Cuadernos del Tábano Nº 3

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Ediciones del tábano, año I. nº3 Revista trimestral de literatura Vuelo del tábano Tábano: díptero de cuerpo grueso y color brillante, que pica a los bóvidos y al hombre. Digamos, entonces, que si el tábano pica a los bóvidos y al hombre, podemos suponer sin miedo a equivocarnos que picará también a los hombres bóvidos; y esto, claro, a los hombres bóvidos no les satisface. A un hombre bóvido no hay cosa que le irrite más que una picadura, y no es por la erupción cutánea ni por el escozor que le sigue, es más bien otra cosa: a los hombres bóvidos no les agradan los cambios, tienen siempre miedo y sólo se calman si se les acaricia el lomo con mimo. No sólo hay hombres bóvidos. Hay hombres mónidos, hombres cínicos, hombres rápidos, hombreslóbidos,hombressólidos... incluso hombres ránidos, más conocidos como buzos y que viven a caballo entre el mar y el cielo. Quizá los que más se alejen (en su particular forma de entender el mundo) de los hombres bóvidos sean los hombres ánimos, que tienen reflejos brillantes en los ojos y en ocasiones jaqueca. A estos últimos a veces también se les llama, casualmente, hombres tábanos; pero esto ocurre sólo de cuandoenvez.Loshombresánimos dicen no tener miedo y se complacen en picar a los hombres bóvidos y escandalizarlos. Sin embargo, a fuerza de ponerse animosos, pueden convertirse en hombres áridos y esto resulta muy triste, porque algunos no se curan nunca. Otros, afortunadamente, sanan chupando una hebrita de canela en rama. Los hombres bóvidos a menudo odian a aquellos molestos tábanos, pero no pueden dejar de pensar en la actitud arrogante y segura de éstos cuando dicen, por ejemplo, que el Himalaya no es más que un granito de arena en el universo. Por eso, a veces, los hombres bóvidos miran al suelo y piensan... y en ocasiones se convierten en hombres ánimos, pero otras muchas lo hacen en hombres cínicos u hombres trístidos y casi siempre se contentan condevorarunoscuantoshombres mónidos y tratar de demostrar así que tampoco ellos tienen miedo. Ante estas demostraciones los hombres ánimos responden riendose del ridículo poder de los hombres bóvidos, mientras éstos tratan de hacerles la vida imposible contodosuempeño. Como siempre pasa, los hombres ránidos, ajenos a todas estas cuestiones, no suelen decir nada demasiado alto y se zambullen, contentos, viviendo a caballo entre el mar y el cielo. Nota: De las mujeres esdrújulas -las lánguidas, sórdidas, prístinas... –nada dice la definición primera de la que partimos. ¿Cabe suponer que son inmunes a las picaduras del tábano? Ediciones del Tábano- c/Deportista Vicente Pastor nº1, Alicante, CP: 03006 e-mail: editabano@hotmail.com ÍNDICE ________________pág. Nota Editorial ________________ 1 Juanma Agulles Sección temática. Literatura y copromiso Decálogo para no estrangular palabras, Quirón Herrador__________________pág. 11 Decisión de fuga, de regreso, Menelo Curti____________________pág. 12 Llamada, Menelo Curti_____________pág. 12 El armadillo canalla, Juanma Agulles__________________pág. 13 Arte poética (el compromiso del poeta), Paco Alonso_____________________pág. 14 Poema, Quirón Herrador____________pág. 14 Taller de textos Paco Alonso: Lluviosamente sucio Sensaciones Lo que digo ______________________pág. 3 Menelo Curti Luna Baja De otro tiempo____________________pág. 4 Juanma Agulles: Las ventanas_____________________pág. 5 Quirón Herrador: En breve y ardiendo_________________pág. 6 El sótano. Juan Carlos Onetti Decálogo más uno, para escritores principiantes, J. C. Onetti__________pág. 15 Alrededor del humo, del silencio, siempre Onetti, Menelo Curti______________pág. 15 Asedio Colectivo a Onetti. Entrevista______________________pág. 16 El infierno tan temido, J. C. Onetti__________________pág. 20 Cartas Recibidas____________pág. 7 COLABORAMOS (desde la redacción de las notas y escritos, hasta en el diseño, maquetación y encuadernación de cada uno de los números): Juanma Agulles, Menelo Curti, Paco Alonso, Quirón Herrador, Maricarmen Grau, Germán Yujnovsky, Gabriela Jeifetz. Ilustración portada: Germán Yujnovsky. Ilustraciones de Las ventanas: Cris. Caricatura J. C. Onetti: Leo. (leosarra81@hotmail.com/645-584642) Estos trabajos han sido leídos y comentados durante las reuniones literarias de nuestro grupo, que tienen lugar los viernes a partir de las 22:00 horas en la calle Deportista Vicente Pastor Nº1 5ºD, Alicante. Aprovechamos para invitarte a compartir con nosotros alguna charla literaria: ven cuando quieras. LLUVIOSAMENTE SUCIO Esta tarde de lluvia me he quedado sin sueños, me he quedado sin alma y sin ningún recuerdo. Yo recuerdos tenía, pero fue en otros tiempos. Llueve sin esperanza sobre árboles viejos. Ya desesperanzada está el alma, y la siento como quien no la siente, la sufro desde lejos. Llueve como lluvia, como cae en los espejos la sombra de los vivos, la actitud de los muertos. Esta tarde de lluvia me he quedado sin sueños, me he quedado sin hojas, casi en los mismos huesos. Yo fui como los árboles verde hasta los cimientos, alto como es el día, puro como el silencio. Ya el silencio no existe, hay un rumor intenso de lluvia en los tejados que cae sobre mi cuerpo. Que cae contra mi sangre, mis venas, mis alientos. Que he quedado lluvioso, lluviosamente seco, lluviosamente sucio, lluvia ya en mis adentros. SENSACIONES A veces siento como que las cosas me están golpeando infinitamente, físicamente, cómo avanza el daño en el lado izquierdo de mi respiración. A veces siento que la estructura de mi ojo y de mi vértebra y la telaraña de mi mano, oblicua queda en el golpe helado y cómo crepita el hueso y el sudor y el semen o la vena asustada en la hondura de mi desesperanza. A veces voy recorriendo los horrísonos sótanos con mis melancolías y mis preguntas y mis siglos de adobe o mi dolor de sílice. A veces siento que una gota de lluvia o de cansancio o una hoja llovida o un fragmento de nieve en mi horizonte me está dañando de aspereza y de inquietud el pozo de mi respiración. LO QUE DIGO Oigo las voces y las palabras y el ruido de la noche y el tremendo alarido de la sangre en mis venas y el esfuerzo del mar y la desesperanza y el habitado grito. Oigo el sí y oigo el no, y la selva y la lluvia y a las gentes que sufren detrás de las ventanas; escucho lentamente los quejidos del viento, la furia que me habita, mi pasión desbocada. Oyendo las palabras y blasfemias que vienen, con el clamor que entraña el soterrado frío, y el hueco que en las venas disipa el firmamento o la desoladora huella de los olvidos. Que aquí me estoy dejando cuanto fui y lo que soy, que aquí me estoy perdiendo mucho más que palabras: virus y sangre y trozos astillados de hueso, y lágrimas y ácidos y óxidos y entrañas. Que aquí, sobre la tierra y contra el mar, me agoto con todas mis costumbres y anhelos y apetitos, con sudores, desganas e inquietudes y sombras, inmensurable y terco y agónico en mi instinto. Y así me dilapido como hombre y deshago todas mis asperezas y cicatrices largas y mis raíces frías y profundas y el tiempo de todos mis insomnios, y lo que venga o vaya. Que siento las palabras del hombre y de la tierra, y todo lo que habita mi espejo y laberinto, luchando en el silencio y en la tiniebla con mis íntimas crueldades, y mi propio infinito. Poemas de Paco Alonso Página 3 Taller de textos Luna Baja Menelo Curti Quiero hablarte, no sé, se me ocurre ahora, de la luna baja de esta noche, de ese redondel despierto que se entrevera con los árboles, que parece deshacerse entre sus ramas, pero que en realidad está tan lejos... O tal vez no tanto, al menos hoy no tan distante, y es cierto que lo rompen los ramajes. Quiero hablarte de esa gota rasa antes de que la engulla la sombra como a todo; hablarte del silencio, de su manera de caer sin espamentos. La noche es, como cualquier otra, medio azul o medio sucia, y llegan desde todos lados ráfagas de dudas y de viento; yo las recibo, se enredan en mi pelo o se sumergen por los agujeros de mis suelas, y después se quedan recorriéndome los huesos, habitando ese remanso que yo llamo esperanza pero que tal vez no tenga nombre. Quiero hablarte de la luna baja que rasguña el lomo de los cerros, contarte que parece enana y a la vez inmensa, gigantesca y de sal, de leche, de misterio. No sé muy bien por qué, pero la tengo contra el rostro, cerca de los ojos, quizás adentro, y siento ganas de decirla, de nombrarla y asegurarme de que ahora, mientras vienes a mis versos, la creas como al hombre, como a la huella que persigue hasta abismarse. Hay también, debajo, calles, piernas, bullicio, olores, miedos... Pero no me importan, no voy a contarlos, no quiero que se sumen a este viaje que sólo intenta poner una luna en tu momento, en este instante que es ahora y que no puede escaparse de sí mismo, que no vuelve, porque no va a ninguna parte, simplemente pasa, existe, y se deshace. Y mientras, la luna sigue ahí, vibrando, repitiéndose tal vez en multitud de charcas y de mares, pegándose a las gotas que deben llover en algún lado, pero baja en mi paisaje, cercana, recostándose en el límite de montes y ladridos que a esta hora tiene el mundo. Quiero que la veas, que la tengas, que ni la soledad ni los abrazos te impidan recibirla, que sepas que en una noche de un tiempo que ahora mismo no nos interesa la luna anidó bajo, que estuvo ahí, caliente, rozando la quietud de un hombre, llenándole los ojos, el silencio, las palabras. De otro tiempo Menelo Curti Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio, pero cuándo, cuándo, si siempre estoy llegando. ANIBAL TROILO Fijate vos que yo sé que debe seguir estando, allá por la barriada, donde los sauces son más altos que las casas, esa calle de pedregullo tan poceado, donde los gurises* les tiraban pedradas a las nubes, donde yo era niño, y también cazaba nubes. Fijate vos que debe seguir estando, igual que siempre, con los bordes desparejos y las veredas de pasto y barro seco; los perros ladrarán, yo casi los escucho, a los que pasan distraídos, con un silbido colgado de la boca o silenciosos, sin nada que silbar... Y deben seguir pasando, a pesar de los cachorros, tienen que pasar e irán pasando, con ese andar entre cansado y ausente que mueve a los hombres ya cerca del campo. Y al atardecer las sillas en las puertas y el mate** amargo y charla mansa, mientras el sol se va agachando entre los espinillos flacos, sedientos. ¡Hacé un poco de humo, que nos devoran los mosquitos! debe pedir medio nerviosa la del almacén de al Página 4 lado, apoltronada en su butaca como en un último remanso. Dejate de embromar, si te molestan mucho andá pa’dentro, que a esos bichos no los espanta ni el demonio tendrá que contestarle el viejo Souza, mordisqueando su cigarro, convidándole tabaco a las palabras. Y la calle ahí, adelante de ellos, con el polvo vencido por el agua que habrá saltado a chorros de las casas, a chorros como la noche que habrá venido a chorros de los montes, a chorros de los hombres que irán volviendo por la calle, la calle que vuelve de los campos. ¿Cómo anda, don Souza, tan buenos los amargos? le preguntará alguno de pasada, sin pararse, curvando las cejas hacia el cielo, hacia su sudor Diego Rivera y el de las nubes. Supongo la respuesta que le soltará el viejo malcarado, ese silencio largo que le salía de las vísceras, que le seguirá saliendo para apabullar a los baqueanos cuando quiere estar tranquilo. La sombra, el pedregullo, don Souza y los mosquitos, Taller de textos su mujer metiéndose en la casa, los cuerpos regresando, el cansancio, alguna charla, el anochecer verdoso; pero la calle sobre todo, la calle que una vez yo fui pisando hasta alejarme, hasta no verla, la calle de los pozos, la de los charcos tras la lluvia, la que una mañana me separó de los gurises, de la infancia, de ese tiempo que ya es otro, que no quiere que regrese, que le mostró distancia a mis pasos. *Gurí: en algunos lugares del Río de la Plata, niño. **Mate: Infusión de yerba que se bebe, por lo general, en una calabaza. Las ventanas Juanma Agulles 1 Quisiera dedicar una mirada al paisaje que se abre ante mi ventanal, desierto de antenas, cables y cemento. Quisiera hurgar un rato en la herida abierta por la visión de los balcones ajenos y las terrazas ante mí desnudas. Y, sin embargo, en esta ciudad al norte del desierto, el sol lo inunda a veces todo de una manera tal que sucumbe la voluntad ante el calor de las horas muertas. El sol blanco que impone el silencio a las piedras, que todo lo detiene y fija el paisaje con una textura como de arena. En ese espacio la mirada que dedico se pierde en la desgana, muere con ella la vida de un observador distante, que ante la visión de la maraña urbana se siente pequeño y dependiente. Los toldos verdes que descansan sin que la brisa (huida estos días ya por siempre) los estremezca; la tela asfáltica que recubre las terrazas y absorbe el calor al mismo tiempo que, de algún modo, lo desprende... todo me llena de apatía. Me ocurre en estos lugares que la soledad se me vuelve pastosa y empapa todas mis conjeturas. Allí donde veo girar la hélice exterior de un aparato de aire acondicionado, represento para mí la imagen de una habitación vacía, fresca y luminosa que alguien abandonó sin tiempo para desconectar el artefacto. No la imagino con gente, con vida. E igual me ocurre con las antenas y los cables que penetran en las casas hasta los televisores. Ahí me imagino los colores que vierte el receptor hacia una habitación vacía y oscura, aquella de las persianas bajadas, donde entre el polvo y las telarañas se acumulan los días de un cadáver centenario. Toda la vida, en fin, se me antoja inútil bajo este sol blanco que cubre el desierto humano que contemplo, tanto por fuera como por dentro, en estas horas desesperadas que consumo antes de que llegue el momento exacto y decida, de una vez, emprender ese vuelo definitivo que tanto anhelo y que terminará al fin con estos días de soledad y hastío. 2 Quisiera saber qué hace ese tío ahí todas las mañanas. Se asoma a su ventanal y se queda extasiado mirando al vacío, hablando solo. Gesticula y de repente saca un cuaderno y toma notas. Menudo tío raro. Muchas veces va sin camiseta, porque este calor es insoportable, y yo soy afortunada por tener aire acondicionado en casa, pero seguro que él no tendrá y se volverá loco con las ventanas cerradas. Como sólo le veo de cintura para arriba cualquiera sabe si no está desnudo y se está masturbando mientras mira a la calle. A veces me quedo observándolo un rato entretenida, sin que él me vea. No debería perder el tiempo así porque tengo mucho que estudiar si quiero sacar la plaza el año que viene, pero no puedo evitar pensar que detrás de ese cuadro inquietante, en esa concentración ausente, se esconde una práctica egocéntrica y madura. Tanto opositar me está volviendo una amargada y una salida. El calor hace que me suden las ingles y entre tanta filosofía platónica y tanto Eterno Retorno me tomo de vez en cuando un descanso y deslizo mis dedos bajo los pantalones cortos para dejar fluir la imaginación y las ganas. En esos momentos, amparada en mi posición privilegiada, observo al tipo del octavo que continúa ahí enfrente, con el torso desnudo y la mirada perdida. Pienso en sus manos por momentos inquietas y otras veces sospechosamente desaparecidas más abajo del marco de la ventana y el ombligo. Llevada por el momento me sorprendo amplia y mojada, como si, con independencia de mi mente, algo reclamase la atención que el sexo se merece. Entonces me desprendo definitivamente de los pantalones cortos que se amontonaban ya en los tobillos y me dejo hacer por mí misma, con la práctica que me acredita. Me tenso como un arco contra el respaldo de mi silla de escritorio, haciendo Página 5 Taller de textos fuerza con los pies en la pared, sin perder de vista la silueta de mi compañero improvisado; disfruto del onanismo telepático mientras me hundo en mí. Llego a tal estado de tensión que me parece quebrarme, mientras la humedad ya empapa parte de mi asiento. Casi parece que me elevo en un momento, impulsada por una fuerza desconocida, haciéndome tan amplia y honda que devoraría todo el mundo y lo atraparía en mi pálpito de dulce jugo. Ya llega, viene como en oleadas de inmensa vida, me vuelve loca y me hace traspasarme más allá de la piel. Antes de que ocurra quiero verlo por última vez, en su ventanal, contemplando las terrazas y los balcones, como hace siempre, en el marco de su cuadro inquietante. Me esfuerzo, me diluyo, me deshago mientras él, mi amor tras las ventanas, abre con tranquilidad dejando entrar el aire (por primera vez en tanto tiempo), desaparece por un momento hacia el interior de su casa y después de tomar la adecuada carrerilla, de un salto, abandona su marco y emprende el vuelo hacia este hueco inmenso que tengo entre las piernas y que espera acogerlo para siempre. *Dibujos: Cris EN BREVE Y ARDIENDO QuirónHerrador Empieza en silencio. Un dedo aquí, otro allá, otro más que ya los ha visto ir, y luego se encuentran y es la mano. Luego la mano se va deshaciendo y es otra vez palma, llanura que es luego valle, monte de venus, cauces que confluyen y se separan y van peleando amigablemente hasta abrazarse en una letra, que dicen que es Muerte, pero que quizá sean dos letras invertidas, jugando a hacer el pino o dando volteretas: Vida, Vida. O quizá no sean más que esa única letra, que es Mano. O quizá no sean más que esa única letra: Más. Luego es más y el meñique va dejando de serlo al sumarse a los otros: ya tiene voz, ya tiene tacto. Es más, y el anular va afirmando, avanzando, gritando con el corazón de su lado, y el índice alzándose y abriéndole a la vista caminos que palpar en busca del gordo, el solitario gordo, el gordo libre y libertino y siempre apartado, siempre opuesto, siempre carcajeado hasta que es necesario como ahora, suplicado como ahora por la inclinación de los otros, besado hasta construir el infinito encirculador, el poder conjunto de agarrar, de sujetar cualquier cosa que quepa en su universo. Puede ir deslizándose, en memorizada ceguera, por entre los velos del aire desnudo. Puede conjurar la mutación y ser primero hojarasca traviesa en lugar de yemas; divertidos remolinos a capricho del simulado viento, electrizando la planicie de la piel, buscando, preguntando por el jardín donde crecen el rizado musgo y el árbol solitario. Puede ser hojas arrastrando ramas, y no dedos, anhelantes ramas estirándose y encogiéndose, acercándose al árbol que el calor ya va amaneciendo. Puede ser hojas arrastrando tallos, serpentinos tallos que ya burlan los rizos, que ya van arrastrando el Mundo o el Vivo Valle y encaramándolo al árbol que despertando los recibe, enredándosele, trepándole el roce hasta conquistar la copa pacíficamente. Luego otra vez la magia y entonces hormigas, marabunta de hormigas cubriéndolo y recorriéndolo permitiendo respiración sólo en el extremo de cielo, allí donde no hay corteza. Arriba y abajo desfile de los cinco batallones de la marabunta, luego bocanada de ansiedad y arriba y abajo paso ligero, prisa, y el árbol ya se enerva, ya estría la corteza rebelándose, luchando, contestando, y entonces ya no más tacto, no más contención, y ya la marabunta es guerra de agigantadas reinas hechiceras que estallan el negro hasta ser panteras rugiendo ráfagas arriba y abajo arriba y abajo, hambrientas de arriba y hambrientas de abajo, violentando el tronco, rugiendo el temblor que ya desciende hasta la raíz y hasta la subterránea entraña, y es terremoto y aliento rajando pulmón y subiendo a fuego, empujando hirviente savia hasta que el tronco es montaña, hasta que la copa es cráter y estornuda los blanquecinos chorros de magma. Algunas otras veces sólo un dedo, no importa cuál, puede dibujar caricias, delicadas fronteras de tacto sobre desconocidos paisajes. Algunas otras veces sólo un dedo, no importa cuál, puede abandonar la mano y cartografiar los eléctricos hallazgos. Algunas otras veces sólo un dedo (¿y qué importa cuál?) puede navegar por el húmedo cauce de unos labios, míticos y ocultos labios de noche y de púbico rayo, que profetizaron su llegada y la predicación del orgasmo. Página 6 Hay miles, miles, miles de cartas que no hemos recibido todavía. Hay miles de cartas que están aún sin escribir, aún dormidas, aún esperando que algún fogonazo estalle en la bombilla y derrame sobre vuestro escritorio un aguacero de luz y voluntades. Hay miles de cartas que no hemos recibido todavía. Sabemos que a menudo, leyéndonos en algún poema, en algún relato, en algún artículo, sabemos que a menudo... pero el escritorio vuestro todavía a oscuras, todavía sediento, todavía esperando la lluvia de palabras, de respuestas, de preguntas. Hay miles de cartas que no hemos recibido todavía. Y tenemos la certeza, o la intuición, o el deseo, o quizá sólo estos excesos que nos permite la esperanza, de que sabéis para qué sirven las palabras, de que sabéis que aún sirven, que aún no están del todo muertas. Tenemos la certeza, o esa otra cosa que nos queda, de que sabéis cómo jugar a las palabras, cómo jugar a creernos, cómo jugar a mentir para ir creando las verdades poco a poco. Hay miles de cartas que no hemos recibido todavía. Pero una vez un poema, Encarni, un poema saltando de tu mano a la mía; sin sobre, sin sellos, sin distancias, como una carta sin intermediarios. Y la posibilidad de la respuesta, la confianza de la respuesta, la libertad o la correspondencia de devolvértelo con un comentario, con una crítica llena de razones, de ladrillos, de motivos con los que poder construir algo. La crítica a veces no es bien aceptada o bien entendida. Éste no fue el caso; eso sucede sólo cuando el criticado no sabe escuchar, o cuando el que critica no se toma el trabajo que se necesita para construir con argumentos. Y el leer literatura, como el escribirla, es sólo posible mediante la acción creadora, es sólo posible cuando se tiene la voluntad de construir algo, bien con palabras propias, bien con las ajenas. Hay miles, miles, miles de cartas que no hemos recibido todavía. Pero una vez una carta, Taga, un abrazo, un sobre caliente preñado de renglones y palabras; un sobre cerrado haciendo tictac tras la ranura del buzón, un sobre sellado haciendo tic-tac bajo la piel garabateada del remitente, un sobre haciendo tic-tac, tic-tac, tic-tac, amenazando con explotarnos en las manos y decirnos algo, mucho más que algo: que estáis al otro lado, que no hay muros ni silencio posible; que el grito, el rayo, o una tormenta de versos y palabras basta para derribarlos. Hay miles, millones, quién sabe cuántas cartas, que no hemos recibido todavía. Y podríamos publicar, si fuéramos soberbios, todas esas cartas que no hemos recibido, llenar la revista con páginas y páginas y más Página 7 páginas completamente en blanco, reproduciendo literalmente cada una de las palabras que nunca nos fueron remitidas. Reproducir páginas en blanco sería incluso demasiado: ni siquiera nos han llegado páginas en blanco. Es por ello que, esforzándonos en aparentar la humildad que en absoluto nos caracteriza, publicamos en este número sólo las cartas que recibimos, y agradecemos a Taga y a Encarni que se hayan molestado en aportar algo de lluvia a este campo, a esta siembra en la que confiamos y en la que venimos desde hace tiempo trabajando. No nos hemos tomado la libertad de comentar el poema de Taga porque no le pedimos permiso para ello, pero los siguientes escritos que seleccionemos para mostrar en la revista sí irán acompañados de algún comentario o de alguna crítica, siempre constructivos; nos permitiréis ese libertinaje. Os animamos a que nos mandéis vuestros escritos, o alguna carta contándonos algo: una opinión, una propuesta, una crítica a lo que hacemos, fotografías, lo que sea. Contestaremos personalmente a cada carta. Hay miles, miles, miles de cartas que no hemos recibido todavía. Las publicaríamos todas con mucho gusto; pero eso sería soberbia, además de poco práctico. Escucha... una canción... las olas del mar se deslizan sobre la arena. Mira... los astros brillan intensamente en el cielo. Parecen decir algo, y yo recibo su mensaje. No hay nadie. No hay nadie aquí con quien hablar, con quien compartir, a quien dar mi cariño. No es posible. Me quemo en este vacío inmenso. No he nacido para la soledad. Siente... el silencio está presente... Tengo frío. Mis ojos se cierran por última vez... Tengo miedo. Mira... ¡ahí está...! Viene a por mí. El hombre de la barca negra me lleva con él. Mira... ya comienza a amanecer... Mi cuerpo yace en tierra. Siente... la soledad sigue acompañándome por momentos... Y el eterno silencio continuará como un presente. Encarni Romero Guerrero Página 8 Ecoutez... une chanson... les vagues de la mer se glissent sur la sable. Regardez... les astres brillant intensément dans le ciel. Ils semblent que vont dire quelque chose, et je reçevois le message. N’il y a personne. N’il y a personne voici pour parler, pour parteger, pour donner mon affection. C’est ne pas possible. Je m’irrité à ce vide immense. Je ne née pas pour la solitude. Sentez... le silence es présent... J’ai froide. Mon yeux se ferment pair dernière fois. J’ai peur. Regardez… ¡voilà…! Il vient pour moi. L’homme du le bateau noir, me porte avec lui. Regardez... déjà commencer à faire jour... Mon corps est en train de tomber par terre. Sentez… la solitude m’est a train d’accompagner… Et le silence éternel continuera comme un prèsent. NOTAS CRÍTICAS ACERCA DE UN POEMA He leído y releído tu poema para poder hacerte una crítica, siguiendo mi punto de vista, de un modo que sea constructivo y que quizá pueda servirte de algo. Esta crítica te la hago no desde la soberbia, sino desde las convicciones literarias que a mí me mueven. La verdad es que no me ha gustado. Así de tajante, pero así de sincero; y lo soy contigo porque me parece que las únicas personas con las que no hay que molestarse en decir la verdad es con aquellas que no le importan a uno un carajo, y en mi caso tú no entras en absoluto en ese grupo de personas. Pero me propongo darle alguna utilidad a este papel que ahora voy manchando o rellenando de intenciones, decirte las razones (aunque no sea la razón la que traza estas líneas, o no tan sólo la razón) por las que no me ha gustado, porque el sí y el no están siempre vacíos si no vienen acompañados por otra procesión de palabras que los respalde y los nutra con los significados que movieron a pronunciarlos. Puedo empezar, por ejemplo, con las dos cosas que más me llamaron la atención al mirar el poema por encima: el tipo de verso (excesivamente extenso, y con pausas largas en el interior de muchos de ellos) y la constante utilización de los puntos suspensivos. Los puntos suspensivos, en general, le suelen hacer un flaco favor a la poesía. Una de las críticas que se les hizo en su tiempo a determinados autores del romanticismo (no al buen romanticismo, sino al romanticismo maniqueo prefabricado, al de los tópicos) fue precisamente que abusaban en demasía de los puntos suspensivos, que escribían cuatro o cinco versos desparejos y pretendían que quedasen engarzados metiéndole de vez en cuando puntos suspensivos, como si fuesen un pegamento que todo lo arregla. En mi opinión, hay que evitarlos en la medida de lo posible. En la mayoría de los casos es mejor recurrir a cualquier otro signo de puntuación: una coma, un punto, un punto y coma, dos puntos, según corresponda; son más precisos, y ayudan a darle a la expresión el sentido y el ritmo justos que quieres que perciba el lector o el oyente. En cuanto al tipo de verso, veo que no hay en este poema versos definidos como tales, sino renglones que se prolongan o no hasta donde el azar se lo permite. Esto se me presentó como una impresión al leer el poema en castellano, pero lo encontré luego clarísimo al leer la traducción al francés, cosa sobre la que hablaré más tarde. Me explicaré sobre lo de los versos. La poesía no es un tipo de disposición gráfica de las oraciones en renglones más o menos extensos, sino una actitud lingüística especial, mucho más honda, que busca penetrar en el interior mismo del lenguaje para intentar alcanzar a comprender los múltiples principios que lo mueven y que permiten que las palabras se combinen y copulen unas con otras para producir significados aparentemente imposibles, aparentemente irrealizables en un uso «natural» y superficial de la lengua. De ahí la utilización de las paradojas, del oxímoron, de la sinestesia (perdón por estas frías palabrejas) y otras figuras estilísticas que hacen que en poesía sea posible encontrarse con una «noche blanca», un «olor oscuro», o un «vómito que sale de los ojos», por improvisar algunos ejemplos descontextualizados. La poesía no es una expresión lingüística ya prevista en la propia lengua, sino una actitud de incansable búsqueda que empieza en la palabra y acaba sólo en la muerte, en el último y más impostergable de los silencios. La poesía no es una expresión, sino una actitud expresiva que va más allá del alfabeto, más allá de las gramáticas y de las distintas lenguas, que a menudo pueden llegar a convertirse en unas cadenas o una prisión que priven de libertad a las alas del sentir y el pensar. La poesía (la literatura, en general) ha de ser el implacable martillo que rompa esas cadenas, o la llave maestra capaz de abrir los grilletes. Una vez asumido esto, es indistinto escribir poesía en verso o en prosa, si nos atenemos sólo a ese más básico principio de búsqueda. Ahora bien, el escribir o no en verso viene por unas motivaciones que tienen mucho o todo que ver con el ritmo, con el decir la palabra a tiempo, en el momento justo que más conviene a lo que queremos transmitir. Una de las figuras estilísticas que más íntimamente relacionadas están con la disposición en verso es el encabalgamiento. Un encabalgamiento bien manejado puede crear dentro del cambio de verso una tensión ineludible, como el lapso de tiempo que hay entre la luz cegadora del relámpago y el posterior estruendo del trueno. Esa tensión puede ser a su vez de muy diversos tipos, con muchos grados de intensidad, según convenga a lo que se está diciendo. Tú consigues hacer un muy buen encabalgamiento al principio de tu poema: Página 9 «... las olas del mar se deslizan sobre la arena». Ese encabalgamiento que utilizas refleja muy bien en el tono del verso, en el cómo hay que leerlo, la idea misma que estás expresando: las olas que llegan a la arena y se van luego enseguida, esa suave tensión que supone el eterno llegar para marcharse; el encabalgamiento que haces refleja, en una imagen sonora, la imagen visual que supone el mar estirándose para tocar con la punta de sus dedos a los otros dedos (los de la tierra: la playa) y luego volver a marcharse. No obstante, al leer la traducción al francés he notado que cambias el momento de corte del verso, «... les vagues de la mer se glissent sur la sable». Es por ello que deduzco que no prestas importancia ninguna al verso, y que lo único que te interesa es lo que quieres decir, pero no el cómo lo dices. Eso es un gran error, el más grave de todos a la hora de ponerse a escribir. No por no escribir en verso (tremenda poesía se ha escrito en prosa, como el capítulo 7 de Rayuela, de Julio Cortázar), sino porque, más allá de escribir en verso o en prosa, utilizas un lenguaje que no es el tuyo, un lenguaje que, en lugar de crearlo tú misma, lo coges o lo compras ya fabricado de los grandes almacenes de la lengua (no sé a qué precio; yo diría que muy caro, porque al hacerlo te niegas a ti misma, niegas tu propia voz). Como dice mi amigo Juan Manuel Agulles, «lo que escribimos nos compromete porque decimos algo y, sobre todo, desde algún lugar». Ese «desde algún lugar» ha de entenderse de dos maneras: como la obligación de tomar una postura ante lo que se está escribiendo, y también como el deber de pronunciarse a uno mismo en las palabras, de ofrecer una voz que sea de uno mismo y de nadie más. Eso mismo también lo aconseja a su modo Juan Carlos Onetti en su Decálogo más uno, para escritores principiantes: «No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escribir siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar». Esto último, aplicado a lo que ando tratando de decirte, implica escribir desde adentro, gestar desnudas las ideas o los sentimientos, parirlas cubiertas sólo con sangre, y vestirlas luego con telas o palabras hechas a medida por uno mismo; nada de comprarlas hechas, porque éstas siempre vienen largas, cortas, anchas o estrechas por algún lado. Digo que utilizas un lenguaje prefabricado, y te reproduciré algunos ejemplos, aunque el poema entero es un ejemplo: «las olas del mar se deslizan / sobre la arena». Eso ya lo sabemos todos. Lo que quiero saber no es qué hace el mar, no cómo es el mar, sino qué te hace o te dice a ti el mar, cómo lo ves tú; lo que quiero saber es cómo son tus ojos, cómo se refleja el mar en ellos, cómo ves tú el mundo. Te propongo, por ejemplo, una alternativa (que no debes entender como la adecuada, sino como una de miles que podrías haber adoptado, pero desde tu propia óptica); puesto que más adelante dices «El hombre de la / barca negra me lleva con él», podrías haber incluso fusionado estas dos ideas y mostrarlas así: «las olas deslizan mi nombre / sobre la arena, / y viene el mar a buscarme / con su barca negra». Pero, naturalmente, yo no puedo escribir tu poema: eso sería como intercambiarnos las gafas, y cada uno tenemos una graduación diferente. Otra cosa parecida ocurre en los siguientes versos: «Mira... los astros brillan intensamente en el cielo. / Parecen decir algo, y yo recibo su mensaje». No digas que recibes el mensaje: ¡Muéstralo! Además, no son astros lo que hay en el cielo, ni brillan intensamente: para cada uno son algo diferente (luciérnagas, pecas del universo, agujeros o resquicios que dan a un más allá donde sí hay luz... etc.); yo quiero saber qué son para ti esas cositas luminosas que hay por la noche en el cielo. Otra cosa curiosa es que tratas de reflejar tu soledad, insistes en que «No hay nadie aquí con quien hablar, con quien / compartir, a quien dar mi cariño», y sin embargo le estás hablando a alguien: «Escucha...», «Mira...», «Siente...». Ya sé que esa segunda persona es el lector, pero lo dices como si el lector estuviera ahí contigo, físicamente, en la playa. Si estás a solas con el lector y necesitas alguien «a quien dar mi cariño», ¡hazle el amor al lector! (si te gusta, claro). El resto es más de lo mismo: «Tengo frío», «Tengo miedo». ¡Hazme sentir cómo son tu frío y tu miedo!; miles de cosas como ésta pueden hacerse con palabras, tan sólo tienes que llenarlas con lo que te mueve a escogerlas y a ponerlas una junto a otra. Por cierto, sí me gusta mucho el último verso de tu poema: «Y el eterno silencio continuará como un presente», pero me gustaría extraerlo del poema y que nos lo quedásemos, tachando eso del silencio y llenándolo con la palabra: Y la eterna palabra continuará como un presente. Quirón Herrador Página 10 “Pensar, analizar, inventar (me escribió también) no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar ajenos y antiguos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en lo porvenir lo será.” J. L. Borges, Pierre Menard, autor del Quijote. Decálogo para no estrangular palabras (o para que las palabras no les estrangulen) 1) —No se detengan ante ninguna puerta cerrada entre ustedes y lo que quieren expresar: utilicen un ariete o una ganzúa, o embistan con la cabeza si no encuentran otra herramienta más a mano. 2) —No construyan fronteras entre la realidad y la fantasía; el universo no las tiene. Pónganle zapatos a sus palabras y síganlas adonde su atrevimiento les lleve. 3) —Renieguen de la producción en cadena, de las matemáticas y la lógica. Son magos artesanos: el significado de las oraciones o espadas que forjen ha de ser más elaborado y más puro que la suma semántica de sus hierros o palabras. 4) —No se conviertan en pensionistas del lenguaje. Sigan siendo lo que fueron siempre: niños. Utilicen lápices de colores y no menosprecien ninguno; recuerden que, aunque son limitados, pueden besarse y engendrar una prole infinita, distinta en cada una de sus manifestaciones. No dejen nunca de crear: píntenle a los adultos la cara con caca. 5) —No pasen por alto que P. B. Shelley proclamó: «Poets are the unacknowledged legislators of the world». ¿Lo tienen? Pues ahora cójanlo del rabo y, con todo el libertinaje que puedan, tradúzcanlo del revés: «El mundo es el oculto corazón que mueve a los poetas». 6) —No se dejen esclavizar por los criterios literarios imperantes de su entorno. La libertad es la más grande obligación de los que conocen y usan la palabra. 7) —No tengan miedo a decir tacos o a herir sensibilidades. El único insulto de mal gusto son las cursilerías. 8) —No escriban nunca para un público culto y erudito: ése nunca lee mucho más allá del prólogo y las notas a pie de página. Háganlo para los que se saltan incluso el título y el nombre del autor y se lanzan al insondable abismo de las páginas profundamente vírgenes. 9) —Tengan siempre presente que al otro lado del papel hay un lector. Pero no olviden que a este lado del espejo están solos: no se mientan empañándolo; que las mentiras sean verdades transparentes imposibles de creer. 10) —Jamás abandonen el viaje. Que escribir sea esa actitud de incansable búsqueda que empieza en la palabra y acaba sólo en la muerte, en el último y más impostergable de los silencios. Quirón Herrador Página 11 Literatura y compromiso Decisión de fuga, de regreso. Menelo Curti Hazte cargo, hazte cargo de una ganadería de alacranes tan rencorosamente enamorados. MIGUEL HERNÁNDEZ. «Mi sangre es un camino» La popularidad, el aplauso, los galardones, son asuntos de dioses o demonios; escribir, imaginar, crear bien, asuntos sólo nuestros. Las palabras son el barro, de nuestra convicción depende que digan algo o que se sequen. Yo no creo en los términos medios, me inspiran desconfianza, y soy por ello un agitado partidario de hacer las cosas a rajatabla, de entregarme al camino si voy viajando y a las palabras mientras charlo o las escribo, de amar cuando amo, que suele ser (aunque también odio) casi siempre. No atiendo a los maestros, sé que mienten, ya que nada que pueda explicarse claramente resulta muy profundo, pero aprendo de quienes sin querer demostrar nada sembraron por la simple dicha de sembrar... Algo abstracto, seguramente, pero tan cierto como que el hombre empieza cuando empieza a imaginar. No sé, ni tampoco me interesa demasiado, si somos bestias de costumbres o necesidades: yo necesito las palabras y estoy a la vez acostumbrado a ellas. Las defiendo, no de las tristezas ni de las incertidumbres, sino del frío, de esa “lógica” que suele equivocarse y acertar de cuando en cuando por casualidad. Me molestan los academicismos, el “manoseo” y la política; más que molestos, me resultan detestables, crueles, estúpidos, sobre todo cuando estropean la libertad más asible que tiene el ser humano: la de expresarse, la de SER, violentando con su ternura sin edad los esquemas que sólo cuando crea puede derribar. Por esto considero que sólo es posible crear de una manera: sin condiciones, sin miedo, partiendo de uno mismo, ya que somos el principal referente social y emocional con que contamos, nosotros el vehículo que nos transporta hacia las diferentes realidades, la partícula donde empieza lo plural, que es una suma de partículas, y no de “nadas”. Crear no es amontonar dos o trescientas ocurrencias sobre un papel o cualquier sitio, a pesar de que en bibliotecas y museos pululen montoncitos de ocurrencias. No, crear cuesta trabajo, ha costado y cuesta vidas, sin por esto ser gris ni tenebroso. Es un camino, tal vez como cualquier otro, pero difuso, ciertas veces intrincado, laberíntico, caótico, que abofetea con absoluta y fiel razón a quienes lo pisan con sigilo, de puntillas, sin querer plantarle huellas en su rumbo. Digo que golpea, porque tengo la cara ahoyada por sus puñetazos; la cuestión es no asustarse, plantarle jeta y devolverle las trompadas. Más de una vez, estancado en los dobleces de la imaginación, pensé que se acababa, que era hora de levantar la boina, agradecer, y tranquear para otro lado. Pero al rato la sombra se iba al diablo y de nuevo un verso, o un relato, algo que contar, pero por sobre todo una manera de contarlo, la mía, la única que conozco, la que voy descubriendo cada día. Me parece muchísimo más importante que tener algo que decir, encontrar una forma propia, irreversible, de decirlo. En ello está la diferencia entre escribir “amo el paisaje”, o “pasan por el viento pájaros violetas, nocturnos, casi ocultos, rayándome la cara, poniendo entre mis ojos y el paisaje su decisión de fuga, de regreso”. E. Munch dando luna a los almendros Menelo Curti y embarrada en la miseria. Pero para que venga, Para que venga la poesía para que salga de su mar tiene que venir la sangre y nos empape, rota en mares y saltando, tienen que salir los corazones de su pozo para que venga y llamarla a besos tiene que llover desnudo y con anchas llamaradas, sobre los muros y las dudas, tienen que estallar todos los cepos. para que venga hay que encontrarla, Ella espera en las baldosas, o se quedará perdida, en los zapatos, doblegada, y en lo incierto, gris, está siempre dispuesta, ausente, agresiva, estando y pereciendo en cada cosa. tierna, LLAMADA Página 12 Literatura y compromiso El armadillo canalla. (Sobre el compromiso de la literatura) “Me doy cuenta de la inutilidad de la palabra […] Más importante que el intelectual firmando un manifiesto virulento es un obrero con un fusil. Triste papel el nuestro.” Julio Ramón Ribeyro. Decía Sartre en 1948 sobre el “escritor”: “…incierto sobre su posición social, demasiado tímido para rebelarse contra la burguesía que le paga y demasiado lúcido para aceptarlo sin reservas, ha optado por juzgar a su siglo y se ha convencido así que quedaba fuera del mismo, como el experimentador queda fuera del sistema experimental.” Era otro contexto; probablemente también fuesen inquietudes distintas. Sin embargo, me parece que estas afirmaciones no han perdido vigencia, en cuanto a lo que se entiende por literatura hoy. La literatura que está en los escaparates, a la sombra protectora del orden establecido, y que sigue creyendo vivir fuera de la historia. “El escritor es un ser particular”, dicen algunos. “No está preocupado exactamente por las cosas materiales: su mundo de ficción es su reino”. Chorradas. Esa incertidumbre sobre su posición social (a la que se refería Sartre) es la que hace la figura del “escritor” tan atractiva para el pequeño burgués ilustrado. Incluso cuando cierto autor escribe asomándose a las clases bajas y retrata situaciones sociales de explotación y miseria, obtiene el reconocimiento de aquellos que, en otro momento, contribuyen a reproducir los mecanismos de explotación; sin cuestionar jamás que ellos son porque existe la explotación; que su pequeña renta, su comodidad, hasta su biblioteca ilustrada, están terriblemente emparentadas con la miseria que contemplan a su alrededor. Claro que, llevando este argumento al extremo, sería imposible realizar cualquier movimiento que no revirtiese en consolidar las mismas condiciones de las que surge. Parecería que todo colabora para que las cosas sigan igual, aunque parta de intenciones contrarias. Que todo es asumible por el sistema. Pero no es así. Escribir se puede convertir en un acto que reproduce los valores burgueses o que los subvierte. El “escritor profesional”, que vive cómodamente retratando el mundo que gira a su alrededor (porque no olvidemos que es el centro del universo), ha vendido la función social a una de las partes de la contienda. Ha acatado el orden de las cosas y se dedica a revolucionar las formas (a veces ni eso) sin despeinar el contenido. Se dice que puede escribir maravillosamente bien La colmena y colaborar con el fascismo al mismo tiempo. Su arte no se cuestiona. Parece que está “más allá del bien y del mal”. Aborrezco de esa forma de entender la literatura. Huele mal: a religión, altar y sacristía rancia. Sólo la puedo entender como búsqueda de algo mejor, algo que nos vuelva más humanos a pesar de lo humano y, en ciertas ocasiones, esa búsqueda debe optar por la literatura o la vida. No hay escapada posible al mundo de la ficción. Es ahí donde entiendo el compromiso: como opción vital entre quedarse sentado escribiendo o salir a la calle, jugándoselo todo, optando por ser el obrero de la cita de Ribeyro y empuñar el fusil. Pero también entiendo el compromiso con la búsqueda estética, el compromiso que exige decir las cosas como se sienten, como se entienden, tratando de salvar los límites del lenguaje heredado, corriendo el riesgo de no ser entendido. He aquí una contradicción sobre la que no pretendo ningún tipo de superación dialéctica. Soy incapaz de elegir a priori entre tomar parte en los hechos o contarlos a mi forma; entre actuar y decir que voy a actuar, o inventar que lo hice u otros lo hicieron por mí. Haydesencuentrosquesólopuedoresolverenlasoledaddemicuarto frente a una hoja en blanco, para evitar poner en práctica el magnicidio. Quizá sea en esos instantes (en éstos) en los que realmente se produce una especie de catarsis; y sucede con frecuencia en el terreno de lo “literario” no en virtud de un áulico don ni defecto de flaqueza militante, sino por un mecanismo, tan lícito como cualquier otro, que me lleva a volverme sobre mí mismo – cual armadillo canalla– buscando preguntas que vayan de dentro hacia fuera o que, simplemente, anuden fuera y dentro en una masa compacta. Ni siquiera para hablar sobre el compromiso social de la literatura, puedo dejar da hacer literatura. Por mucho que se empeñen en decir lo contrario: sigue siendo necesario fabular, inventar, cambiar la estructura de lo ya dado nombrándolo con otras palabras, trasladando el eje desde el que habitualmente miramos las cosas. Es, lo sé, la forma más ingenua de la subversión, aquella que no puede responder a ninguna estrategia definitiva ni alternativa “real”. Pero, ¿no es lo real un puro convencionalismo, sancionado por quienes detentan el poder y, al cabo, una versión de la Historia? ¿Dónde está, entonces, esa borrosa frontera que delimita la reflexión de la acción?, ¿no es la reflexión cierta forma de acción y, de alguna manera, cada acción lleva aparejada una “idea de”? Conozco demasiada gente que tras mucho reflexionar acaba convenciéndose de que no es necesario “hacer” nada más, y gente que con “hacer todo lo posible”, se ahorra muchas veces la fastidiosa tarea de pensar. Inevitablemente, estamos condenados al lenguaje, al plano discursivo, y a su relación conflictiva con la acción concreta. Pero también es inútil, a estas alturas, ponerse a discutir sobre el huevo y la gallina. Me parece que es hora de pensar que el compromiso con la acción y el compromiso con la escritura, son cosas que se dan a la vez, o no se dan. Quien entiende eso, entiende que la literatura es un compromiso social total. Esto quiere decir: que no se distingue, en nada, de cualquier otra habilidad social; que el escritor sólo ejercita con mayor empeño algunas capacidades humanas y que, quiera o no, forma parte de lo que narra y a ello se debe. Por todo esto (y me lo estoy diciendo sobre todo a mí), hay que seguir escribiendo. Hacerlo renegando, al mismo tiempo, de la figura del escritor pequeño-burgués del siglo XIX. Sin dejar de reconocer la gran productividad que, en su ambigüedad, algunos desarrollaron contra los propios valores burgueses. Es hora de avanzar en la destrucción del mito. Está decrépito, muchas veces huele mal, es sospechoso en todas sus dimensiones. Sentado en su tribuna mira al mundo moverse con curiosidad, a salvo de las penurias que las empresas de la cultura le evitan, al coste de trivializar cada vez más su potencial crítico. Como mucho, cada tanto, se tolera algún enfant térrible que se rebela, dando cabezazos y puntapiés al aire, con el beneplácito y la inestimable subvención de burgueses audaces con veleidades poéticas y transgresoras. Tenemos que dar palabras que se enfrenten a la condición humana desde la condición humana, sin miedo, sin preservar nada, ni siquiera la obra propia. Siempre hay que estar dispuestos a verla arder para calentarnos las manos y volver a la lucha con el papel y con la vida. Página 13 Literatura y compromiso ARTE POÉTICA (el compromiso del poeta) Recomiendo el orgullo para nuestras palabras, recomiendo el desprecio para todo el que duerme, para aquél que no escucha. Recomiendo, poetas, el orgullo más firme, la verdad infinita y cruel de nuestras sílabas, la afirmación de todo lo que perturba y daña y lastima este mundo. Os recomiendo el grito: un grito oscuro, sólo un grito inmenso sobre la noche, sobre toda luna, sobre el ensueño, el insomnio, el llanto, el crimen, la venganza, el heroísmo, el orgasmo del cuerpo o la muerte del alma. Os recomiendo el grito: un grito que socave océanos y tumbas, volcanes y praderas, sabanas y desiertos. Que aquello que digamos, lo que ya desde ahora nazca de nuestro espíritu, quebrante las costumbres, los usos, los oficios y deberes, aquello ya establecido y dicho y consuetudinario. Que hay que hablar con el cuerpo lastimado de llantos, soledades, raíces, besos que nadie quiso darnos y se perdieron, heridas y miserias, cánceres que vivimos, espantos que llenaron pólenes y detritus, bilis, angustias, sombras, con áridas sustancias extrañas y decrépitas, en su sacudimiento y en su exceso, con todo lo que es más primitivo y dañino y terrible. Que hay que hablar con el cuerpo: que hay que hablar con orgullo de lo que nadie nombra, de todo aquello enorme y soez que se oculta: del hueso, de la vena, del corazón real y físico y exacto, y que no es la metáfora ni el símbolo y sí el músculo rojo dentro de nuestro traje. Que hay que hablar con el cuerpo: la ebriedad de un segundo feliz, de una caricia, del delirio infinito y embriagante del sexo, o de alguna mañana inesperada y dulce y entrañable y distinta. Digamos “asco”, “muerte”, “pus”, “saliva”, “amargura”, pero con un orgullo que ilumine los versos, y que le diga al mundo nuestro amor, nuestro odio. nuestros ojos, horrores que nos dejaron huellas y marcas en las manos. Que hay que hablar con el cuerpo: con huesos y con vísceras, con órganos y vértebras, duras masas de arcilla, Paco Alonso Si morís a mi lado sois suicidios míos; quizá meicidios. Soy la materia y la antimateria. Puedo crear estrellas o puedo romperlas en agujeros negros. Pero no me busques: aquí hay sólo versos. Cuandoleo soyotro. Cuandoescribo no soy poeta, soyDios, esdecir:YO. Yamenudo soy tú, porque me escuchas por sobre tu silencio, mirándome la voz bajo la manta del mundo amenazante de frío y de gritos. Quirón Herrador. Os preguntáis quién soy o qué soy, y os faltan ojos para este infinito, y os faltan párpados con que negarme los abismos de las multitudes que me habitan. Acasoestoyborracho cuando os creo sobrios. Cuando, bebiendo, respiro, soy fumador sediento. Cuandoduermo soy universo; despierto, soñador. Nunca estoy solo: soydos. Cuandoamo soy persona. Cuandoodio es por amor. Si callo, estoypensando. Página 14 Cuandohablo es sin pensar. Lo que digo lo siento, pero lo que siento no cabe en lo que digo. Sólomiento con verdades increíbles; pero cuando miento, miento de verdad. Elmundo es parte de mi cuerpo y mi alma es parte del mundo. Cuando os hablo, hablo conmigo; si no os hablo ya no existo. Yo escupo el hambre que masticáis vosotros. Si acaricio con el labio es mi piel la que arde; cuando muerdo sin besos es mi dolor, y es mi culpa. Cuando matáis también yo asesino. Decálogo más uno, para escritores principiantes 1.No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo. 2.No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Este sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo. 3.No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda. 4.No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético. 5.No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escribir siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar. 6.No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo. 7.No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios. 8.No olviden la frase, justamente famosa: 2 más 2 son cuatro; pero ¿y si fueran 5? 9.No desdeñen temas de extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario. 10.Mientan siempre. 11.No olviden que Hemingway escribió: “Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que puede caer un escritor”. ALREDEDOR DEL HUMO, DEL SILENCIO, SIEMPRE ONETTI «Yo soy un escritor, no un hombre de letras» J. C. O. La literatura para mí es eso que creo inventar hasta que abro un libro de Onetti, leo tres o cuatro líneas, y comprendo que no he inventado casi nada. Desde niño me acostumbré a una vida algo nómada, yendo con mi familia a vivir por diversos lugares. Recuerdo que en cada casa a la que llegábamos reaparecían, como brotados desde algún misterio, dos libros bastante manoseados, viejos, con las tapas desmembradas, de un color casi triste, decaído. Yo solamente los miraba, con respeto... tal vez con pena. Esperaban en los estantes, fuera del tiempo, mudos en su soledad, soportando con firmeza el vaqueteo de los viajes, esperando, esperando siempre, esperando a alguien que, con el paso del tiempo, supe que era yo. No recuerdo muy bien cuándo, ni si fue por descuido o convicción, pero guardo una memoria bastante nítida del regocijo lento, parsimonioso, que se acomodó en mis venas desde que comencé a acercarme, hamacándome en el tren, junto a Larsen y las tres mujeres, a Santa María, esa ciudad en la que aún resido, de la que no me fui ni pretendo irme. Desde entonces mi interés por ese hombre reconcentrado y distraído no dejó de crecer, seguí vagando por sus aires, aceptando las derrotas y la esperanza, la ternura irrevocable y algo absurda de sus seres, de esos hombres espeluznantes Página 15 El sótano que tan poco me costó querer. Cierta vez le oí decir, desde una de sus páginas, que “uno no se da cuenta, si se diera cuenta reventaría; en la vida pasa lo mismo. Se abarca, se comprende que una noche está perdida, nada para sacar de ella y viene la mañana y se acabó. Pero con la vida es igual. Siempre está perdida y nada que sacar, lo que uno quiere, sin darse cuenta. Luego dulcemente reventaremos”. Comprendí que era difícil, si no imposible, nombrar a la desolación de otra manera, sin juntar la sinceridad, las ganas de llorar, con una ironía tan optimista como brutal. Y esa sensación de leer algo irrefutable, exacto, se repite cada vez que retorno a sus palabras, a su manera de decir miedo o humo o beso sin rendijas, de forma letal: tal vez por esto la literatura sigue siendo para mí eso que creo inventar hasta que abro un mundo de Onetti y, con una mezcla de admiración y de tormento, murmuro: por favor, Juan Carlos, dejate de embromar, no podés ganarnos siempre, y menos sin trampear, jugándonos derecho. Menelo Curt Asedio colectivo a Onetti* Todos nos hemos acercado alguna vez a Onetti en busca de la verdad (literaria) revelada, o de la palabra del amigo, y siempre, sin excepciones, nos contestó la coherencia en persona. Algunas convicciones pocas pero fundamentales, la afirmación sin vueltas ni demagogias cuando se trata de arte o vida; el escamoteo a las preguntas sobre su vida privada: esto puede encontrarse en todos los reportajes que se le han hecho. Aquí congregamos a la mayor parte de sus entrevistadores como si la entrevista hubiese sido una sola, un solo asedio colectivo a Onetti, orquestado con cierto orden según el curso de sus propias respuestas. Alfonso Calderón: A través de su obra se puede conformar una figura ideal de Onetti. Amargo, escéptico, burlón, solitario, evasivo, gótico. ¿Cuál es la verdadera faz de Onetti? Onetti: Los seis adjetivos me parecen exactos. Pero los seis antónimos respectivos también funcionan. Jorge Ruffinelli: ¿Si empezáramos por la infancia, para reconstruir su imagen? ¿Fue la suya una infancia feliz? Onetti: Sí, fue una infancia feliz. Pero tal vez no exista ningún período de la vida tan profundamente personal, tan íntimo, tan mentiroso en el recuerdo como éste. Hay decenas de libros autobiográficos sobre el tema: la experiencia me ha enseñado a saltearlos. Ningún niño puede contarnos su paulatino y sorpresivo, desconcertante, maravilloso, repulsivo descubrimiento de su mundo particular. Dispongo de más adjetivos, espero que no sean necesarios. Y los adultos que lo han intentado salvo cuando engañan con talento literario padecen siempre de un exceso de perspectiva. El niño inapresable se diluye; lo reconstruyen con piezas difuntas, inconvincentes y chirriantes. En primer plano, inevitable, está siempre el rostro ajetreado del mayor, hombre o mujer. Yo fui un niño Página 16 conversador, lector, y organizador de guerrillas a pedradas entre mi barrio y otros. Recuerdo que mis padres estaban enamorados. Él era un caballero y ella una dama esclavista del sur de Brasil. Juan Gelman: ¿Cuándo comenzó a escribir? Onetti: Desde chico. Y para nadie. Por lo que recuerdo el recuerdo más íntimo, a los trece o catorce años, a raíz de un ataque de Knut Hamsun que me dio. Escribí muchos cuentos a la Knut Hamsun. Lo había descubierto por entonces. Carlos Díaz Sosa: ¿Con qué materiales construye sus novelas? Onetti: Con experiencias personales y cosas que me han contado. Alfonso Calderón: A propósito, ¿cómo nació la idea de ese relato terrible que se llama El infierno tan temido, y la de El astillero, y la de Juntacadáveres? Onetti: El infierno tan temido ocurrió realmente, en Montevideo. La anécdota me fue contada por Luis Batlle Berres, a quien continúo queriendo y admirando. Me advirtió que yo carecía de la pureza necesaria para transformarla en un relato. En cuanto a los orígenes de El astillero y Juntacadáveres, tendría que hablar mucho para contestar con fidelidad. Juan Gelman: ¿Usted cree que el hombre es puro? Onetti: Creo que toda la gente tiene una zona de pureza. A veces, se le murió para siempre. A veces, misteriosamente, renace. Lillian Calm: ¿Qué relación existe entre usted y sus personajes? ¿Los domina o éstos adquieren vida propia? Onetti: No podría decir que los personajes me dominen a mí, pero sí existe una interrelación. Yo no tendría interés en escribir si supiera de antemano lo que va a pasar en mis obras. Juan Gelman: ¿Qué piensa de los libros que escribió? Onetti: Mi problema es que no los he vuelto a leer. A veces los recorro, cuando me piden un curriculum, para no cometer un jaffe. Juan Gelman: Pero, ¿qué siente de todo eso? Onetti: Lo más importante que tengo sobre mis libros es una sensación de sinceridad. De haber sido siempre Onetti. De no haber usado nunca ningún truco, como hacen los porteños, o hacían cuando había plata y se lustraban los zapatos dos veces al día. O esa manía de grandeza de los porteños, que siempre hablan de millones, ¿no? Tengo la sensación de no haberme estafado a mí mismo ni a nadie, nunca. Todas las debilidades que podés encontrar en mis libros son El sótano debilidades mías y son auténticas debilidades. Carlos María Gutiérrez: ¿Esa saga novelística de elaboración compleja y de enriquecimiento constante satisface su autocrítica? ¿Cree que posee un lenguaje definitivo? ¿Comparándose con otros escritores coetáneos, considera que hoy expresa lo que se propuso al principio? ¿Está conforme? Onetti: Tan conforme como lo estoy con mi estatura, la cara de mi desgracia, mi peso. Quiero decirle que no hay más remedio que conformarse y suponer que acaso, tal vez, en una de ésas, con un poco más de voluntad calisténica... Pero, elementary, la voluntad es una parte del talento. Y entonces, to have or not to have. En cuanto a la saga, me gusta y persisto. ¿Autocrítica? He quemado los originales de dos novelas y media. Cualquiera se propone hacer algo y nunca, o casi, el resultado equivale al propósito. Muy lamentablemente para todos. Hermano: yendo a la grosería por exageración, le juro por la vida de cualquier agente literario que Joyce tiene a Balzac, por ejemplo, pintando una sociedad entera y quizás jamás se propuso hacerlo: lo hizo, simplemente. El medio influye sobre el escritor sin que el escritor pueda siquiera darse “participar”, “participar en dolores y angustias”, como si en ese libro en particular, no en otros, usted estuviera tomando posición frente a un conflicto exterior, como si estuviera aceptando un compromiso, b u s c a n d o deliberadamente una participación? Onetti: El hecho de que hable expresamente de compromiso en ese prólogo no modifica las cosas. En todo lo que escribí he participado. Sólo los malos escritores creen que tal compromiso debe ser expresamente político. María Ester Gilio: ¿Sartre, por ejemplo...? Onetti: ¿Cuál es el compromiso político de Sartre en la mejor de sus novelas, La náusea? Juan Gelman: Onetti, todo el mundo dice que usted ya está más allá del bien y del mal, que le importan un rábano los ambientes literarios, las gestiones editoriales y, eventualmente, la literatura. murió sin alcanzar un lenguaje literario definitivo. Compare sus tres novelas, suponga la cuarta. Por el resto, no juego a las comparanzas y no llegué a mi madurez artística. Espere y lea, si Dios quiere. Marcha: ¿Qué obras y qué autores han contribuido más a su formación intelectual? Onetti: Todos coinciden en que mi obra no es más que un largo, empecinado, a veces inexplicable plagio de Faulkner. Tal vez el amor se parezca a esto. Por otra parte, he comprobado que esta clasificación es cómoda y alivia. Eduardo Galeano: Hay quien dice que la suya es una literatura de evasión; el exquisito arte de la fuga. Onetti: Usted sabe que no hay nada de eso. El escritor está sometido a su compromiso esencial con la condición humana; sólo que yo creo que el mensaje se tiene adentro, y sale. Ahí cuenta de ello: cada cual lleva al medio dentro de sí. En el sur de EE.UU., ahí tiene, el medio ha de haber influido como en un proceso de ósmosis sobre los escritores; Faulkner, Caldwell, McCullers, no se pueden haber confabulado todos para mentirnos. Esa atmósfera sureña de sexo y violencia está alrededor de ellos y en ellos mismos. Supongo que a mí me pasa algo parecido. María Ester Gilio: Para construir su literatura usted no mira al exterior sino al mundo que tiene en sus entrañas. Se desentiende de la historia. Onetti: El mundo que tengo en mis entrañas... La frase es novedosa y tiene fuerza. Pero, ese mundo que yo tengo en mis entrañas, mi querida señora, es una consecuencia de lo que usted llama el mundo exterior. Un mundo en el que estoy inserto y que acepto. Me reservo el derecho de criticarlo y lo hago en el estilo indirecto y escéptico que usted me conoce. María Ester Gilio: Había pensado preguntarle su posición frente a la literatura comprometida. Onetti: Creo que no hay más compromiso que el que uno acepta tácitamente cuando se pone a trabajar o a jugar. Es un compromiso con uno mismo. Se trata siempre de escribir lo mejor que nos sea posible; con total sinceridad, sin pensar nunca en los hipotéticos fulanos que van a leernos. Jorge Ruffinelli: ¿Y cuando termina una novela, no le interesa que llegue al lector, que se publique? Onetti: Ésas son cosas de la edad, son un problema de edad. Es probable que entre los veinte o veinticinco años me haya importado mucho que me leyeran. Hoy no me importa nada que se publique o no se publique lo que estoy escribiendo. María Ester Gilio: Si es así, ¿por qué en el prólogo de la primera edición de Para esta noche usted habla de Onetti: No sé si recordás un libro bastante pesado pero con algunas cosas: el Juan Cristóbal de Romain Rolland. Allí hay un capítulo en el que el muchacho, con su música bajo el brazo, llega a París. Se llama “La furia en la plaza”. Y el ambiente literario es algo así, con sus elogios, autoelogios, contraelogios, envidias, etcétera. No coincide conmigo. No lo estoy condenando moralmente; digo solamente que conmigo no va. Por lo demás, y desgraciadamente, los elogios de los amigos no escriben por uno. Carlos María Gutiérrez: Ya ningún crítico cuestiona el hecho de que usted es uno de los tres o cuatro novelistas mayores de América latina. Onetti: Siempre dije que los críticos son la muerte; a veces demoran, pero siempre llegan. Juan Gelman: Onetti, dicen que usted es un exquisito... Onetti: Hay tantas leyendas sobre Onetti. Hay gente, pero gente Página 17 El sótano macanuda, buenos lectores, inteligentes, que dicen que mi literatura es pornográfica. Y desafío al que tenga coraje para hacerlo a que lea todos mis libros para ver si encuentra algo de pornografía. Pero la leyenda sigue. Qué sé yo por qué... María Ester Gilio: ¿Usted no cree que su leyenda tiene un buen pie puesto en su literatura? Onetti: No, mi literatura es una literatura de bondad. El que no lo ve es un burro. María Ester Gilio: Los burros son muchos, entonces. Yo le aseguro que gran parte de su leyenda está fundada en su literatura. Onetti: No, viene de antes. Hablo de una leyenda que teje a mi alrededor gente que no me conoce. Eduardo Galeano: Faulkner, quién sabe por qué decía en los reportajes que la inspiración no existe. Sólo la disciplina. Y Faulkner, o por lo menos su estilo, tiene influencia sobre Onetti. ¿Inspiración o disciplina, Onetti? ¿Le parece que Faulkner se daba cuerda, como un reloj? Onetti: Mentiras, mentiras de Faulkner. Me consta que escribía borracho como una cuba, tirado en un granero. Y en el hospital de Memphis Memphis, el pueblo de Faulkner, tenía una cama reservada para él. Dos por tres le venían ataques de delirium tremens y cosas así. Como le digo, siempre tenían una cama lista. Y era un genio, Faulkner. Imagen: ¿Posee usted un estilo que caracterice a su obra literaria? Onetti: Creo que no, en el sentido literario. Digo esto por cuanto pienso que el estilo es el hombre mismo. Así como el hombre ante circunstancias diversas asume posiciones diversas y maneras de solucionar sus conflictos también diversos, de la misma manera ocurre con la literatura. El escritor Página 18 debe enfrentarse a cada tema nuevo de una manera nueva. Los adioses no podía trabajarlo de la misma manera que trabajé Juntacadáveres. El tratamiento es siempre otro ante cada nueva creación. Carlos María Gutiérrez: ¿El lenguaje...? Onetti: Hace medio siglo que Joyce inventó la inversión de palabras o la fusión de por lo menos un par a fin de lograr un término más poderoso y expresivo. Releyendo el Ulises tarea recomendable para despojarse de iniciales deslumbramientos parece que JJ lo hizo sinceramente, forzado por la necesidad de decir con mayor exactitud. Años después, y no es broma, conocí a un grupo de adolescentes que empleaba con naturalidad la palabra tarúpido, telescopeada de tarado y estúpido. Juro que no habían leído a Joyce ni lo harán, probablemente pero el término no procedía para ellos de necesidad literaria alguna sino de un respetable afán de velocidad y síntesis. A cincuenta años de Ulises uno se encuentra, casi diariamente, con escritores que persisten en la novedad sin otro motivo que el de proclamar, en la sobremesa hogareña o en la rueda de café, el orgullo de haber traído al mundillo una nueva palabra o un entrevero de palabras. Dejemos de lado, porque carecen de interés para el escritor, la semántica y el estructuralismo. Que le pregunten a Shakespeare o a Dostoievski cómo se las arreglaban y siguen sin esas muletas. Como la pregunta es personal (hágala personal, hermano) le diré que mi mejor ambición es conocer casi todas las palabras que están a mi disposición en el diccionario, que yo podría usar sin repugnancia Gabriel Miró, por ejemplo, y Azorín con frecuencia me han producido náuseas físicas y emplearlas con tal exactitud que no admitieran sinónimos, y en el momento preciso. Esta ambición irrealizable alcanzaría, supongo, para llenar los años de vida activa de un escritor. Emir Rodríguez Monegal: Aunque hay muchas mujeres en tu obra, no hay ninguna novela cuyo personaje central sea una mujer. ¿Por qué? Onetti: Es cierto. No hay ninguna novela mía cuyo personaje central sea una mujer pero en La vida breve hay eso que llaman un monólogo interior pero donde están respetuosamente puestos todos los puntos y comas, en que una mujer está hablando de un hombre. Ahí se muestra a la mujer por dentro, desde el punto de vista de ella. Emir Rodríguez Monegal: Tengo la sensación de que Larsen cambia de tamaño, y hasta de peso y apariencia física en las novelas. Onetti: Puede ser. Aunque mi impresión es que en Juntacadáveres todavía está fuerte y poderoso, eso que llamamos pesado, pisando fuerte. En El astillero está la desgracia, la decadencia de Larsen. Ahora es claro: que acepto como un fracasado sólo al de El astillero. Lo que pasa, se me ocurre, es que como terminé de escribir Juntacadáveres después de El astillero, la terminé de escribir sabiéndolo decadente, ya lo sabía anciano y liquidado. Entonces sí, es posible que dentro de Juntacadáveres, Larsen pierda peso. Jorge Ruffinelli: ¿Por qué Larsen es para usted un “artista fracasado”? ¿Por qué “artista”? El sótano Onetti: Porque Larsen tenía el sueño del prostíbulo perfecto, que nunca pudo realizar. Ese sueño nació en mí, en una casa de citas de la calle Buchardo frente al Luna Park, años ha. Al salir de la habitación pedimos un taxi. Nos pasaron a una especie de patio, de patio misterioso, y en ese patio había un tipo manejando una centralita telefónica. Pero ese tipo, m’hijo, no era un tipo, era una computadora. Porque metía una ficha y decía: “Libre el 24”. Metía otra ficha y decía: “Limpiar el 16”. Metía otra ficha y decía: “Taxi para el 5”. Durante la espera y por habernos hecho pasar a ese patio, tal vez se le ocurrió a Larsen la idea después, el sueño del prostíbulo perfecto. Y pensá que no, no era el prostíbulo perfecto. Era el sueño de una casa de citas perfecta. Pero, por razones económicas tuvo que restringirse a lo que fue. Época:¿Lee usted libros americanos en igual proporción que libros europeos? ¿Deliberadamente? Onetti: Leo, casi exclusivamente, novelas policiales. Ayudan a dormir y están desprovistas de tristes pretensiones no alcanzadas. Son yanquis o europeas. Es innecesario agregar que lo hago deliberadísimamente. Época: Recomiende alguna lectura reciente y justifíquenos su preferencia. Onetti: El verdugo, el sexo y la sangre, de John Dusseldorf. Esta novela se recomienda sola: basta conseguirla, leerla y alcanzar meditación por medio su incomprensible significado... Alfonso Calderón: ¿A qué atribuye usted el éxito relativo que sus obras tuvieron por años, y el despertar explosivo del reconocimiento, las reediciones, los miles de lectores, las tesis y entrevistas que soporta ahora? Onetti: Ante todo, juro por lo más sagrado ser tan inocente del éxito relativo como del despertar explosivo. Aventuro, como explicación que cuando empecé a publicar éramos tan pobres en Latinoamérica que no teníamos siquiera un “bun”. Carlos María Gutiérrez: Usted ya tiene bastantes años como para no usar falsas modestias y negarse a lo que también puede preocupar a los lectores: su opinión como crítico. De manera que dé una idea de cómo ve la novelística latinoamericana actual. Añada un poco de color, con nombres propios. Onetti: Aquí es dulce aconsejarle que se vaya a la paciencia de sus lectores. La vejetud no otorga derecho para trabajar de crítico. Los que alude (García Márquez, Rulfo, Vargas Llosa, Benedetti, Martínez Moreno y, agrego, Julio Cortázar y Carlos Fuentes) son amigos míos. ¿Cómo opinar, si me importa más su destino personal que su futuro literario? Pero si le es útil, como parece, opino que uno a uno, y por razones muy distintas, están usando el azadón en beneficio propio. La explicación particularizada sería larga y ajena a mis posibilidades serias. Otro podría decirle: yo necesito un deudo festival que asuma mis herencias. No es mi caso; no les di, ni me dieron. Imagen: ¿Qué piensa de novelistas como RobbeGrillet? Onetti: No me interesan. Creo que ellos trabajan la literatura como una disciplina de laboratorio y en un sentido totalmente intelectual tratando de hacer una novela objetiva, casi fotográfica. Lo curioso está en que por esa vía de un supuesto objetivismo tan sólo han llegado a un casi completo subjetivismo. Han hecho de la técnica lo más importante y es necesario tener claro que la técnica es tan sólo un instrumento del cual debe hacerse el mejor uso, sin llegar a convertirlo en el asunto central de la creación. Eduardo Galeano: ¿Cuál es la mejor ventaja y cuál es el peor peligro de la literatura latinoamericana actual? Onetti: Ventaja: que se hizo conocer aquí y afuera. Peligro: que se imiten, por simple deseo de muy buen éxito, a los autores que mostraron la excelencia de nuestra literatura. Pasado el boom, los pacientes jurados de numerosos concursos idos y por venir se encontraron y se encontrarán con cientos de obras cuyos autores no tienen nada que decir y se aferran a estériles juegos de estilo, a la confusión (que siempre debe aceptarse como profundidad y no incapacidad), a bobadas comparables con la poesía tipográfica, la deslumbrante y tan novedosa invención del culteranismo. También está y sigue nuestro amigo dadá. Con la diferencia de que los dadaístas, hace medio siglo, no se tomaban en serio y se hubieran indignado si un pobre burgués lo hiciera. Claro está que los trepadores todavía no son burgueses. Marcha: ¿Qué función desempeña el intelectual en nuestra sociedad y cuáles son las actividades que según usted le corresponden? Página 19 El sótano Onetti: No desempeña ninguna tarea de importancia social. Le corresponde tener talento. Jorge Ruffinelli: Se dice que Onetti es pesimista y nihilista. Onetti: Onetti es nihilista y pesimista. Onetti ha leído a Schopenhauer, y además leyó el Eclesiastés, en algún momento de distracción... Ahora: si usted puede rebatir el Eclesiastés, yo lo oiría con mucho gusto... Imagen: ¿Qué piensa de la religión? Onetti: Creo que existe una profunda desolación a partir de la ausencia de Dios. El hombre debe crearse ficciones religiosas. El hombre debe vivir actos religiosos (debo aclarar que no me refiero exclusivamente a la vivencia de un templo). Fíjese: la pérdida del sentido a causa del alcohol, o a causa de estar escribiendo casi obsesivamente o en el momento en que se hace el amor, son hechos religiosos. La vida religiosa en el sentido más amplio es la forma que uno quiera darle a la vida. Alfonso Calderón: ¿Un consejo a los jóvenes escritores latinoamericanos? Onetti: Como dijo alguien cuyo nombre lamento no recordar, los escritores se dividen en dos grandes categorías: los que quieren llegar a ser escritores y los que quieren escribir. Basta leer algunas de sus páginas para clasificarlos sin error. A los primeros les aconsejaría apurarse porque según mi amigo Lord Keynes uno de los estadistas que más admiro un “bun” se caracteriza por su breve duración relativa. Los segundos no necesitan ningún consejo. *Extraído de “Cuadernos de Crisis”, publicado en Argentina en 1974. El infierno tan temido La primera carta, la primera fotografía, le llegó al diario entre la medianoche y el cierre. Estaba golpeando la máquina, un poco hambriento, un poco enfermo por el café y el tabaco, entregado con familiar felicidad a la marcha de la frase y a la aparición dócil de las palabras. Estaba escribiendo «Cabe destacar que los señores comisarios nada vieron de sospechoso y ni siquiera de poco común en el triunfo consagratorio de Play Roy, que supo sacar partido de la cancha de invierno, dominar como saeta en la instancia decisiva», cuando vio la mano roja y manchada de tinta de Partidarias entre su cara y la máquina, ofreciéndole el sobre. -Ésta es para vos. Siempre entreveran la correspondencia. Ni una maldita citación de los clubs, después vienen a llorar, cuando se acercan las elecciones ningún espacio les parece bastante. Y ya es medianoche y decime con qué queres que llene la columna. El sobre decía su nombre, Sección Carreras. El Liberal. Lo único extraño era el par de estampillas verdes y el sello de Bahía. Terminó el artículo cuando subían del taller para reclamárselo. Estaba débil y contento, casi solo en el excesivo espacio de la redacción, pensando en la última frase: «Volvemos a afirmarlo, con la objetividad que desde hace años ponemos en todas nuestras aseveraciones. Nos debemos al público aficionado». El negro, en el fondo, revolvía sobres del archivo y la madura mujer de Sociales se quitaba lentamente los guantes Página 20 Juan Carlos Onetti en su cabina de vidrio, cuando Risso abrió descuidado el sobre. Traía una foto, tamaño postal; era una foto parda, escasa de luz, en la que el odio y la sordidez se acrecentaban en los márgenes sombríos, formando gruesas franjas indecisas, como en relieve, como gotas de sudor rodeando una cara angustiada. Vio por sorpresa, no terminó de comprender, supo que iba a ofrecer cualquier cosa por olvidar lo que había visto. Guardó la fotografía en un bolsillo y se fue poniendo el sobretodo mientras Sociales salía fumando de su garita de vidrio con un abanico de papeles en la mano. -Hola -dijo ella-, ya me ve, a estas horas recién termina el sarao. Risso la miraba desde arriba. El pelo claro, teñido, las arrugas del cuello, la papada que caía redonda y puntiaguda como un pequeño vientre, las diminutas, excesivas alegrías que le adornaban las ropas. «Es una mujer, también ella. Ahora le miro el pañuelo rojo en la garganta, las uñas violentas en los dedos viejos y sucios de tabaco, los anillos y pulseras, el vestido que le dio en pago un modisto y no un amante, los tacos interminables tal vez torcidos, la curva triste de la boca, el entusiasmo casi frenético que le impone a las sonrisas. Todo va a ser más fácil si me convenzo de que también ella es una mujer». -Parece una cosa hecha por gusto, planeada. Cuando yo llego usted se va, como si siempre me estuviera disparando. Hace un frío de polo afuera. Me dejan el material como me habían prometido, El sótano pero ni siquiera un nombre, un epígrafe. Adivine, equivóquese, publique un disparate fantástico. No conozco más nombres que el de los contrayentes y gracias a Dios. Abundancia y mal gusto, eso es lo que había. Agasajaron a sus amistades con una brillante recepción en casa de los padres de la novia. Ya nadie bien se casa en sábado. Prepárese, viene un frío de polo desde la rambla. Cuando Risso se casó con Gracia César, nos unimos todos en el silencio, suprimimos los vaticinios pesimistas. Por aquel tiempo, ella estaba mirando a los habitantes de Santa María desde las carteleras de El Sótano, Cooperativa Teatral, desde las paredes hechas vetustas por el final del otoño. Intacta a veces, con bigotes de lápiz o desgarrada por uñas rencorosas, por las primeras lluvias otras volvía a medias la cabeza para mirar la calle, alerta, un poco desafiante, un poco ilusionada por la esperanza de convencer y ser comprendida. Delatada por el brillo sobre los lacrimales que había impuesto la ampliación fotográfica de Estudios Orloff, había también en su cara la farsa del amor por la totalidad de la vida, cubriendo la busca resuelta y exclusiva de la dicha. Lo cual estaba bien, debe haber pensado él, era deseable y necesario, coincidía con el resultado de la multiplicación de los meses de viudez de Risso por la suma de innumerables madrugadas idénticas de sábado en que había estado repitiendo con acierto actitudes corteses de espera y familiaridad en el prostíbulo de la costa. Un brillo, el de los ojos del afiche, se vinculaba con la frustrada destreza con que él volvía a hacerle el nudo a la siempre flamante y triste corbata de luto frente al espejo ovalado y móvil del dormitorio del prostíbulo. Se casaron, y Risso creyó que bastaba con seguir viviendo como siempre, pero dedicándole a ella, sin pensarlo, sin pensar casi en ella, la furia de su cuerpo, la enloquecida necesidad de absolutos que lo poseía durante las noches alargadas. Ella imaginó en Risso un puente, una salida, un principio. Había atravesado virgen dos noviazgos -un director, un actor-, tal vez porque para ella el teatro era un oficio además de un juego y pensaba que el amor debía nacer y conservarse aparte, no contaminado por lo que se hace para ganar dinero y olvido. Con uno y otro estuvo condenada a sentir en las citas en las plazas, la rambla o el café, la fatiga de los ensayos, el esfuerzo de adecuación la vigilancia de la voz y de las manos. Presentía su propia cara siempre un segundo antes de cualquier expresión, como si pudiera mirarla o palpársela. Actuaba animosa e incrédula, medía sin remedio su farsa y la del otro, el sudor y el polvo del teatro que los cubrían, inseparables, signos de la edad. Cuando llegó la segunda fotografía, desde Asunción y con un hombre visiblemente distinto Risso temió, sobre todo, no ser capaz de soportar un sentimiento desconocido que no era ni odio ni dolor, que moriría con él sin nombre, que se emparentaba con la injusticia y la fatalidad, con el primer miedo del primer hombre sobre la tierra, con el nihilismo y el principio de la fe. La segunda fotografía le fue entregada por Policiales, un miércoles de noche. Los jueves eran los días en que podía disponer de su hija desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche. Decidió romper el sobre sin abrirlo, lo guardó y recién en la mañana del jueves mientras su hija lo esperaba en la sala de la pensión, se permitió una rápida mirada a la cartulina, antes de romperla sobre el waterclós: también aquí el hombre estaba de espaldas. Pero había mirado muchas veces la foto de Brasil. La conservó durante un día entero y en la madrugada estuvo imaginando una broma, un error, un absurdo transitorio. Le había sucedido ya, había despertado muchas veces de una pesadilla, sonriendo servil y agradecido a las flores de las paredes del dormitorio. Estaba tirado en la cama cuando extrajo el sobre del saco y la foto del sobre. -Bueno-dijo en voz alta-, está bien, es cierto y es así. No tiene ninguna importancia, aunque no lo viera sabría que sucede. (Al sacar la fotografía con el disparador automático, al revelarla en el cuarto oscurecido, bajo el brillo rojo y alentador de la lámpara, es probable que ella haya previsto esta reacción de Risso, este desafío, esta negativa a liberarse en el furor. Había previsto también, o apenas deseado, con pocas, mal conocidas esperanzas, que él desenterrara de la evidente ofensa, de la indignidad asombrosa, un mensaje de amor.) Volvió a protegerse antes de mirar: «Estoy solo y me estoy muriendo de frío en una pensión de la calle Piedras, en Santa María, en cualquier madrugada, solo y arrepentido de mi soledad como si la hubiera buscado, orgulloso como si la hubiera merecido». Página 21 El sótano En la fotografía la mujer sin cabeza clavaba ostentosamente los talones en un borde de diván, aguardaba la impaciencia del hombre oscuro, agigantado por el inevitable primer plano, estaría segura de que no era necesario mostrar la cara para ser reconocida. En el dorso, su letra calmosa decía «Recuerdos de Bahía». En la noche correspondiente a la segunda fotografía pensó que podía comprender la totalidad de la infamia y aún aceptarla. Pero supo que estaban más allá de su alcance la deliberación, la persistencia, el organizado frenesí con que se cumplía la venganza. Midió su desproporción, se sintió indigno de tanto odio, de tanto amor, de tanta voluntad de hacer sufrir. Cuando Gracia conoció a Risso pudo suponer muchas cosas actuales y futuras. Adivinó su soledad mirándole la barbilla y un botón del chaleco; adivinó que estaba amargado y no vencido, y que necesitaba un desquite y no quería enterarse. Durante muchos domingos le estuvo mirando en la plaza, antes de la función, con cuidadoso cálculo, la cara hosca y apasionada, el sombrero pringoso abandonado en la cabeza, el gran cuerpo indolente que él empezaba a dejar engordar. Pensó en el amor la primera vez que estuvieron solos, o en el deseo, o en el deseo de atenuar con su mano la tristeza del pómulo y la mejilla del hombre. También pensó en la ciudad, en que la única sabiduría posible era la de resignarse a tiempo. Tenía veinte años y Risso cuarenta. Se puso a creer en él, descubrió intensidades de la curiosidad, se dijo que sólo se vive de veras cuando cada día rinde su sorpresa. Durante las primeras semanas se encerraba para reírse a solas, se impuso adoraciones fetichistas, aprendió a distinguir los estados de ánimo por los olores. Se fue orientando para descubrir qué había detrás de la voz, de los silencios, de los gustos y de las actitudes del cuerpo del hombre. Amó a la hija de Risso y le modificó la cara, exaltando los parecidos con el padre. No dejó el teatro porque el Municipio acababa de subvencionarlo y ahora tenía ella en el sótano un sueldo seguro, un mundo separado de su casa, de su dormitorio, del hombre frenético e indesetructible. No buscaba alejarse de la lujuria; quería descansar y olvidarla, permitir que la lujuria descansara y olvidara. Hacía planes y los cumplía, estaba segura de la infinitud del universo del amor, segura de que Página 22 cada noche les ofrecería un asombro distinto y recién creado. -Todo -insistía Risso-, absolutamente todo puede sucedernos y vamos a estar siempre contentos y queriéndonos. Todo; ya sea que invente Dios o inventemos nosotros. En realidad, nunca había tenido antes una mujer y creía fabricar lo que ahora le estaban imponiendo. Pero no era ella quien lo imponía, Gracia César, hechura de Risso, segregada de él para completarlo, como el aire al pulmón, como el invierno al trigo. La tercera foto demoró tres semanas. Venía también de Paraguay y no le llegó al diario, sino a la pensión y se la trajo la mucama al final de una tarde en que él despertaba de un sueño en que le había sido aconsejado defenderse del pavor y la demencia conservando toda futura fotografía en la cartera y hacerla anecdótica, impersonal, inofensiva, mediante un centenar de distraídas miradas diarias. La mucama golpeó la puerta y él vio colgar el sobre de las tabillas de la persiana, comenzó a percibir cómo destilaba en la penumbra, en el aire sucio, su condición nociva, su vibrátil amenaza. Lo estuvo mirando desde la cama como a un insecto, como a un animal venenoso que se aplastara a la espera del descuido, del error propicio. En la tercera fotografía ella estaba sola, empujando con su blancura las sombras de una habitación mal iluminada, con la cabeza dolorosamente echada hacia atrás, hacia la cámara, cubiertos a medias los hombros por el negro pelo suelto, robusta y cuadrúpeda. Tan inconfundible ahora como si se hubiera hecho fotografiar en cualquier estudio y hubiera posado con la más tierna, significativa y oblicua de sus sonrisas. Solo tenía ahora, Risso, una lástima irremediable por ella, por él, por todos los amantes que habían amado en el mundo, por la verdad y error de sus creencias, por el simple absurdo del amor y por el complejo absurdo del amor creado por los hombres. Pero también rompió esta fotografía y supo que le sería imposible mirar otra y seguir viviendo. Pero en el plano mágico en que habían empezado a entenderse y a dialogar, Gracia estaba obligada a enterarse de que él iba a romper las fotos apenas llegaran, cada vez con menos curiosidad, con menor remordimiento. En el plano mágico, todos los groseros o tímidos hombres urgentes no eran más que obstáculos, ineludibles postergaciones del acto ritual El sótano de elegir en la calle, en el restaurante o en el café al más crédulo e inexperto, al que podía prestarse sin sospecha y con un cómico orgullo a la exposición frente a la cámara y al disparador, al menos desagradable entre los que pudieran creerse aquella memorizada argumentación de viajante de comercio. -Es que nunca tuve un hombre así, tan único, tan distinto. Y nunca sé, metida en esta vida de teatro, dónde estaré mañana y si volveré a verte. Quiero por lo menos mirarte en una fotografía cuando estemos lejos y te extrañe. Y después de la casi siempre fácil convicción, pensando en Risso o dejando de pensar para mañana, cumpliendo el deber que se había impuesto, disponía las luces, preparaba la cámara y encendía al hombre. Si pensaba en Risso, evocaba un suceso antiguo, volvía a reprocharle no haberle pegado, haberla apartado para siempre con un insulto desvaído, una sonrisa inteligente, un comentario que la mezclaba a ella con todas las demás mujeres. Y sin comprender; demostrando a pesar de noches y frases que no había comprendido nunca. Sin exceso de esperanzas, trajinaba sudorosa por la siempre sórdida y calurosa habitación de hotel, midiendo distancias y luces, corrigiendo la posición del cuerpo envarado del hombre. Obligando, con cualquier recurso, señuelo, mentira crapulosa, a que se dirigiera hacia ella la cara cínica y desconfiada del hombre de turno. Trataba de sonreír y de tentar, remedaba los chasquidos cariñosos que se hacen a los recién nacidos, calculando el paso de los segundos, calculando al mismo tiempo la intensidad con que la foto aludiría a su amor con Risso. Pero como nunca pudo saber esto, como incluso ignoraba si las fotografías llegaban o no a manos de Risso, comenzó a intensificar las evidencias de las fotos y las convirtió en documentos que muy poco tenían que ver con ellos, Risso y Gracia. Llegó a permitir y ordenar que las caras adelgazadas por el deseo, estupidizadas por el viejo sueño masculino de la posesión, enfrentaran el agujero de la cámara con una dura sonrisa, con una avergonzada insolencia. Consideró necesario dejarse resbalar de espaldas e introducirse en la fotografía hacer que su cabeza, su corta nariz, sus grandes ojos impávidos descendieran desde la nada del más allá de la foto para integrar la suciedad del mundo, la torpe, errónea visión fotográfica, las sátiras del amor que se había jurado mandar regularmente a Santa María. Pero su verdadero error fue cambiar las direcciones de los sobres. La primera separación, a los seis meses del casamiento, fue bienvenida y exageradamente angustiosa. El Sótano-ahora Teatro Municipal de Santa María-subió hasta El Rosario. Ella reiteró allí el mismo viejo juego alucinante de ser una actriz entre actores, de creer en lo que sucedía en el escenario. El público se emocionaba, aplaudía o no se dejaba arrastrar. Puntualmente se imprimían programas y críticas; y la gente aceptaba el juego y lo prolongaba hasta el fin de la noche, hablando de lo que había visto y oído, y pagado para ver y oír, conversando con cierta desesperación, con cierto acicateado entusiasmo, de actuaciones, decorados, parlamentos y tramas. De modo que el juego, el remedo, alternativamente melancólico y embriagador, que ella iniciaba acercándose con lentitud a la ventana que caía sobre el fiordo, estremeciéndose y murmurando para toda la sala: «Tal vez... pero yo también llevo una vida de recuerdos que permanecen extraños a los demás», también era aceptado en El Rosario; Siempre caían naipes en respuesta al que ella arrojaba, el juego se formalizaba y ya era imposible distraerse y mirarlo de afuera. La primera separación duró exactamente cincuenta y dos días y Risso trató de copiar en ellos la vida que había llevado con Gracia César durante los seis meses de matrimonio. Ir a la misma hora al mismo café, al mismo restaurante, ver a los mismos amigos, repetir en la rambla silencios y soledades, caminar de regreso a la pensión sufriendo obcecado las anticipaciones del encuentro, removiendo en la frente y en la boca imágenes excesivas que nacían de recuerdos perfeccionados o de ambiciones irrealizables. Eran diez o doce cuadras, ahora solo y más lento, a través de noches molestadas por vientos Página 23 El sótano tibios y helados, sobre el filo inquieto que separaba la primavera del invierno. Le sirvieron para medir su necesidad y su desamparo, para saber que la locura que compartían tenía por lo menos la grandeza de carecer de futuro, de no ser medio para nada. En cuanto a ella, había creído que Risso daba un lema al amor común cuando susurraba, tendido, con fresco asombro, abrumado: -Todo puede suceder y vamos a estar siempre felices y queriéndonos. Ya la frase no era un juicio, una opinión, no expresaba un deseo. Les era dictada e impuesta, era una comprobación, una verdad vieja. Nada de lo que ellos hicieran o pensaran podría debilitar la locura, el amor sin salida ni alteraciones. Todas las posibilidades humanas podían ser utilizadas y todo estaba condenado a servir de alimento. Creyó que fuera de ellos, fuera de la habitación, se extendía un mundo desprovisto de sentido, habitado por seres que no importaban, poblado por hechos sin valor. Así que sólo pensó en Risso, en ellos, cuando el hombre empezó a esperarla en la puerta del teatro, cuando la invitó y la condujo, cuando ella misma se fue quitando la ropa. Era la última semana en El Rosario y ella consideró inútil hablar de aquello en las cartas a Risso; porque el suceso no estaba separado de ellos y a la vez nada tenía que ver con ellos; porque ella había actuado como un animal curioso y lúcido, con cierta lástima por el hombre, con cierto desdén por la pobreza de lo que estaba agregando a su amor por Risso. Y cuando volvió a Santa María, prefirió esperar hasta una víspera de jueves-porque los jueves Risso no iba al diario-, hasta una noche sin tiempo, hasta una madrugada idéntica a las veinticinco que llevaban vividas. Lo empezó a contar antes de desvestirse, con el orgullo y la ternura de haber inventado, simplemente, una nueva caricia. Apoyado en la mesa, en mangas de camisa, él cerró los ojos y sonrió. Después la hizo desnudar y le pidió que repitiera la historia, ahora de pie, moviéndose descalza sobre la alfombra y casi sin desplazarse de frente y de perfil, dándole la espalda y balanceando el cuerpo mientras lo apoyaba en una pierna y otra. A veces ella veía la cara larga y sudorosa de Risso, el cuerpo pesado apoyándose en la mesa, Página 24 protegiendo con los hombros el vaso de vino, y a veces solo los imaginaba, distraída, por el afán de fidelidad en el relato, por la alegría de revivir aquella peculiar intensidad de amor que había sentido por Risso en El Rosario, junto a un hombre de rostro olvidado, junto a nadie, junto a Risso. -Bueno; ahora te vestís otra vez-dijo él, con la misma voz asombrada y ronca que había repetido que todo era posible, que todo sería para ellos. Ella le examinó la sonrisa y volvió a ponerse las ropas. Durante un rato estuvieron los dos mirando los dibujos del mantel, las manchas, el cenicero con el pájaro de pico quebrado. Después él terminó de vestirse y se fue, dedicó su jueves, su día libre, a conversar con el doctor Guiñazú, a convencerlo de la urgencia del divorcio, a burlarse por anticipado de las entrevistas de reconciliación. Hubo después un tiempo largo y malsano en el que Risso quería volver a tenerla y odiaba simultáneamente la pena y el asco de todo imaginable reencuentro. Decidió después que necesitaba a Gracia y ahora un poco más que antes. Que era necesaria la reconciliación y que estaba dispuesto a pagar cualquier precio siempre que no interviniera su voluntad, siempre que fuera posible volver a tenerla por las noches sin decir que sí ni siquiera con su silencio. Volvió a dedicar los jueves a pasear con su hija y a escuchar la lista de predicciones cumplidas que repetía la abuela en las sobremesas. Tuvo de Gracia noticias cautelosas y vagas, comenzó a imaginarla como a una mujer desconocida, cuyos gestos y reacciones debían ser adivinados o deducidos; como a una mujer preservada y solitaria entre personas y lugares, que le estaba predestinada y a la que tendría que querer, tal vez desde el primer encuentro. Casi un mes después del principio de la separación, Gracia repartió direcciones contradictorias y se fue de Santa María. -No se preocupe -dijo Guiñazú-. Conozco bien a las mujeres y algo así estaba esperando. Esto confirma el abandono del hogar y simplifica la acción que no podrá ser dañada por una evidente maniobra dilatoria que está evidenciando la sinrazón de la parte demandada. Era aquél un comienzo húmedo de primavera, y muchas noches Risso volvía caminando del diario, del café, dándole nombres a la lluvia, avivando su sufrimiento como si soplara El sótano una brasa, apartándolo de sí para verlo mejor e increíble, imaginando actos de amor nunca vividos para ponerse en seguida a recordarlos con desesperada codicia. Risso había destruido, sin mirar, los últimos tres mensajes. Se sentía ahora, y para siempre, en el diario y en la pensión, como una alimaña en su madriguera, como una bestia que oyera rebotar los tiros de los cazadores en la puerta de su cueva. Solo podía salvarse de la muerte y de la idea de la muerte forzándose a la quietud y a la ignorancia. Acurrucado, agitaba los bigotes y el morro, las patas; solo podía esperar el agotamiento de la furia ajena. Sin permitirse palabras ni pensamientos, se vio forzado a empezar a entender; a confundir a la Gracia que buscaba y elegía hombres y actitudes para las fotos, con la muchacha que había planeado, muchos meses atrás, vestidos, conversaciones, maquillajes, caricias a su hija para conquistar a un viudo aplicado al desconsuelo, a este hombre que ganaba un sueldo escaso y que solo podía ofrecer a las mujeres una asombrada, leal, incomprensión. Había empezado a creer que la muchacha que le había escrito largas y exageradas cartas en las breves separaciones veraniegas del noviazgo era la misma que procuraba su desesperación y su aniquilamiento enviándole las fotografías. Y llegó a pensar que, siempre, el amante que ha logrado respirar en la obstinación sin consuelo de la cama el olor sombrío de la muerte, está condenado a perseguir -para él y para ella-la destrucción, la paz definitiva de la nada. Pensaba en la muchacha que se paseaba del brazo de dos amigas en las tardes de la rambla, vestida con los amplios y taraceados vestidos de tela endurecida que inventaba e imponía el recuerdo, y que atravesaba la obertura del Barbero que coronaba el concierto dominical de la banda para mirarlo un segundo. Pensaba en aquel relámpago en que ella hacía girar su expresión enfurecida de oferta y desafío, en que le mostraba de frente la belleza casi varonil de una cara pensativa y capaz, en que lo elegía a él, entontecido por la viudez. Y, poco a poco, iba admitiendo que aquella era la misma mujer desnuda, un poco más gruesa, con cierto aire de aplomo y de haber sentado cabeza, que le hacía llegar fotografías desde Lima, Santiago y Buenos Aires. Por qué no, llegó a pensar, por qué no aceptar que las fotografías, su trabajosa preparación, su puntual envío, se originaban en el mismo amor, en la misma capacidad de nostalgia, en la misma congénita lealtad. La próxima fotografía le llegó desde Montevideo; ni al diario ni a la pensión. Y no llegó a verla. Salía una noche de El Liberal cuando escuchó la renguera del viejo Lanza persiguiéndolo en los escalones, la tos estremecida a su espalda, la inocente y tramposa frase del prólogo. Fueron a comer al Baviera; y Risso pudo haber jurado después haber estado sabiendo que el hombre descuidado, barbudo, enfermo, que metía y sacaba en la sobremesa un cigarrillo humedecido de la boca hundida, que no quería mirarle los ojos, que recitaba comentarios obvios sobre las noticias que UP había hecho llegar al diario durante la jornada, estaba impregnado de Gracia, o del frenético aroma absurdo que destila el amor. -De hombre a hombre-dijo Lanza con resignación-. O de viejo que no tiene más felicidad en la vida que la discutible de seguir viviendo. De un viejo a usted; y yo no sé, porque nunca se sabe, quién es usted. Sé de algunos hechos y he oído comentarios. Pero ya no tengo interés en perder el tiempo creyendo o dudando. Da lo mismo. Cada mañana compruebo que sigo vivo, sin amargura y sin dar las gracias. Arrastro por Santa María y por la redacción una pierna enferma y la arterioesclerosis, me acuerdo de España, corrijo las pruebas, escribo y a veces hablo demasiado. Como esta noche. Recibí una sucia fotografía y no es posible dudar sobre quién la mandó. Tampoco puedo adivinar por qué me eligieron a mí. Al dorso dice: «Para ser donada a la colección Risso», o cosa parecida. Me llegó el sábado y estuve dos días pensando si dársela o no. Llegué a creer que lo mejor era decírselo porque mandarme eso a mí es locura sin atenuantes y tal vez a usted le haga bien saber que está loca. Ahora está usted enterado; solo le pido permiso para romper la fotografía sin mostrársela. Risso dijo que sí y aquella noche, mirando hasta la mañana la luz del farol de la calle en el techo del cuarto, comprendió que la segunda desgracia, la venganza era esencialmente menos grave que la primera, la traición, pero también mucho menos soportable. Sentía su largo cuerpo expuesto como un nervio al dolor del aire, sin amparo, sin poderse inventar un alivio. Página 25 El sótano La cuarta fotografía no dirigida a él la tiró sobre la mesa la abuela de su hija, el jueves siguiente. La niña se había ido a dormir y la foto estaba nuevamente dentro del sobre. Cayó entre el sifón y la dulcera, largo, atravesado y teñido por el reflejo de una botella, mostrando entusiastas letras en tinta azul. -Comprenderás que después de esto... tartamudeó la abuela. Revolvía el café y miraba la cara de Risso, buscándole en el perfil el secreto de la universal inmundicia, la causa de la muerte de su hija, la explicación de tantas cosas que ella había sospechado sin coraje para creerlas-. Comprenderás-repitió con furia, con la voz cómica y envejecida. Pero no sabía qué era necesario comprender y Risso tampoco comprendía aunque se esforzara, mirando el sobre que había quedado enfrentándolo, con un ángulo apoyado en el borde del plato. Afuera la noche estaba pesada y las ventanas abiertas de la ciudad mezclaban al misterio lechoso del cielo los misterios de las vidas de los hombres sus afanes y sus costumbres. Volteado en su cama Risso creyó que empezaba a comprender, que como una enfermedad, como un bienestar, la comprensión ocurría en él, liberada de la voluntad y de la inteligencia. Sucedía, simplemente, desde el contacto de los pies con los zapatos hasta las lágrimas que le llegaban a las mejillas y al cuello. La comprensión sucedía en él, y él no estaba interesado en saber qué era lo que comprendía, mientras recordaba o estaba viendo su llanto y su quietud, la alargada pasividad del cuerpo en la cama, la comba de las nubes en la ventana, escenas antiguas y futuras. Veía la muerte y la amistad con la muerte, el ensoberbecido desprecio por las reglas que todos los hombres habían consentido acatar, el auténtico asombro de la libertad. Hizo pedazos la fotografía sobre el pecho, sin apartar los ojos del blancor de la ventana, lento y diestro, temeroso de hacer ruido o interrumpir. Sintió después el movimiento de un aire nuevo, acaso respirado en la niñez, que iba llenando la habitación y se extendía con pereza inexperta por las calles y los desprevenidos edificios, para esperarlo y darle protección mañana y en los días siguientes. Estuvo conociendo hasta la madrugada, como a ciudades que le habían parecido inalcanzables, el desinterés, la dicha sin causa, la aceptación de la soledad. Y cuando despertó a mediodía, cuando se aflojó la corbata y el cinturón y el reioj pulsera, mientras caminaba sudando hasta el pútrido olor a Página 26 tormenta de la ventana, lo invadió por primera vez un paternal cariño hacia los hombres y hacia lo que los hombres habían hecho y construido. Había resuelto averiguar la dirección de Gracia, llamarla o irse a vivir con ella. Aquella noche en el diario fue un hombre lento y feliz, actuó con torpezas de recién nacido, cumplió su cuota de cuartillas con las distracciones y errores que es común perdonar a un forastero. La gran noticia era la imposibilidad de que Ribereña corriera en San Isidro, porque estamos en condiciones de informar que el crédito del stud El Gorrión amaneció hoy manifestando dolencias en uno de los remos delanteros, evidenciando inflamación a la cuerda lo que dice a las claras de la entidad del mal que lo aqueja. -Recordando que él hacía Hípicas-contó Lanza-, uno intenta explicar aquel desconcierto comparándolo al del hombre que se jugó el sueldo a un dato que le dieron y confirmaron el cuidador, el jockey, el dueño y el propio caballo. Porque aunque tenía, según se sabrá, los más excelentes motivos para estar sufriendo y tragarse sin más todos los sellos de somníferos de todas las boticas de Santa María, lo que me estuvo mostrando media hora antes de hacerlo no fue otra cosa que el razonamiento y la actitud de un hombre estafado. Un hombre que había estado seguro y a salvo y ya no lo está, y no logra explicarse cómo pudo ser, qué error de cálculo produjo el desmoronamiento. Porque en ningún momento llamó yegua a la yegua que estuvo repartiendo las soeces fotografías por toda la ciudad, y ni siquiera aceptó caminar por el puente que yo le tendía, insinuando, sin creerla, la posibilidad de que la yegua-en cueros y alzada como prefirió divulgarse, o mimando en el escenario los problemas ováricos de otras yeguas hechas famosas por el teatro universal-, la posibilidad de que estuviera loca de atar. Nada. Él se había equivocado, y no al casarse con ella sino en otro momento que no quiso nombrar. La culpa era de él y nuestra entrevista fue increíble y espantosa. Porque ya me había dicho que iba a matarse y ya me había convencido de que era inútil y también grotesco y otra vez inútil argumentar para salvarlo. Y hablaba fríamente conmigo, sin aceptar mis ruegos de que se emborrachara. Se había equivocado, insistía; él y no la maldita arrastrada que le mandó la fotografía a la pequeña, al Colegio de Hermanas. Tal vez pensando que abriría el sobre la hermana superiora, acaso deseando que el sobre llegara intacto hasta las manos de la hija de Risso, segura esta vez de acertar en lo que Risso tenía de veras vulnerable. El sótano Carta Estas palabras huelen a fracaso de antemano, ya que parten hacia un rumbo que no existe. Aunque eso, y usted lo sabe más que yo, puede ser muchas veces un andamio. Decir, aceptar que usted no está, que una vez más nos tomó el pelo y se deshizo de nosotros, es difícil, sobre todo cuando uno se acerca a los estantes y hay libros que debajo de su nombre tienen puertas, puertas que se abren y dan a habitaciones turbias, donde las mujeres se desnudan con pasión de oferta y los médicos leen periódicos o escuchan tangos mientras los pies se les diluyen en una palangana. Es difícil, ya le digo, creer su ausencia cuando sigue hablando el viento con temblor de humo y la tierra, sólo en su mundo, claro, sigue siendo de nadie. Complicado, sí, bastante complicado asumir que sea cierto viniendo de usted, un gigantesco mentiroso, un embustero sin estafas que se vuelve necesario al borde de los días, en el costado de ese ruido que viaja desde las avenidas a los huesos. Yo no le creo, qué quiere que le diga, no confío en la soledad de sus cuadernos, en el invierno de sus cigarrillos, en la derrota de esa esperanza un tanto anémica que usted puso en sus hombres; no, no le creo, sé que nos engaña, que se hartó tal vez de nuestras fofas peroratas y se inventó un lugar donde beber tranquilo, y ahí seguramente tiene un lápiz, un tintero, cualquier cosa con que rayar la aventura de otros hombres. Hacia ese lugar mando esta hoja; no espero su respuesta, lo conozco lo suficiente como para saber que tampoco usted me cree a mí. Menelo Bibliografía. Elpozo EdicionesSigno.Montevideo1939. Tierradenadie EditorialLosada.BuenosAires1941. Paraestanoche Novela.EditorialPoseidon.BuenosAires1943. Lavidabreve Novela.EditorialSudamericana.BuenosAires1950. Losadioses Novelacorta.EditorialSur.BuenosAires1954. Unatumbasinnombre Novela.EdicionesMarcha.Montevideo1959. (a partir de la segunda edición 1967: Para una tumba sin nombre) Elastillero CompañíaGeneralFabrilEditora.BuenosAires1961. Juntacadáveres Novela.EditorialAlfa.Montevideo1964. Tiempodeabrazaryloscuentosde1933a1950 ArcaEditorial.Montevideo1974. Dejemoshablaralviento Novela.EditorialBruguera.Madrid1979. Cuandoentonces Novela.Mondadori.Madrid1987. Cuandoyanoimporte Alfaguara.Madrid1993. Cuentoscompletos Alfaguara.Madrid1994. Página 27 BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN Nombre y apellido:.......................................................... Dirección postal:............................................................... Número de ejemplares:................................................... Usted recibirá el ejemplar en su casa cada tres meses sin gastos de envío a pagar en el momento de la entrega. Además, puede suscribirse a través de nuestra dirección de correo electrónico: editabano@hotmail.com, o a c/Deportista Vicente Pastor nº1, 03006. Alicante, enviando sus datos personales. PUNTOS DE VENTA Librería Compás Campus de la Universidad de Alicante Tetería El Zoco García Morato 22, (Ruta de la Madera) Kiosco Menchu Calderón de la Barca 18 Papelería Sheila Virgen del Puig 19, (Tómbola) Alitruc Elche Opiniones desde el balcón (literatura de altos vuelos). Saltó hacia la noche como un pájaro de cuatrocientas alas, de cuatrocientos vuelos escritos, rayados, estropeados. Cinco departamentos, cinco familias, cinco historias abajo, camino del cemento y del silencio que a esa hora lo pisaba. El viento le habrá limpiado el polvo que las semanas de estantería y olvido le agregaron a las páginas, y si no lo hizo el viento, lo habrá hecho el golpe que se dio contra el asfalto. Un hombre se giró hacia su ruido acartonado, y continuó después indiferente a la pequeña cueva, a la caverna que formaron sus tapas sobre la avenida. Nosotros, riendo, comentando la calidad de la caída, las piruetas en el aire, esperábamos en el balcón a que algún vehículo demoliera la prepotencia de esa cosa rellena de palabras que se resistía a su destino y le mostraba el pecho a las ruedas que venían. Uno, dos, tres coches, varios más, y por fin uno que se acercaba con buena dirección... Lo rozó y se detuvo a veinte metros, dio marcha atrás, aparcó a su lado, el conductor abrió la puerta, lo recogió, y, casi sin mirarlo, se lo regaló a su acompañante. Le salió barato y quedó bien comentó uno a mi lado, mientras el coche se alejaba con La Caverna, el Nobel, Saramago, y su raquítico mensaje hacia otra parte. “Canta, que alguien sepa que estallas que alguien sepa que todos estamos estallando siempre, que alguien allá, mucho más allá, en otro tiempo (el del odio, el de las aguzadas furias) oiga tu estallido siempre”. Reinaldo Arenas, «Morir en junio y con la lengua afuera».

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