Cuadernos del Tábano Nº 6

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Revista trimestral de literatura Ediciones del Tábano, año II nº6 / PVP: 2.50 euros. Ediciones del Tábano- c/El Pozo nº 94 (bajo)-AlicanteCP:03004 e-mail: editabano@hotmail.com ÍNDICE Cuaderno abierto Paco Alonso Algo que hay Búsqueda________________pág.3 Javier Valero Boceto__________________pág.4 Taller de textos Un día cualquiera. MeneloCurti__________________pág.16 Cómo debe ser un poema. Quirón Herrador_______________pág.17 Usted se llama. Quirón Herrador______________pág.19 Sección temática La violencia___________pág.5 El sótano. Luis García Montero_______pág.21 La tirada inicial de este número es limitada: guarde celosamente su ejemplar; en el futuro será pieza de coleccionista. Redacción: Menelo Curti, Quirón Herrador, Francisco Alonso, Juanma Agulles. Ilustración portada: Germán Yujnovsky Ilustraciones interior: Leo Sarralde, Chema, Germán Yujnovsky. Fotografías: Nenúfera Maquetación: Gabriela Jeifetz. Apoyo técnico-informático: David Vilariño Apoyo nocturno: Boris Garcés Colabora en este número: Javier Valero Edita:A.J. «El tábano» Depósito Legal: A-571-2004 ISSN: 1698-4706 Imprime: CEE Limencop S.L. Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas a editabano@hotmail . com , en formato word o a la dirección postal C/ del Pozo, 94 (bajo). 03004-Alicante. Cuadernos del Tábano es una revista independiente. Y , ¿ qué quiere decir eso exactamente?, se preguntará alguien. Pues quiere decir que no respondemos a ningún interés comercial o editorial y que cualquier colaboración en este sentido (venga desde el ámbito público o privado), será exclusivamente como aportación desinteresada al desarrollo de nuestro proyecto. Y punto. CUADERNO ABIERTO Algo que hay Un golpe de sangre contra las derruidas paredes, los asfaltos de alquitrán, los corazones en luto. Un galope de caballos contra las estrellas rojas, contra los muros de humo, contra un cielo sin recuerdos. Ni más ni menos que un golpe de sangre, que una fuerza terrible de caballos y lunas o un abismo de ojos donde duerma la piedra, donde solloce el agua. Nada más que una puerta donde repose el hierro allí: donde los siglos van a dormir de pie. Un golpe de sangre y de sudor y llanto cuando las cordilleras dialogan con el ángel, cuando la rosa muere en un rumor de espuma, cuando los calendarios se quedan sin domingo. Un golpe sucio de calor y esperma, un alarido de palabra rota, una puerta con todas las membranas de un cuerpo. Sin embargo qué noche, qué caballos rompiendo sus pulsos en el vidrio, qué ventanas al grito y al galope de cascos y herraduras, qué frío avanza con la sangre y los muros de tiempo. Un estertor profundo de silencios y lunas, un reflejo en el agua de rostros y caminos, una página turbia de ignorancias y daños. Un galope de sangre, un golpe de caballos contra la primavera, contra todas las hojas y granizos, contra el invierno crudo, contra el amor y el odio y el desamor y el llanto, contra el hambre y la sed y la angustia y la muerte, contra el hombre que araña cuanto hay en sus uñas, contra la honda mujer que se duerme en la tierra. Paco Alonso Búsqueda A espaldas de mi noche siempre estuve mi gravilla de sueños cosechando y mis anchas palabras. Allí, en el quicio de mi biografía, supe que el cielo siempre fue una hoja de silencio y nube. No supe desde entonces nada y nunca buscar la huella en la arena fría de mi pasado roto o la estrella perdida que me canta en el hombro dormido. Que la canción diurna de la hora primera yergue el pulso sonoro y frío y rojo de esqueleto en la súbita alma y arena como piedra de diamante duerme en la esquina seca de mi llanto, con la oración y el gesto más terrible de mi sangre y mi lágrima. P.A. Página 3 Cuaderno abierto BOCETO Turbulentas meditaciones azotan la ya desgastada luz de mis imágenes, síndrome que me arrastra al delirio del pensar... real irracional. Me desahogo en contemplar la confusa mirada del espejo que me admira y sólo ellos lo saben. Y yo no lo puedo asegurar a nadie. Canto y sólo la identidad lo escucha, D.N.I. sin fotografía, y mucho más de este mundo. Arranco con la rutina después de hablar con la luna tengo miedo, ven de nuevo. Hablo, no, vomito, ruidos, vocablos, metáforas... trascendental resulta desear comunicarme. Soy yo mi mejor enemigo puedo resultar vulnerable lo sé pero lo quiero ignorar. Canto y sólo la identidad lo escucha D.N.I. sin fotografía, y mucho más de este mundo. Enciendo una dosis de placer que me aísla de lo común, me interrogan trabalenguas mentales siendo inconsciente. Ojeo al pasado sin espejo delante y el cristal delata mi esencia en harapos, mi vida. Quiero escapar de la soledad acompañada ésta que se diluye pero no cesa. Por alguien es susurrado mi corazón a mis espaldas. Aún más atrás de lo que mires,no reniegues de lo que eres date miedo... . Miedo,¿miedo?. No entiendo de esa sensación. Sí,lo tengo por no sentirte pero es imperceptible, terror y cólera desencadenada por no sentirte. Siento mirando al cielo vértigo. ¿Qué significado tiene la locura? ¿Es hablar sin saber observando lo abstracto? ¿Cuando todo tiene nombre y las letras varias acepciones? Locura es lo que siento, pues no sé qué pasa y me siento como un loco. Apresado por el encarcelamiento y procesado por mí lógicamente. Catador de sensaciones herido y sonriente preso de sus sonrisas sangriento sentir, rebelde las letras aún más la imaginación perdedor de salidas vía marginación. Desdichados pesares oscuro pasado depresión. ¿Qué eres que no me abandonas? Latiendo y vivo sigues aquí concentrado y tan ligero vertiginoso como fugaz trátame suave aniquilador. Juego contigo y sin ti déjame un café y volverás. Trato de acariciarte dócilmente y qué si otro intento fallido únicamente deseo retenerte lo soñaré aunque mi memoria yerre. Eres mi amor,mi expresión, eres también arte e idioma, eres historia y revolución eres mi pensamiento,locura. Eres lo que no hay pero resides en mí dentro de mí. Grave existo por doquier hecho imposible hasta fuera de lo humano empuña un corazón y avanza parásito de mi vivir me digo a quien yo no soy inerte no respondió mi inspiración... . Javier Valero Página 4 t e m a La guerra y la santidad. Si la guerra pudiese ser entendida como el paréntesis de algo denominado «paz», cuando deviene en norma, en el habitual paisaje de las portadas de los periódicos, ¿no se acaba convirtiendo en algo inquietantemente familiar?, ¿en algo que se parece mucho al terror continuo en que se basaba el régimen totalitario de la novela 1984? Orwell había descrito perfectamente este mecanismo perverso de la pugna entre el Bien y el Mal como forma de atenazar las conciencias, de imposibilitar el matiz, el pensamiento, y anteponer la toma de postura (con nosotros o contra nosotros) a cualquier tipo de reflexión. Y con ello habló del estalinismo, pero también del Tercer Reich de Hitler y, si me apuran, de la historia de la humanidad, escrita en su mayor parte a sangre y fuego. ¿Cabría pensar entonces que la guerra es la norma y lo excepcional la paz? ¿O habría que aceptar que ambos términos son inútiles para expresar la realidad y aceptar — como rezaban los lemas de las fachadas en los ministerios de 1984— que «la guerra es la paz», «el amor es el odio», etc.? En esto hay pocas dudas: la guerra, la confrontación violenta, es algo que ha acompañado casi inevitablemente al desarrollo de las potencias humanas. Bajo el esplendor de civilizaciones enteras se encuentran las ruinas de pueblos vencidos, saqueados y exterminados. El peligro está en que empiece a no sorprendernos, en que lo asumamos como la más conocida cara de nuestra desgracia, nuestra inevitable pasión por la contemplación de los escombros ajenos. Ése es el primer paso para consentir en una lógica maniquea que nos pone a salvo, que nos resguarda del absurdo implacable que supone la muerte del otro y nos reclama como justos portadores de la verdad. Hay que ser capaz, como Malraux, de ver, en medio de la destrucción, la irresistible fuerza de lo vivo. «Qué poca cosa es la Historia ante la carne viva, todavía viva…», decía en La esperanza con una fuerza conmovedora. Pero, ¿qué decir ante alguien con la suficiente determinación, con la suficiente desesperación, como para entregar su vida (o la de los demás) por lo que cree una misión histórica? Es precisamente el argumento contrario (qué poca cosa es la vida ante la Historia), el que se impone. En ese caso, tan efectivo es contar con el ejército más poderoso del mundo como con unos kilos de dinamita. El poder de la renuncia sigue haciendo frente a la tecnología de la guerra, David y Goliat siguen librando su batalla, la dialéctica entre el Imperio y los Mártires es hoy tan importante como hace dos mil años. Recordando otra vez a Malraux me viene a la memoria Chen —de La condición humana—, quien a medida que se convence de la necesidad de su inmolación para asesinar a Chang Kai Shek y hacer triunfar la Revolución, se debate en la contradicción de sentirse tanto más lejos de los hombres como cerca de su ideal de fraternidad humana: «Abajo, muy abajo, las luces de medianoche, reflejadas a través de una bruma amarilla por el macadam mojado, por las pálidas rayas de los rieles, palpitaban con la vida de los hombres que no Página 5 La violencia matan. Eran millones de vidas y todas ahora rechazaban la suya; pero, ¿qué significaba su condenación miserable, al lado de la muerte que se retiraba de él, que parecía deslizarse fuera de su cuerpo a grandes oleadas, como la sangre del otro?» «Era preciso que el terrorismo se volviese místico. Soledad, desde luego: que el terrorismo decidiese por sí solo y ejecutase solo; toda la fuerza de la policía está en la delación; el criminal que obra solo no corre el riesgo de denunciarse a sí mismo. Soledad última, porque le es difícil al que vive fuera del mundo encontrar a los suyos. » Un mundo donde los cadáveres de niños y mártires se mezclan, cae exactamente en ese mismo absurdo demoledor en el que se movía Chen, y al que muy pocos están dispuestos a mirar de frente. En estos últimos años, la religiosidad creciente de todas estas guerras justas y necesarias, ha tratado de hacerlas inaccesibles a la razón. Si unos hablan del Bien contra el Mal y de Dios, otros lo hacen de Alá y de la venganza a través de sus mártires. Otros hablan de la Esencia de un Pueblo y los de más allá de la sacrosanta Unidad Nacional. En todos estos discursos la verdadera víctima es el entendimiento humano. Entendimiento conflictivo, imposible muchas veces, irreconciliable y violento, que quizá debiera tener como límite ese lugar en que la vida desaparece, se difumina en lugares donde pierde cualquier sentido puesta en manos de Dios (con sus múltiples nombres) o el Destino Histórico. La justificación de la guerra es siempre mesiánica: promete la paz perpetua más allá, en un después eterno que pasa sobre los muertos de hoy. Y la consecuencia más inmediata es que muchos estén dispuestos a dejar de pensar para empezar a creer, a cambio de que alguien les prometa que es imposible la derrota o, sobre todo, que no les sucederá a ellos. Educados en la violencia, llevando a las espaldas siglos de guerras y exterminio, obligados a una lucha desigual por la existencia, ¿cómo negarlo?, ¿cómo no dar lugar a la rabia?, ¿cómo no aceptar, en determinado momento, que nuestra causa es Página 6 La violencia la justa, que nuestra espada caerá sobre la cabeza acertada? En esto hay que descreer profundamente del pacifismo cristiano que hemos heredado y que niega la violencia con una admonición, casi por una inconveniencia estética. La figura de un Jesucristo misericordioso y manso, es una estafa monumental. En el mejor de los casos —y como se ha venido demostrando desde hace medio siglo— se puede decir que fue un ajusticiado político por su rebeldía contra el imperio romano instalado en Judea. Un personaje más de los muchos mesías, iluminados del desierto, y guerrilleros que afrontaron una existencia miserable al punto de sentirse completamente separados del resto de los hombres; suficientemente desesperado como para despreciar la vida y afrontar una lucha que sólo conduciría a la muerte. De ahí la mal entendida frase «Mi reino no es de este mundo», que suele leerse como una renuncia a la confrontación, cuando tiene toda la intensidad de una llamada final a las armas. Había que poner la otra mejilla, sí, pero después de la segunda bofetada que estalla en la correspondiente segunda mejilla, ahí, el mensaje era claro: «el que no tenga espada, que venda su manto y se compre una». Los santos y los mártires de todo signo cumplen un papel esencial en la reproducción de la violencia. Su semilla profunda brota siempre en las condiciones en que la brecha entre los seres humanos se ahonda; y aquí la religión y quienes detentan el poder deben diferenciar claramente las actitudes «violentas» de unos y otros. Para los que sufren, para los desposeídos: paciencia, mansedumbre y sumisión cristiana. Para los que están del otro lado, a la sombra del poder y aplican «la justicia»: expiación de la culpa, bendición y moral. Ésta es la religiosidad pacífica y salvaje que ha regido y rige los destinos del mundo. La lógica del Imperio necesita de esa guerra abierta y constante o no sería tal Imperio. Los santos y los mártires, surgidos del calcinante desierto, reclaman con fuerza su hora, la hora del mesías vengador. El pacifismo cristiano olvida recurrentemente a Jesucristo entrando con ira en el Templo de Jerusalén, azotando con un látigo a los cambistas e incitando más tarde a tomar las armas contra los romanos. Las ideologías dominantes pretenden soterrar así las raíces más profundas, milenarias y a veces inevitables de la violencia, y que pueden, en determinado momento, ser perfectamente legítimas. Mientras tanto, en las periferias, entre los escombros de las innumerables «tierras quemadas» que jalonan el planeta, seguirá habiendo lugar para la idea de atentar contra el César o cualquier miembro de su séquito, al precio que sea, pagando con la vida si es preciso. La tragedia que nos tiene que seguir doliendo, que no podemos olvidar, es que para quien no tiene ya nada que perder porque todo lo que intenta construir es demolido, cualquier destrucción en sentido inverso se convierte en una victoria. Juanma Agulles Página 7 La violencia Asedio Ángeles raquíticos sobrevuelan las crismas de los árboles, anochece y otras cosas se van poniendo negras. Las paredes no quieren verme dormido y se ensimisman para echarme, pero afuera hay perros que no aprendo a combatir. Tienen lenguas esas bestias difíciles e inagotables, saltan desde absurdas nubes vaticinando dioses que hace tiempo se alejaron de mi viaje; van a tironearme si salgo, lo sé, querrán que vaya junto a ellas hasta donde dicen vive la verdad. Manchas de carbón en las ventanas, paredes que me aprietan más cada vez y no consiguen ahuyentarme, porque la ciudad, cómo decirlo, es una fiebre que quiere manosear lo que deseo; no voy a darme, no, aunque los libros estén siendo triturados por los muros, no queda más que salvar un poco de dolor, lo que se pudo amar sobre la tierra. De las fosas salen dedos convencidos de su rumbo, las papeleras, las cloacas, los ataúdes son lugares luminosos, todos salieron a comer y el límite no cede y cada vez más apretados con más dientes y más solos; no puedo salir, aunque parezca mi habitación la panza de una araña, aunque la luna diga adiós y se desplome, no puedo irme y dejar solos los cuadernos y lo poco más que dijo sí. Anochece y no es tremendo, un candado absurdo me desea, veo el hocico de una fábula. Menelo Curti Página 8 La violencia VIOLENCIA/LITERATURA/ONETTI La violencia es una bestia vieja que ha viajado de libro en libro, de historia en historia, desde el comienzo. La Biblia es un conjunto de relatos con un importante fondo violento, la Ilíada una guerra narrada minuciosamente, con cabezas perforadas y vísceras que caen todavía vivas en la tierra. La lista es larga y continúa. Estos ejemplos evidencian que como tema, como eje incluso de la literatura, es válida, ineludible en ciertos casos. El problema empieza cuando se cree que por poner a un personaje abriéndole la crisma a otro ya se está por el buen camino, ya se atrapa al lector, ya basta. Y, para desgracia de muchos de los escritores más vendidos de la actualidad, no es así. La Ilíada no es una obra descomunal por sus cabezas cortadas y sus dientes, sino porque la escribió un tipo que puso la vista más allá. Con la Biblia sucede lo mismo: el hecho de que en el Antiguo Testamento haya asesinatos y violaciones no garantiza absolutamente nada; su fuerza está en otro lado, en un lugar que no se llama “anhelo de Dios” ni “religión” sino, tal vez, seguramente: ARTE. Hay una especie de morbo, regodeo, de pataleo tonto alrededor de esta cuestión. Fastidia leer poemas que parecen tratados contra el machismo, novelas con violaciones al amparo de plenilunios, más poemas y poemas y poemas en rechazo a guerras que dejan de doler de tan nombradas. La ausencia de variantes: eso cansa sobre todo; el temor a destruir lo “cierto”, lo palpable, para levantar lo mismo pero de manera diferente. Y aquí es cuando voy a nombrar a Onetti, ese mago, malabarista de ruinas. Resulta que este tipo escribió allá por el sesentaypoco “Tan triste como ella”: un cuento, una novela de treinta páginas. Esto es para mí más trágico, más doloroso que muchas de las crónicas leídas sobre destrucción, maltrato, exterminio. Hay un hombre, un grupo de hombres, y una mujer que había nacido allí, se había criado allí. Y cuando el mundo vino a buscarla, no lo comprendió del todo, protegida y engañada por los arbustos caprichosos y malcriados, por el misterio a luz y sombra de los viejos árboles torcidos e intactos, por el pasto inocente, alto, grosero. Entonces “el hombre” y “ella”, tras un período nunca contado, dudoso, de deseo, comienzan a matarse: “Durante aquellas mañanas él no trataba, en realidad, de mirarla; se limitaba a mostrarle los ojos, como un mendigo casi desinteresado, sin fe, que exhibiera una llaga, un muñón”. “Y estuvo pensando, hasta el primer llanto del niño, que él lo había intuido, que quiso privarla de lo único que le importaba en realidad. Destruir el jardín, continuar mirándola manso con los ojos claros y ojerosos, jugar su sonrisa, indirecta, ambigua”. Éstas son algunas de las numerosas maneras que Onetti saca de debajo de su manga para evitar lo pueril, el movimiento fácil. Página 9 La violencia Allí están dos personas tanteando maneras de destruir lo que a lo mejor todavía quieren o tal vez nunca quisieron; y esto no pasaría de ser un argumento más, con olor a repetido, si no fuera porque al leerlo uno siente estamparse de lleno en la raíz, en lo que sostiene al hecho, lo difícil de narrar: "Muy lento, casi gimiendo, logró desprenderse del asiento y anduvo rengueando hacia la mujer. La encontró sin esperanza, más infantil que nunca, casi tan liberada del mundo y sus promesas como él mismo". Violencia elocuente, sin la bajeza de nombrarla; espesa, certera. Eso es (y mucho más) “Tan triste como ella”; por eso hablo siempre de este cuento, porque sigue sucediendo con su desesperanza crónica y sus personajes acabados, inasibles. Un tiempo en el que lo trágico es la cara de todos los periódicos necesita de otros planos, de un viaje hacia los pies, hacia la raíz del golpe que estremece al hombre. Menelo Curti Página 10 La violencia ENCUENTRO Pero primero tomemos otra copa. Seguramente usted lo esté buscando por mil buenos motivos más importantes que entretenerse aquí. Si le soy sincero, a mí ya no me apremia nada. No me entienda mal: le ayudaré en lo que pueda, pero las cosas, sobre todo las cosas que se cuentan, tienen su ritmo. ¿Una cerveza? No la tienen muy buena, pero el mar está cerca y —habrá podido observar— el ruido de la calle parece filtrarse entre los poros de las paredes. De alguna manera es imposible beber solo en este lugar; y eso me gusta. Yo apenas lo conocí. Tiene usted mala suerte al encontrarme en estos días en que uno empieza a aceptar, sin demasiada resistencia, que ha conocido muy poco, que quizá aquello que pasó por sus manos tendría que haberle quemado profundamente para dejar una huella más viva. Quizá años antes le hubiera dicho que supe algo de él, que interpreté profundamente esta o aquella actitud; que descubrí, por casualidad, en un gesto cotidiano, el brillo oculto de la maldad. Ahora le puedo confirmar que somos únicamente ese gesto, esa actitud. No deje que me ponga filosófico, pero le diré que si hay algo que nos separa de las cosas es nuestra actitud hacia ellas. La forma en que usted fuma, su manera de cruzar los brazos y apoyar la espalda contra la silla mientras me escucha, ya no pueden decirme nada más sobre usted. Ni siquiera me interesa saber cómo ha llegado hasta mí. Se lo aseguro. Alguien me dijo una vez que dejar de juzgar es una forma cobarde de perder el miedo. Puede que sea cierto, pero —verá— aquí, por las noches, el mar guarda un silencio desesperante del que hay que huir a toda costa, y vivir entre el ruido humano sin pretender juzgarlo es la única alternativa que he encontrado para mí. Creo que para él, en algún momento, también fue así, aunque durante mucho tiempo eligiese otra forma de estar en el mundo. No sé si me explico. Aquí están las copas. Así lo creo. No hay nada glorioso en el ser humano y, sin embargo, sólo tenemos esa condición. Puede pensar que hay cierto cinismo en aceptar la compañía del prójimo sin depositar demasiada fe en ella, como obligado por las circunstancias. No voy a negárselo. Pero al final siempre se trata de algo parecido. Un amor, o dos, la amistad, las ideas grandilocuentes y al final una muerte más o menos tonta. La partitura no es sencilla y, sin embargo, hay quien tocando toda la vida de oído, parece conocer todos los resortes de la felicidad. No sé si son los que mejor saben vivir, pero desde luego lo aparentan, que es lo más importante en muchos casos. Él era uno de ésos. Uno de los que, en algún momento, perdieron la partitura pero se empeñaron en seguir tocando. En la época de estudiantes, cuando todos nos creímos inmortales, andaba por los pasillos de la facultad vestido con traje y corbata, como un aparecido del año 30, con su media sonrisa, asegurando que había perdido el miedo porque, después de noventa años, en el mejor de los casos, íbamos a morir todos; por muy guapos que fuésemos. Y lo peor es que tenía razón. Algunos creían que era superficial, pero en su provocación había cierto aliento de autenticidad, un empeño en circular tangencial a todo que lo hacía terriblemente atractivo. Por lo menos para cierto tipo de mentes condenadas a abrazar el absurdo sin hacer muchas preguntas, propensas a la vagancia y a pasar las horas de clase en un café, jugando a las cartas o filosofando hasta el amanecer. Se formó un nutrido grupo de aquellos especímenes en torno a él. Eran sonadas las peleas en el café del centro, los gritos, la orgullosa juventud airada que nos recorría las venas. Página 11 La violencia Llegamos a firmar algo parecido a un manifiesto por la promiscuidad total: no había fidelidad soportable para el ser humano. Todas las ataduras eran, de por sí, despreciables. Adorábamos a las prostitutas, eran para nosotros como un estandarte, el símbolo imperecedero de la rebeldía. Sin dinero, muchas veces, acabamos en un callejón, con la amenaza de dos puños macizos sobre nuestra cabeza y la soñada promesa de unas medias negras. En un momento, fieles a nuestra promiscuidad, decidimos abandonar la idea de las meretrices y mantuvimos, durante un tiempo, que la castidad era el verdadero camino de la libertad. También escribimos entonces una especie de panfleto que él se encargó de difundir, donde sosteníamos que las putas sólo eran superadas en promiscuidad por las vírgenes. Al final era eso: pura apariencia y exceso verbal, fuegos artificiales. No es que yo lo juzgue así ahora: él mismo me lo confesó tiempo después. Aunque no me lo dijese entonces, sé que todo cambió después de Ubaldo. Ubaldo apareció un día, haciendo mucho ruido y dejando la sensación de estar ante uno de esos idiotas con suerte que se mueren tranquilos sin haber conocido nada. Su frenética actividad nos arrolló a todos e incluso lo eclipsó un poco a él. Boicoteamos reuniones políticas de barbudos pensantes que parecían crecer en la penumbra de los sótanos de la facultad, extendimos rumores sobre nosotros mismos y nuestras hazañas, tergiversamos todo lo que caía en nuestras manos, y siempre, por encima de todo, competimos por ver quién llegaba más lejos en la provocación. Un día de exaltación, mientras discutía con él, Ubaldo dijo: «Pensar no vale la pena. El único pensamiento interesante es el que surgiría en el mismo instante de pegarse un tiro en la boca». Si él, al principio, podría haber suscrito algo así para finalizar una discusión (poner el punto final donde sabía que estaba exactamente el final), en aquel momento se debió cortar algún hilo, algún sostén fundamental de la farsa. El caso es que, unos días después, él se apareció en el café con una mirada acuosa, con el personaje descompuesto. Interrumpió la conversación y se dirigió a Ubaldo, inmerso en lo que parecía una furia contenida, y le dijo: Página 12 «Pruebe a pensar», dejando sobre la mesa un revólver. Supongo que entonces nos pareció genial, una vuelta de tuerca inesperada. Lo que vino después ya no fue tan gracioso. Porque no es que el tal Ubaldo no tuviese límites —eso supondría que alguna vez pensó en ello—; sus reacciones puramente venales y su orgullosa falta de cerebro ni siquiera eran una cuestión de principios. Quizá por eso, sosteniéndole la mirada, agarró el revólver y volviéndolo contra él dijo: «No siento ninguna curiosidad por la muerte, pero si a usted le interesa tener alguna idea...». Tranquilamente él se acercó y, sonriendo, alojó el caño frío en su boca, sin apartar la mirada. Le juro que en esos instantes algo se desgarró, algo físico que podría haberse escuchado crujir, algo que estaba en la mirada de él y en la mano firme del otro, en el dedo sobre el gatillo que comenzaba a ceder, en el clic del percutor al que siguió un estruendoso silencio. Cuando poco después le pregunté si se había asegurado antes de quitar todas las balas, dijo: «Y, ¿qué importancia tiene eso ahora?». ¿Tiene un pitillo? Gracias. Nunca he intentado dejarlo. Mi abuelo murió a los ochenta con más de cincuenta años de fumador sobre sus pulmones y, en su lecho de muerte, antes de volver los ojos hacia el techo definitivamente, me pidió que le encendiera un cigarrillo para pasar el trance. ¿Cómo dice? Sí, perdone, no deje que le entretenga con mis digresiones. No. No lo volví a ver hasta mucho tiempo después. No apareció más por la facultad ni por el café. Una tarde, mientras paseaba por el puerto de una ciudad que no es ésta, lo volví a encontrar. Estaba sentado en un muelle y, ya en la distancia, le distinguí su altura flaca y su perfil afilado. Sólo me impresionó, al acercarme, verlo vestido como cualquiera, sin distinción alguna; pensé que debía haber colgado el traje para pasar desapercibido, como si quisiera ser transparente después de un tiempo de vivir expuesto a todo. Estuvimos charlando un buen rato, viendo salir los barcos por la bocana del puerto y perderse, suavemente, en la línea del horizonte. ¿Quiere saber lo que me dijo en aquella ocasión? Me dijo que, sin saber muy bien por qué, había decidido optar por la bondad y se había propuesto una meta cercana a la santidad: compartir su vida con una mujer y La violencia amarla sin condiciones. Le puedo asegurar, por extraño que le parezca, que aquello no me sorprendió en absoluto. De alguna forma, había cambiado su fidelidad a la promiscuidad por la fidelidad misma. Pensé que era una reducción brillante que se daba demasiado a menudo y que él no había podido evitar. La búsqueda de la provocación constante lo había consumido y a su cansancio le siguió aquella ternura inédita por el mundo. Suele pasar. Recuerdo que sus uñas estaban comidas hasta el borde mismo de los dedos y que siempre que intentaba mirarme a los ojos, por algún motivo, su mirada se desviaba unos centímetros más arriba, hacia mi frente. Me dijo algo así como que durante aquellos años había pretendido ser el reflejo ondulante de los barcos en el agua y que ahora quería ser el barco mismo. En ese momento, pasaba un carguero con bandera noruega cortando el agua con su casco corrompido por el óxido. Pensé: «bien, puede llegar a ser ese barco y hasta hundirse sin el menor ruido en el más frío océano si se lo propone; puede hacer cualquier cosa, menos engañarme a mí.» Créame: entonces pretendía conocerlo muy bien y podía hacer ese tipo de juicios. Nos despedimos allí mismo. Antes de separarnos, dijo: —Ven a cenar a casa esta noche. Así conocerás a Julia. Nunca asistí a aquella cita. No me pregunte por qué. Supongo que, entonces como ahora, no estaba hecho para contemplar la felicidad ajena. Siempre he creído detectar cierto asomo de estupidez en la sonrisa complaciente de alguien que se dice feliz. No, yo no lo he sido nunca; he puesto toda mi atención en evitarlo. Y creo que él, a pesar de aquella charla, tampoco lo llegó a ser. Por algún motivo, su cara flaca y cierto gesto con las cejas al hablar, reflejaban para mí su particular condena a ser siempre un intérprete de aquello que decía ser. Un tiempo después, llegué a la conclusión de que no era nadie especial y que simplemente aparentó estar más allá de la muerte hasta que casi la encontró, y aparentó disfrutar de la vida en plenitud hasta que la vida misma le cayó encima con todo su peso y su tedio. Aunque eso lo pensé después de nuestro último encuentro. Si le parece podemos continuar la charla mientras damos un paseo. Durante el crepúsculo la playa es más hermosa. Me impregna algo así como una melancolía de arena; ¿no le sucede a usted? Los graznidos de las aves que nos sobrevuelan, ¿no le parecen una invitación a la huida, como un canto de alas en fuga? ¿No le pasa que el olor de las algas lo devuelve de un golpe a su infancia y ahí, precisamente, se da cuenta de que no ha cambiado en nada, que su maldad sigue siendo la misma maldad de entonces, cuando ataba latas vacías a la cola de los gatos para que reventasen corriendo en su huida sin fin; que sus miedos, sus «mamá, yo no he sido» y su destreza para mentir se encuentran en el mismo lugar: más o menos en el centro del pecho? No, claro, por qué iba usted a sentir todas esas cosas. Ya sigo, no me distraigo más. Hasta aquella última vez, todos nuestros encuentros habían sido casuales, sin necesidad de citas ni fechas. Nunca imaginé escuchar, detrás del último timbrazo del teléfono, su voz. Advertí entonces cierta desesperación blanda en sus palabras, como si hablase a pesar suyo, impulsado por una necesidad testamental. Vivía alquilado en un ático desde hacía dos años y necesitaba verme, fue todo lo que dijo. Me recibió sin ninguna efusión, casi resignándose a mi presencia. No pude imaginar, en ningún momento, qué tipo de vida se desarrollaba en aquella casa, cómo pasaba los días allí ni cómo sobrevivía. Recuerdo que en la desolación de las paredes desnudas una fotografía me llamó la atención: era el primer plano desenfocado de una cara con los ojos cerrados y un gesto que parecía besar la cámara. Creí que era la imagen de una mujer, pero no me acerqué para comprobarlo. Él se dejó caer en el sillón y me miró de arriba a abajo con una expresión que no le había visto antes. —¿Te va bien? —preguntó. —Según se mire. —Claro. ¿Te has fijado cómo la vida se ensancha y se estrecha dependiendo del momento? Si los márgenes se acercan demasiado te asfixian y si los pierdes de vista te quedas sin asidero, con cara de idiota ante algo inabarcable. —No sé —contesté—, últimamente no Página 13 La violencia tengo ese tipo de revelaciones. —Mejor —se incorporó, como si le animase mi indiferencia—, yo he tratado de vivir sin eso, pero no puedo. Después de la última vez que nos vimos he tratado de hacer todo el daño de que he sido capaz. Creo que a veces, a determinada gente, he conseguido hacérselo. Ahora no estoy orgulloso, pero tampoco me arrepiento. He viajado, he conocido gentes extrañas y he hecho cosas que nunca imaginarías. Mi vida se ensanchó entonces: cabía cualquier posibilidad. He visto amanecer en lugares insólitos, he traficado con mujeres y he pasado días enteros aturdido por drogas de las que ni siquiera puedo pronunciar el nombre. Pero, sabes, ahora creo que mi vida se está estrechando, hay movimiento pero no se dirige hacia ningún lugar. Todo parece estar metido hasta el cuello en ese latido que encoge y ensancha mecánicamente. Es una sensación muy extraña. Me he dado cuenta de esto hace poco y he llegado a la conclusión de que no puedo ser del todo humano: hay algo que me lo impide, algo que me lleva a repetir como un autómata todos mis aciertos y todos mis errores. —No eres muy original. —Y además me doy cuenta todo el tiempo. Seguimos hablando durante horas, sin que me dijese nunca el motivo de su llamada ni lograse explicarme para qué estaba yo allí. Oscureció y encendió la bombilla que colgaba del techo. Una corriente fría parecía recorrer la casa. Desde la penumbra aquella fotografía ejercía una atracción incómoda que me llevaba a desviar la mirada hacia ella a cada instante. Mientras, él seguía hablando de sus viajes, de las mujeres que había dejado y de las que había tenido que huir. Me contó que una noche, durante una pelea a la salida de un bar en Marrakech, creía haber matado a un hombre. Todo se confundía en su delirio, sin que pareciese ya notar mi presencia, cuando me ofreció un té y desapareció un rato en la cocina. Al volver pude verlo en otra distancia. Tenía cuarenta años pero parecía haber vivido dos vidas de ochenta. Lo recordaba en los pasillos de la facultad, diciendo que nos íbamos a morir todos y que él había perdido el miedo, y le juro que, mientras me Página 14 hablaba ahora, sólo veía a un cobarde en busca de un confesor que lo indultase. Créame: ahora ya no suelo practicar la compasión, pero entonces me dio pena; pensé que si me proponía que lo ayudase a terminar de una vez con la farsa, no tendría más remedio que hacerlo. —Estaba aquí cuando alquilé el piso — dijo. —¿Qué? —La fotografía. Estaba ahí colgada cuando llegué y no he querido quitarla. Es rara, ¿verdad?. Nos quedamos callados un rato, observando la imagen de aquella cara borrosa, hasta que el silencio empezó a incomodarnos. Traté de marcharme de allí cuanto antes, con la esperanza de no volver a verlo. Estaba hundido de nuevo en el sillón, como aplastado por un peso brutal que a ratos se le venía encima. Me levanté, sin mayores preámbulos, y me dirigí hacia la puerta en silencio. Antes de salir, me volvió a hablar: —Hay mucha gente con buenísimos motivos para querer verme muerto. Pero no les voy a dar el gusto. Hubo un tiempo en que nada existía si yo no concedía la gracia de fijar mi mirada en ello. Era un dios soberbio y cínico, pero al fin y al cabo un dios que reinaba sobre su existencia totalmente ciego y feliz. Me quise perdonar luego, y perdoné al mundo, y me volví mucho peor, te lo aseguro. Todo pasó a existir entonces y todo en el mundo era justificable porque yo perdonaba y miraba hacia otro lado. Quise practicar una coherencia sólida y acabé por convertirme en un solemne idiota. Un día — quizá el día que nos vimos en el puerto— me cansé de ser Dios; me miré en el espejo y no me reconocí; comprendí que el mundo estaba demasiado bien hecho para los imbéciles como yo, y opté por comenzar a hacer daño, causar dolor para no sentirme solo, hundirme en la mierda hasta que pudiese ofrecer, al final, algo bueno al mundo: mi aniquilación. He vivido borracho durante algunos años, creo que maté a un hombre; pero veo mucho más claro ahora que cuando la luz divina me asistía. En aquel primer tiempo de soberbia y desenfreno, y después, cuando juzgué y perdoné a la humanidad, no podía creer seriamente en Dios porque en el fondo imaginaba que era yo. Después de todo La violencia este tiempo he comprobado que existe lejos de mí y que es un miserable. Creo tenerlo enfrente cada día, reprendiéndome por mi conducta, pero sin querer juzgarme del todo: aún deposita en mí su fe, el pobre iluso. Es un demente incorregible. Yo insisto en retorcerlo todo más, causar más daño, hacerme peor, y espero impaciente su plaga y su venganza. Será lo único bueno que haga antes de desaparecer para mí. Y eso fue todo. Nunca más supe de él. Conforme me alejaba de su casa, de su edificio, de su barrio, me parecía alejarme de todo lo que representaba, tomando una distancia definitiva. Oscuramente me sentía el depositario de una confesión que no había querido escuchar, el testigo mudo de un desplome inevitable, del hundimiento de aquel barco corroído hasta las entrañas por un óxido implacable. A medida que caminaba todo volvía a mi mente con una viveza desesperante. La misantropía —pensé entonces— era un juego muy sencillo. ¿Qué más puede hacer uno después de acusarse, juzgarse y condenarse sin apelación? No cabría más que la decisión razonable de pegarse un tiro. Sin embargo, él esperaba al ejecutor de su sentencia, aceptando que su pasado volvería para ajustar cuentas. Si después de su confesión hubiese salido a la calle a por tabaco y, cruzando la avenida, un autobús lo hubiese arrancado del asfalto, toda su construcción habría volado con él. Habría interpretado, otra vez, en vano. No, no he pensado demasiado en aquella charla, hasta hoy. Dejó de preocuparme al día siguiente, puede creerme. Mire ahí, observe cómo el crepúsculo da al horizonte un aspecto de muro enladrillado. A veces es paralizante, ¿no es verdad? Pareciera que deja fuera cualquier pensamiento. Creo que a estas cosas se refería cuando mencionaba la sensación de estar ante algo inabarcable. Lo cierto es que no es nada sencillo. Cuesta mucho aprender a contemplar algo que somos nosotros y a la vez está tan lejos de nosotros, sin querer atribuirselo a un tercero o destriparlo de un navajazo. Pero perdone, lo he vuelto a hacer: estoy juzgando. Sin duda tengo predilección por la toga y el mazo. Si he de serle sincero, preferiría que estuviese muerto. Por su bien. ¿Cómo dice? ¡Ah!, claro, sospechaba que diría algo así. Es posible. Sería una jugada maestra, ¿no es cierto? Sin embargo, no puedo responderle a eso. Está en su derecho al pensar que él no era más que yo o que yo nunca dejé de ser él, y que todo esto ha sido una farsa más, otro discurso ingenioso con el que ganar tiempo ante usted. Pero yo no sé quién es usted. Ya le dije al principio que no tenía intención de saberlo. No me interesa. ¿Qué quiere que le diga? Incluso si fueran ciertas sus sospechas, no veo la relevancia que pueda tener. ¡Ah, sí!, claro que lo he visto: permítame que no me impresione. No se ofenda. Haría mejor guardándolo. Si está dispuesto a hacer lo que imagino, es que está plenamente convencido de encontrarse ante él. En ese caso, amigo, cometería un terrible error. Su mano se convertiría en la mano implacable de Dios, la plaga que esperaba y que daría sentido a todo. Si acepta ese papel, le será muy difícil salir de él. Si de verdad cree que él soy yo, sin fisuras, sabrá que le hablo por experiencia. Pero ya empieza a dudar, ¿no es cierto? Quizá sería mejor hacerlo ahora, de una vez, sin buscar certeza alguna. No es fácil, lo entiendo. Cualquier animal puede matar; el ser humano es el único que necesita una justificación para hacerlo. Y usted no es un animal, de otra forma no hubiera escuchado todo esto esperando el argumento que lo avale. ¡Hágalo de una vez!, si está decidido, pero no espere que le dé mi bendición; no sea estúpido. En este momento usted es completamente libre: no puedo oponer resistencia. Es un peso insoportable, a veces, pero si va a ejercer su papel tendrá que asumirlo. No puedo ayudarle en nada más, de modo que me voy a ir caminando lentamente por la orilla, dándole la espalda, si eso se lo hace más fácil. Si no es capaz de resolver, de decidirse por salvarlo a él y condenarse con tal de llegar a eso que usted llama justicia, será mejor que vuelva por donde ha venido y olvide para siempre cada una de mis palabras. Juanma Agulles Página 15 Estos trabajos han sido leídos y comentados durante las reuniones literarias de nuestro grupo que tienen lugar los viernes a partir de las 21:30 horas en la calle El Pozo nº94(bajo), Alicante. Aprovechamos para invitarte a compartir con nosotros alguna charla literaria: ven cuando quieras. Un día cualquiera Un día cualquiera, digamos un viernes gris, con ganas de lluvia en su tejado, tendrás al levantarte la misma sensación que en amaneceres anteriores, pero la taza de café (y no me preguntes los motivos) no podrá aliviarte de la mordedura del invierno …qué le vas a hacer, son cosas que pasan, que tienen que pasar un día cualquiera en que después del desayuno, bajo una luz todavía torpe e indecisa, te darás cuenta de que nadie en la ciudad necesita esquivarte para caminar delante tuyo, o que al entrar en la oficina las manos y los gestos no se mueven en respuesta a tu saludo. Después, y siempre sin salirnos de ese día cualquiera, al apretar un nombre en tu teclado ninguna letra lo subirá al papel, y así sucederá con los balances y las cifras sin que pueda yo decirte los motivos …qué le vas a hacer, son cosas que pasan, que tienen que pasar. y por la noche, cuando el viernes hipotético y grisáceo se oscurezca, habrá festejos, pero el vino no te prestará su mueca alegre y ni siquiera un tramo de su risa, se levantarán los vasos pero no por tu salud precisamente …qué le vas a hacer, son cosas, cosas que te pasarán un día cualquiera. Menelo Curti Página 16 Taller de textos CÓMO DEBE SER UN POEMA Mira, Menelo, decirte por qué me parece malo ese «Un día cualquiera» que escribiste sería algo excesivamente frívolo por mi parte. Los lectores no saben por qué; será cuestión de dar unas cuantas explicaciones, muy brevemente. Más que a hablar del poema me veo obligado a contar las —para mí— equivocadas razones por las que lo escribiste; ya ves hasta qué punto has conseguido que me rebaje: me convierto aquí, a petición tuya, en delator. Lo que ha de saber el lector de estos cuadernos es que todo empezó con un excelente relato que llegó hasta nuestras manos vía Juanma Agulles, y que cuando le preguntamos —por lo menos yo lo pregunté, despistado como siempre— que si era suyo él aclaró que no, que era de una chica que se lo había mandado y que no sabía su nombre. El relato se titulaba «Un atípico 13 de junio para José Evaristo Ron». Quisimos publicarlo y le pedimos a Leo Sarralde que dibujara algo para acompañar. Agulles escribió a la autora para decirle que queríamos publicarlo. Ella dijo que no, que más tarde pensó enviarlo a un concurso y que debía mantenerlo inédito (la maravilla de los concursos literarios). A esas alturas Leo ya había hecho el dibujo, y era magnífico. Y aquí es donde entra en juego Menelo Curti. Porque Menelo Curti estimó que el dibujo debía publicarse —estimación acertada— y que, invertidas las reglas del juego, habría que escribir algo que acompañase al dibujo. Y se puso a hacerlo. Y, probablemente, lo hizo en una tarde. —Aquí está —me dijo un día de tantos en su casa; tabaco, cafés y charla, como suele ocurrir desde que nos conocemos— , ya escribí el poema. Pero entonces opiné, y sigo opinando, que «Un día cualquiera» no está a la altura de aquel relato con que empezó todo. Más aún, que ese poema que escribió, que escribiste, Menelo, ni siquiera sirve de apoyo literario al dibujo que hizo Leo. El dibujo habla de lo que hablaba el relato; tu poema habla de otra cosa que escribiste a marchas forzadas, y sin saber muy bien hacia dónde iban los versos. Así que ya cometiste dos errores: primero, forzarte tú mismo a escribir algo que no necesitabas escribir; segundo, irte por las ramas y no ceñirte a lo que el dibujo exigía de ese poema en ciernes. En tu favor he de reconocer que te impusiste una tarea muy dura. En tu contra he de acusarte de no haberla llevado a cabo con éxito, con el agravante de escucharte decir que tú estabas satisfecho con el resultado. A mí me da la sensación de que escribiste el poema en una tarde; quizá en unas pocas horas. Naturalmente, esto no es un buen argumento para justificar que no me guste. Es sólo que no me gusta y que sospecho que el origen de mi decepción está en que no le dedicaste el tiempo necesario. Percibo eso en la propia estructura del poema. Es como si lo hubieses escrito sobre una plantilla, como si hubieses dado por hecho de antemano que de ahí iba a salir un poema. Fíjate que empiezas y acabas con el mismo verso, lo cual es algo muy útil cuando no se sabe cómo empezar el poema y, llegados a la hora de querer acabarlo, ponerle un broche de los que ya tenías guardados en el cajón de recursos. Contando maravillas de Juan Carlos Onetti —autor que tú tanto admiras—, Augusto Monterroso dice acerca de su manera de contar: «La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad». Por supuesto, Monterroso no incluye a Onetti entre esos malos cuentistas que saben «cómo debe ser un cuento». Y ése es uno de los principales problemas de tu poema: que parece que sabías desde un principio cómo debe ser un poema y que te limitaste a escribirlo desde una posición de cierta seguridad. Da la sensación de que quisiste escribir ese poema sin inclinarte Página 17 Taller de textos apenas sobre lo que tenías que contar, que tenías miedo de caerte al pozo si te inclinabas demasiado. Por eso encuentro interesantes en el poema sólo cinco fragmentos: cuando hablas de la sensación que se repite al amanecer y de la mordedura del invierno, cuando cuentas que nadie necesitará esquivar al destinatario del poema por las calles, cuando ve que nadie lo saluda, cuando la escritura no le responde, los vasos que se levantan ajenos a él. El resto es paja, una repetición constante de que son cosas que le pasarán un día cualquiera. Sucede que cuando un poema no tiene rima —¿para qué iba a tenerla?— necesita de otros recursos para darle ritmo, y dos de los más importantes son la repetición y el paralelismo. De ahí que recurras tanto a la repetición del comodín «son cosas que te pasarán un día cualquiera» y que lo prolongues a lo largo de tres o cuatro versos: «son cosas que pasan, / que tienen que pasar un día cualquiera» (versos 11 y 12), «y siempre sin salirnos de ese día cualquiera» (verso 25), «... qué le vas a hacer, / son cosas que pasan, / que tienen que pasar» (versos 31-33), «... qué le vas a hacer, / son cosas, / cosas que te pasarán / un día cualquiera». A mí toda esa insistencia me parece de relleno. Acabaré esto denunciando dos carencias más: por más que pretendas que sea un poema narrativo —como tú mismo dices que quieres escribirlos últimamente— el narrador no asoma por ningún lado, es más, se esconde; y el destinatario es una mera hipótesis. El poema, con esto que te digo, se queda flotando en el vacío: no viene de ningún lado y no va a ningún lado. El narrador aparece sólo para excusarse y pedir disculpas: «(y no me preguntes los motivos)», en el verso octavo, al que no hemos de olvidarnos de sumar la variante «sin que pueda yo decirte los motivos» del trigésimo verso. Esto en sí no supone delito; pero delata que fuiste tú quien no quiso molestarse en averiguar esos motivos para no complicarte contándolos. Otra manera de evitarte complicaciones es negarle al destinatario de lo que dices la oportunidad de una duda que le confiera existencia. Vamos, que en el poema lo das todo por hecho; hasta la cuestión misma de si es o no es un poema. Para resumir, creo que al poema le falta desarrollo y le sobra paja. Y no voy a extenderme más en estas cuestiones. Es injusto. Sólo tendría derecho a criticarte todo esto si yo mismo me hubiese tomado el trabajo que te tomaste tú en escribir ese poema; aunque me dé la impresión de que lo escribiste en una tarde, y sin demasiados riesgos. Además, ambos estamos de acuerdo en que la labor del crítico es criticar, y no pretender que él pudo escribirlo mejor: la posibilidad del fracaso, que siempre está ahí, lo haría caer demasiado bajo. Por eso lo hice. Me llevó varias semanas en un infierno que no imaginas. Qué riesgo conlleva haberlo hecho va más allá de esta página y no lo explicaré aquí. Sé que además me expongo a una réplica. La espero. Un abrazo hasta entonces. Quirón Herrador Página 18 Taller de textos Usted se llama Ocurrirá en viernes; pero cualquier otro día también sirve, porque cuando te despiertes no recordarás nada: ni quién eres, ni dónde está tu nombre. Sólo sabrás que también fue así en amaneceres anteriores, y que es culpa de ese reloj que no para de dar gritos, que no te deja pensar, que grita para que no pienses, que trepana tus tímpanos para que no pienses, que repite arriba arriba arriba para que no pienses, que repite para que no pienses, para que no hagas memoria, para que todo lo que estabas soñando se te vaya, para que levantes primero el brazo y después ya todo tenga que levantarse. Será la hora. Y será demasiado tarde para preguntarlo: sólo recordarás que también fue así en amaneceres anteriores y que con levantarte poco a poco irá regresando todo: tu vida, tu nombre, lo que tenías que hacer hoy, viernes, día laborable. Así que te romperás la cara con agua para ver quién hay debajo; y no recordarás nada, ni siquiera tu nombre. Lo buscarás por toda la casa y renunciarás a él para no llegar tarde al trabajo; quizá ni siquiera es tuya la casa. Verás rostros de paso en los estantes; y pensarás que más que gente son tiempo, que no tienes ya tiempo, que llegas tarde. Verás un paraguas colgando del pomo de la puerta, y dudarás: será mejor no equivocarse. Llevarás hasta el balcón la duda y verás que es un viernes gris con ganas de lluvia en los tejados. Y en el balcón verás la jaula, el pájaro, distancias tan cortas entre los alambres; quién pudo hacer eso. Basta con abrirle la puerta y meter tu mano de dios en el templo. Para su libertad basta con que tú abras el puño. Para caer en picado doce pisos, para reventarse el pico en el asfalto, para dejar de ser un pájaro con no haberlo sido basta. Pero tú no has dejado de ser nada; es sólo que no te acuerdas. Si te hubieras molestado en poner tu nombre en la puerta de entrada. Bajarás doce pisos pensando que te llamas doce derecha. En el panel de buzones no eres el único sin nombre; doce derecha, ahí estás, pero sólo en la hipótesis de un doce derecha. Puede pasarle a cualquiera. Pero te pasará a ti. Serás tú quien vea pasar a un perro con un pájaro muerto en la boca. Será un viernes gris con los dientes del invierno sobre tu paraguas. Puede ocurrir cualquier día; pero estoy seguro de que será un viernes gris, que nada podrás contra ese invierno, que no encontrarás refugio ni en el café ni en un nombre que puedas no ser tú en la sección de necrológicas. Por el infinito de las avenidas nadie necesitará esquivarte. Por el infinito de los pasillos no te saludará nadie en la oficina. Ahí trabajas, redactando necrológicas. Así te llamas: Santiago Navarro. Lo averiguarás Página 19 Taller de textos cuando ocupes ese escritorio vacío que te estaba esperando, Santiago. ¿Creías que no ibas a encontrar nunca tu nombre? Todo llega con las horas. Alzarás esa placa de metal (cada astilla de la mesa lo estará esperando) y pronunciarás: «Señor Santiago Navarro»; y verás tu rostro reflejarse al fondo, cómo tu nariz se asoma tímidamente entre «Santiago» y «Navarro», cómo cabe apenas, para respirar, en ese espacio que le respetaron a alguna letra que no existe; y tus ojos verán que los estás mirando, que ves cómo quieren desorbitarse y saltar por sobre la tapia de ese nombre, alambrada en donde seis sílabas te custodian letra en mano y gritan: «¡Alto, señor: usted se llama Santiago Navarro!». Así que por no enterrarle el nombre a otra gente, para que todo sea voluntario, querrás ser tú el primero de la página, querrás ser tú el último que escriba tu nombre para mañana. Pero cuando lo aprietes sobre el teclado te darás cuenta de que ninguna letra lo sube al papel, que no te queda espacio ahí donde caerte, cementerio de balances y de cifras, fechas de nacimiento y muerte. Alguien se acercará a tu mesa y verá cómo ahora pruebas con otros nombres; y tendrá que preguntártelo: «Alto, señor: ¿Es usted Página 20 Santiago Navarro?». «Supongo —dirás—; eso dice la placa». Y entonces te seguirá preguntando que qué haces ahí, que si no has leído la página, que llevan todo el día esperando tu cuerpo, que tarde o temprano se darán cuenta de la estafa, que tu esposa no sabe ya cómo entretenerlos. Y te dirá: «Sube, en la terraza ya está todo dispuesto, hasta han quitado la barandilla; sólo tendrás que dar un paso. Tú ahora mismo tendrías que estar ahí arriba, dando ejemplo. Para ti no es más que un pequeño paso, y abajo ya están todos esperando». Y para cuando quieras no llamarte Santiago ya estarás arriba, al borde de tu nombre, con un señor dándote palmaditas en la espalda y diciendo: «Ánimo, Santiago». Varios pisos más abajo festejos, tragos de vino que dejarán su nota oscura en las gargantas, miradas que se levantarán, vasos que se levantarán, pero no por tu salud precisamente. Para ser Santiago Navarro, para que digan que fuiste Santiago Navarro con un paso basta. Quirón Herrador NUBES NEGRAS Y PALABRAS Menelo Curti Por la mañana, mientras bromeábamos alrededor del café y de los cigarros, el sol con entusiasmo de verano parecía burlarse del periódico que pronosticaba nubes preñadas y truenos y al final un parto multitudinario de gotas que agujerearían el viento y un recital al aire libre que teníamos previsto. Había horas (y dentro de las horas innumerables posibilidades de que todo sucediera) separando ese momento de risa y desayuno de la conferencia que un poeta granadino daría en la universidad. Una semana antes supimos que vendría: y entonces la catarata de libros y la lectura apresurada Página 21 El sótano y opiniones chocando, mezclándose en el humo, en los vasos de cerveza, en el mal vicio del trabajo, en todo tiempo; García Montero recibiendo nuestro hambriento manoseo y escapando por la voz de uno que lo recitaba o de otro que, de una punta a otra de la mesa, lanzaba un libro con un título propuesto para que el destinatario lo leyera. García Montero caminando entre nosotros, sentándose enseguida en nuestra cantera de palabras, en la fiebre. Del otro lado ya del mediodía entramos en la sala: silencio; agua y ordenadores en la mesa; solemnidad de vidrio, seca. Por suerte, una mujer tumbó el ordenador, y ese hombre que con acento sur comenzó a narrar su aventura literaria hizo otro tanto con la solemnidad. “Mi padre era militar. Tenía un volumen de Las mil mejores poesías en lengua castellana; cuando niños, nos ponía firmes y empezaba recitar. Cierta vez fui a la escuela sin estudiar la lección y me llamaron a la pizarra para que hablase de Campoamor. Yo sabía de memoria sus poemas gracias a las lecturas de mi padre, por lo que me lancé a recitar. Entonces el profesor me interrumpió: Niño, déjate de versos y vamos a lo que importa: fecha y lugar de nacimiento”. Allí quedaron varias risas y un sistema educativo en tela de juicio. Pero en fin, no voy ahora (entre otras cosas porque no puedo) a resumir o desglosar su charla. Que se lamenten los que no asistieron ese jueves con sol rotundo y amenazas de tormenta. Luego comimos, y ahí sí que manipulamos y repetimos y no nos cansamos de divagar sobre lo escuchado. No recuerdo bien, pero creo que las que obligaron a virar el tema de conversación fueron las primeras nubes de panza sucia que lentamente se instalaron entre el sol y nuestra mesa. "Me parece que el recital se va al demonio", comentó alguno, y los demás miramos hacia otro lado. A las cinco, a las cinco en punto de la tarde, el viento era un toro lleno de cuernos y gotas finas, filosas. Ni equipo de sonido ni más público que esos amigos y parientes que no se hartan (o lo disimulan) de oírnos y decir “muy bien, ánimo muchachos, cada vez sale mejor, tiren pa’lante”. ...Pero a veces el destino, o la casualidad, ponen buena cara y hacen que la ventisca disminuya, aparezca una furgoneta cargada de altavoces, y se acerque la gente a curiosear. Y también de tanto en tanto, ese destino o lo que sea, se pasa de generoso, y trae entre la gente a un tipo tranquilo, de gestos mansos y palabra clara, que se llama... pongamos que García Montero. Así que recitamos con público, cerveza, y unos nubarrones que, aburridos de escucharnos, buscaron otro cielo. Más tarde, el hombre de Granada, del sur, o tal vez del verso, contestó a un asedio de preguntas. Una grabadora se bebió su voz, nosotros después se la dimos al papel y ahora a ustedes: tomen la posta, lleguen al relevo, y que su palabra continúe. Recortes de una charla con Luís García Montero Poética: Yo apuesto por una poesía de poetas que no se visten de poetas. De poetas que no se creen elegidos ni se tienen que disfrazar, ni van con corbata; sobre todo en el vocabulario, porque lo peor de «vestirse de poeta» es que el vocabulario también adopta el traje y parece que uno no puede pronunciar una palabra sin que tenga corbata, sin que vaya peinada con brillantina. Hay una toma de postura en eso y me alejo de aquellos poetas que se creen portadores de una verdad esencial para apostar por la poesía de alguien que tiene conciencia. La conciencia: Para mí la conciencia tiene que ver con el ejercicio del conocimiento y la reflexión; y un intento de interpretar la realidad y mantener una actitud crítica con las situaciones que se dan en ella a partir de la defensa de la conciencia individual. Esa es la poesía que me conmueve, más que la poesía de los Grandes Iluminados. Ser poeta: Siempre supe de pronto (y digo siempre y de pronto porque se dieron las dos cosas a la vez) que me gustaba la poesía. Yo creo que eso nos pasa a todos. Nos Página 22 El sótano acercamos, empezamos a leer, nos emociona la poesía de los demás y un día empezamos a escribir, sin plantearnos que vamos a dedicarnos a la poesía, y de pronto te descubres siéndolo y sintiendo que el género tiene mucha autoridad. Es un descubrimiento que uno hace al acercarse a algo que le apasionó como lector. Yo me acerqué a la carrera de Filosofía y Letras porque quería escribir poesía. La autoridad que el género tiene en mí vino antes. Pasa que uno un día da una buena clase, o termina un artículo para una revista por motivos profesionales o incluso, para más desgracia, escribe una tesis doctoral o aprueba una oposición, y al terminar, enseguida se tiene que poner a trabajar en otra cosa porque si no haces nada estás incómodo. Sin embargo, el día que me sale un poema que a mí me parece que está medianamente bien y lo doy por terminado, de pronto tengo la sensación de haberme ganado el derecho a estar quince días de vacaciones; y si estoy diez días sin hacer nada, recuerdo que acabé un buen poema y no tengo ningún tipo de mala conciencia. Creo que eso tiene que ver con lo que uno se siente y yo me siento poeta. El papel del poeta en el siglo XXI: Estaría casi tentado de decir que ninguno. La sociedad da poco papel a la poesía. Lo que sí diría es que nuestro trabajo tiene un significado y tiene un significado que se puede leer en varios niveles. Para quienes nos gusta la poesía quien escribe un poema ya tiene una utilidad y es que lo podamos leer y disfrutarlo, ahí la poesía se justifica en sí misma. A parte de eso, creo que la poesía tiene también un papel más trascendente y es la reivindicación de la conciencia individual y del matiz, en una época que está imponiendo la prisa, que es una forma de totalitarismo, un tiempo al que no le gustan los matices ni las conciencias individuales porque tiende a la homologación. Los individuos parece que sólo están cómodos cuando se diluyen en una idea mayoritaria. Esas operaciones triunfos que se basan en la forma de la encuesta, en la que uno se siente triunfador, no por la argumentación de su propia perspectiva, sino cuando gana la opción mayoritaria que se ha elegido. Eso, en el fondo, está convirtiendo la sociedad en un karaoke. Además, cuando se reivindica la individualidad desde el punto de vista del consumo, del sujeto posesivo, del egoísmo, ahí se está apoyando una manera concreta de ver la realidad. La poesía reivindica la individualidad no desde ese sujeto posesivo, sino desde el diálogo con el otro. Porque un poeta es alguien que, inevitablemente, quiere establecer una relación con quien lo oye o lo lee. Arte y comunicación: Creo que no existe arte sin comunicación y que no existe comunicación literaria sin arte. A mí el arte que no crea sentido y que no establece una relación dialéctica con la realidad y con el otro y que no es una búsqueda emocional de la verdad, me acaba oliendo a cerrado y se convierte en un jeroglífico más que una obra de arte. Por supuesto la comunicación, desde el punto de vista estético, necesita de unos recursos, un oficio que tiene que ver con el arte (que es artificio) para ser posible. Yo no creo que se pueda distinguir en el fondo entre conocimiento y comunicación o entre arte y comunicación, porque la comunicación que procura la poesía es inseparable del arte y no me interesa el arte que no sea comunicación con el otro. Granada, 1985, con Ángel González y Juan García Página 23 El sótano la poesía amorosa tiene mucha tradición y se ha hecho grandísima literatura amorosa. Entonces la tradición te puede aplastar. En ese sentido también significa intentar actualizar una tradición muy fuerte. Para mí, en ese diálogo con la tradición, me planteaba que un poema de amor ahora, tenía que significar tomar conciencia de que el amor es un tema que se va transformando también y permite que la antorcha siga. Seguramente nuestros padres no se enamoraban como nosotros porque no eran las mismas circunstancias. Yo, por ejemplo, si escribo un libro de amor lo haré desde la perspectiva de una persona divorciada que tiene un hijo de su primer matrimonio y que se vuelve a casar con una mujer divorciada que también tiene un hijo anterior y luego tenemos un hijo juntos y, además, vivimos en ciudades distintas porque trabajamos en ciudades distintas y que sólo se pueden ver cuando es viernes, por eso el título de Completamente viernes. Mi interesó tomar ese mundo, que parece anecdótico, para tomar conciencia de que la Historia no sólo pasa por una huelga obrera, o por un acontecimiento político o por una Constitución, sino que pasa también por las relaciones de pareja, y que la Historia pasa por la intimidad tanto como por los asuntos públicos. Eso me planteé en Completamente Viernes: el carácter histórico de la intimidad y, en ese sentido, la debilidad que hay en la separación de lo privado y lo público, porque lo público entra de lleno en lo privado y lo privado nos marca a la hora de habitar lo público. Es un tema que me interesaba porque, primero: soy un convencido defensor del paradigma de la modernidad y creo que hay que reivindicar muchos de los valores de la ilustración que se han olvidado, con todas sus contradicciones; hay que volver a tomarse en serio palabras como libertad, igualdad y fraternidad; y por, segundo: estoy convencido de que un poeta puede ser comprometido a la hora de escribir un poema sobre la sexualidad tanto como al escribir un poema sobre una huelga obrera. Eso pensé cuando me planteé la temeridad de escribir un libro de amor. El amor: Para mí el tema del amor significó un reto. Yo quería escribir un libro sobre la felicidad y sobre la felicidad como ética, por eso la cita del libro (Completamente Viernes) es de Madamme de Chatellette, la que fue amante de Voltaire y que fue una mujer ilustrada muy inteligente. Su libro El discurso sobre la felicidad, me parece que hace de la felicidad una ética; no sólo privada sino también pública, una reivindicación de la autoridad del ser humano sobre su destino. Y para mí era hacer un libro que convirtiese una vez más en tema de prestigio no la tragedia sino la felicidad. Por otra parte es un reto porque Página 24 El sótano La tensión entre el lenguaje común y la Borges: Me gusta Borges y no sólo como propia mirada: Existe una tensión entre las cuentista sino como poeta. Borges tiene una ganas de comunicar y el defender tu propia evolución que a mí me parece excelente, mirada. Normalmente cuando se habla de que lo llevó del ultraísmo y la vanguardia los poetas que llegan de una manera muy radical hacia una poesía muy serena e clara al lector, los puristas dicen: «Eso es que intensa que me parece conmovedora. Un está haciendo una poesía muy barata por poeta que demostró que la poesía no está el deseo de gustar o por el deseo de tener reñida con la inteligencia, que la cultura no éxito y eso es algo muy poco complejo y significa pedantería, que se pueden tratar muy poco profundo»; y en el fondo yo creo los grandes temas sin elevar mucho la voz y que el quedarse ensimismado y sin relación sin ser grandilocuente; y eso me interesa con el lector y con la realidad, se vuelve un mucho. Lo cual supuso para mí durante peligro para el género. Ningún género mucho tiempo una contradicción, porque puede sobrevivir si se mantiene encerrado. Borges se convirtió en un reaccionario y Hay mucha poesía que tiene mucha políticamente lo era, a veces, y yo que me erudición, pero que huele a cerrado. No llevo muy mal con los reaccionarios lo pasé basta con quedarse ahí, porque así la mal. poesía muere como obra de arte viva. Por Conocí a Borges en el año 83, recién otra parte, a veces también cuesta trabajo terminado el proceso en Argentina. Tuve la encontrar los medios de expresarse y de oportunidad de ir a Buenos Aires y un amigo expresar la realidad. Por eso yo creo que, me presentó a Borges, al que yo admiraba más que nada, el proceso de creación es mucho, pero al que temía como a una vara un proceso de tensión y búsqueda: de qué verde porque no me gustaban sus opiniones manera puedo ser yo, explicando lo que políticas y sabía que tenía una lengua siento y de qué manera puedo llegar a los asesina. Además Borges le tenía mucha demás sin manía a García traicionarme a mí Lorca (poeta al mismo ni a lo que que yo quería quiero decir. Más mucho) y que optar por siempre decía una cosa o por que el buen otra (y optar por poeta no era una cosa o por Federico sino otra siempre es lo Cansinos Asens y fácil) yo creo que barbaridades de c u a n d o ese tipo. Así que escribimos fui con mucha estamos en el filo admiración y de una tensión, y m u c h a ahí estamos en un precaución. terreno de En casa de Joaquín Sabina (de izquierda a derecha: Sin abrir la boca contradicciones, Joaquín Sabina, Juan Vida, Antonio Muñoz Molina y me pegó el y en ese filo creo Luis García Montero) primer palo, que está la porque el amigo exigencia de la poesía. A mí me gustan muy que me llevó a la casa (Roberto Alifano) le poco los poetas que se miran al ombligo dijo: «Te voy a presentar un joven poeta creyendo que cualquier acercamiento al español, de veintitrés años», y el viejo dice otro es una traición a su individualidad, pero «Ah, qué bien, yo alguna vez tuve veintitrés me gustan muy poco también aquellos que años; no sé si fui poeta». Después estuvo muy se creen portavoces del Todo y que tiene simpático, lo que ocurre es que, al final, hizo que hablar de la consigna que les da el uno de sus comentarios -él se moría por una sacerdote de turno porque creen que frase célebre- y dijo que estaba hablar de la intimidad es reaccionario. preocupado porque iban a ir a leerle un cuento de un escritor que había Página 25 El sótano desaparecido en el proceso y entonces comentó «Espero que la calidad de la literatura no justifique su desaparición». En su momento me sentó muy mal, creo que ahora no me resulta nada contradictorio que no me gusten muchas cosas de la actitud política de Borges y que, sin embargo, lo admire como escritor. Vida y obra: A las personas hay que aprender a juzgarlas por su vida y a los autores hay que aprender a diferenciar. De la biografía que levante acta un notario; el juicio de la obra es asunto de los lectores. Se da el caso de gente muy «progre» que hace una literatura verdaderamente reaccionaria (en el enfoque, en la perspectiva, en el uso de los recursos literarios) y, sin embargo, otra gente biográficamente muy reaccionaria -estoy pensando en Eliot- que a la hora de escribir podía hacer un poema como "La tierra baldía" que iba a cambiar el curso de la poesía contemporánea. Tradición: Al ser profesor de literatura, tengo la deformación profesional de apasionarme con muchos poetas. Me gustan los poetas clásicos, me gusta San Juan de la Cruz, me gusta Garcilaso mucho, me gusta la tradición romántica, el romanticismo representado por Leopardi, esa lucidez fría a la hora de ajustar cuentas con la realidad y de tomar conciencia de las contradicciones. De los poetas contemporáneos, soy lector de Bécquer y de un sucesor que lo superó como Rubén Darío, después Juan Ramón Jiménez y Machado, más tarde los autores latinoamericanos que superaron el modernismo -estoy pensando en César Vallejo-. También soy muy lector de la generación del 27. Los más cercanos a mí, aquí en España, han sido los de la generación del 50: Ángel González o Jaime Gil de Biedma o los poetas de la tradición latinoamericana que han sabido mezclar intimidad y compromiso político: Ernesto Cardenal o Benedetti también me han ido formando. Ésa es la tradición que yo he elegido y, en el fondo, la que está flotando en Completamente Viernes y en estos poemas de amor. Críticos de arte: Creo que la autoridad la tiene que dar la propia obra de arte, desconfío de cierto arte contemporáneo donde tú ves la obra y piensas que es una tontería, pero es una teoría que está justificada por una teoría estética que supone quince páginas de un catálogo donde te explica todo el proceso artístico e ideológico que hay detrás de un señor que hace una tontería y te dicen que es un gran avance para la Historia del Arte. Muchos críticos, también en literatura, se dedican a decir lo que el autor debería haber hecho y no se paran a analizar lo que el autor ha hecho. De cualquier forma, la opinión de la crítica es importante; te mentiría si te dijese que yo mañana si saco un libro de poesía no me importa lo que digan los críticos, eso es una tontería. Sí tu haces cualquier cosa y al día siguiente sale en el periódico de tu pueblo o tu país una crítica donde te pegan un palo, creo que lo honesto es admitir que te amargan el día, por lo menos el día. Lo que uno no puede es traicionarse a sí mismo escribiendo buscando el halago de un crítico. Eso es escribir al dictado de alguien. Fíjate que se habla mucho de la situación de la literatura española y yo creo que la poesía española está en un buen momento; y no sólo porque haya nombres consagrados que estén escribiendo y estén dando buenos libros, sino porque hay un tono medio general muy bueno, y hay gente joven que está escribiendo muy bien; incluso, aunque tenga menos repercusión que la novela, pienso que desde el punto de vista de la calidad literaria, la poesía tiene una calidad superior en España a la novela. Ahora, eso sí, el tono medio de los críticos literarios sí es de poca calidad. Si cuando los suplementos literarios dicen "Crisis en la literatura española" me preguntasen qué es lo que anda peor en la literatura española, tendría la tentación de decir que los suplementos literarios. Análisis literario e intromisión (al hilo de una pregunta sobre las notas al pie en alguna edición de sus poemas): Creo que hay que distinguir entre la lectura y lo que es leer filológicamente. Desde luego yo recomendaría leer sin las notas al pie. Las explicaciones que quisiera dar el autor ya Página 26 El sótano se hubiera tomado la molestia de darlas. Otra cosa es cuando uno deja la actitud del lector y pasa a la del estudiante o filólogo; entonces las notas al pie sí tienen un papel importante. interpretar que estaba hablando de Lorca. Eso más que un fallo de interpretación es un fallo mío como poeta, a la hora de saber qué iba a funcionar o no en el poema. La poesía es un género de la ficción y por eso trasciende; porque se parta de tu biografía. ¿No te ha pasado que interpreten un poema y no tenga nada Ser poeta de que ver con lo G r a n a d a que quisiste después de decir?: No es que Lorca: Lorca es pase alguna vez, un poeta con es que pasa con m u c h a m u c h a personalidad y a frecuencia, y quienes nos sobre todo gusta creo que cuando son nos conviene ser estudiosos que muy prudentes a no están muy en la hora de contacto con la acercarnos a realidad o con la Lorca, porque es cultura o la de esos autores tradición, bien que si te acercas porque sea un mucho te académico que devora. Hay no pisa mucho la Con Almudena Grandes, leyendo un manifiesto contra la otros autores que calle o un señor guerra de Irak. Abril de 2003, Rota (Cádiz) los puedes que trabaja en utilizar, una Nueva York y no conozca el ambiente perspectiva, un tono, algo, pero si te callejero; pasa mucho. Y teorías acercas mucho a Lorca, suena a Lorca por absolutamente disparatadas que parten de todos sitios y puedes acabar siendo un una confusión se dan con cierta frecuencia. epígono. Suele pasar con los autores que Incluso en la propia creación. Por ejemplo, tienen un gran mundo personal. Creo que cuando García Lorca escribe: "las piquetas a estos autores se les puede admirar sin caer de los gallos cavan buscando la aurora", en una imitación. está haciendo una metáfora para describir el amanecer y, de pronto, si tú lees el Poema Poeta en Nueva York: Creo que es el libro de mío Cid y habla de "quiebran albores", en que Lorca hace de su voz y su persona te das cuenta de que, probablemente, la crisis del hombre moderno. Es un libro con Lorca leyó ese poema y no entendió poemas memorables. exactamente lo que quiso decir el autor y pensó que los que quebraban albores eran Se puede traducir la poesía: El lenguaje es los gallos que estaban cantando, cuando el símbolo de la sociedad y la historia. El eran cosas completamente distintas el gallo lenguaje es el gran espacio público. Creo que cantaba con el hecho de decir quebrar que el signo lingüístico es la metáfora del albores para decir que estaba Contrato Social. Nos ponemos de acuerdo amaneciendo. Así, por una mala lectura, para entendernos y, al margen del lenguaje, consiguió una maravillosa metáfora nueva. no nos entendemos. Hay toda una tradición Es un problema en la creación, también el poética que viene a decir que la poesía es de la interpretación. Yo escribí un poema lo que se siente con anterioridad al lenguaje, donde hablaba de mi abuelo que era un que lo puro es lo que se vive antes de la artista granadino que tocaba el piano. Sin historia y que cuando nos hacemos embargo, me di cuenta que aludiendo a históricos y nos ponemos a hablar lo que esa figura, la gente, al leerlo, iba a hacemos es manchar una pureza. Así Página 27 El sótano parecería que lo verdaderamente puro es el silencio. El silencio común al estado de una verdad anterior a la propia experiencia del lenguaje. A mí eso me parece una falacia; no creo que haya otra verdad que la que surge en el lenguaje y que no hay más realidad que la que se da en la historia. Uno no tiene un sentimiento que sea incompatible con las palabras ni con los demás. Por eso a mí me gusta decir que la poesía es cuestión de palabras, como todo. A mí el silencio me interesa mucho, pero no como un medio de renuncia, sino como una forma de expresión. Creo que a la hora de escribir es tan importante saber lo que puedes y lo que no puedes contar. Cuando te callas cosas, lo haces para permitir la comunicación poética. ¿No estarías, entonces, de acuerdo con Flaubert cuando dice “he fracasado, sé mucho más de lo que he dicho”?: Yo creo que, en realidad, sólo sabemos lo que decimos. A veces tú tienes una idea muy brillante en la cabeza y en el papel no te funciona de ninguna manera. Lo que hay que hacer es renunciar a esa idea. Ahí, el silencio se convierte en importante para saber lo que tienes que tirar a la papelera. ¿Qué hay de nuevo detrás del concepto "poesía de la experiencia"?: El primero que empezó a hablar de "poesía de la experiencia" en España fue Jaime Gil de Biedma. Él leyó un libro de un crítico norteamericano, Lambaud, sobre el romanticismo inglés, que se llamaba La poesía de la experiencia. Ese es un libro sobre el cambio de la poesía ilustrada a la poesía del romanticismo, de la creencia en los valores abstractos de la razón y las verdades absolutas, con la puesta en crisis del paradigma ilustrado, a la modernidad. Le resulta muy difícil hablar en nombre de la Razón Universal; por eso, cuando uno quiere afirmar algo no lo hace en nombre de la universalidad de los conceptos que utiliza sino que tiene que explicar de qué experiencia sale su afirmación. De eso hablaba Lambaud en su libro y a Gil de Biedma le interesó mucho. Entre otras cosas porque, en esos momentos, él era un poeta muy comprometido que estaba un poco cansado de la poesía social tradicional donde veías poetas muy burgueses hablando del pueblo soberano y la clase obrera. Entonces él pensó: "Pero si tú has sido un hijo de papá que has vivido en una familia bien, ¿qué sabes de la clase obrera?"; quizás el poeta comprometido, más que hablar en nombre de la clase obrera, tiene que intentar hacer examen de conciencia para analizar cuál ha sido la mezquindad de su clase social y la educación sentimental que ha recibido. Creo que el término "poesía de la experiencia" incluso se dio de forma peyorativa, para clasificar a estos autores de la mala conciencia y separarlos de la reacción culturalista que se dio en la poesía, emparentando profundidad a esteticismo y trivialidad a lo experimentado. Con el tiempo, como suele pasar, los detractores del concepto "poesía de la experiencia" acabaron por hacerlo valedero y yo, aunque nunca lo suscribí, le he acabado por tomar cariño. Bibliografía selecta del autor - Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn, Colección Zumaya, Universidad de Granada, 1980. - Tristia (en colaboración con Alvaro Salvador, bajo el nombre de Alvaro Montero), Rusadir, Melilla, 1982. - El manifiesto Albertista, (en colaboración con Javier Egea), Editorial D. Quijote, Granada, 1982. - El jardín extranjero, Adonais, Madrid, 1983. - Rimado de Ciudad, Ayuntamiento de Granada, Granada, 1983. - Égloga de los dos rascacielos, Colección Romper el Cerco, Granada, 1984. Segunda edición en Hiperión, Madrid, 1990. - En pie de Paz, Ediciones del Comité de Paz con Centroamérica, Granada, 1985. Página 28 El sótano - Diario Cómplice, Hiperión, Madrid, 1987. Segunda edición en Hiperión, 1988. - Anuncios por palabras, Plaza de la Marina, Málaga, 1988. - Canciones, Área de Cultura del Ayuntamiento de Almería, 1988. - El jardín extranjero, precedido de Poemas de Tristia, Hiperion, Madrid, 1989. - Secreto de amistad, Colección Tediria, Málaga, 1990. - Irene, Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, Málaga, 1990. - Las flores del frío, Hiperión, Madrid, 1991. - Luna del Sur, Renacimiento, Sevilla, 1992. - En otra edad, Publicaciones de la Librería Antigua El Guadalhorce, Málaga, 1992. - Habitaciones separadas, Visor, Madrid, 1994. - Además, Hiperión, Madrid, 1994. - Quedarse sin ciudad, El Cantor, Palma de Mallorca, 1994. - Poemas, Aula Enrique Díez-Canedo, Badajoz, 1994. - La puerta de la calle, Pre-Textos, Valencia, 1997. - Completamente viernes, Tusquets, Barcelona, 1998. - La mudanza de Adán, Anaya, Madrid, 1999. - Antología poética, Castalia didáctica, Madrid, 2002. Edición de Miguel Ángel García. - Poesía urbana, Renacimiento, Sevilla, 2002. Edición de Laura Scarano. - La intimidad de la serpiente, Tusquets, Barcelona, 2003. - La casa del jacobino, Hiperión, Madrid, 2003. Página 29 PUNTOS DE VENTA Librería Compas Universidad de San Vicente Librería Laos c/Médico Manero Mollá, 5 Tetería del Tábano Calle del Pozo, 94 (San Antón) Tetería del Zoco García Morato, 22 (Ruta de la Madera) Kiosco Menchu Calderón de la Barca, 18 Kiosco de prensa Plaza Santa Teresa (frente al Panteón de Quijano) Don Pincel Plaza Santa Faz, 1 (San Vicente) Tetería Luz de Luna Esquina Calles Diagonal y Jávea BAR La guapa c/Soto Ameno, 23 (San Blas) Librería del Plá Ingeniero Canales, 5 BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN Nombre y apellido:.......................................................................... Dirección:................................................CP:.............Tlf:................. 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UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CULTURA Y EL OCIO DE LOS JÓVENES” El ciclo de conferencias pretende aportar datos e ideas para superar, a través del diálogo, algunos de los tópicos más asentados sobre la vida cotidiana de los y las jóvenes. Las sesiones se desarrollarán en el Aula Emilio Varela de la Sede Ciudad de Alicante de la Universidad de Alicante (Avda. Ramón y Cajal 4, frente Parque Canalejas. La asistencia es libre hasta completar el aforo de la Sala. Existirá un control de firmas y los asistentes a un mínimo de tres sesiones podrán solicitar un certificado al ICE de la UA. Información: CONSELL DE LA JUVENTUT D´ALACANT DONA JOVE CULTU RA ESTUDIANT ILES OCIO Y TIEMPO LIBRE Carrer Llauradors, 14/3º- 03002 Alacant Tel: 965-149698 Fax: 965.149.678 www.cjalacant.net cja@cjlacant.net Opiniones desde el balcón (literatura de altos vuelos). Esto es una mezcla de secreto y confesión: al libro me lo prestaron, y mientras lo leo, tengo su destino resuelto. La culpa no puede planear sobre mí, ya que la idea es del título: “Un milagro en equilibrio”, y el resto de responsabilidad pertenece a la autora, una tal Lucía Etxebarría. Explico a continuación los detalles de la condena: a) Dentro de un momento caminaré hacia el balcón, donde el invierno apoya su hocico rabioso. b) Una vez allí, supongo que con bastante regocijo, escogeré el tramo más angosto de la barandilla. c) Le concederé al ejecutado unos minutos para que contemple el panorama y prevea, mientras me fumo un cigarrillo, sus posibilidades de salvación. (Siempre es elogiable anteponer a las tragedias cierto humanitarismo). d) Apoyaré su lomo en el lugar elegido y comprobaré, durante los minutos que hagan falta, si el “milagro en equilibrio” era real, o se trataba de una estafa. e) El condenado tendrá derecho a permanecer en el canto de la barandilla el tiempo que desee... o pueda. f) De caer hacia la ciudad su futuro dependerá del azar; en caso contrario, lo levantaré del suelo para arrojarlo a la avenida, donde su futuro... también dependerá del azar. g) La autora únicamente podrá salvar a la víctima ocupando su lugar, o proponiendo a algún miembro del jurado del Premio Planeta para que lo haga. Frases que nos ayudan a seguir viviendo Paco Alonso, durante una de nuestras reuniones: "¡Yo no sé a qué coño venimos a aquí! ¿Vamos a hablar de literatura o no vamos a habar de literatura?" Germán Yujnovsky: "¿Vas a leer? No, dejate de romper las bolas.» " Menelo Curti: "Nuestro delirio tiene una estructura; la cordura de Paco es desestructurante." Menelo Curti: "Cada vez tolero menos la soberbia...de los demás"

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