de una virtud de su ideología. La misma simplificación llevó, en tiempos de la Guerra Fría, a que cualquier soldado justificara una muerte o una masacre de un disidente con la rotulación de marxista, aunque ninguno de ellos hubiese leído un solo párrafo de Marx o se alguno de sus deudos. Está de más decir que la peor política se vale de estos métodos simplificadores para cometer y justificar los peores crímenes contra la humanidad. Aquí estamos ante al mismo método, el cual se podría resumir de esta forma, aunque esta vez en francés: «cohabitation multiethnique» es (1) «propagande», (2) «déculturé», (3) «et sans projet». Por si la asociación arbitraria con el objetivo de identificar al adversario —o, en el mejor caso, a la idea adversaria—, no hubiese sido suficiente, el método ideológico cierra su retórica con una frase que, sin nombrarlo, alude a una expresión acuñada por el nazi Hermann Wilhelm Goering hace sesenta años: «Peutêtre avez-vouz envie de sortir votre revolver quand vous entendez le mot ‘Culture’?» (En español, la intolerante frase traducida del alemán sería: «cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco el revólver») No obstante, luego de haber atacado el mismo concepto de diversidad cultural, al final mi lector francés pretende identificarse a sí mismo con los defensores de la ‘Culture’, en general, cuando en su caso omitió, deliberadamente, escribir el adjetivo «française» al lado del sustantivo en singular. (El criminal Goering sólo podía concebir «Cultura», con mayúscula y en singular; mientras que nosotros preferimos el plural «culturas»; la diferencia no es simplemente gramatical, sino de vida o muerte, tal como lo demuestra la historia.) De acuerdo con el conjunto de su artículo, lo único que ha demostrado defender, antes que nada, es su propia cultura, en el entendido que los demás harán lo mismo porque el mundo es «un combat que je suis prêt à embrasser face à la menace du totalitarisme intellectuel, celui qui joue au révisionnisme des 2000 ans d’Historie qui nous ont civilisés»4 . Mi tribu es el centro del mundo No me voy a detener recordando estos arbitrarios y simplificados «dos mil años de historia» europea, cruzados por una multitud de culturas «impuras» —de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur—, de intolerancia religiosa, de totalitarismo francés —dentro y fuera de fronteras— y de libertad y derechos humanos, también franceses. Ahora demos un paso más allá. Observemos que la «otredad» no tendría mucho sentido si el «otro» fuera un reflejo especular de nosotros mismos. El desafío y la virtud de nuestro mundo consiste, entonces, no en enfrentarnos con otras culturas y otras sensibilidades éticas sino en aprender a dialogar con las mismas. Ninguna de ellas podría fundamentar un derecho superior o natural sobre la otra, tal como lo sostienen explícitamente algunos intelectuales del centro, como Oriana Fallaci. Sólo la fuerza es capaz de establecer esta diferencia jerárquica, pero recordemos que en un mundo que se ha cerrado en su geografía, la fuerza puede lograr victorias económicas y militares, pero no la justicia necesaria para la paz y el progreso sostenido de la humanidad. Para no hablar sólo de justicia como fin en sí misma. Por supuesto que en esta diversidad cultural —a la cual no estamos tan acostumbrados como presumimos; aún nos pesa la sensibilidad moderna de «mi tribu como centro del mundo»— es posible siempre y cuando unos y otros sen capaces de compartir ciertos presupuestos morales. Para entenderme con un chino, con un norteamericano o con un mozambiqueño no necesito exigirle que se vista como yo, que acepte mi preferencia de Sartre sobre Hegel, o de Buda sobre John Lennon o que modifique su política impositiva. Incluso no debería ser necesario, para reconocer al «otro», que el otro comparta mis tendencias sexuales, mi heterosexualidad, por ejemplo. Sí es rigurosamente necesario que ambos, el otro y yo, compartamos algunos axiomas morales como alguno de aquellos que se encuentran resumidos en la Segunda tabla del Decálogo de Moisés: «no matarás; no robarás; no calumniarás...» Pero observemos que estos preceptos —que también son prejuicios que podemos llamar positivos o fundamentales, ya que no necesitan ser confirmados por un análisis o pensamiento— no son propios únicamente de la tradición judeo-cristiano-musulmana. Muchas otras religiones, en muchas otras civilizaciones que se desconocían mucho antes de Moisés, ya observaban estos mismos mandamientos. Si bien el psicoanálisis nos advierte que «se prohíbe aquello que se desea»5 también es cierto que podemos reconocer una «cultura común» que ha ido consolidado normas interiorizadas que se reflejan en una determinada conducta individual y social que nos pone a salvo de la incomunicación y la destrucción. Además, que la tendencia a la conservación de la vida es mayor que la tendencia humana a la destrucción y al genocidio se demuestra con la misma existencia de la raza humana. Sería inimaginable concebir una ciudad de diez millones de habitantes, por monstruosa que parezca controlada por el miedo y una fuerza represiva infinita. Es decir, sería inimaginable concebir apenas una avenida en Nueva Delhi, en Estambul, en París o en Nueva York sin una «conciencia ética» fuerte y compleja que facilitara la vida y la convivencia, mejor que cualquier sistema de tránsito facilita el flujo vertiginoso de los vehículos por una red compleja de autopistas. Las culturas no necesitan fronteras Ahora, si estos argumentos no fueran suficientes para contestar a las observaciones de mi lector francés, procuraría expresarme con un ejemplo tomado, precisamente, de una gran ciudad cualquiera. Pongamos una que suele ser paradigmática por su cosmopolitismo: mi admirada Nueva York. Para este análisis, dejemos de lado por el momento consideraciones geopolíticas —de las cuales ya nos hemos ocupado varias veces y nos seguiremos ocupando Página 5 en otros ensayos—. Observemos sin prejuicios ideológicos esta región del mundo, como un laboratorio, como un experimento posible de ser extendido a una posible sociedad global sin fronteras nacionales. No hablo aquí de exportar una ideología —¡sálveme Dios!— sino de advertir una situación humana posible, que no se diferencia mucho de otros ejemplos como la Bagdad de las Mil y una noches o la Alejandría egipcia que albergó la biblioteca más grande del mundo antiguo, además de africanos, romanos, griegos, semitas, judíos y comerciantes de todo el mundo —hasta que las masacres de algunos césares, que nunca faltan, terminaron con la población y con su ejemplo. En Nueva York podremos reconocer una gran variedad de culturas conviviendo en un área relativamente pequeña, donde se hablan más de una docena de idiomas, donde hay más restaurantes italianos que en Venecia o más restaurantes chinos que en Xi’an, sin contar sinagogas, mezquitas, e iglesias de todo tipo. En un artículo anterior anoté que muchas veces esta convivencia no resulta en un conocimiento del «otro», pero creo que sigue siendo un valioso progreso el hecho de que sean capaces de convivir sin agredirse por sus diferencias. Ahora ¿qué rescato de esta metáfora llamada Nueva York? Muchas cosas. Pero para estas reflexiones, entiendo que resulta un ejemplo en que una gran diversidad cultural —política, económica, ética, religiosa, filosófica o artística— es totalmente posible en un área tan pequeña como Manhattan. Y, no obstante, ni el barrio chino, ni el italiano ni el irlandés necesitan de ningún sentimiento patriótico para sobrevivir como comunidad barrial ni para salvaguardar la existencia pacífica de la ciudad entera. Lo único que necesitan es compartir unos pocos principios morales, muy básicos, como aquellos que anotamos más arriba. Principios que, por supuesto, no compartían quienes estrellaron los aviones en el World Trade Center en el 2001 6 ni aquellos higiénicos jefes y soldados que violaron prisioneros en Irak o suprimieron aldeas en Viet Nam «porque molestaban demasiado». Pero observemos que una confusión también criminal se produce cuando el mundo musulmán es identificado con este tipo de mentalidad intolerante, «terrorista». De esa forma, identificamos al enemigo en el otro, en la otra cultura y, por lo tanto, justificamos nuestro pulcro, higiénico y estúpidamente orgulloso patriotismo, echando de esa forma más basura sobre la humanidad. Por supuesto que el mundo no es Nueva York, y muchos lo festejarán. No obstante, con este ejemplo no me refiero a ciertos «valores nacionalistas» que deberían ser extendidos por el mundo sino todo lo Página 6 contrario: la superación de estos valores arbitrariamente sectarios, tribales que amenazan a la «otredad» y, con ello, a la raza humana. El ensayo en cuestión —La enfermedad moral del patriotismo— ha sido reproducido en muchos medios y ha sido recibido de muchas formas. Con elogios y con insultos, con comprensión y con «rabia y orgullo». Mientras tanto, procuro repetir sobre el teclado lo que fue capaz de hacer el francés Philippe Petit, aquel francés que, con cierto aire delicado, caminando sobre el vacío, de una torre a la otra nos dejó una lección para la posteridad: el equilibrio y el miedo, la serenidad y el vértigo desesperado, todo, está en la mente humana. De ella depende dejarnos caer en el imponente vacío o sonreírle a los pájaros. Jorge Majfud The University of Georgia 30 de agosto de 2004 Centre des medias alternatifs du Québec, julio 2004 “…Es para esto que sirven las fronteras: para defender los espacios de libertad cuyo valor difiere de un lado y del otro. La abolición de las fronteras vendrá cuando la humanidad se disuelva en un mismo modelo cultural, universal, único y total.” 3 Nosotros, pobres franceses idealistas descerebrados por la propaganda de la cohabitación multiétnia y culturalmente diversa, festiva y altermundista, mestiza y deculturada, desarraigada y sin proyecto. 4 Una batalla que estoy dispuesto a abrazar frente a la amenaza del totalitarismo intelectual, ese que juega al revisionismo de 2000 años de historia que nos han civilizado. 5 Sigmund Freud, Tótem y Tabú, La interpretación de los sueños; C. G. Jung, Man and His Symbols, etc. 6 Precisamente allí donde en los ’70 el francés Philippe Petit realizó, a mi entender, una de las más perfectas metáforas del espíritu humano: cruzar de una torre a la otra, caminando por una cuerda, recostándose sobre la misma, sobre el absorbente vacío, para mirar el cielo y los pájaros con una sonrisa en los labios. 2 1 Jorge Majfud: Escritor uruguayo radicado actualmente en Estados Unidos. Estudios universitarios y particulares lo han llevado a recorrer más de cuarenta países, recogiendo, de forma obsesiva y continua, páginas que luego formarán parte de sus novelas y ensayos. Ha sido profesor en la Universidad Hispanoamericana de Costa Rica y en la Escuela Técnica del Uruguay, donde ha enseñado Artes y Matemáticas. Actualmente, es asistente en The University of Georgia, Estados Unidos. Entre sus libros están Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido) (novela, 1996), Crítica de la pasión pura (ensayo, 1998) y La reina de América (novela, 2002) además de otras publicaciones colectivas. Es colaborador habitual de varios medios de prensa internacionales, como Bitácora, publicación semanal del diario La República de Montevideo y autor de la serie de ensayos sobre La Sociedad Desobediente. También ha participado en diferentes conferencias y debates internacionales. Distinguido en diferentes concursos, como el Casa de las Américas 2001, sus artículos y ensayos han sido traducidos al inglés, al francés y al portugués. t e m a Pasillos Cuando son demasiado largos los pasillos, cuando tienen dolor y no lo sienten, cuando los piso como los pisaba hace un momento con el hombre en los costados, con el hombre casi ausente, casi aire, casi nada. Cuando son demasido largos los pasillos qué pocas, qué absurdas las palabras, qué breve la voz cuando se dice como la decía hace un momento con el hombre alrededor, con el hombre tal vez lejos, tal vez miedo, con el hombre tal vez. Porque cuando son demasiado largos los pasillos y uno los camina como yo los caminaba hace un momento el cuerpo parece no servir y las ideas más que nunca son una coartada de hojalata: cuando son demasiado largos los pasillos, cuando no terminan, cuando el hombre no los llega a recorrer y se adormece Noche de abril del 2004, tras desembocar de los pasillos del psiquiátrico de Santa Faz... todavía en los pasillos. Menelo Curti. Página 7 La locura DIARIO SUELTO Menelo Curti “Si está con alguien, cree que tiene que ser cortés y sociable; así que pregunta, dice algo, pero sin el menor interés hacia el extraño, como tampoco hacia lo que éste le conteste. Mientrastanto, su pensamiento se embrolla tanto consigo mismo que anula inmediatamente a la otra persona y se dedica a hablar solo. Si entonces se encuentra en la circunstancia de tener que contestar, no quiere pensar, no entiende lo que se le dice, porque no presta atención, y entonces despide al interlocutor con disparates”. Wilhelm Waiblinger, Vida, poesía y locura de Friedrich Hölderlin “La vida es la tarea del hombre en este mundo”. Friederich Hölderlin Scardanelli I Estoy solo, es de noche, y en la casa falta el alboroto de esa curiosidad de un año y algo menos de seis meses que tropieza con todo. Al costado de la ausencia hay un libro que me tironea la voz y la obliga a balbucear las “Nanas de la cebolla”... Así, más o menos (o peor aún) empezaba un escrito que encontré recién junto a un montón de versos incoherentes y de frases que en algún tiempo habré considerado originales. No me explico por qué ahora pongo palabras bajo ese comienzo opaco, aunque supongo que parte de la culpa es de un tal Hölderlin que se bautizó después Scardanelli y fechaba sus poemas siglos antes de su nacimiento, al que hoy la tierra, llevándolo en su giro, quiere darle la razón, dejarlo caminar por la vereda de otro tiempo, por un ritmo distinto, innumerable, sagaz. Y si la tierra da la razón al poeta, aunque la humanidad se niegue a llamarlo Scardanelli y sitúe su vida entre dos cifras indelebles, tiene razón entonces el poeta; y los hombres: ¡a callar! Así es que entre mi tendencia al disparate y la complicidad burlona del señor Sacardanelli, encolumno letras, acentos, y lo que sencillamente se me ocurre debajo de ese inicio que ya me tiene sin cuidado. MIÉRCOLES 2 DE JUNIO DE 2.004: nombre completo de este día... interesante, ¿verdad? Pero es una pena que sea cierto, que se llame así y en ello esté de acuerdo el almanaque, y que a su vez sea mentira, que el día no tenga cara de miércoles y que el mes, además de junio, sea muchas otras cosas. Una pena que por nombrarlo La visión deje de decir la emboscada Cuando la vida de los hombres va perdiéndose, que en un callejón sin árboles Como una lejanía donde resplandeciera el tiempo de los sarmientos, me tendió el verano, Vacía contémplase la campiña del Verano, o la lejanía de esas piernas Con oscura imagen el bosque aparece. que en mitad de la mañana Que la naturaleza termine la imagen de los tiempos, pasaron indolentes, Que se demore, hasta alcanzar o el sudor del mar, La perfección, y que la cima de los cielos o la araucaria, Para los hombres brille, como árboles de flores estallantes. o que por nombrarlo desista de contar 24 de Mayo Humildemente el malhumor de alguna funcionaria, 1748. Scardanelli. o la escarcha en mi cerveza, Página 8 La locura o las ganas de buscarte, o el adiós, la risa. Una pena que su solo nombre relegue el olor a flores y marisco del mercado, la calle antigua, el sonido de la siesta, tu voz, la lluvia. II El punto anterior (otra cosa que no me explico) debería ser el telón de este disparate. Sin embargo las horas giraron y nuevamente es de mañana y vuelven las palabras a bajar del lápiz. Ciertos libros me aseguran que Hölderlin estaba loco, pero nada dicen de Scardanelli. Tal vez porque la historia es una ramera caprichosa, o simplemente porque la escriben mentirosos como yo. Sonó el timbre, asomó su ruido por encima de los que rasguñan la avenida. Ahora regresar al papel, seguir llenándolo sin mucho deseo y con el rumbo cojo. El timbre insiste, se desparrama a lo largo del pasillo. ¿Qué palabra rayo ahora? ¿Fastidio? ¿Indiferencia? ¿Jueves? Qué sé yo... Sería prudente enviar al diablo toda esta parrafada y calcular algún poema que mantenga el equilibrio con dos o tres metáforas y una pirueta de manual. Llega un timbrazo como un alambre intrépido, molesto. Quisiera abrir la puerta y encontrar a Scardanelli con una botella de su siglo y la sonrisa que la historia olvidó poner en su boca. Pero en el comienzo del sonido debe haber un vendedor, o cualquier amigo con ganas de repartir su aburrimiento. Nuevamente ese alarido. Tendré que memorizar una sonrisa, decir “buen día, perdón por la tardanza, estaba...” III Noche ya, calles dormidas, humo huyendo del cigarro. El cielo es de lodo y nubes lentas, la luna está debajo de la tierra. El cigarrillo se fumó a sí mismo, tendré que habituarme a no escribir mientras hago cosas más interesantes. Por la ventana entra el viento; pero tantas veces ha entrado por las ventanas de la literatura el viento, que acaba pareciendo que no entra nada, que el viento no sucede ni están abiertas las ventanas. Por eso diré que por mi ventana se cuela sonando Scardanelli, que trae nombres nuevos para los días y la gente, que trata de Alteza a un títere destartalado y asegura aún no haber nacido. Y lo curioso, lo bueno, lo increíble, es que la tierra, sujetándolo en su vuelo, parece darle la razón. Junio del 2.0094. Página 9 La locura Conversación entre el carpintero Ernst Zimmer (con quien Hölderlin vivió desde 1.806 hasta 1.843, año de su muerte) y el escritor Gustav Kühe* Zimmer: Está en mi casa desde el momento en que le soltaron de la clínica. Le tuvieron allí dos años, le medicaron, le revolvieron de arriba abajo sin encontrar qué era lo que tenía. No pudo decir a nadie qué le faltaba. A decir verdad no le faltaba nada. Lo que tiene de más, eso es lo que le ha vuelto loco. Kühne: ¿Es cierto que el pobre enfermo no ha tenido más crisis desde hace ya tiempo? Zimmer: A decir verdad, no está loco, lo que se dice loco. Tiene perfectamente sano el cuerpo, su apetito es bueno, se bebe su buen medio litro todos los días a la misma hora. Duerme bien, salvo con los fuertes calores del verano; entonces se le oye subir y bajar las escaleras toda la noche. Pero no hace mal a nadie. Es una buena compañía en mi casa. Se sirve él mismo, se viste y se mete en la cama sin ayuda de nadie. También sabe pensar, hablar, tocar música y hace todo lo que hacía en otros tiempos. Kühne: ¿Pero sin continuidad? Zimmer: ¡Ah, sí, así es! Kühne: ¿Y cómo ha podido durar tanto tiempo este estado de crisis, sin interrupción? Zimmer: para algo es suavo. Es suavo hasta el fondo... Si se ha vuelto loco no es por falta de espíritu, sino a fuerza de saber. Cuando un vaso está demasiado lleno y se tapa, tiene que estallar. Pues bien, si se recogen los trozos, se ve que todo lo que había dentro se ha esparcido. Todos nuestros sabios estudian demasiado, se llenan hasta el cuello, una gota de más y eso se desborda. Y con ello escriben las cosas más impías. El entusiasmo por el paganismo ha sido lo que le ha hecho descarrilar, y todos sus pensamientos se han detenido en un punto, alrededor del cual gira y gira sin cesar. Se diría un vuelo de palomas arremolinándose sobre el tejado alrededor de una veleta. Gira todo el tiempo hasta que cae abatido, al límite de las fuerzas. Créame, eso es lo que le ha vuelto loco. Esos malditos libros, todo el día abiertos sobre la mesa, y cuando está solo, desde por la mañana hasta por la noche se lee a sí mismo pasajes en voz alta, declamando como un actor, con aires de querer conquistar el mundo. No merece la pena obstinarse así en esto, siempre lo mismo, es lo que llaman una idea fija. Kühne: Se hablaba de una historia de amor. Zimmer: Créame. No es así, en absoluto. Una vez cumplidos los treinta, el amor ya no trastorna la cabeza. La causa de todo es su manía de saber y no la dama de Frankfurt. ¿Me mira usted con asombro? Ustedes, los de ahí abajo, tienen una idea equivocada de nosotros los suavos. Ustedes creen que no nos volvemos razonables antes de los cuarenta años. Pues bien, no; todo lo contrario. No hay suavo al que el amor le haga perder la razón una vez que tiene treinta años a la espalda... Hay que tomarle como a un niño y entonces es dulce y amable... En tiempos yo le llevaba a los viñedos. Me jugó Página 10 toda clase de malas pasadas. En la actualidad se pasea solamente por el jardín. Se levanta con el sol. No puede soportar quedarse en casa y se va a pasear al jardín. Golpea el vallado, coge hierbas y flores, hace ramilletes y después los destroza. Kühne: Los poetas alemanes no hacen otra cosa en toda su vida. Ninguno de ellos lo ha hecho mejor. Zimmer: Todo el día está hablando en voz alta, haciéndose preguntas y respondiéndose todo el tiempo, y sus respuestas rara vez son afirmativas. Tiene un fuerte espíritu de negación. Kühne: Es la suerte que nos espera a todos cuando envejezcamos. Zimmer: Cuando está cansado de haber andado se retira a su cuarto, declama al vacío con la ventana abierta, no sabe cómo desembarazarse de su gran saber. A veces se sienta a su espineta y toca durante cuatro horas sin cesar, como si quisiera hacer salir hasta la última brizna de su saber. Y siempre el mismo tono monótono, la misma cantinela, que uno ya no sabe dónde meterse en toda la casa. Tengo que dominarme con todas mis fuerzas para que no me estalle la cabeza. Pero por otra parte a menudo toca bien. Lo único molesto es el ruido de sus uñas demasiado largas. Es toda una batalla cortárselas... Cuando aún vivía su madre, le reprendí y le dije que estaba muy mal por su parte no pensar más en ella; y entonces reaccionó y le escribió una carta. Sus cartas eran completamente claras y como es debido, como escribiríamos usted y yo: “¿Cómo te va, querida mamá?” y todo lo demás. Es verdad que una vez terminaba su carta diciendo: “Adiós, tengo estremecimientos, siento que debo terminar”. Kühne: ¿Aún escribe versos? Zimmer: Casi todo el día... Voy a advertirle una cosa. Usted habrá oído hablar de su hábito de otorgarle títulos a todos los extraños que se le acercan. Es su modo de mantener a la gente a distancia. No hay que confundirse, es un hombre libre a quien no le gusta que le pisen. Siempre está repitiendo: “Nada ha de sucederme”. Cuando empieza a estar harto y quiere irse, es suficiente que se le diga: “Quédese usted un poco más con nosotros, señor Bibliotecario”. Puede usted estar seguro de que cogerá su sombrero, se inclinará profundamente y responderá: “Su Majestad ha ordenado que me vaya”. De esta forma da a la gente lo que pueda desear, permaneciendo él libre. Mire, cuando abruma a alguien con tantos títulos, es su modo de decir: “Déjeme en paz”... pero aquí está... Hoy está de muy mal humor. Dice que desde esta mañana la fuente de la sabiduría está envenenada y que los frutos del conocimiento son sacos vacíos, engaños, ¿no? Se habrá usted fijado que estaba sentado sobre el manzano, rompía las ramas muertas y quitaba las hojas secas. Muchas veces sus palabras confusas encierran mucho sentido. *Transcrita por éste tras una visita al poeta en 1.836. La locura LA LOCURA DE UN SIGLO ALIENADAMENTE CUERDO. Juanma Agulles “LOCO- Afectado por algún grado de independencia intelectual; disconforme con las normas convencionales que rigen el pensamiento, el lenguaje y la acción; normas éstas que los cuerdos o conformes produjeron tomándose como medida a sí mismos. Que discrepa con la mayoría; en resumen, extraordinario.” Ambrose Bierce, en Diccionario del diablo. La desmesura de un largo siglo XX. La cordura es un tipo de locura cobarde que se parapeta tras la idea de La Razón para justificar los actos más irreflexivos de la condición humana. Partamos de este juicio (injusto como casi todos los juicios), y pensemos en la desmesura del siglo XX, en la locura racionalista que se inaugura a mediados del siglo XVIII y continúa hasta nuestros días. Si hablo de locura, en su sentido más amplio, lo hago para tomar una postura ideológica respecto al “desorden o enfermedad mental”. Desorden que, a mi juicio, brota como un ligustro de las condiciones de vida que se propician bajo un régimen determinado 1 . El camino más frecuentado que se recorre en la explicación de la enfermedad mental va de los desequilibrios de la personalidad a las consecuencias sociales de ésta. Hablaré aquí del recorrido contrario que va de las condiciones de un orden social determinado, a los desequilibrios de la personalidad. El burgués, flamante resultado de la lucha con el La piedra de la locura. El Bosco Antiguo Régimen, ya no quiere tener que ver nada con la Naturaleza, ni con un Dios inmutable, ni con una moral Absoluta. Con la ética protestante y el espíritu del capitalismo, se generan las condiciones propicias para un tipo de relativismo que pone en el filo de la navaja cualquier psiquis. Fue, no obstante, inevitable esta ruptura traumática con un régimen feudal que agonizaba en sus delirios de poder divino. Así, lanzadas a una carrera por la conquista de la Eternidad y la Naturaleza, las cabezas humanas entran en el siglo XX con unas ansias de totalidad desmesuradas, con una fe incorruptible en la Razón, alejadas de Dios, pero en busca de una nueva fe más sólida y terrible. El nihilismo abrió las puertas para un recorrido destructivo de alto alcance cuando decretó la muerte del Todopoderoso y puso al mundo occidental a las puertas de su mayor “locura”: construir para destruir y volver a c o n s t r u i r , absorbidos por una pura dinamis que r e t o r n a r í a eternamente. La locura, hasta entonces, no había pasado de ser un tipo especial de iluminación, una forma particular de acceso a un conocimiento distinto; el hechicero de la tribu, el oráculo, generalmente está incapacitado para otros menesteres en su comunidad: escucha voces, habla con los e s p í r i t u s , c o l e c c i o n a obsesivamente objetos a los que confiere poderes sobrenaturales, es a Página 11 La locura la vez objeto de burla y respeto. Pero en el recién estrenado mundo del siglo XX ya no había tiempo para iluminaciones. Fue necesario clasificar y analizar los comportamientos desordenados para tratarlos y hacerlos comulgar con una rueda gigantesca que produce (construye) para consumir (destruye), generando nuevas necesidades y nuevas ansiedades. En este contexto, la locura ya no es “simpática”. No se puede aceptar porque genera un reflejo cóncavo de la psiquis del burgués: obsesiva, neurótica, esquizofrénica. Lo mejor es etiquetar a otro y encerrarlo evitando, en la medida de lo posible, su contemplación. La fe en el trabajo, la abnegación y el sacrificio como formas de acceso al mundo, no puede admitir a estos réprobos que se hacen los locos, que no son utilizables en el ámbito de la producción y que, en algún momento, pueden suponer una amenaza violenta; o eso flota sobre el imaginario burgués, demasiado temeroso para afrontar la violencia directa cuando se dirige hacia su propio cuerpo. La frontera de ese mundo se reproduce en los muros de los manicomios, instituciones totales, como las cárceles, que acumulan los deshechos de un sistema implacable. Esta postura reaccionaria se vistió en su momento con un cientificismo que la legitimaba, al igual que hicieran los teóricos racistas con sus mediciones antropométricas para justificar el colonialismo y la exclusión del concepto de lo humano de quienes serían la mano de obra barata. De igual forma, la institución psiquiátrica, pasa a reproducirse a sí misma, e instaura el dogma de “la enfermedad mental” que pone un límite a la locura. Se puede admitir cierto grado de excentricidad, siempre que no pase una delgada línea a partir de la cual se queda fuera del Contrato Social, se cae en un abismo que el ciudadano medio teme y admira a partes iguales. Le da pánico caer en la demencia y, al mismo tiempo, está fascinado por ella. El Manicomio, por tanto, no buscará la “salida” de los internos, sino que reproducirá las condiciones para sostener determinada población cautiva, dependiente de una pequeña burocracia de la salud mental. Cumple así un papel de frontera siempre funcional al mantenimiento de las condiciones de acumulación que se siguen desarrollando más allá de sus muros. En estos centros la voluntad es anulada, ya que el diagnóstico médico es inapelable y definitivo: el enfermo mental se convierte en una categoría (aúna cuerpo y alma) y la locura ya no es una conducta más o menos molesta o luciferina, sino que adquiere el rango de “patología diagnosticada”, susceptible de ser erradicada con las herramientas técnicas y científicas que la sociedad industrial desarrolla. Las prácticas represivas de la psiquis pasan por los choques biológicos, los psicofármacos, las descargas eléctricas, las lobotomías2 … un demencial empeño en someter las variaciones perceptivas a los criterios dogmáticos de una ciencia que ya no respondería ni ante Dios ni ante los hombres, sólo ante sí misma. Pero hablemos de la desmesura… Como dice Foucault, la enfermedad mental fue, durante mucho tiempo, definida exclusivamente en sus términos negativos, como “perdida de” unos rasgos que se pretendían como esenciales en la personalidad o fundamento humano. Pero ya sabemos que el desequilibrio mental también potencia otras facultades mentales, las exalta, las lleva al límite, las saca fuera de lo mensurable. En una palabra: la desmesura, rasgo fundamental de todo ser humano que se pretenda vivo, se convierte, a medida que se consolida el mundo capitalista moderno, en un síntoma de enfermedad mental. ¿Por qué se produce este cambio? Hemos dicho más arriba que la muerte de Dios, la ética protestante, el relativismo burgués, son hechos que empujan un cambio en las cabezas humanas y que el “desequilibrio mental” se generaliza a medida que la “ciudad libre” se independiza del medio (espacio y tiempo del Antiguo Régimen) e inaugura una nueva concepción del Tiempo y el Espacio y de la relación con la Comunidad. Sin embargo, no Página 12 La locura podríamos quedarnos sólo aquí para explicar el cambio de una tolerancia con el loco, el idiota del pueblo, el mentecato, a una represión de la “Enfermedad Mental” como idea-fuerza. Hay, por supuesto, un cambio en la economía política de la represión 3 . Al loco, al endemoniado, al que era poseído por espíritus, se lo podía quemar en la hoguera tranquilamente para que su alma quedase libre de una posesión corpórea. Lucifer era reconocido como parte de la comunidad cristiana, era el ángel caído, el que se alza contra el omnipresente y omnipotente y le grita a la cara non serviam. Cabía como posibilidad. Era un personaje más de la escenificación del poder absoluto; podía ser expulsado del reino o quemado en la hoguera (y así se demostraba el poder del Dios-Rey), o podía ser perdonado y tolerado en sus desvaríos (y así, también, se demostraba el poder del Dios-Rey). A partir de la Ilustración y el advenimiento de una nueva ética que empezaría a dinamitar los pilares divinos del feudalismo, la consolidación de una economía industrial, lleva a un cambio en la economía política de la represión. Todo ser humano es utilizable como fuerza de trabajo dentro de la acumulación. El loco, el vago, el merodeador de sueños, deberá ser recuperado para la racionalidad del Contrato Social o expulsado a los límites de la ciudad. En último término, la reclusión logrará un producto: el conocimiento “científico” de las enfermedades mentales y la reproducción de una frontera a la que “el resto” no debe llegar. Cada cual deberá mantener en los límites de lo razonable su locura. Este control ya no es un castigo al endemoniado, es una medida represiva que se alza sobre el futuro desequilibrio mental, sobre el extrañamiento que experimentan las psiquis humanas en un entorno que las despoja de sus facultades para beneficio de una división y una atomización del cuerpo social. Siendo claros: el control de la “enfermedad mental” a través de las técnicas científicas y las instituciones psiquiátricas, es un control de la alienación. Los muros del manicomio representan un punto de “no regreso” para el ciudadano, para aquel que construye su identidad en el marco del Contrato Social y acepta los términos del pacto aún a sabiendas de que son falsos, aún experimentando la esquizofrenia diaria de la distancia entre sus potenciales derechos de ciudadanía y sus condiciones reales de existencia, de su deseo y la realización cotidiana de la mediocridad. haya difuminado un poco. Lo que trato de decir es que hay siempre una relación de poder de quien examina respecto al examinado. La ciencia psicológica aceptó esta microestructura del poder que cristaliza en la relación médico/paciente, y a partir de ahí construyó el conocimiento “científico” de la mente humana y sus desórdenes. La sistematización de todo este conocimiento técnico y científico de las enfermedades mentales, vino aparejada al desarrollo masivo de una economía capitalista. Abocada a unas crisis cíclicas, la febril actividad de la acumulación necesitaba de una disciplina cada vez más férrea y al mismo tiempo más difusa y generalizada; de unos esquemas más cerrados, pero más detallados en cada una de sus casillas; en resumen, de una contabilidad exhaustiva de todo aquello que le hacía perder, por insignificante que pareciese. Que los psiquismos vivos en el seno de las sociedades occidentales anduvieron un tanto desordenados desde el 1900 al 1945, no es algo que haya que demostrar muy detalladamente. No harían falta tantas clasificaciones y divisiones entre neurosis y psicosis y otras tantas patologías para determinar que el mundo occidental, en esos 45 años, se volvió completamente “loco”. Habría entonces que asumir que lo patológico y lo normal se habrían relativizado de tal forma que sólo un criterio “científico duro” y una ejecución más férrea del poder del diagnóstico y el tratamiento, podía seguir asegurando que había algunos más enfermos que otros. Pastillas para no soñar. En 1952 la Asociación Psiquiátrica Americana publicó el “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”4 . Paulatinamente, las siguientes versiones de este Manual (1968, DSM-II), fueron reemplazando las tesis y los términos psicoanalíticos por una corriente “neokraepeliana” (por Kraepelin). Esta corriente encabezó las investigaciones biológicas de las enfermedades mentales, llegando a concebir en 1972 unos criterios universales en cuanto a los síntomas que definían una enfermedad mental. Un estándar aplicable a cualquier tiempo y lugar. Para la última versión del Manual, en 1980, el giro hacia la psiquiatría biológica se había completado. No es casual que estas fechas coincidan con el desarrollo de las políticas neoliberales en EEUU como forma de tomar las riendas de la situación mundial y desplazar así el eje del poder de la vieja Europa. La búsqueda de la “esencia” biológica de la enfermedad, entronca perfectamente con las tesis racistas y conservadoras de estos gobiernos. Su voluntad de Página 13 Normal y patológico. Si vamos a hablar de locura, habría que determinar de una vez qué es lo normal y qué es lo patológico. Si atendemos a lo que hemos dicho más arriba, quizá la frontera entre lo saludable y lo enfermo se nos La locura totalidad imperial en cuanto al control de la psique, es Cuerpo. correlativa a las recetas universales sobre la economía A cada nuevo síntoma una medicación nueva. mundial. La vuelta positivista hacia las esencias de la A cada nueva inversión en el desarrollo de un fármaco, enfermedad se da pues al mismo tiempo nuevas dolencias que inventar. ¿Alguien que el regreso a un “racionalismo podría explicar qué es el “síndrome de económico” devastador. Era necesario, depresión posvacacional”? ¿No sería a toda costa, poder fijar unos límites más fácil decir que el común de los “naturales” a la locura. Límites que mortales está harto de trabajar para otro habían sido relativizados tanto por las y no quisieran volver jamás de sus interpretaciones psicoanalíticas como vacaciones? Hete aquí: tu mente contra por los acontecimientos históricos tras tu cuerpo. Según cómo se signifique o la Primera Guerra Mundial. Un nuevo cómo se “diagnostique” un fenómeno, reajuste en la acumulación: una vuelta es susceptible de ser medicado. El de tuerca más a la economía política de Prozac, la Zyprexa5 y tantos otros salen la represión mental. baratos (tanto por la economía de la Si la interpretación psicoanalítica inversión como por la economía de la corría el riesgo de relativizar los represión: menos fuerza más control) y, márgenes de la locura y, al mismo en las condiciones actuales, enmascaran tiempo, no paraban de crecer los los síntomas de la alienación y sus síntomas de nuevas “enfermedades Ofelia, la locura. significaciones políticas. M. Victoria Carbó García mentales”, era perentorio encontrar una nueva forma de exámen-tratamiento-reinserción. Esta ¿Los locos a la calle? nueva forma hegemónica vino de mano de los psicofármacos. Fue, en cierta forma, coherente con la Pero, al mismo tiempo que se producía esta marcha de los tiempos: si el crecimiento capitalista no vuelta hacia las causas exclusivamente biológicas de la podía contener las crisis y era necesario aceptar que no enfer medad y su tratamiento far macéutico, había otra alternativa posible, una pastillita milagrosa paradójicamente, surgieron nuevas corrientes de lo psi para no soñar era la solución más rápida y más que trataban de buscar alternativas de tratamiento para “económica”; la austeridad del método señalaba el los desórdenes mentales. Experiencias y alternativas en camino de la privatización de los cuidados mentales. unos casos cargadas de espiritualidad y de un sentido A la energía consumida en quemar a un religioso y esotérico de la existencia (tipo New Age), y endemoniado y el desgaste de poder que suponía el en otros marcadamente politizadas, como en el caso de enfrentamiento constante con Lucifer, se la había la antipsiquiatría y los procesos de sustituido por las investigaciones psiquiátricas y los desmanicomialización que se dan en todo el occidente centros de reclusión masiva que ocultaban el poder del capitalista a partir de los años 606 . Rey para exponer a los endemoniados a su autocontrol. Así, de igual forma que la correlación de fuerzas Ya no era Lucifer contra Dios, era La Enfermedad contra en esos años producía un resurgir de movimientos la Salud Pública. sociales transformadores (pacifismo y hippismo en De igual forma, en el contexto de los setenta, al EEUU, guerrillas en Latinoamérica, Mayo Francés... etc.), gasto de mantener los manicomios y sostener una el giro hacia la psiquiatría “dura” convivió con las burocracia de la salud mental, se le impone un tratamiento experiencias más “revolucionarias” en el campo de las farmacéutico más individualizante y objetivado si cabe. enfermedades mentales. Por varios motivos: El cierre de los manicomios fue uno de los 1- Más allá de toda duda razonable se sitúan las caballos de batalla de estos movimientos que tiene su causas de la enfermedad en alteraciones punto álgido en la conocida como ley Bassaglia en Italia, biológicas únicamente atribuibles al sujeto. que supuso el desmantelamiento paulatino de estos 2- En el acceso a los fármacos se remarca la centros de internamiento en todo el país y la integración inserción a un “Bienestar Social” a través casi de los enfermos mentales dentro del circuito general de exclusivamente de los ingresos económicos la salud pública. y la clase. Ahora bien, esta convivencia de orientaciones tan 3- Ya no se trata de La Enfermedad contra la distintas, ¿resultó conflictiva hasta el punto de conseguir Salud Pública, sino de Tu Mente contra Tu un cambio radical en las formas de entender la salud mental, la locura y, en último termino, el mundo? Tal Página 14 La locura vez sí. Pero lo consiguieron haciendo el juego a aquellos que habían previsto un horizonte donde, cada vez más, el ámbito de lo privado y la objetivación del individuo, reduciría los costes del control y mantenimiento del orden mental. La consecución de aquella utopía estaba condenada a repetir los errores históricos y, en cierta forma, fue utilizada para operar el cambio mencionado de “La Enfermedad contra la Salud Pública” hacia el conflicto naturalizado de “Tu Mente contra Tu Cuerpo”. Así que “los locos a la calle” hubiese sido, en esos años, un lema más con el que asaltar el poder y tomar las calles, pero, como pasó con otros lemas, fue asumido por los cambios que ya se estaban produciendo en la misma burguesía desde hacía tiempo y ésta los utilizó en su provecho, enfrentándose parcialmente a ellos para salir reforzada en su visión totalizante del mundo. Coexistían en esa amalgama de revoluciones los hippies pacifistas con las guerrillas, el mayo francés con la revolución cubana, los psicofármacos con el cierre de los manicomios, el individualismo objetivado con la vuelta a las concepciones religiosas. Explosiva mezcla que trajo, a finales de los ochenta, el advenimiento de un mal llamado “Pensamiento Único”; fenómeno, en realidad, producto de aquella mezcla totalmente vaciada en su contenido y de una economía política aplicada a sangre y fuego. Ergo: ni tan único ni tan pensamiento. entren al manicomio; que la locura se considere como una desmesura necesaria, como parte de la condición humana que matamos en el mismo momento en que la utilizamos para cosificar “a otro”. Seamos consecuentes: si soportamos la vida que llevamos y aún así somos capaces de la risa y la tristeza, del amor y el odio, de la ternura y la rabia, hay algún grado de locura que estamos dispuestos a soportar. Hay algo que le sobra al “cuerdo” y que le falta al “loco”; y hay algo de lo que carece el “cuerdo” y el “loco” tiene de sobra. En el ambiguo y a menudo desconsiderado terreno de la dialéctica, deberíamos encontrar regiones luminosas de “identificación”, de autoconocimiento de nuestra propia locura y de la capacidad para asumirla y proyectarla como una potencia en cambio, como una piedra lanzada en la dirección correcta. Dejemos que se abran las puertas de la locura de par en par para dialogar cara a cara con ella. Mientras el mundo arda, los endemoniados, los idiotas, los locos, seguiremos bailando alrededor del fuego. NOTAS Partimos, en este sentido, del punto de vista ofrecido por M. Foucault en “Enfermedad mental y Personalidad.” Paidós Studio. Barcelona, 2002. No solo hay hipermedicalización y pervivencia en algunos lugares del manicomio, sino que lobotomizar es legal en este paíslobotomía con sus dos actuales versiones: la destrucción de masa cerebral con la técnica del rayo láser o la inutilización de masa cerebral privándola de riego sanguíneo con la llamada encapsulación-, el electrochoc también es legal y se aplica en la llamada psicosis y en la depresión mayor. Foucault habla de una nueva economía política del cuerpo en “Vigilar y castigar” de la que me he servido aquí. El DSM-IV es el manual por excelencia que utilizan en la actualidad para diagnosticar patologías mentales y conductuales la mayoría de los psiquiatras y psicólogos. Dos marcas de psicofármacos. En el estado español, según datos del Ministerio de Sanidad, el gasto en hipnóticos, sedantes, tranquilizantes, psicoestimulantes y neurolépticos pasó de una facturación de 27.594 millones de pts. en 1993 a 70.801 millones de pts. en 1997 y a 89.472 millones de pts. en 1998. Ver David Cooper, Psiquiatría y Antipsisquiatría. Y R.D. Laing y D.G. Cooper, Razón y violencia. Una década de pensamiento sartreano. 6 5 4 3 2 1 Restitución de la locura a la vida. Pero sería tonto, de mal gusto y sobre todo falso, terminar concluyendo que las experiencias antipsiquiatricas no pudieron hacer nada contra un proceso que las superaba. Ciertamente algunas prácticas, como el cierre de los manicomios, contribuyeron a una reforma del concepto de locura y su control que generó nuevas contradicciones (como que los enfermos mentales desinstitucionalizados “salvajemente” se encontraron verdaderamente en la calle o en una situación de dependencia brutal de sus familias). Pero quedarnos ahí sería lo mismo que concluir que el marxismo ya no es válido, apoyándonos en las prácticas que se llevaron a cabo partiendo de distintas lecturas de las tesis de Marx. Igual que es necesaria una relectura seria del marxismo, es necesaria una relectura de la antipsiquiatría. Habría, al mismo tiempo, que tratar de restituir la locura (utilizando esa palabra en toda su generalidad) a la vida. Evidentemente partir de que los locos salgan del manicomio a la calle tiene sus desventajas; hagamos también, entonces, que los cuerdos salgan de la calle y Página 15 La locura Extraído del “Elogio de la locura” Capítulo XXII ¿No es la guerra el germen y la fuente de todos los hechos laudables? ¿Y qué hay más loco que empeñarse en una de esas luchas por no sé qué causas, de las cuales una y otra parte siempre sacan más mal que bien? Los que sucumben, como se decía de los megarenses, nada significan. Ahora bien, cuando ya se disponen los ejércitos armados y resuena el clamor de las trompetas, ¿de qué servirían, os pregunto, esos sabios exhaustos por el estudio, cuya sangre débil y helada apenas puede sostener su espíritu? Se necesita entonces hombres gordos y bien cebados, de los que tengan más audacia y menos inteligencia. A menos que se prefiera guerreros como Demóstenes, quien siguiendo el consejo de Arquiloco, en cuanto vio al enemigo, arrojó el escudo y huyó, mostrándose tan cobarde soldado como sabio orador. Pero el entendimiento, se dirá, es de gran importancia en la guerra. En efecto, así lo reconozco, en el general, aunque el entendimiento que en él se requiere es el militar y no el filosófico; además, los parásitos, los alcahuetes, los ladrones, los asesinos, los truhanes, los imbéciles, los petardistas y, en suma, la hez de los mortales son los que realizan empresas tan preclaras, y no los filósofos que velan bajo una lámpara. Capítulo XXXIII Por lo demás, entre estas mismas ciencias, las más preciadas son las que más se aproximan al sentir común, esto es, la locura. Perecen de hambre los teólogos, se desalientan los físicos, ridiculizan a los astrólogos, se desdeña a los dialécticos. Sólo el médico es estimado por los hombres. En este oficio, el más ignorante, el más aventurero, el más audaz, es también el más apreciado, incluso entre los grandes. Y así la medicina, sobre todo como hoy la ejercen muchos, no es otra cosa que una forma de adulación, no menos que la retórica. Después de los médicos, ocupan el segundo lugar los leguleyos, y quizá sean los primeros, de cuya profesión suelen burlarse los filósofos con rara unanimidad, por considerarla propia de asnos. Sin embargo, estos asnos tienen en sus manos tanto los más grandes como los más pequeños negocios. Sus vastos dominios crecen, mientras que los teólogos, después de haber sacado de sus tinteros todo lo divino, roen legumbres y sostienen guerra incesante con chinches y piojos. Así pues, dado que las ciencias más afortunadas son las que mayor afinidad tienen con la locura, resulta que los hombres más felices son los que consiguen abstenerse por completo de todo trato con el saber y se gobiernan únicamente por los dictados de la naturaleza, que en nada nos falta a menos que queramos traspasar los límites de la condición mortal. La naturaleza odia el artificio y se muestra más hermosa allí donde jamás ha sido profanada. Sobre “Elogio de la locura” Esta locura engendra las ciudades, mantiene los imperios, las magistraturas, la religión, los consejos y la justicia, porque la vida entera del hombre no es otra cosa que un juego de locos. Erasmo de Rótterdam. Siempre me resultó una forma de torpeza escribir sobre lo que alguien dice en un libro, y tal vez por eso me siento ahora un tanto torpe. Erasmo nos engaña, se burla y dice la verdad con irreprochable destreza, pintándole con ironía la cara a la tragedia. La Locura a la que presta su voz es la que todos en mayor o menor grado alimentamos, la que suena en las Página 16 La locura calles, forma familias, y adora dioses. A simple vista, hojeando el libro, a uno le parece que ese señor estaba loco; después, leyendo con detenimiento, la impresión no cambia: estaba loco, pero tenía razón. El séquito de los príncipes es retratado como un circo, una pantomima dispuesta para que éstos no vean su miseria, ni siquiera la sospechen, y puedan vivir creyendo que la cortesía y la “felicidad” que los rodean son ciertas, sinceras, y no una caparazón contra el vacío, una cáscara para remediar cualquier certeza. La Locura propuesta como eje del ser humano, empujándolo al amor, el juego y la tragedia; dictándole versos y vistiéndolos de una grandeza imaginaria; poniendo divinidades en las cloacas, flores en el lodo, altares en la nada. De diversas maneras Erasmo araña los hechos y las cosas hasta lograr que el absurdo asome la nariz: “A menudo se ven algunos que antes cederían la herencia paterna que el ingenio, especialmente entre los cómicos, cantantes, oradores y poetas, de los cuales el de menor valor es el que posee más insolente presunción, mayor vanidad y más elevado concepto de sí mismo. Y hallan siempre imbéciles de su misma calaña que los admiren”. En resumidas cuentas, nos da a entender que al mirar por las ventanas de cualquier psiquiátrico, muchos “locos” pensarán con razón: ¡Cuántos delirantes por la calle! ...Y si la muerte tuviese rendijas y a través de ellas Erasmo pudiese verme acá sentado, seguramente adjudicaría a algún tipo de locura el que rellene el tiempo teorizando sobre su teoría. Te imagino, te creo, te siento allá, después de un siglo pero todavía igual de pie Vincent estrellando girasoles con fondo de sur y labradores Menelo Curti A mi padre, que habla de colores, que sueña en ellos una patria. estrellando girasoles y nervios y fantasmas contra una tela o una patria, estallando, volviéndote de llamas, dejando gritos verdes bajo los árboles y el anochecer violeta. Te supongo allá detrás de un siglo pero todavía intacto sucio de sur e imaginando: un camino, la tarde, labradores agachados bajo una fruta enorme que empieza a hundirse en las montañas ...y cómo entonces no sentirte, no creerte, no saberte allá en el sur o el imposible pintando un alarido que trae su ternura y su violencia, su desolación, su canto. en el sur, Página La locura ALGUNAS CARTAS ENTRE VAN GOGH Y SU HERMANO THEO Creo y creeré siempre en el arte de crear en los trópicos y pienso que será maravilloso; pero en fin, personalmente soy demasiado viejo y (sobre todo si me hiciera poner una oreja de papel) demasiado acartonado para ir. ¿Gauguin lo hará? No es necesario. Porque si hay que hacerlo, se hará solo. No somos más que eslabones de la cadena. Este bueno de Gauguin y yo nos comprendemos en el fondo del corazón y si somos un poco locos, sea, ¿no somos también un poco bastante profundamente artistas para contrarrestar las inquietudes a este respecto por lo que decimos del pintor? Todo el mundo tendrá quizás un día neurosis, histeria, baile de San Vito u otra cosa. ¿Pero no existe el contraveneno? ¿En Delacroix, en Berlioz, en Wagner? Y en verdad nuestra locura artística en todos nosotros, yo no digo que sobre todo en mí, no me haya herido hasta la médula, pero digo y mantendré que nuestros contravenenos y consuelos pueden, con un poco de buena voluntad, ser considerados como ampliamente eficaces. Todo tuyo 5 de julio de 1889 Aquí vivo sobriamente, porque tengo la posibilidad de hacerlo. Antes bebía, porque de otra manera no sabía qué más hacer. ¡En fin, esto me es igual!... La sobriedad muy calculada —es cierto— lleva sin embargo a un estado de ánimo en el cual el pensamiento, si huye, huye sin interrupciones. En fin, es una diferencia como pintar gris o coloreado. Voy, en efecto, a pintar más gris... Me divertí mucho ayer leyendo Medida por medida. Después he leído Enrique VIII, donde hay pasajes muy bellos, como por ejemplo aquel Buckingham y las palabras de Wolsey después de su caída. Veo que tengo la oportunidad de poder leer o releer esto a mis anchas, y después espero leer por fin a Homero. Afuera, las cigarras cantan desgañitándose, un grito estridente, diez veces más fuerte que el de los grillos, y la hierba quemada adquiere hermosos tonos de oro viejo. Y las bellas ciudades del Mediodía están tan muertas como nuestras ciudades a lo largo del Zuyderzee, antes animadas. Mientras que con la caída y la decadencia de las cosas, las cigarras, admiradas por el bueno de Sócrates, perduraron. Y aquí en verdad cantan todavía el antiguo griego. ¡Qué historia esta venta Sécretan!... Siempre me causa placer esto de que los Millet se mantengan. Pero me gustaría tanto que hubiera más reproducciones buenas de Millet, para que el pueblo se enterara. Durante muchos días he estado absolutamente extraviado como en Arlés, tanto si no peor, y, es de presumir que estas crisis aun se irán repitiendo. Es abominable. Llevo ya cuatro días sin poder comer, tengo la garganta inflamada. Si te cuento estos detalles, no es porque me guste quejarme, supongo, sino para probarte que no estoy en estado de ir a París o a Pont-Aven, a menos que fuera a Charenton. Esta nueva crisis, mi querido hermano, me cogió un día de viento en pleno campo cuando estaba pintando. Te enviaré la tela que he terminado a pesar de eso. Y precisamente era un ensayo más sobrio, de color mate sin apariencia, de verdes quebrados, rojos y amarillos ferruginosos de ocre, tal como te decía que por momentos sentía el anhelo de recomenzar con una paleta como la del norte. Rueda de presos, Van Gogh Página 18 Estos trabajos han sido leídos y comentados durante las reuniones literarias de nuestro grupo, que tienen lugar los viernes a partir de las 21:30 horas en la calle El Pozo nº94, Alicante. Aprovechamos para invitarte a compartir con nosotros alguna charla literaria: ven cuando quieras. MIRA QUE VAS A VER QUIÉN ERES Quirón Herrador «Vamos en una cárcel racional que navega dentro de un loco» -Alejandro Jodorowsky- Miren, voy a serles sincero: no sé de qué voy a hablarles en los próximos peldaños. Pero tengo que hablarles. Va a amanecer pronto, y a la noche apenas le quedan ya unos cuantos renglones con sombra; y a mí me quedan apenas unas páginas: éstas. Diles que no sabías qué contarles, que anoche escribiste esas dos palabras sin luz y que ahora lo recuerdas. No, no era noche exactamente. Era tu dormitorio con la boca como siempre bostezándole al patio, garganta abierta de esta montaña llena de cuevas por donde se escuchan insondables ecos de otras vidas parecidas a la nuestra, distintas. No era noche exactamente; qué necesidad hay de engañarles. Persistían contra los dormidos muros del patio algunos rectángulos de claridades amarillas. Por eso no era exactamente de noche; pero sobre todo porque bajo las estrellas estarían ya seguramente extendiéndose los primeros pliegues claros de los mantos azules. La habitación estaba a oscuras; eso es lo que importa, aunque la noche estuviese ya recogiendo sus últimos silencios para marcharse. Y tú conoces la distancia precisa que separa los contornos de cada uno de los muebles de tu cuarto; conoces los caminos de huecos posibles que sobreviven entre ellos y que cada vez te arrastran por el tacto a un rincón distinto que sabes el de siempre, por lo que llevar la primera voluntad de tu mano hasta el ruego por auxilio de la luz eléctrica hubiera sido renunciar, quedarse ciego por dentro. No, mejor la realidad menor de algún golpe como referencia del armario; mejor la certidumbre de que ese tablero a la altura de los testículos es tu escritorio. Es mejor así. Siempre sabrás que a la derecha está el cenicero cuadrado, y que suelen acompañarlo algunos lápices con el aguijón a punto; que el cenicero redondo tiene la costumbre de merodear el ala izquierda, la mayoría de las veces entretenido en sus murmuraciones con algunos cadáveres que custodia; que un peldaño más arriba de la morgue circular, escalada la aduana del segundo escritorio, están últimamente apiladas las fichas de cartulina. Mejor así, con el camino como cinco arados en surcos bajo los dedos. Mejor así; escribirlas finalmente como quien acude a dos ciruelas maduras que el viento sopesa y deja caer preñadas de larvas, podridas. Pero ésas fueron sólo dos palabras que ahora te avergüenzan. No las repitas aquí, no todo ha de ser contado. Sí tu regreso a la cama sin estómago, como un borracho que acaba de vomitar. Si es así sí que se duerme; pero es como estar volando con vértigo por entre los muertos, con el cuerpo de lado y seguramente babeando, perdiendo por un costado del labio todos esos gusanos de humedad que nos hacen pesar lo que pesamos en esta otra orilla de las tierras firmes. Caer a la cama, el cuerpo derribado, y lo demás saltando arriba y más arriba hasta que deja de serlo y es izquierda y derecha y frente-atrás y abajo subiendo hacia un giro y otra vuelta y más ondas azules y naranjas y verdes que de pronto ¡PAM!, blanco con puntos que no son blancos, o al revés, precipitándose hacia todos lados como explotando el sonido blando y sordo en todo de agua y... calma, bocarriba la calma como si fuera no fuese un cuerpo, como si fuera océano sin playas que le digan «basta». Pero mira que vas a ver quién eres, y ellos también están mirando. Tenías que hablar sobre la locura; háblales de ti, aunque no sepas bien quién les habla. Tantas veces has estado observándolo todo, ajeno, hasta el demasiado tarde de una grieta en que te has visto siendo tú a quien contemplabas. Tantas otras veces has sido un yo intruso dentro de ti mismo, un títere lúcido que se ha despertado en tu sueño como un parto entre los hilos de tu cuerpo; un yo-títere-tú que se ha metido en tu boca y ha dicho: «nosotros», y desde entonces entre vosotros callas y os escuchas hablar. Por ejemplo mi silencio nuestro cuando en esta noche has venido, desde tu otro lugar, y yo no he podido levantarme a darte tus dos besos. Con todos esos Página 19 Taller de textos kilómetros que has tardado en llegar y, cuando por fin regresas a este mundo, me encuentras con el culo untado de vergüenza, los pantalones en los tobillos como grilletes, los brazos cruzados sobre la pelambre indefensa de los muslos. No he podido levantarme mientras estabas ahí, aguardando a que yo terminase, silenciosa y a medio sonreír; a media decisión entre estar cómoda o cohibida, entre estar aún ausente o ya demasiado cerca, demasiado pronto. Así que te has sentado donde has podido, en este sótano mío de los pozos en que sólo un sillón y un retrete le rompen al vacío sus horizontes. Y no hablamos; o yo así lo creo, preocupado como estoy en que el viaje de las tripas concluya. Y si por un casual estás hablando es fuera de mí, lejos de esta espiral de carreteras congestionadas en que la impotencia se va sucediendo en sumas tras el tiempo que nos resta, más desnudo aún que estas nalgas que habrán de vomitar cuando ya no resistan la pausa. Si acaso hablas es al otro lado, en la órbita de esa circunferencia exterior e inmensa que me abarca, que me sabe incapaz de levantarme y recorrer el radio posible que me lleve hasta ti, a tu llegada, que aún no es más que una espera al borde de este paréntesis hueco en que yo decida saberme y que estoy dispuesto. Sí, es absurdo, pero las leyes de este acontecimiento son inciertas y me condenan; son de ese otro que no sé que soy, y que no descubro hasta que ya es tarde para volver a entrar en mí, en esto que también eres tú por esta noche. Aún no lo descubro. Resulta estúpido recordar cómo estabas ahí esperando, tan naturalmente tranquila, a que yo terminase para ser y encontrarnos; como si fuésemos a existir en algún momento hipotético que se acercase cada vez más cada vez más sin llegar nunca. Y ahora que ya no es esta noche, sino otra, me pregunto si no fue por eso por lo que jamás terminó la espera; si no fue que los intestinos esperaban y esperaban a que no hubieses llegado todavía para acabar su trabajo y que los cerrara antes de levantarme a abrirte la puerta. Pero cómo saberme yo aquellotra noche, en que la cabeza estaba colgada cuerpoabajo. Ahora sí. Esta noche tengo los verbos y puedo ser y moverme, huir del silencio y correr a buscarme en los otros cuerpos que voy siendo en cada salto. Pero cómo saberme ser en aquel estar sentado como un sustantivo bicéfalo cuerpoabajopensante, cuerpoabajoindeciso, neuronado sólo por un sembrado inconexo de pelillos condenados al temor constante, a la amenaza constante de los nubarrones y la posible diarrea preparada para salpicarlos con algo más que el hedor al que ya están penosamente acostumbrados. Cómo saberme levantar si no tenía verbos. Los dos hemisferios pelicubiertos abandonados en el abismo a la epidermintemperie, amordazados por la concavidad craneal de porcelana, catarata con su mar de escape al fondo, como los peces, al fondo, garganta que se inunda y hace gárgaras con nosotros buceando hacia otro sueño. Y ya estás aquí, en la muerte. Pero debe de ser que cuando uno sueña con la muerte eso no es la muerte. Parece la explicación más sencilla; también la más cobarde. Porque no sabes qué tienes a las espaldas, pero corres. Y aunque no mires atrás, aunque no sepas de qué huyes, corres. Sabes que no puedes girarte un instante a mirar, que un momento de debilidad o de morbo por averiguar qué amenazadora carrera persigue a tu miedo y le grita «¡corre!» sería mirar y no correr, sería ser atrapado, sería ya ser víctima en lugar de prófugo, esa minusculoesdrújula posibilidad de continuar corriendo, de seguir siendo. Así que corres, sin más, aunque te gustaría poder mirar atrás al mismo tiempo. Te gustaría poder hacer tantantas cosas al mismo tiempo. Tener uno o odós ojos en el cogote, para poder correr y saber por qué corres. Imaginas que tienes dosotros dos ojos en el cogote y que vas a abrirlos y que vas a ver con Devota profesión. Goya Página 20 Taller de textos sólo pensar que los abres. No, no tienes cogote y no ves nada. Corres. Por un tramo corres y nos ves nada, ni siquira qué tienes de lante. Pero corres. Yhahí es cuando verdaderamente corres; y no sabes que corres alvo que porque algo rápido, como líquido, que en tus muslos que que es el movimiento te dice que corres. Corres por el correr mismo que hacia la fuga vas empujando, hacia eso que ya tampoco ves porque ver sería dejar de correr. Y hay algo, un pensar en correr, que no es pensar sino un nopensar-y-correr, un no pensar en que no estás pensando que corres porque lo que tienes es que correr, correr, correr. Y nopensando piensas «tengo que ver algo, saber algo». Pero no ver es negro y cuando corres sigue siendo negro salvo ese líquido en las piernas que te dice que estás corriendo. Ya no es ver; es abrir los ojos, los que sean. Cabeza de hombre. Goya Espensar «he de tener ojos por algún lado», y el esfuerzo por querer abrirlos. ¡PAM!, los abres. Y en ese tiempo tiempo a tu derecha la chica, esa chica que no era más que una chica cualquiera que en ese ahí estaba a tu derecha, viéndote caer. ¡PAM!, y ves a la derecha; se te han abierto los ojos a tu derecha en que esa chica está, mirando sin más, cómo el frío te entra por la nuca, agujereándola, y piensas: «ya». Tentra por la nuca el frío, derramándose tranquilo, y vas viendo cómo el suelo se desploma de un portazo lento sobre tu cara mientras, justo ahora, quieres pero no puedes cerrar los ojos. Te despiertas y estás ahí. Pero uno puede estar ahí y no ser nada. Mejor el verbo ser. Estar no es más que un adjetivo del yo, muy útil cuando uno no tiene la menor idea de quién es o, peor aún, cuando tiene miedo de cruzarse consigo mismo en algún sustantivo sin disfraces. Mejor el miedo sin tapujos, mejor el terror de lo que no puede cambiar más que en el conocerlo o no conocerlo. No estar en ninguna mentira bajo los supuestos del calificativo. Ser como un verbo que corre; como un sustantivo que se busca a sí mismo, sabiendo de antemano quién es aunque no quiera creerlo. Ser aquí; como un barco entre las flores de las sábanas. Aguardar varado en la almohada a que la calma sea propicia y nos reclame de nuevo a la tranquila deriva. Tantas flores dibujadas sobre el paisaje claro de las sábanas: rojas, azules, verdes... aunque colorearlas ya es mentirlas; siempre confusas, más aún cuando se me inventan delante con los ojos cerrados. Ahí ya las flores son infinitas, más de las que se levantan en los campos, y el prado es negro o azul o naranja. Ves flores, pantanos de flores entre los que tienes que ir nadando para no despertar antes de hora; o de lo contrario quedarse exiliado, con los ojos desnudos bajo lo que seguramente sea el techo y no poder verlo. No saber si está a dos metros, a un metro. No saber siquiera si está ahí, si estás despierto sobre tu cama o si el sol va a decirte, en pocas horas, que eres un preso y que en la dicha nocturna olvidaste que vives en la cárcel; que dos metros arriba está el techo, sí, pero que un metro a tu izquierda está la helada catarata de los barrotes. No lo dudes: estamos aquí, en donde algunos antes que yo rajaron las paredes intentando degollar al tiempo o desangrarlo poco a poco, trazo a trazo, raya a raya. Algunos antes que yo cuatro tajos cada cuatro días, y una muerte diagonal a la llegada del quinto. Las paredes tapizadas con los días de los que murieron contando, y yo sin espacio ya en que ir calculándole los pasos a la muerte. Cada noche nos va cercando; cada día el sol se va acercando más y más a los barrotes del ventanuco. Un día está sobre la ciudad, allá a lo lejos; aquello bajo las nubes que debe de ser la ciudad aunque sea imposible saberlo desde este lado de los paredones y los rizos del alambre. Más y más cerca del patio; libertad sólo en el cielo para que duela por alta. Aquí los hombres llevan sus alas a rastras como otra for ma de condena; embadurnadas de perímetros, de torretas, de fusiles, de uniformes, de números que delatan otros tantos números que perdieron también su nombre. Y desde la celda el sol cada vez más y más, agujereándome los párpados para arrebatarme el resto de libertad que viene algunas noches y me lleva de la mano por los sueños dando saltos. Pero miren: algunas noches, cuando el sueño no viene, es porque viene mi padre. Se presenta y dice que es mi padre. Y ha de serlo, porque es como él era en los veranos: un pantalón a cuadros por encima de unas rodillas ridículas, y unas pantorrillas enclenques, dobladas e indecisas, semiderrotadas por una gravedad forzosa que cuarenta años de pan habían ido cultivando en torno a ese templo suyo de la buena esperanza. Página 21 Taller de textos Sí, es él quien viene esas noches, con su barriga hecha de cosmos. Aquel mismo globo que deambulaba por casa intentando dominarlo todo desde el satélite de su ombligo, sometiéndolo todo al capricho del primer viento que le empujara a la intransigencia, a las manías testarudas e insoportables, al insulto de ida y vuelta que a menudo circulaba por la casa. Es él quien viene cuando no viene el sueño. Se queda junto al ventanuco y ata la soga a uno de sus barrotes. Entonces permanece toda la noche así, hablándome, diciendo que va a hacer una trastada, que entre todos poco a poco lo estamos matando, que todos a su contra. Me llama y me pide que le haga el nudo; y yo, que no sé hacer nudos, enrosco toda la cuerda alrededor de su boca para que se calle. Pero no sé hacer nudos y la cuerda queda floja, y empieza a serrarla con la lengua hasta que consigue soltarse y comienza otra vez a lanzarme piedras y palabras. Se rasca la nuca y duda cada paso hasta darlo sólo a medias, como arrastrando cada dedo de los pies para hacer avanzar la planta. Y se queda, se queda toda la noche arrastrando uno a uno cada dedo del pie y cada sílaba (tampoco las palabras avanzan enteras); un dedo, una sílaba, y levanta el dedo índice ahora de la mano sin ninguna firmeza, posándolo en algún mandato al que sólo seguirá la indiferencia, la sordera, o la mirada retadora como única respuesta. Pero él sigue junto al ventanuco, con el pecho abierto bajo los veinte centímetros de cuchillo, muerto y diciendo que va a ahorcarse; y estas ganas queriendo arrancarle el cuchillo para cortarle la lengua y tirarla por entre los barrotes. Te lanzas sobre él, contra el borde de canto del ventanuco y el dolor del labio partido enrojeciéndote los dientes. Y él ya no está. Ya se habrá marchado por el patio seguramente hablando solo, dando un paso, retrocediéndolo, volviéndose a repetir algo y señalar con el dedo; dando otro paso, retrocediendo, y continuando su marcha así, clavándote cada palabra aunque sea en la sordera, ese lugar donde te refugiabas aquellas veces sabiendo que dolería igualmente, que más allá del silencio habría siempre palabras nombrándote aunque se fueran alejando paso a paso, sílaba a sílaba, con el dedo índice medio levantado garabateándole razones a quién sabe qué pared o qué tramo de baldosa que pudiera estar escuchándolo. Siempre, siempre. Siempre escuchando tu batalla: que a los cinco años ya estabas agachándote para sembrar garbanzos; que corregían tu torpeza con puntapiés en las nalgas; que te calmaban el llanto con rayos y guantazos. Siempre tu batalla, tu desgracia siempre, siempre tu derrota. Y yo como el mañana en que serás por fin o no serás. Yo como una balsa que eyaculaste para seguir flotando sobre el tiempo y sobre la muerte. Yo como una mancha de orín en el tronco de un árbol; tu rastro, alguna vida donde dejar tu rastro, como un río tuyo de amarillos y miserias. Página 22 Por eso te despertaste antes del día y escribiste esas dos palabras, y conseguí que me dejases tranquilo. Luego me eché de nuevo sobre el colchón, me cubrí los ojos con los párpados y, después de caerme un poco en el tiempo, después del vértigo de ser dentro de uno mismo, la almohada me encañonó la nuca. Ya me he muerto así algunas otras veces. Así que así no. Me dije que así no; que si llevo veintitrés años muriéndome habrá uno de esforzarse, por lo menos, en morirse cada vez de una manera distinta. Uno sabe que se muere porque todo el universo se comprime y queda concentrado en una gota de tiempo que cuelga en forma de huevo frito pegada al techo. Entonces tienes que protegerte, y parapetas los ojos tras los párpados. Vamos, que cierras los ojos; pero lo que en realidad cierras son los párpados, y los ojos siguen ahí, igual de indefensos. Si al menos dejaras los ojos abiertos, instintivamente los cerrarías al ver caer esa gota con gravedad de huevo duro. Pero así, tan ciego y tan cobarde, qué vas a ver caer en ese instante; qué vas a cerrar; qué último instinto va a quedarte como engaño. Sentirás el impacto en el pecho. Sentirás la humedad del tiempo horadándote las costillas en esa gota tan densa descendiendo por tu carne. Sentirás la vida como una semilla bajo tus huesos que aguarda en silencio la llegada prevista de esa gota hirviendo que viene con tantos siglos en veintitrés años viajando sin evaporarse. Y sabrás que mañana no será otro día, que será el mismo sol de siempre que se ha marchado en tu busca y al alba regresa con sus hervores todavía nombrándote. Va a amanecer pronto; no estés despierto para entonces. Aquí, bocarriba, cualquiera te jura que eres un hombre y no un bosque de sudor derramando insectos sobre la noche nublada de las sábanas. Cualquiera te jura que te rodean los muros a dos metros, a medio metro, a diez centímetros, y que no eres un dios imaginando mundos que estornudar sobre la nada. Cualquiera, si es que hay cualquiera que pueda venir jurando, te dice que no estás tumbado de espaldas sobre el universo, contemplando con los ojos destapados otras constelaciones, negras o quizá calladas, con su boca gigante a punto de tragarnos y de quemarse la lengua con estrellas. Aquí, bocarriba, que vengan a decirte que no estás ya muerto y escalando gota a gota por los enterrados nervios de los árboles. Aquí; que vengan aquí a palparte la carne si es que tienes cuerpo, si es que hay contornos de piel que te separen de todo lo demás. Cualquiera; que venga cualquiera a decirte que eres un molde, un traje y unos zapatos limpios sin rastro de tierra en ninguna mancha, sin humo incrustado entre los dientes, sin un mechón que le pregunte al viento cómo juegan la libertad y los pájaros. Que te digan lo que eres; que se atrevan a jurarte que no eres un millón de cosas distintas con sólo tumbarte y sentirte bocarriba en la noche. Taller de textos C r í t i c a a “ M i r a q u e v a s a v e r q u i e n e r e s ” Desbocada soberbia la de quien escribe algo semejante. Ombligo cósmico de lengua desatada. El amigo Quirón, decide, desde el principio, por nosotros. El espectáculo que nos muestra es una masturbación salvaje, una autocomplacencia hermética que se hace guiños a sí misma, para sí misma, por sí misma. Anda a tientas buscando cómo contarnos, tratando de reducirlo todo a una especificación verbal, a un torrente de imágenes que nos excluye, al que sólo cabe contemplar desde afuera, como a una esfera pulida. Eso quiere, que accedamos sólo a una parte, y lo hace a través de la apariencia de lo que dice, porque, la tensión recae en el lenguaje, en la pura expresión y en el ritmo sincopado de una respiración que se advierte entre líneas. Construye, por este procedimiento, una arquitectura de lo efímero, una estética que se mantiene en un delicado equilibrio, siempre expuesta a que, en determinado momento, se desista, se acepte el hermetismo aparente y caigamos rendidos ante la evidencia de una derrota verbal. Pero no basta con exponerse así. La maraña parece impenetrable, pero no por eso más profunda. Los intentos de vanguardismo, de quebrar el lenguaje, estén quizá forzando a esa postura rupturista. Hay demasiada retórica, demasiada intención, detrás de esta huida. Además se va cerrando, lo percibimos. Poco a poco las imágenes se nos hacen más ajenas y sugerentes. Se subliman hasta el punto en que niegan “al otro”. Nadie podrá decir que, tumbado boca arriba, no se pueda ser todo lo que Quirón Herrador desee. Nadie podrá tampoco, acceder a un conocimiento que es pura forma verbal. Así se mantiene a salvo. Sería demasiado difícil intentar una crítica del texto. Está armado en torno a sí mismo, se justifica per se y expulsa de un golpe cualquier intento de interpretación. Sólo queda dejarse llevar, como si pasásemos la mano por la superficie de una esfera de madera, pulida de forma tan perfecta que no sería posible encontrar la astilla que nos haga sangrar. Y no la encontraremos, porque, al fin y al cabo, la especulación onírica no se vale de procedimientos narrativos, por los que traer ideas al mundo a través de personajes que se nos presentan vivos en medio de una ficción. La especulación onírica está más cerca de la imagen inmediata que de la aproximación reflexiva, más cerca de la poesía que de la novela o el cuento. Se vuelve necesario, para ella, un tipo de lenguaje autoreferencial que se vaya formando a medida que avanza. No obstante, la novedad que esto pueda tener queda ya lejos, tal vez demasiado. La invención de una palabra por la síntesis de dos es un procedimiento obsoleto que sólo remite a sí mismo, Joyce lo desarrolló con esplendor ya en 1924 y lo llevó al límite. Se podría acercar también a un método de flujo de la conciencia o a la escritura automática surrealista, pero esa veta se agotó antes de 1950 (quizá también con Joyce en el Finnegean´s Wake). De todas formas, son pequeñas cuestiones, recursos expresivos que se pueden revisar. El problema central del texto es su posibilismo. La falta de un límite hace pensar en que no hay riesgo ninguno en el fluir del discurso, más que la consecución de un ritmo adecuado y unas imágenes originales. La búsqueda de esta purificación lingüística y estética, puede llevar a pensar en un abanico infinito de posibilidades, es cierto, pero es una falacia pensar que el mero hecho de nombrarlas les confiera existencia. Eres “con sólo tumbarte y sentirte boca arriba en la noche”. Y sin embargo, no podría haber conclusión mejor al artificio literario que se nos ha ido desentrañando: el mero hecho de escribirlo es vivirlo, el sueño y la vigilia forman parte de la misma realidad, imaginación e historia existen con la misma intensidad, son las viejas cuestiones que se plantean de forma oblicua aquí. Aceptaremos esto, sabiendo que no es cierto del todo, disfrutando de que nos mientan de forma tan sugerente, con una maestría considerable para aparentar que hay un edificio sostenido sobre finos juncos. Pero la adivinanza que se nos propone, la sensación que irradia, es tenue. Paradójicamente, la saturación de imágenes, las atempera a todas un poco por no destacar ninguna. Sólo la aparición del Padre en un momento del relato, se destaca del conjunto y deja su impresión. Al final, Quirón se da cuenta, y amenaza (siempre para cubrirse las espaldas): “que se atrevan a jurarte que no eres...”, pues sí, es un atrevimiento que Quirón no pretende tolerar. De ahí la opción por la forma que lo puede alejar de nosotros, que está más allá de un juicio y un lenguaje común. Está bien, es excepcional. J. A. Página 23 Taller de textos SIGLO DORMIR UN SIGLO “Quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo.” Federico García Lorca Si pudiera dormir ahora todo un siglo interminable bajo los árboles ancianos, como la tierra duerme, como descansa el aire, como reposa el tiempo sin relojes ni cálculos. Si me pudiera aliviar el alma con la luz de una estrella rota sobre un cuchillo, si una piedra lavase nuestros huesos de toda costura, tal vez hasta dejar ligera nuestra sangre de su herrumbre y su daño. Si pudiera dormir ahora para siempre contra un lecho de yerba, contra una playa sola, en la tierra sin dedos, en el grito que rompe las escamas nocturnas. Si pudiera dormir durante todo un siglo. DIAGÓS GÓSTICO DIAGÓSTICO No hay sólo enfermedades de la carne, hay las enfermedades del espíritu: la congoja que aprieta nuestros dientes, la sombra que se pone en nuestra sombra, el alacrán que salta por los dedos. Hay la uña de sangre y la membrana de estalactita y hay el organismo de la noche invertida. Hay el martillo que nos rompe un ojo junto a la araña invisible, el golpe del mar en la epidermis, el contacto de piedra y de navaja la sustancia que se hunde en nuestra boca y el angélico infierno. Yo no sé si se entiende lo que digo: existe el llanto puesto en una aguja, la pesadilla escrita en un diamante, o la víbora oculta en un cuaderno. Y no sólo el espejo va sollozando el agua o derramando siglos de detritus y materias, ni hay sólo el esqueleto que la mar nos devuelve, sino que los caminos padecen carcoma y un lamento crepita en la cruz de la tierra. No hay sólo enfermedades en el cuerpo y en la tierra iracunda con su aullido de alma, con su vientre y su odio, y su crepitación y su barro y su greda: hay el reproche y el cansancio y la repulsa y el quebranto y el golpe y al desgracia. Porque está el ser humano ahora contando vicios y asperezas y rugosidades en el filo del corazón. Paco Alonso Página 24 Taller de textos Tiempo objetivo y tiempo subjetivo en el cuento (“An ocurrence at Owl Cree”, de Ambrose Bierce) Juanma Agulles Comencemos por algo sencillo: todo bicho humano apoya sus dos patas en el Tiempo y el Espacio. Si no fuese porque Kant también lo dijo y fue decisivo para la filosofía del siglo XX, pensarían que lo que acabo de decir es una obviedad. Ahora bien, podemos hablar del Espacio y del Tiempo cartesianos o aceptar lo que nos toca y decir que, más allá de un tiempo y un espacio Universales, existe una vivencia espaciotemporal que ocurre justamente de los ojos hacia adentro y que no es medible. Es, digamos, un proceso mental que hace relativo el lapso diseccionado en segundos, minutos, horas…etc. No pasa igual de rápido el minuto de un orgasmo que el minuto en que esperamos el autobús. No tienen la misma intensidad. La literatura se ha ocupado especialmente de la cuestión del tiempo, de la intensidad de lo vivido. Se podría decir que el mismo hecho de escribir un cuento es, de alguna forma, echar un pulso a Chronos para condensarlo en diez o doce páginas a las que siempre se pueda volver, resistiendo el envejecimiento que los años viertan sobre ellas. Así, yo puedo revivir el momento terrible en que Gregorio Samsa descubre con horror que se ha convertido en un insecto o recorrer de nuevo el día de más de 700 páginas de Leopold Bloom, mediante el sencillo mecanismo de abrir un libro y romper a leer. Escribir es una forma de vivir las cosas dos veces o de vivir lo que no ha sucedido pero podría suceder. En cualquiera de los dos casos, el tiempo “real” se subvierte en la forma literaria para conseguir una trascendencia o una relevancia de aquello que amamos o detestamos (yo sigo pensando que, todas las noches, Larsen entra en la habitación del hotel de Santa María para besar Ambrose Bierce la frente del viejo Petrus). Pero, además, hay varios cuentos que han puesto de relieve la coexistencia de al menos dos planos temporales que pueden superponerse para causar el efecto de una pesadilla o de un avance desesperado hacia la nada. Son cuentos donde, lo que podemos llamar “tiempo objetivo”, resulta herido, abierto de un tajo, por la secuencia de un “tiempo subjetivo” que el narrador introduce y que relativiza los hechos contados. En “La noche bocarriba”, Cortázar cuenta cómo un motociclista, mientras es operado tras un accidente de tráfico, sueña ser un indio moteca perseguido por los aztecas que tratan de darle caza. Aquí se intercalan dos tiempos (y más) en los que, mientras el herido se recupera en el hospital, las secuencias de la caza del moteca y los preparativos para el sacrificio ritual se superponen de forma que pueden llegar a fundirse y a relativizar lo que “en realidad” está sucediendo. Es lo que termina por ocurrir: en un final fantástico se nos revela que era el indio moteca quien, mientras era conducido al altar del sacrificio, soñaba ser un motociclista que corría por las calles de la ciudad. Borges en “El sur” deja entrever, más sutilmente, que el protagonista de su cuento realiza un viaje hacia tierras patagónicas en el que encontrará la muerte en una pelea a cuchillo; todo sin salir del sanatorio donde está ingresado. Aquí, el viaje físico, es relativizado por un estilo indirecto que nos deja la sensación de estar “en realidad” ante una pesadilla o el delirio final de un moribundo. También Horacio Quiroga utiliza el delirio de un moribundo, pero mucho más brutalmente, en el cuento “El hombre muerto”. Aquí resume Quiroga lo que venimos diciendo de la siguiente forma: “No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo”. Y podría haber escrito “se muere”, pero lo terrible, lo irremediable, es que “se está muriendo”; es decir, aún en los pocos segundos que puede tardar en expirar, llega a ser consciente de su propia muerte, precisamente porque esos pocos segundos se estiran hasta el borde del infinito en su cabeza. Pero quizá el cuento que mejor ilustra este paralelismo entre tiempos, el que a mí más me gusta, lo escribió Ambrose Bierce allá por el 1892. El cuento se titula originalmente “An ocurrence in the Owl Cree” y se ha traducido como “Un suceso en el puente sobre el río Owl”1 . En este relato, de apenas doce páginas, Bierce estaba indicando el camino que autores posteriores siguieron al insertar el “tiempo subjetivo” del personaje dentro de un “tiempo objetivo” narrado y revelar así Página 25 Taller de textos las absurdas y terribles incongruencias a que lleva esta coexistencia temporal de la vida y la muerte, el deseo y la represión, el sueño y la vigilia. El protagonista está a punto de ser ahorcado en el puente sobre el río Owl. Así comienza Bierce el cuento, en plena acción presente (aunque esté escrito en forma pretérita), dice: “Había un hombre parado sobre un puente ferroviario al norte de Alabama, mirando hacia el agua que corría rápidamente unos seis metros más abajo. Tenía las manos atadas a la espalda con una cuerda. Otra cuerda rodeaba holgadamente su cuello…” y continúa. El primer salto en el tiempo lo da unas páginas después, marcado con un cambio de capítulo en el que hace un primer requiebro hacia el pasado y recomienza: “Peyton Ambrose Bierce Farquhar era un granjero acomodado…” Esta retrospectiva de la vida del protagonista, de su familia, de los motivos que le han llevado hasta el puente donde está a punto de ser ahorcado, dura apenas página y media y, a continuación, vuelta a la acción de la manera más abrupta, como si el lapso entre el primer fragmento y este tercero hubiese sido muy corto en el “tiempo objetivo” de la narración. Así, la tercera y última parte comienza diciendo: “Cuando Peyton Farquhar se desplomó a través del puente quedó inconsciente como si ya estuviera muerto”. Y aquí se inaugura el artificio, el perfecto mecanismo cuentístico que estallará al final ante nuestras narices. Porque Peyton Farquhar quedó inconsciente “como si ya estuviera muerto”. No obstante, “supo que la cuerda se había roto y que él había caído al arroyo”, dice Bierce. Tendrá entonces la posibilidad de escapar, esquivando las ráfagas que los soldados lanzan desde el puente, zambulléndose en el río y dejándose llevar hasta una orilla. Retomará después el camino a su hogar, donde le esperan su mujer y sus hijos. Andará hasta el anochecer por la región donde ha vivido siempre para llegar a su casa, y aquí viene el tremendo y revelador final: “A pesar del sufrimiento, se había quedado sin duda dormido mientras caminaba, porque ahora ve un paisaje diferente. Quizá sólo se ha recuperado de un delirio. En ese momento está frente al portón de su propia casa. Las cosas están como él las dejó, y todo es brillante y hermoso en el sol matinal. Debe de haber viajado la noche entera. Cuando empuja y abre el portón y entra en el camino ancho y blanco, ve un aleteo de prendas femeninas; su mujer con aspecto Página 26 fresco y dulce, baja de la terraza para recibirlo. Al pie de los escalones lo espera, con una inefable sonrisa de alegría, una actitud de incomparable gracia y dignidad. ¡Ay, qué hermosa es! Se lanza hacia ella con los brazos extendidos. Cuando está punto de estrecharla siente un golpe en la nuca que lo desvanece; una luz blanca cegadora incendia todo a su alrededor con el sonido de un cañón. Después todo es oscuridad y silencio. Peyton Farquhar estaba muerto; su cuerpo, con el cuello roto, se balanceaba suavemente de un lado a otro bajo las maderas del puente sobre el río Owl.” Es un final estremecedor. Con eficaz sutileza Bierce, al principio del párrafo pasa sin necesidad de cambiar de frase del pretérito al presente, dice “(…) se había quedado sin duda dormido mientras caminaba, porque ahora ve un paisaje diferente”. Con esto ha cambiado al narrador sin necesidad de moverlo; sigue utilizando la omnisciencia, pero el tiempo verbal en presente de indicativo nos pone detrás del hombro de Peyton, y desde allí vemos el portón, vemos a su mujer, llegamos a exclamar “¡Ay qué bella es!”, (aunque todo parece indicar que es el propio Peyton Farquar quien lo dice; pasando el narrador a confundirse definitivamente con el personaje). Justamente ahí sentimos el golpe en la nuca que lo desvanece. No conforme con esto, Bierce nos sacude con tres líneas finales en las que vuelve a la forma pretérita inicial para “alejar” al narrador; y nos dice lo que ya sospechábamos: “Peyton Farquhar estaba muerto”. Sí, y además en el mismo punto en que lo encontramos al principio, de forma que todo lo sucedido, y lo sabemos sólo ahora, transcurrió en los segundos fatales en que Peyton fue ahorcado y en los límites de su delirio o su imaginación, en un tiempo que no era el tiempo “real”, pero que nosotros hemos vivido con él, incluso hemos sufrido con él; con Peyton Farquhar quien, inerte e inmortal, se balancea para siempre sobre las aguas del río Owl. Pero vayamos un poco más allá de la literatura (si algo semejante es posible). ¿Qué significa que el tiempo subjetivo interrumpa de un golpe la narración objetivada de “los hechos”? Daré una lectura interesada. Significa que, de alguna forma, la Voluntad y la Historia están imbricadas en una lucha sin cuartel; que la objetivación de la secuencia Histórica (y esta objetivación es siempre una práctica política) se ve alterada por la “lectura” de esa secuencia, por su Taller de textos interpretación o su percepción desde otro lugar. Así, una lectura de la Historia en términos diferentes puede llevar a una modificación de la secuencia “objetivada”, pasando a convertirse en “suceso histórico” que, casi irremediablemente, volverá a ser “objetivado”. No voy a caer en la conocida trampa hegeliana y proponer que esto da, como consecuencia, una síntesis superadora. Los avances y las regresiones son posibles, y se podría decir que son la materia plástica de la que surge el mismo concepto Tiempo. En otros términos: que Peyton Farquhar se resista a la muerte y en su delirio sea capaz de llegar hasta el portón de su casa, tiene varias lecturas. Una, claramente, deberá ser atea. No hay más trascendencia en la muerte sobre el río Owl que la que la voluntad casi extinta del ahorcado logra a través de un proceso fantástico o psicológico, según se quiera. No hay encomienda a Dios, ni al más allá, ni resignación cristiana. Hay que recordar que Bierce aclara en las primeras líneas que Peyton está completamente imposibilitado en sus movimientos, por lo que sólo le queda una resistencia onírica, imaginativa. No hay sacralización ninguna en su muerte; Peyton Farquhar era un granjero acomodado, no un soldado heróico ni un mártir; y en esta muerte anónima que se resiste a ser está la carga sacrílega. La única luz, la única reminiscencia del paraíso, es la belleza de su mujer. Otra lectura posible será política. La resistencia ante quien nos echa la soga al cuello y nos coloca maniatado sobre el puente, puede y en algún sentido debe ser una resistencia poética. El tránsito de Peyton Farquhar hasta su hogar, su trascendencia, su inevitable inmortalidad a partir del momento en que queda colgado, se la da, precisamente, ese valor de imaginar otro trayecto. Bierce, en el momento en que escribe, le ha conferido a esa imago mundis su materialidad, su tipo particular de acción consistente en sentarse a escribir precisamente ese cuento y no otro. La misma motivación que me ha llevado a mí a elegirlo para hablar sobre cuestiones que están dentro del cuento y más allá de él, desde el momento mismo en que lo interpreto. No sé si Bierce estaría de acuerdo con todo esto. Probablemente no. Por eso será mejor que consigan el cuento y lo lean cuanto antes, quizá en alguna de esas lecturas, Peyton Farquar, logre definitivamente esquivar la muerte. He utilizado la traducción de Jorge Ruffinelli que aparece en Antología del cuento Norteamericano de Richard Ford, publicada por Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2002. 1 Página 27 No había escuchado su nombre antes, ni imaginaba que a los pocos días estaría charlando con él en su casa. Cuando cayó en mis manos aquel libro de Cuentos Completos, en la misma edición de Alfaguara en que había leido a Cortázar, Onetti o Ribeyro, no podía pensar que aquel tipo que aparecía en la portada, con gesto enigmático y burlón, vivía a tan sólo unas cuadras de mi casa del otro lado del océano. En Buenos Aires, suceden ese tipo de cosas. Cuando viajé por primera vez, lo hice de la literatura a sus calles. Había subido en el “Ómnibus” de Cortázar, acompañado a Onetti en su recorrido por “Avenida de Mayo-Diagonal Norte-Avenida de Mayo”, y me había sumergido en la efervescencia de la ciudad maleva en los años 30 a través de Arlt y su “Juguete Rabioso”. De modo que, por extraño que resulte, cuando pisé por primera vez sus adoquines, tuve la sensación de guardar recuerdos de aquellos lugares. En esta ocasión, en mi tercer viaje, cuando ya la ciudad tenía dimensiones humanas para mí y podía reconocerme en ella, tuve la oportunidad de realizar el viaje en sentido inverso e ir de sus calles a la literatura, de acercarme a aquel tipo que me observaba con una mezcla de curiosidad y desdén desde la portada de sus Cuentos Completos. Como suceden habitualmente estas cosas, mediando la casualidad y sobre todo las gestiones de la lingüista Ana Fernández-Garay, pude llegar hasta él. Así, después de un par de llamadas, sin necesidad de insistir demasiado, nos recibió en su casa que resultó estar a diez minutos. Una casa colonial, de ventanales enormes, decorada con antiguedades, una reproducción del Guernica en el vano de la escalera, un sillón donde nos acomodamos, una mesa con un tablero de ajedrez y un atril de madera con un libro abierto. Nos recibió con cordialidad, charlando tranquilamente, y fumando en pipa. Sentía que su mirada curiosa pretendía adivinar quién era yo. Me preguntó enseguida si escribía, como queriendo confirmar la desgracia. Cuando le contesté, sin embargo, me pareció que era mejor así, que se había tendido un puente. Le hablamos un poco de “Cuadernos del Tábano” y él nos mostró su colección del “Escarabajo de Oro”, encuadernada cuidadosamente, como testimonio de un tiempo. Tomamos café y charlamos otro rato hasta que se impuso hacer unas preguntas para ordenar un poco todo esto: Página 28 El sótano Cuadernos del Tábano: ¿Cómo empezó su relación con la literatura? Abelardo Castillo: Comencé a leer desde muy chico y hasta puedo fijar la fecha donde encaré, por decirlo así, mi primer libro serio, que fue Robinson Crusoe, de Daniel De Foe. Lo sé porque en ese año se separaron mis padres y yo fui a un internado religioso, salesiano, y ahí me prohibieron la lectura de ese libro, de modo que fue en esa época. Después leí cuanto libro cayó en mis manos. Antes de saber leer, yo quería tener una biblioteca, sin saber bien por qué, pero me gustaba que los libros estuvieran acomodados en un estante. Aprendí a leer antes de ir al colegio. Así que mi relación con la lectura ha sido permanente. Ya en la adolescencia, como casi todo adolescente y casi todos los escritores, escribía versos. Yo no creo -y en ese sentido coincido con Marechal- en lo prosistas que no hayan comenzado por escribir versos. Creo, como decía Aristóteles –y lo citaba Marechal- que todos los géneros de la literatura son géneros de la poesía y en el fondo de todo gran escritor subyace, sin duda, la poesía. Esa etapa adolescente de lecturas múltiples, duró hasta los dieciocho o veinte años, en que leí casi todo lo que he leído. Se podría decir que toda mi biblioteca básica parte de esa época. A los veinte años había leído todo Kafka, Dostoievsky, los poetas alemanes, naturalmente la literatura española, sobre todo la poesía española y los clásicos españoles en prosa; siempre fui un ferviente discípulo, remoto, de Quevedo, al que considero el más grande prosista en nuestra lengua. Había hecho una especie de script de vida que duraba hasta los veintitrés años. Yo pensaba que a los veintitrés años me iba a morir e iba a dejar una obra poética, a la manera de Lautrèmont o Rimbaud… y no me morí. De manera que no tuve más remedio que dedicarme a escribir en prosa. CT: ¿Cuál fue su primer texto en prosa? AC: Toda la niñez y toda la etapa del secundario la pasé en San Pedro. Cuando me expulsaron del colegio, me vine a vivir a Buenos Aires, con una tía. Ahí estaba escribiendo un relato largo que llevaba por título El otro Judas y me dí cuenta que eso no era un relato, si no que exigía la forma teatral, necesitaba que esos personajes se pusieran de pie. Y escribí mi primera obra teatral, El otro Judas; tenía entonces veintidós años. La envié a un concurso, de una revista literaria. Yo no conocía a nadie que tuviese relación con la literatura, salvo esa revista que un día ví en un quiosco, ví que habían convocado un concurso y, con una enorme irresponsabilidad, la mandé. Misteriosamente, gané el primer premio. A partir de ese momento yo empecé a sentir la responsabilidad de escribir. Un día volví a San Pedro y quemé todas mis poesías, salvo unas pocas, y no me arrepiento para nada de haberlo hecho. Sentía que mi forma de expresión verdadera era la prosa, aunque nunca renuncié a la poesía. Te diría que entre los 22 y 24 años ya había empezado a notar eso y había ido escribiendo algunos cuentos. Mi primer libro de cuentos lo publiqué a los veintiseis años y ganó el primer premio de Casa de las Américas, en Cuba, y ahí es como si para los demás me hubiese recibido de escritor. Entonces tuve que aceptar la fatalidad de la literatura. Y digo la fatalidad de la literatura, porque no me parece que sea ningún oficio razonable ni rentable ni que sea siquiera un oficio. Yo no creo en los escritores profesionales. Creo, eso sí, en la profesión; palabra que viene de profesar, como quien profesa una idea religiosa o determinadas convicciones. En ese sentido sí soy un profesional. Pero no soy uno de esos escritores “profesionales” de best sellers o esos autores que escriben por encargo sobre cualquier tema. Yo soy un escritor que no puede escribir sobre cualquier tema, que escribe lo menos posible (como la mayoría de escritores que conozco) y a quien le cuesta mucho trabajo escribir. C.T.: Usted ha fundado varias revistas literarias, como El escarabajo de oro o el Ornitorrinco ¿cómo ha sido a grandes rasgos la historia de esas publicaciones y su experiencia? A.C.: El escarabajo de oro fue una revista hecha casi en su totalidad por escritores. No veníamos de la Universidad, había, algún universitario, pero la mayoría eran escritores. No escritores como los de la revista Centro o Contorno que salían de la facultad de Filosofía y Letras. No teníamos casi ensayistas, y nosotros tuvimos que rellenar ese hueco escribiendo ensayos, sin saber muy bien lo que hacíamos, ya que básicamente estaba hecha por poetas y por cuentistas. Después fuímos, porque la realidad lo exigía, tomando posiciones políticas o teóricas. Y así está considerada como una de las revistas de la izquierda de los años sesenta y, un poco, el emblema de esa generación. En esa época no era tan difícil publicar una revista con determinado contenido político o haciendo explícitas posiciones teóricas como lo fue después. Con la dictadura se tuvo que refundar de alguna forma el Página 29 El sótano Escarabajo de Oro, que nunca fue prohibido, pero tuvo que dejar de salir por un crack financiero en el 74. En el nuevo contexto, me negué a volver a editar la revista con el mismo nombre, porque no nos iba a ser permitido publicar con la libertad que teníamos en el sesenta para hablar de ciertas cosas y decir con todas las palabras lo que pensábamos. Sacar la revista con el mismo nombre hubiera sido una especie de concesión. Entonces decidí cambiarle el nombre (aunque varios integrantes eran del Escarabajo de oro), y se llamó el Ornitorrinco. Se llamaba así porque estaba formada, no por gente que políticamente tuviera una dirección, sino por quien viniera a la revista. Había jóvenes escritores que salían de la Universidad del Salvador, la universidad católica, tipos que venían de la izquierda, tipos que no tenían partido. Lo que nos unía era estar en contra de la dictadura, pero no era una revista politizada. Yo era, tal vez, el politizado o algunos de los editoriales que se publicaban. Pero el lenguaje al que teníamos que apelar era un lenguaje casi sibilino, oblicuo. Tenías que decir las cosas de manera tal que tu lector te entendiera. Y ahí apelamos a veces a la literatura fantástica. Recuerdo que publicamos un cuento de Dino Bussati que se llamaba Están Prohibidas las montañas que leído en Italia podía ser un cuento fantástico, pero que leído en la Argentina era un cuento terriblemente testimonial: un grupo de personas que no pueden nombrar la palabra montaña porque está prohibida y terminan tapiando las ventanas que dan hacia las montañas para evitar su visión. No obstante, a pesar del lenguaje menos directo, escribí editoriales lo suficientemente comprometidos como para tener problemas. Publicamos el primer manifiesto de las Madres de la Plaza de Mayo cuando nadie quiso hacerlo (manifiesto, por cierto, que firmaban Borges y Bioy Casares); hablamos del Nobel Esquivel, cuando no se lo podía mencionar… es decir, había cosas que se podían decir. Sólo hacía falta, no digo ya el coraje, sino la responsabilidad de ver hasta dónde podía llegar la censura y la represión. C.T.: Leyendo sus cuentos se notan varias vertientes o influencias marcadas. En muchos cuentos de su libro Cuentos Crueles hay cierto paralelismo de temáticas y formas con Roberto Arlt y, en otros cuentos, como Week End o Noche Página 30 para el negro Griffiths hay más de Cortázar, ¿diría que son estas sus más importantes influencias? A.C.: Bueno, una de las cosas que más se ha hablado respecto a mis cuentos ha sido la variedad de temáticas. Porque, en general, los escritores realistas suelen ser sólo realistas y los escritores fantásticos sólo fantásticos. Eso creo que no sucede en mis cuentos. Efectivamente hay cuentos donde existe la influencia de Arlt; y quién no en mi generación. Se puede ver sobre todo en un cuento, Crear una pequeña flor es trabajo de siglos, donde en el primer párrafo se alude directamente al cuento de Arlt Escritor Fracasado; mi cuento comienza diciendo Soy un escritor fracasado… Se podría decir que el cuento de Roberto Arlt habla de la vida de un personaje y lo remite exclusivamente a la literatura; yo quería ver a ese hombre actuando en la vida, con una mujer, con sus amigos… y no me quedó más remedio que escribir el cuento de nuevo. En cuanto a Cortázar no alcanzó a influir sobre mí tanto, porque cuando yo lo conozco a Cortázar, que es alrededor del sesenta o el sesenta y uno, ya había publicado mi primer libro de cuentos y había escrito las obras de teatro El otro Judas, Israfel y aún otra que se titula Sobre las piedras de Jericó. Así que Cortázar para mí llegó tarde. Influyó en la generación inmediatamente posterior a la mía o en aquellos que tenían cinco años menos que yo y lo habían leído en su adolescencia. Es más, la primera versión de Noche para el negro Griffiths la había escrito antes de leer El perseguidor. Después, cuando lo leí empecé a modificarlo y tomó la forma de una velada polémica, una especie de confrontación, cordial por supuesto, con Cortázar. Ahí sí tuve muy en cuenta El perseguidor como forma de oponer una pequeña teoría estética a otra. Por ejemplo, en el cuento de Cortázar el protagonista sale de un personaje real, Charlie Parker, mientras que en el Negro Griffiths es inventado por mí. El protagonista de El perseguidor toca el saxo y hace referencia al jazz cool, el jazz frío, mientras que Griffiths es trompetista y hace referencia al jazz hot, a la música caliente. Con Cortázar me pasó una cosa muy curiosa: le pedí un cuento para la revista y me contestó prometiéndome el suyo y pidiéndome algún cuento mío. Cuando él envía su texto desde París a Buenos Aires, el mío viajaba ya en sentido contrario. Su cuento era Continuidad de los parques, donde un lector es asesinado por el personaje de la novela que está leyendo. En el mío, el personaje del cuento termina por matar al autor. Eran casi literalmente el mismo cuento. Hablamos con Cortázar muchas veces sobre ese tipo de coincidencias. Yo un día dije que no es que Cortázar me hubiese influido, sino que los dos plagiábamos a los mismos autores. El sótano CT.: Usted no ha negado nunca esas influencias… A.C.: Es algo común. Un mismo tiempo obliga a tratar los mismos temas. Hay textos de Tolstoi que podría haber escrito Dostoievsky sin ningún problema, y viceversa. En el momento se suelen buscar las diferencias, pero cuando pasa el tiempo, se encuentra que hay más coincidencias. Pasó, por ejemplo, con un autor como Kenzaburo Oé, autor japonés del que nadie había oído hablar, salvo cuatro que lo habíamos leído en la década del sesenta acá y que, de pronto, parecía un escritor nacional… claro, estaba hablando del mismo tiempo, la misma época y las mismas influencias reales que tiene un escritor y que no son necesariamente literarias. Nunca he negado mis influencias, por otra parte. El magisterio de Cortázar sin duda que me sirvió, aunque lo leí más tarde. Yo diría que las mayores influencias mías son Arlt, Borges y Marechal. C.T.: Durante la dictadura argentina publicó, como hemos comentado antes, El Ornitorrinco, ¿cómo fueron esos años para un escritor como usted y qué repercusiones pudo tener aquel periodo para la literatura Argentina actual? A.C.: Bueno, hay que contar que, cuando empieza la dictadura, lo hace sobre la base de la desaparición de la guerrilla y de los grupos de izquierda combativos; porque la primera represión empieza con la época de Isabel Perón, cuando le da la orden a Videla. Después Videla le da una patada en el trasero a Isabel Perón y sube él. En esa época desaparecen por ejemplo dos grandes escritores como Rodolfo Walsh o Aroldo Conti. Nosotros hablamos de esos porque son los más conocidos, pero acá desapareció una generación entera, que iba de los 18 a los 35 años. El 75% de los famosos 30.000 desaparecidos, tenían entre los 18 y los 35 años. Por eso el probema todavía lo estamos viviendo. Porque no es ya solamente el número de los desaparecidos, sino qué gente desapareció ahí. Qué futuros escritores, periodistas, cineastas, desaparecieron en esos años. ¿Cuáles son los libros que no se han llegado a escribir en Argentina? Se ha generado un vacío en la generación anterior a la mía. Personalmente, en la revista, no me parece que hiciésemos nada heroico. Publicábamos lo que podíamos. Y además, yo tenía siempre en cuenta, para no dejarme ganar por el terror ni la paranoia, algo que dijo Sartre durante la ocupación alemana y que abría En la república del silencio; decía algo así como que nunca se había sido más libre como durante la ocupación nazi, ya que la libertad sólo se entiende en acto. Entendí que, bajo un gobierno militar, el sacar una revista literaria o desfilar con las Madres de Plaza de Mayo todos los jueves o decir un no o no hacer alguna concesión, se convertía en un acto de libertad. Fue en esa época cuando yo pensaba que cada editorial que escribía, cada visita a un amigo preso, cada discusión sobre los contenidos de lo que se iba a publicar, era un ejercicio de libertad y de responsabilidad. Ésa fue también una discusión que sostuve con Cortázar que no afectó a nuestra amistad por supuesto. Él sostenía que había que irse de la Argentina y yo defendía que no, que las verdaderas rebeliones espirituales se hacen dentro del país, si no Sartre tendría que haberse ido de Francia cuando llegó el ejercito nazi, y no lo hizo. Vale decir, si se podía ser Sartre y Camus y Simone de Bouvoir en esa época, por qué no se podía ser algo así frente a la dictadura militar en la Argentina. C.T.: ¿Publicó en ese periodo algún libro? A.C.: Mi último libro de cuentos apareció en el 76, que fue Las panteras y el templo, que ya estaba contratado anteriormente. Después hasta el 82, cuando la dictadura ya estaba vacilando, no pude publicar más. Ni publiqué, ni me hicieron reportajes, e incluso había gente que pensaba que estaba fuera del país o, de lo contrario, que estaba muerto. A partir del 85 es cuando vuelvo a publicar más regularmente. Yo te diría que era más conocido cuando tenía 30 años que cuando tenía cincuenta, porque en el medio hubo un vacío. Página 31 El sótano CT.: Cuando ha hablado de Las panteras y el templo, al mencionar la fecha de su publicación, y atendiendo a la sensación de inquietud que transmite el cuento con ese título, ese rondar de las panteras, como una amenaza, ¿se me ocurre que podía, de alguna forma indirecta, estar anticipando lo que vendría? A.C.:Yo creo que de alguna forma indirecta sí. Una crítica americana dijo una vez que era extraño el que, precisamente en esos momentos, hubiese abandonado los temas realistas o políticos de libros como Cuentos crueles o Las otras puertas; sin notar que era muy difícil que en aquella situación se pudiesen publicar cosas como esas. Pero en el fondo hay una atmósfera que pesa sobre un escritor y que se hace presente en un cuento aunque sea un cuento fantástico. Las panteras y el templo, se puede leer de muchas maneras; y Week end, también se puede leer de muchas maneras. C.T.: Esto nos llevaría a hablar de Los mundos reales y la concepción de lo fantástico y lo realista como parte de una misma realidad que es la que aparece en sus cuentos… A.C.: Eso es. Borges decía que era inadecuado hablar de literatura realista porque toda literatura es un artificio. Es cierto: el árbol que está en la calle es el árbol. El árbol pintado o el árbol descrito con palabras, es otra cosa; pero eso es algo que se sabe desde Platón. Lo que yo sostengo es que tampoco existe una literatura fantástica, porque la literatura fantástica está hecha sobre tus obsesiones, sobre tus locuras, sobre tus sueños, aquello que deseás y no tenés; o sobre aquello que te perturba, y eso es la realidad humana. Yo no sé si somos más reales mientras mantenemos esta conversación o mientras imaginamos un poema o soñamos con leones o panteras. Para mí la realidad es una. Por eso yo diría que si hay una literatura la metería toda bajo el nombre de realista y cabría, por ejemplo El Quijote, que no es una novela realista, ya que ocurren cosas imposibles. O la Divina Comedia, que no ocurre en ninguna parte, porque todo sucede en el infierno, el purgatorio y el paraíso, cosas que no me han llegado noticias que existan realmente. Y no deja de ser un testimonio real de lo que era la Italia de su tiempo, el amor de su tiempo, la iglesia católica en su tiempo y hasta la astronomía ptolemaica de su tiempo. Vale decir que un buen escritor da cuenta de la realidad siempre. Página 32 De hecho, yo empecé a escribir cuentos fantásticos, pero empecé a escribir en los sesenta, y estaba muy de moda escribir obras realistas. Cuetos como Marica, La madre de Ernesto o Conejo, los escribí, en cierta forma, para convencerlo a Humberto Constantini (escritor de cuentos realistas con quien fundé una revista) que yo también podría escribir ese tipo de cuentos. Mientras mis cuentos fantásticos los iba guardando en un cajón. En el próximo libro de cuentos que voy a publicar, que se titula El espejo que tiembla, casi todos los cuentos son fantásticos. CT: ¿Cuál ha sido, a su juicio, la evolución de la literatura en la Argentina en estas últimas décadas? AC: Se ha vivído, sobre todo entre los años ochenta y noventa, lo que acá se ha llamado la literatura light, o una concepción frívola de la literatura y del mundo. Ya la palabra compromiso no tenía sentido, hablar de izquierda y de derecha no tenía sentido, estamos en el mundo para cumplir con aquel famoso verso de Horacio: el carpe diem, corta la flor del día. Lo que era una ilusión, como demuestra casi toda Latinoamérica hoy. Todas esas teorías que dicen que ha muerto la historia, han muerto las ideologías, hemos llegado al fin de los tiempos, no son ciertas, por lo menos aquí. No sé qué pasará en Europa, pero por lo menos en Latinoamérica la historia sigue ocurriendo, anda por la calle todos los santos días. En cuanto a los nombres de escritores que son un poco mayores o menores que yo destacaría a Héctor Tizón, Rivera, Saer, Piglia, Vicente Batista, Liliana Hecker. De la generación siguiente te diría que los más interesantes son Juan Forn que ahora se ha recluído en la costa para terminar una novela o Silvia Iparraguirre, que es una de las mejores escritoras que ha dado su generación. No tengo una relación muy directa con la literatura de los más jóvenes que están escribiendo hoy. Salvo por los talleres que organizo en casa a los que llegan chicos de entre veinte y veinticinco años. Me tienen que asegurar mucho que un libro es bueno para que lo lea, porque tengo mis deudas con mi propia biblioteca. CT: ¿En qué se centra, ahora mismo, su actividad literaria? AC: Bueno, siempre estoy escribiendo algo. Lo que estoy terminando ahora es ese libro de cuentos que te mencioné antes que se va a publicar el año que viene. Primero estoy esperando a que se publique toda mi obra en Seix Barral. El sótano Para Marzo se publica el último de los diez libros de lo que ellos llaman un paquete, que se corresponde con la reedición de Las maquinarias de la noche. Después empezaremos a hablar de la publicación de ese nuevo libro de cuentos, El espejo que tiembla; también un libro de ensayos titulado La agonía de la libertad, con textos del Escarabajo de oro, reportajes que di en algunas épocas… marcando un poco lo que sería la década del sesenta y el setenta y los años posteriores a la dictadura militar. También estoy escribiendo otro texto de ficción del que no quiero hablar más de la cuenta porque, tardé treinta años en escribir mi novela Crónica de un iniciado y Abelardo nació en San Pedro (Prov. de Buenos Aires) el 27 de marzo de 1935. Comenzó a publicar cuentos hacia 1957 –Volvedor ganó un premio en el concurso de la revista Vea y Lea en 1959, siendo jurado Borges, Bioy Casares y Peyrou– Fundó El Grillo de Papel, continuada por El Escarabajo de Oro, una de las revistas literarias de más larga vida (1959-1974) en la época, caracterizada por su adhesión al existencialismo, al compromiso sartreano del escritor. Su primera obra de teatro, El otro Judas (1959), reitera el problema de la culpa que asume el traidor del Nazareno, tal vez como un secreto instrumento de Dios, quizá desde el acto existencial de la responsabilidad de un hombre por todos los hombres. Culpa y castigo que son tema de numerosos cuentos de este narrador, un hilo conductor por los arrabales, las casas, los boliches, los cuarteles, las calles de la ciudad o de pequeños pueblos de provincia, donde sus personajes llegan, por lo general, a situaciones límite. No son pocas las veces que parecen concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino. La fatalidad de los sucesos hace recordar a Borges, una de sus devociones, de quien toma a veces cierta entonación criolla y distante. En otros cuentos, largos períodos apenas puntuados por la coma, aluden a la violencia, al vértigo de las imágenes, al vivir en tensión de sus criaturas. Algunos relatos incursionan en el delirio y lo fantástico y son secretos homenajes a Poe, a quien Abelardo Castillo transformó en personaje teatral en Israfel, obra premiada por un jurado internacional y que tuviera aquí un largo éxito. Dirigió también la revista El ornitorrinco (1977-1987). Algunos de sus cuentos fueron traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, ruso y polaco. mientras hablaba de ella y de su publicación que no llegaba nunca. Así que como no sé si voy a tener otros treinta años para seguir hablando, mejor me callo la boca y espero a que esté avanzado. C.T: Tiene los cajones repletos… AC.: En una época me jactaba de tener más textos en los cajones que publicados. Ahora ya no sé si es así, pero por lo menos tengo suficientes textos como para hacer un nuevo escritor, un nuevo Abelardo Castillo, por lo menos. Cuentos · · · · · · · · Las otras puertas (1961, Premio Casa de las Américas) Cuentos crueles (1966) Los mundos reales (1972) Las panteras y el templo (1976) El cruce del Aqueronte (1982, Premio Municipal) Las palabras y los días (ensayos, 1989, Premio Municipal) Las maquinarias de la noche (1992) Cuentos Completos (1998) Novelas · · · · La casa de cenizas (1968) El que tiene sed (1985, Premio Municipal) Crónica de un iniciado (1991) El Evangelio según Van Hutten (1999) Teatro · · · El otro judas (1959, 1er. Premio Festival de Teatro de Nancy en 1964) Israfel (1964, 1er. Premio Internacional de la UNESCO) Tres dramas (teatro, 1968) Página 33 PUNTOS DE VENTA Librería Compas Universidad de San Vicente Librería Laos c/Médico Manero Mollá 5 Tetería del Tábano Calle del Pozo 94 Tetería del Zoco García Morato 22, (Ruta de la Madera) Kiosco Menchu Calderón de la Barca 18 Kiosco de prensa Plaza Santa Teresa (frente al Panteón de Quijano) Don Pincel Plaza Santa Faz, 1 (San Vicente) Tetería Luz de Luna Esquina Calles Diagonal y Jávea BAR La guapa c/Soto Ameno, 23 (San Blas) BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN Nombre y apellido:.......................................................................... Dirección:................................................CP:.............Tlf:................. E-mail:.......................................................................................... Usted recibirá el ejemplar en su casa cada tres meses sin gastos de envío. Desde el número:......... Suscripción por un año (4 números)......................................10euros. 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El procedimiento habitual de «libro al viento desde el balcón de un quinto piso» encontraba su primera dificultad: nos habíamos quedado sin quinto piso y sin balcón. Teníamos entonces que imaginar, proponer alternativas...pero claro, a esas horas, demasiado humo, demasiadas cervezas, y ni el apellido de la autora: Cerrada, ni el título del libro que se impacientaba en el patíbulo: Noctámbulos, eran precisamente alentadores. Y entonces una vez más la Naturaleza como una Madre pendiente de nuestros caprichos nos solpló al oído la solución: «en lugar de en pájaro, conviértanlo en pez». Y un abundante aguacero comenzó a limpiar la suciedad de la ventana. Qué tranquilidad, las incertidumbres del pobre «Noctámbulo» sobre su destino se disolvían por fin, y la percusión de gotas en el cristal servía de marcha fúnebre a las dudas... y también al libro. Le arrancamos las alas (en este reino no se aceptan ejemplares anfibios) y por un hueco del enrejado lo lanzamos a la calle que rugía, bramaba bajo el paso de tres o cuatro pesqueros y algún que otro crucero pintado de fiesta. Frases que nos ayudan a seguir viviendo «Siempre pensarlas.» Juanma Agulles : « Siempre se me ocuren las cosas cuando dejo de pensarlas. » Paco Alonso: «No es que no me guste la belleza, es que no me interesa.» Germán Yujnovsky: «Cada día que pasa soy más ridículo, pero engaño mejor.» José Marzo: «...1000 ejemplares!?, ...os vais a fundir.» (durante el Congreso de la Liga de Escritores Independientes desaparecida unos cuantos días después)

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