Cuadernos del Tábano Nº 9 y 10

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c u a d e r n o s d e l Revista trimestral de literatura Año II Nº9 y 10 Entrevista a Ángel González Humo de Sartre Nuevas ediciones Ediciones del Tábano c/Pozo 94 (bajo), Alicante c.p.03004 e-mail: editábano@hotmail.com INDICE Editorial _________________________________________________ pág. 3 Ensayo _________________________________________ _________ págs. 4-11 Nuevas publicaciones ______________________________________ págs. 12-13 A pie de escena ___________________________________________ págs. 14-17 Reseñas __________________________________________________pág. 18 Cuaderno abierto __________________________________________págs. 18-32 El Sótano: Ángel González ___________________________________págs. 32-40 La tirada inicial de este número es limitada: guarde celosamente su ejemplar, en el futuro será pieza de coleccionista. Redacción: Menelo Curti, Quirón Herrador, Juanma Agulles, Sebastián Miras, Pedro Coiro, Alfonso Rodríguez, Paco Granados, Germán Yujnovsky, Paco Alonso. Ilustración portada: Leo Sarralde (SAR) Ilustraciones interior: Leo Sarralde (SAR), Germán Yujnovsky, Nahuel Curti, Lalo Cappelletti, Quirón Herrador. Maquetación: Maricarmen Grau, Nadia Yujnovsky. Corresponsal en balsa: Boris Garcés Colaboran en este número: Rosario Pioli, Esteban Janiot. Fotografía: Pablo Valero. Edita:A.J. «El tábano» Depósito Legal: A-571-2004 ISSN: 1698-4706 Imprime: CEE Limencop S.L. Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas a editabano@hotmail.com, en formato word o a la dirección postal C/ del Pozo, 94 (bajo). 03004Alicante. Cuadernos del Tábano es una revista independiente. Y , ¿ qué quiere decir eso exactamente?, se preguntará alguien. Pues quiere decir que no respondemos a ningún interés comercial o editorial y que cualquier colaboración en este sentido (venga desde el ámbito público o privado), será exclusivamente como aportación desinteresada al desarrollo de nuestro proyecto. Y punto. Editorial A veces es así: uno pierde pie, piensa que todo esto no sirve absolutamente de nada. Y probablemente tenga razón. Quizá sea ése el único momento en que se accede a cierta sensatez. El resto del tiempo las palabras embriagan. Entonces es casi inevitable sentarse, como ahora, en la tarde de un viernes de resaca, y decir algo parecido a "la literatura apesta". Vaya a contarle al tipo que se ha quedado colgado en un alambre de espino a cuatro metros del suelo, cómo lo arrebatan a usted las palabras, el poder de la subversión que ejerce la ficción literaria en algunos caracteres un tanto patológicos que siempre andan buscando algo, sin saber muy bien el qué. Lo achacaré a la resaca, es lo mejor en estos casos. Me doy cuenta de que ni siquiera ahora soy capaz de renunciar a contarlo. Pero, ¿a quién se lo estoy contando?: ése es el problema. Desde luego, sin una dosis considerable de insensatez, no se entendería que Cuadernos del Tábano siguiese insistiendo en acumular palabras entre dos tapas de cartulina. Pero hemos venido observando que -sin mediar coacción alguna por nuestra parte- últimamente son cada vez más los insensatos que se incorporan a nuestro proyecto. De modo que aquí va otro número -y van nueve-. Me niego a pensar que no estemos haciendo algo bien. Así que van a tener que aguantarnos un tiempo más. Nos escucharán aquí, como siempre, hablar de aquello que consideramos importante y que rara vez coincide con las cuestiones al uso (miren: estatutos, unidades nacionales, y otros esencialismos, nos son profundamente indiferentes.) ¿Posicionarnos?, ¿tomar partido? Claro: estamos con aquellos que, cuando escuchan "¿blanco o negro?", esbozan una sonrisa y plantean una nueva pregunta. Le atribuyen a Niestzche haber dicho que todo gran escritor se ha sentido culpable por escribir en algún momento. No sabemos si culpables o inocentes; nosotros seguimos con esta tarea que nos asignamos cada día. Decir (como se suele decir) que "las palabras no cambian nada", es utilizar las palabras para que nada cambie. Pasen y lean; al fondo, se ve el mar. E NSAYO El arte de concepto y el concepto de arte POR ESTEBAN JANIOT Ilustraciones: Esteban Janiot Debemos aceptar que existe un quehacer llamado "arte conceptual". Ahora bien, W. F. Hegel sentenció: "todo lo que es; es necesario". Comprendemos esto en un estricto sentido filosófico. O sea, todo lo que acontece tuvo una causa que lo produjo. Por lo tanto, la causa ya instalada justifica el efecto. Entendido así debemos admitir como cierta esta actualidad llamada "arte conceptual" que, debido al devenir de la historia, convive con nosotros. Pero admitir que algo existe no nos obliga también a aceptarlo como bueno para nosotros. Hay de por medio un planteo axiológico. Si aceptamos la existencia de un arte llamado "conceptual", podríamos por inversión hablar de una lógica artística, o sea, una filosofía que produce perceptos bellos y conmovedores en lugar de conceptos racionales y lógicos, lo cual es tan ridículo que no es menester referirse más a ello. Ocurre, sin embargo, que creo sano y necesario llamar a las cosas por su nombre; es el caso de estos emprendimientos que se instalaron hace un tiempo en el territorio del arte, pero con pasaporte falso. Considero que tienen que asumir su verdadera identidad que, a mi juicio, no es la que muchos críticos -algunos de relevancia- le otorgaron con el difuso, ridículo y contradictorio nombre de "arte conceptual". Por supuesto, no puede discutirse la libertad del artista para buscar y producir la imagen que le plazca. Sin libertad no existe arte. Pero me inquieta una pregunta: ¿puede haber artistas sin arte? ¿Es en verdad arte toda esa barahunda de esperpentos plásticos y acumulaciones híbridas de objetos estrafalarios? ¿Es artista porque se cuelgue un cartel que así lo diga, como el británico Keit Arnatt; o se encierre en un círculo de tiza y se ofrezca en plena calle como una obra en sí mismo, como lo hizo Alberto Greco? Alguna de estas "obras" nos dejan ver algo así como alegorías ingeniosas -en el mejor de los casos-, otras son algo tontas y llegan a ser a veces repugnantes. En el "arte conceptual" se valora, en primer lugar, el mérito de la idea; en cambio, la realización completa no incidirá en la valoración de la obra. Cito a Lucie-Smith en su libro Movimientos en el arte: "Cuando la gente usa la frase arte conceptual surgen dos significados principales: primero: aquello que entendemos como concepto de "arte"; segundo: el propio concepto como arte, modelos intelectuales separados de cualquier interés por la concre- pag.4 E N S AY O ción. Hubo un cambio de la atención desde la concreción física hacia la "idea" del arte. A menudo se ha supuesto que la propia concreción ya no tiene mucha importancia: unas pocas declaraciones en un pedazo de papel servirán del mismo modo que una obra producida por métodos tradicionales. Los dibujos o planos de algo pueden servir lo mismo que el propio objeto. Es como el caso -que bien conocemos aquí- de conectar un montón de papas desparramadas sobre unas tablas a unos electrodos que, obviamente, permiten verificar que los nutritivos tubérculos poseen una cierta carga eléctrica; o las fotografías de Dennis Opennheim que documentan el efecto de una quemadura de sol. El hecho evidente, en estos casos y muchos otros que serían largos de enumerar, es que el "arte" se ha tornado en una demostración simplista de las leyes físicas. Cualquier cosa sirve porque todo vale para hacer "arte". Todo puede ser arte. En consecuencia nada es arte ya. Sólo es necesario atizarlo sin ningún pudor. Aunque no se tengan argumentos serios para comentarlos. Así en una muestra llamada "arte destructivo" en 1961 se podía ver un sillón despanzurrado del cual emergía su relleno sugiriendo un enorme sexo femenino, ataúdes desgastados por el tiempo, paraguas destrozados colgando del techo, muñecos desfigurados y libros sucios, oxidados y rotos junto con botellas y vidrios quebrados. En otro evento se especulaba con el entusiasmo que puede provocar un obelisco acostado, además realizado con pan dulce. Nada tuvo que ver esto con el arte sino con una grotesca demostración que no enriquecía ni cultural ni espiritualmente a nadie. En cuanto el "arte destructivo" producía más bien fastidio y rechazo (según lo relata un conocido crítico argentino) hace muy poco en un diario de Buenos Aires una conocida comentarista de arte relataba, entre otras cosas, lo siguiente: "A lo largo de estos años G. K. fijó su atención en objetos de su intimidad, básicamente en la cama, lugar donde se libran todas las batallas: el lugar de nacimiento, de la muerte, del amor y de los sueños". Yo entiendo que el lirismo no está en pre- pag. 5 E NSAYO sentar el objeto "campo de batalla" sino la batalla en sí misma, o descubrir la condición expresiva de ese lugar. Puedo encontrar poesía en las frases de la comentarista, pero no en una o cuarenta y ocho camas exhibidas aunque tengan mapas y planos impresos en sus colchones. Me sugiere más bien la búsqueda de extravagancias y chocanzas. Evidentemente es más escandaloso pero más fácil pintar unos bigotes a la Gioconda que pintarla. Es bueno reverdecer cada tanto aquella frase famosa: decadencia de esta civilización. Pero volvamos al "urinario" y los "ready-made" de Duchamp; ellos con su antigüedad le sustrajeron el carácter de novedad y vanguardismo a las esperpénticas y frívolas demostraciones de hoy. O sea, que no aportan ni la audacia de ser transgresores. Entonces, siendo la mayoría de los críticos muy conocedores de su profesión, ¿qué impide que se llame a las cosas por su nombre? ¿Qué impudicia se globalizó en todo el mundo contaminando el territorio del arte? ¿No hay quien se atreva a decirle al rey que está desnudo? Ahora bien, este fenómeno cultural -que se pretende artetiene, como quiera que fuere, un lugar en este mundo mercantilizado, y por eso sería necio ignorarlo. Vale -por tanto- ir desarmando el juguete para saber cómo está armado. Ya vimos que el nombre "arte conceptual" es en sí contradictorio. Sabemos que el vocablo "concepto" es, o equivale a juicio, pertenece, a la esfera de la lógica; pero el conocimiento lógico se ordena en juicios o conceptos universales del ser, y el arte, en cambio, es intuición irreflexiva del ser. Ahora bien, se dice según B. Croce- que el arte no puede conducirse de forma irracional ni prescindir de la lógica; y ciertamente ello no es ni irracional ni ilógico, sólo que su razón y su lógica son completamente distintas de aquella dialéctico-conceptual. Para realzar su peculiaridad se halló el nombre de "ESTÉTICA". Sabemos que el valor de un concepto no reside en la forma o expresión que lo comunique sino en el rigor lógico con que haya sido planteado. A la inversa, el valor del arte no lo hallaremos nunca en el verismo que pueda o no tener (o sea, en su contenido). Dice Raymond Bayer en la historia de la estética refiriéndose al Giotto: "El arte del Giotto es un arte de síntesis, no de verismo; no pintó las imágenes de las cosas sino el signo de éstas". Porque el arte es esencialmente forma y no contenido. Es la expresión de un sentimiento y no de un "Para originales: los clásicos". Es obvio que algunos críticos especializados temen perder el tren del post-modernismo, o como quieran llamar a esta etapa de la sociedad de consumo y facilismo. La decadencia es tan evidente que no hay más que observar cómo se repiten modelos pseudotransgresores ya perimidos. EL llamado "arte conceptual" se desarrolló y extendió en el mundo por todos los mercados de arte. Pero ello no es algo nuevo. Desde Duchamp hasta hoy ya pasaron más de ochenta años, dos guerras mundiales, conocimos durante setenta años un estado marxista que alcanzó el nivel de gran potencia, el hombre conquistó el espacio exterior y comenzó a envenenar el espacio interior del planeta, además de muchos acontecimientos que van señalando la pag. 6 E N S AY O pensamiento lógico. La intuición no necesita de la lógica para resolverse; aunque al revés, la lógica necesitará siempre de la intuición para convertirse en expresión (apuntó el filósofo español Ferrater Mora en su diccionario de filosofía: "Lo discursivo es como un pensar que se apoya últimamente en un pensar intuitivo. Aquél proporciona el contenido, éste la forma."). Una obra de arte puede estar llena de concepto y aún más que una disertación filosófica, así como una disertación puede estar, a su vez, plena de intuiciones y descripciones. Pero a pesar de aquellos conceptos el resultado de la obra de arte será una intuición. Y a pesar de aquellas intuiciones, el resultado de la disertación filosófica será un concepto. Porque siempre es el todo lo que determina la cualidad de las partes. Esto está bien graficado en un pasaje de la obra de B. Croce: "El conocimiento conceptual es el conocimiento de las relaciones de las cosas, y las cosas son intuiciones. Sin las intuiciones no son posibles los conceptos, como sin la materia de las impresiones no es posible la intuición misma. Las intuiciones son este río, este lago, este arroyo, aquella lluvia, este vaso de agua. El concepto es el agua. Materia de variaciones infinitas (nube, hielo, lluvia), pero de un concepto único y constante". Siempre la misma materia pero con diferente imagen, queda bien claro el ser de la intuición y el ser del concepto. Por todo ello, en mi opinión, las exposiciones del llamado "arte conceptual" no son conceptuales, porque precisamente lo conceptual aquí no pasa de ser un juego alegórico en el cual se convocan construcciones o instalaciones o eventos que remiten a una idea-remisión casi siempre frustrada por lo hermético o indirecto de los símbolos-idea, que termina, la mayor parte de las veces, en una particular y antojadiza banalidad y cuya finalidad y funcionalidad debe ser explicada por el lenguaje cotidiano; porque el lenguaje de esas formas no permite una clara exégesis de ellas. No hay concepto donde no haya universalidad y rigor especulativo. No habrá arte donde no exista una definición clara que conmueva emocionalmente. Sin rigor no hay concepto y sin sentimiento no hay arte; sólo queda la sospecha de que la gran mayoría de lo que se autotitula "arte conceptual" se trata de eventos y juegos de moda, extravagancia y ensayos para aparentar un vanguardismo trasnochado y decadente, espejo de la actual civilización mercantilista. Acomodo aquí un párrafo feliz de El sitio de la mirada, de Eduardo Gruner, que se refiere a que en el capitalismo hay algo irresistiblemente grotesco: "Cómica -es decir, repetición de lo trágico bajo la forma de parodia- es la pretensión del capitalismo de ser un época seria y profunda, cuando está basada en (son palabras de Marx) la banalidad del fetichismo superficial de la mercancía". Y sigue en otra parte: "¿Puede el arte, en definitiva, atrapado como está en la religión de la mercancía, entre los fetichismos complementarios del concepto y de la imagen, recuperar el recuerdo (no de su origen sino) de su comienzo, recuperarlo tal como relampaguea en un momento de peligro, que es el nuestro?" Es cierto que el hombre es una unidad y que en cada acto humano se encuentra el sentimiento, el pensamiento, y la volición. No lo ignoramos en nin- pag. 7 E NSAYO gún momento. Esto demuestra, ciertamente, que en el acto estético podemos hallar un sedimento conceptual. Repetimos: aquello que lo determina como obra de arte será la forma que asuma el contenido y no el contenido de la forma. Tampoco aumentará su valor estético el que, por ejemplo, dé saltos el ejecutante o se embadurne, o arroje pintura desde lo alto, o dispare balazos a recipientes o vidrios. Será esa totalidad que llamamos la obra, la que en sí misma quede sola y expuesta con su dignidad ante el tribunal de la historia y la vida. Pero en fin, si quisiéramos justificar el arte por su contenido conceptual, hecho contradictorio si los hay, podemos tomarnos una licencia y buscar en la historia del arte. Tomamos unas pocas obras muy conocidas donde el contenidoconcepto alcanzó su forma y se nos manifiesta como intuición, sin dejar su contenido por el camino, sino transmitiéndolo por la emoción, por la contemplación del sentimiento (Tolstoi aconsejaba: "Pinta tu aldea y serás universal"). No es lo universal de concepto como decir: todo triángulo tiene tres lados, sino la universalidad que puede alcanzar la expresión que parte de un sentimiento particular y trasciende su particularismo para que cualquier contemplador se emocione por la imagen de la aldea como "su idea". Dejemos atrás nada menos que Asiria, Egipto, Grecia, Roma, el gótico, etcétera, y precisemos algunos ejemplos concretos más contemporáneos: concepto de dulzura y de misterio: la Gioconda; concepto de soledad y desesperación del hombre: Goya y sus pinturas negras; concepto de sensualidad y desafío femenino: la Olimpia de Manet; el infinito poder de la naturaleza: allí está W. Turner; una austeridad casi religiosa: Piet Mondrian; concepto de la alegría de vivir: Henri Matisse; concepto de barbarie y hombre actual: Guernica de P. Picasso. El concepto barbarie tiene un sentido de universalidad -como conviene a un ente lógicopero se particulariza en la intuición estética de Picasso y es su forma la que, cargada de emoción, vuelve a universalizarse como expresión formada, como arte. Así, como arte, sin otro aditamento que la auténtica dignidad que la historia reconoce a las obras que trascienden la frívola mezquindad de la moda. pag. 8 E N S AY O Humo de Sartre POR JUAN M. AGULLES Dicen que Sartre sostenía no haber abusado nunca del poder y argüía como prueba lo siguiente: "Jamás impedí fumar en clase". Hoy, la Biblioteca Nacional de París, en su catálogo de la exposición con la que celebra el centenario del nacimiento de Sartre, ha suprimido de las fotos del filósofo su eterno cigarrillo encajado en los dedos -al modo de las desapariciones fotográficas estalinistas-, por cuestiones de higiene moral. Cínicas vueltas de tuerca. Uno imagina esa mano humeante en su extremo fijada sobre el escritorio, junto a la otra que movía la estilográfica para dar algunas de las páginas más bellas de la filosofía y la literatura del siglo XX. Uno piensa eso y no puede evitar ver en el trucaje de su imagen cierto parecido a lo que ha sucedido con su obra. Muy temprano, aún en vida, Sartre pasó al desván de los muebles viejos. La izquierda intelectual cambió de dioses, la retórica sustituyó a la política, el hipertexto y la lingüística a la literatura. Se sostiene que la Historia quitó la razón a Sartre y se la dio a Aron; o en esas divagaciones anda Vargas Llosa, por ejemplo. Libertad Digital vitupera al filósofo francés desde su tronera internáutica. Literatas de folletín escriben artículos en suplementos literarios sobre la inmoralidad o la perversidad sexual de Sartre y Simon de Beauvoir; como si sirviese para algo más que para delatar a la autora del pasquín como la temerosa puritana que es. Y en realidad, lo que a mi parecer sucedió siempre es precisamente eso: que Sartre da miedo. Hoy apenas se lo cita, no entra en los planes de estudio, los intelectuales orgánicos -de un color y de otro- esbozan una taimada sonrisa cuando escuchan mencionar su nombre. Me atrevería a decir que no han acometido el tremendo horror de leer El ser y la nada. A mí me llevó dos años, con la inconsciencia del autodidacta que no sabe dónde se mete. Más de una vez pensé en arrojar el libro por la ventana. Constantemente me pregunté: ¿qué sentido tiene escribir algo semejante? Y, sobre todo, ¿para qué lo estoy leyendo? Y, al mismo tiempo, asistía a la construcción de un edificio soberbio, de una forma de elegirse en el mundo que me iba a cambiar la mirada. Sin duda, allí estaba Marx y Heiddeguer y Hegel; pero había más cosas: una actitud, un lenguaje que "estallaba hacia el mundo". Su afán de totalización, de esbozar una teoría del conocimiento que se vol- pag. 9 E NSAYO viese carne, que huyese del sabor rancio de la academia, que llevase el ejercicio de la crítica hasta sus últimas consecuencias y, sobre todo, hasta la calle, terminaron por ganarme. Sin ser un sartreano devoto, no puedo evitar cierta estupefacción cuando, de un plumazo, se lo envía al olvido porque "fue un estalinista". Parece ser que, quienes sostienen esto, no se tomaron nunca la molestia de leer la Crítica de la razón dialéctica. Es normal, entonces, que hayan pasado inadvertidos algunos pasajes, como por ejemplo: "En el mundo stalinista el acontecimiento es un mito edificante: ahí encuentran las confesiones engañosas su base teórica; el que dice: "he cometido un crimen, tal traición, etcétera", hace un relato mítico y estereotipado, sin ninguna preocupación por la verosimilitud, porque se le pide que presente sus pretendidos crímenes como la expresión simbólica de una esencia eterna. […] Lo que más nos llama la atención es que las contradicciones y los errores de fechas de las confesiones de Rajk nunca hayan despertado en los comunistas ni la más vaga sospecha." (Crítica de la razón dialéctica, pags. 101102.) Como figura pública Sartre fue contradictorio, apasionado, practicante de la desmesura, de la opinión sin ambages. Así, por participar de la historia de su tiempo, por negarse a ser ecuánime, conciliador y "tolerante", por no callarse una, hoy los gendarmes del fin de la historia lo tiran por el sumidero junto a ella. Viendo quiénes son sus enemigos, bastaría para acercarse a su obra. Pero hay que tener ganas. Si algo no es Sartre es complaciente. No es una lectura fácil, digamos que no entretiene en absoluto. Muy lejos de lo que se ha pretendido caricaturizar, difícilmente se encontrarán eslóganes a la manera seseintayochista, panfletos políticos o concesiones al maniqueísmo. La respiración de la inteligencia que quiere convertir el mundo en palabras, que quiere para sí no un pedazo sino todo el mundo, acapara y enrarece el ambiente en ocasiones. Nos abruma con frecuencia. Por eso Sartre no está de moda. Por eso nadie lo reedita en este país. El mundo del Ser-en-sí, de aquello que es-lo-que-es, se fortalece cada día. Los discursos esencialistas han vuelto con renovada fuerza apoyados en el miedo, en la lógica del terror. Hoy "los hombres son cosas" más que nunca, pero además reclaman con ira esa condición para eludir la única condena que es cierta: la de ser libres. Sartre se convirtió en humo. Cayó el muro y llegó la fiesta liberal. Los sacerdotes de la última hora declararon el final de la historia y, sin saberlo, le daban la razón. Porque si la historia había terminado era, en realidad, porque Occidente, el Centro del Imperio, ya no era el sujeto, sino el objeto de la historia que se está haciendo, aquella que desde las Periferias desbordaría la barbarie imperial. Así lo decía en 1961 en el prólogo al libro de Fanon Los condenados de la tierra: "Qué decadencia la nuestra: para sus padres, éramos los únicos interlocutores; los hijos no nos consideran ni siquiera interlocutores válidos: somos los objetos del razonamiento." Lo que ha terminado, entonces -y el olvido de Sartre es una de las muchas pruebas-, es el sujeto histórico en el Centro, la crítica como arma, el compromiso, la honestidad, la desmesura, la inteligencia. Ése es el cadáver que nos corresponde, ésa la tarea ingrata que tenemos por delante: volver a tensar el arco para dispararnos, sean cuales sean las consecuencias. Sea aquí o en las "tierras quemadas" de hoy y siempre. No renunciar a conocer el mundo, a desvelar sus mecanismos, a ponerlo patas arriba o prenderle fuego. Podríamos empezar leyendo bien a Sartre, adoptar con su obra una actitud crítica, volverla carne en nuestros días, utilizar la inteligencia de la manera más arriesgada, a la manera de aquél que a través de una mirada extraviada y certera, se equivocó con tanto acierto. pag. 10 E N S AY O Su rechazo del Nobel de literatura En 1964 Jean-Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de literatura. Las razones de la Academia Sueca para concederle el galardón fueron las siguientes: " Por su obra que, rica en ideas y alentada por el espíritu de la libertad y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una influencia trascendental en nuestro tiempo." Las razones de Sartre para rechazarlo fueron explicadas por él mismo y aparecieron publicadas ese mismo año en Le Nouvel Observateur*: "¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político. Si hubiera aceptado el Nobel -y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo- habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discerni- do; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso. La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo... tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero. Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: "Déme a mí el dinero que rechaza". En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no ya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan 100 dólares y los rechazo, no soy un hombre". Y, además, está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si, además, rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa. Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo que me habría dejado recuperar por el sistema." *Extraído de la página "Hablemos de Sartre" de Germán Uribe. (www.geocities.com/Athens/Forum/8886/sld003.html) pag. 11 Nuevas publicaciones La ternura y la rabia (Cuentos) Los sonidos del niño roto Juan M. Agulles Ediciones del Tábano Menelo Curti Ediciones del Tábano Dioses ajenos Con la lengua al cuello Pedro Coiro Ediciones del Tábano Quirón Herrador Ediciones del Tábano A la venta en “Tetería del Tábano” c/Pozo, 94. Alicante y Librería Compas (Universidad de San Vicente) pag. 12 NUEVAS PUBLICACIONE S De L o s s o n i d o s d e l n i ñ o r o t o Menelo Curti Mi mirada es nueva, milenaria, a veces halla en la palabra mar una gigantesca boca de espumas tragando barcos y digiriendo atardeceres, otras sólo un charco que no salpica ni los pies del universo. En mi mirada está tu cuerpo cuando la penumbra lo humedece, cuando el vuelo, más que alto o rastrero, es simplemente vuelo, cuando cambian de color tus ojos y se mezclan y se afiebran. Mi mirada observa cada tanto la paciencia de los montes y se arroja más allá de la distancia. Quién sabe, quién tiene un por qué u otra respuesta, todo es cierto si la luna eyacula su luz en los olivos, si se enreda entre las moscas y va como un zumbido por el tiempo. Mi mirada es tímida, incalculable, se fuga cada tanto y no quiere comprender ni ser herida. Es ancha, fugaz, cierta a la manera de la luna, que ensaya su pirueta sobre la boca de un abismo. pag. 13 A PIE DE ESCENA Actuación del Tábano escupitajo busca el espléndido verdor, es acaso el menos impotante. Luego está el silencio, el gesto primitivo, la necesidad insobornable de encontrar un espacio donde tallar un signo con rudeza, o donde articular una mueca que venga a derribar todo lo anterior. Y, mire, si queda tiempo, se puede vagar e inventarse una constelacioncita. Luego la noche y las cenizas del fuego. Pregunté si las lonjas estaban tirantes y me ofrecieron una cerveza. Adiviné la repuesta afirmativa. Entonces ví la imagen, muchas veces, la imagen repetida, que debía retratar. Sus actores jugando, los supuestos espectadores, los recipientes bien dispuestos; recordé como Michel hizo posible la infinita huida del chico, fotografiándolo, y advertí con agrado, que sería El Tábano el que permitiría perdernos como babas del diablo. Noté que Gabriel hacía dibujos en la barra, con el dedo, utilizando el sudor de la botella; puertas, timbres, alguna ventana. Las formas perdieron ante la impaciencia y un codo diluyó la portada de algo que, olvidé preguntarlo, no sé si prefiguraba una entrada o una salida. - Nos vamos ya? - Preguntó, acompañando la frase con una pirueta divertida. - Tas apurado loco, eh? - Es que me desagradan los finales. Le sonreí. Sospechó que mantendríamos nuestra estancia un rato más, y para aliviar su inquietud dije que Celestino consentiría la fuga. - Tengo la fecha de salida, de partida más bien, el 16. Luego de Yolco tengo previsto establecerme en Delfos, de allí a Dodoma... - Seguimos con la evasión Gabriel? - No, no, de evasión nada, es una fuga. No confundamos. Recordás la mariposa? - Y vos proponés que no evade. - Yo propongo que se fuga en su momento. En mi caso, tal vez algo venga a permitir esa fuga. Todavía era de tarde cuando las lonjas se acercaron al fuego. Unos golpes al cuero pretenden asegurar que nada está pronto, porque somos muchos en la esquina, la hoguera calienta y afuera hace mucho día. Me turbaban unas recientes palabras que buscaron amonestar, a causa de la supuesta violencia de un texto. "Espantosa forma de vivir", se dijo, y yo veía un cartel que rezaba "No salive sobre el césped". Por suerte el Puncho sacó Catalina y contagió el entusiasmo. Luego más acordes, más voces, un melancólico optimismo que viene a servir de contrapunto armonioso, y fijesé señor, aquí no hay desprecio. El momento en que el soberbio pag. 14 Sebastián Miras A PIE DE ESCENA Manos que vuelan solas, y la voz atraviesa la guitarra, y son puñales que se chocan. Entre todas las paredes, cuando la música escancia vasos fríos, se inunda de gorriones: son versos, no te escondas, es la niebla quien dirá que ya es de día. Y otras voces, y otras aves, mezcla precisa, (muera el tiempo o se detenga). Quiero heridas y canciones desbordando por las rejas, y su risa aunque no venga, mi trino aunque no esté, y fugarnos, todos, y darnos cuenta de que se nos quedó enganchado en las patas de las sillas [el mundo desde un hilo caprichoso, el tedio de un amor y temporadas, y la belleza de estar lejos una vez. Pedro Coiro Lalo Cappelletti pag. 15 Con la intención de ir impulsando una biblioteca popular en la sede social de nuestro colectivo (C/ del Pozo, 94, Alicante), estamos recogiendo libros de literatura y arte. Si queréis pasar a ver el lugar y traer ese par de libros que os apetece donar, podéis hacerlo los viernes a partir de las 17:00 hs. Si os viene mejor que pasemos a buscarlos por algún lugar, podéis poneros en contacto con nosotros en los siguientes números: 687.56.55.12 (Juanma) o 687.34.69.11 (Juanma). O por correo electrónico a: editabano@hotmail.com Según una vecina del barrio San Antón, los viernes, a partir de las 22:00 hs, en el número 94 de la Calle del Pozo, tienen lugar extranos sucesos. Discusiones interminables, canciones intempestivas, y algún libro que se precipita desde una azotea donde muchas veces quedan poetas, botellas, vasos y otros desperdicios tendidos a la intemperie. BIBLIOTECA POPULAR Esta viñeta es una aproximación bastante fiel al ambiente de nuestras reuniones. Cada viernes, en nuestro local, nos vemos con el fin de sacar adelante esta revista. Llevamos nuestros trabajos, pero también nuestro hastío semanal. Se buscan víctimas propiciatorias o ejecutores resueltos. También invi- tamos a escritores, músicos y dibujantes con ganas de participar en un proyecto t a n descabellado como cierto. pag. 16 A PIE DE ESCENA Ultimátum Los días 6, 7 y 8 de octubre, entre la Sede de la universidad y la del Tábano, llevamos a cabo las I Jornadas de Ediciones Independientes. El jueves, tras presentar nuestro nuevo proyecto editorial y la revista Papyrus, Óscar Mora nos puso en jaque a carcajadas con sus "Historias ladradas". Al día siguiente la canción y la poesía se marearon para mezclarse en la Sede Carlos Coiro de la universidad, y por la noche, en y Tito Sayes. nuestro local, Juan Antonio Ramírez Noche de tango proyectó su documental Gitanos de Kosovo, desencajando las caras de algunos que sólo se beben los viernes con risa. Seguidamente proyectamos los trabajos de Fernando Alonso y Frías Nadie en el mundo y Residuarte. El sábado, ya anocheciendo, Crazy y Paco Alonso resquebrajaron el silencio con un recital "mano a mano" de poesía. Luego, ya para terminar (para no olvidar), Carlos Coiro y Tito Sayes nos llenaron de tango y chacarera hasta las 27:00hs. Pero este comunicado se dirige principalmente a las gentes distraídas que ese fin de semana bebieron un buen whisky, cenaron el mejor plato de sus vidas, probaron el cuerpo más atractivo de la tierra y, en definitiva, se divirtieron más que nosotros. Oscar Mora. Velada de cuentos. Pretendemos hacerles saber que tramamos para el 2006 las II Jornadas y, por supuesto, están invitados: ustedes ponen el whisky y la cena… nosotros lo demás. Si quieren información escriban a: editabano@hotmail.com o acérquense por nuestro local de la c/del Pozo,94. Un saludo pag. 17 RESEÑASS Sobre los cuentos de un tal Abelardo por Menelo Curti “Afuera, la noche es un largo y distante eco de perros” Abelardo Castillo - Historia para un tal Gaido Me complicaste la mañana, hermano. Tenía varios asuntos, compromisos que visten de plomo a cada lunes; deudas, algún poema merodeando. Tuviste que venir justo hoy, cuando no acababa aún de despertarme e intentaba establecer un orden mínimo en los trámites que definían mi futuro a corto plazo y mis bostezos. La previsión se fue al demonio: un papel con enésimos deberes apuntados intenta (algo arrugado en la mesa) recordarme la indisciplina, prólogo de un martes fatídico. Deberías tener en cuenta que uno a los fines de semana no los emplea precisamente en descansar, y estos días, estas violentas antesalas del tedio, son una carga incómoda, que se apoltrona en los hombros (pantera pegajosa). Justamente anoche noséquién le decía a otro que el arte no servía para nada, y alguien agregó que tal vez esa era su virtud. Fijate qué cosas, hoy me levanté dispuesto a cumplir con el ritual del hombre-útil y un puñado de tus cuentos me retuvo en el sillón con su misterio amigo. Qué extraño, hacía bastante que mis lunes no servían para nada.. pag. 18 CUADERNO ABIERTO Si esta noche un silbido Juan M. Agulles Comenzó con la UHP. En las comidas familiares, (una para su cumpleaños y otra generalmente cerca del veinticinco de diciembre), siempre acababa hablando de aquella historia, de cuando tenía once años y de la guerra. La escuchaba mientras los demás se dedicaban a charlar sobre hipotecas, enfermedades o el último todo terreno que tío Ernesto había comprado en la feria del automóvil a un precio irrisorio; cosa que, había que aceptarlo, lo dejaba varios puntos por encima de la media de inteligencia del resto de los mortales. Mientras ella hablaba, cada cual aportaba un gramo más al montón de tonterías que se acumulaban sobre la mesa. Y con todo eso alrededor, ella explicando su historia, sin mirar a nadie en concreto, sacando la red del mar desordenado que fluía dentro de su cabeza. Más tarde, un invierno, llegaron los médicos, los neurólogos, los psiquiatras y las pastillas para curar el insomnio a las que se enganchó como una adolescente. Las reuniones familiares, cuando ella no estaba, se convirtieron en consejos donde se decidía su futuro. No faltaban los ejemplos, las anécdotas, algunas casi cómicas, de su comportamiento trastornado. Como aquella vez que aseguró escuchar a alguien hablando en inglés a través del respiradero del baño. Poco a poco se fue definiendo su locura, delimitada sobre todo por la capacidad de aguante de los demás. A pesar de todo, ella parecía vivir a gusto en sus recuerdos, aferrada a los Rohipnoles y a cierta obsesión inofensiva con cosas como la UHP. Ahora está dormida, hundida en el asiento, a mi lado, más confiada que al principio. El ruido del motor no la despierta. Hay que controlar la temperatura porque es un viaje demasiado largo para este pobre animal, que se queja cada vez que le hundo el pie en el acelerador. Pero sería bueno llegar temprano y poder volver antes de que todo se destape y empiecen a buscarla y, seguro, a juntar las piezas y adivinar que está conmigo y que no podía ser otro, el mismo de siempre, quien se dejase llevar por sus locuras. Aunque, al principio, ella misma no parecía muy segura de si la iba a traicionar en el último momento. Ha subido al coche y se ha reclinado en el asiento como para dormir. Después he comprendido que estaba ocultándose y que seguía despierta, vigilando la carretera y observándome con el rabillo del ojo. Cuando hemos salido de la ciudad, se ha incorporado de nuevo, como si hubiese pasado el peligro, ha fijado su cinturón y ha permanecido un rato mirando por la ventanilla. Todos esos gestos, los momentos de lucidez en medio de la locura, me hicieron dudar, desde el principio. No sé después de cuanto tiempo de viaje en silencio, ha preguntado: -¿Dónde vamos? -y me ha mirado con extrañeza, con una mirada limpia de niña que no entiende nada. -Vamos al pueblo. -¿Lo saben tus padres? -No, no saben nada. Ha aprobado mi respuesta con la cabeza y ha vuelto a hundir la mirada en el paisaje que íbamos dejando atrás. Como otras veces he sentido que estaba jugando, que entre su enfermedad, el desconcierto y la demencia, se abrían espacios de lucidez que no era posible medir. pag. 19 CUADERNO ABIERTOO -El huevo frito -ha dicho, señalando la esfera naranja que iba descendiendo sobre el horizonte. Después se ha dormido. Es curioso que las cosas más divertidas, las más insignificantes, fuesen para ellos cada vez una prueba más contundente. Cuando la escuchaba defenderse, con sus razones, su propio sentido de lo lógico, cada vez más oblicuo, pensaba que, de alguna forma, todo aquello era una respuesta a su enfermedad tan inútil como cualquier otra, quizá más inofensiva. Claro que en eso la adicción a las pastillas para dormir tenía bastante que ver, y cuando un médico decidió retirárselas, comenzaron los dolores ficticios, las llamadas de madrugada angustiada, amenazando con el suicidio, haciendo señales de humo que los demás no podían, no querían entender. Por supuesto, alguno mencionó la opción, quizá tras una de aquellas noches de llamadas y llantos al otro lado del teléfono. Al principio sólo como un comentario de sobremesa, entre sorbo y sorbo de café, pero sabiendo que quedaba ahí, nombrado, con forma, con la expresión que hasta ese momento ninguno se había atrevido a darle. Y, como no podía ser de otro modo, como estaba ya pactado de alguna forma, una mañana se la llevaron, porque iba a estar mejor y más atendida, porque no nos podíamos hacer cargo y a esa edad, con su enfermedad, ya se sabe, podría hacer cualquier locura y después el remordimiento por no haber tomado la decisión a tiempo, si total entre todos una buena clínica no sale tan cara. Pero la cosa no terminaba ahí, no era sólo cuestión de alejarla y olvidarse, dejándola en caída libre hacia su demencia hasta convertirla en un recuerdo amable. Era demasiado inteligente y, como a través de una telaraña que le tapase los ojos, ella entreveía su situación, el encierro incomprensible. De repente comenzó a comportarse como una cándida abuelita de cuento, y en las visitas a la clínica, entre los bombones y las flores, las instrucciones de las enfermeras y las sonrisas forzadas, nunca dejó escapar una alusión a sus historias, ni a las pastillas ni a nada que hiciese sospechar un empeoramiento. Al contrario, todo era el sentirse bien, las partidas de mus con Remigia y Andrea, la película y el baile de los viernes por la tarde. Conseguía sembrar la duda y la mala conciencia, que duraba ese rato en la cafetería, al salir, cuando comentábamos su recuperación. Yo quise ver algo oculto en aquel cambio, cierto esfuerzo de su expresión por contener una mueca de disgusto, el afán que la llevaba a maquillarse y pasear ante nosotros, como si estuviésemos visitándola en su club social y fuese la gran anfitriona de la fiesta. Algo que no sabría explicar de otro modo y que por eso callaba, mientras sorbía el café y escuchaba los argumentos que llegaban a la justificación prevista, sin ninguna sorpresa: era lo mejor para todos. Viéndola dormir en el coche, mientras avanzamos, sólo puedo pensar que si no fuese por Malraux, quizá no estaríamos aquí. Ahora ya sé más o menos como orientar el morro del coche hacia el destino correcto; después de una parada para ir al baño y pedir indicaciones a través de la reja que protegía al chico en la gasolinera. Se ha despertado un momento al oír quejarse el motor cuando arrancaba y me ha preguntado la hora. -¿Llegaremos a tiempo? -Depende -le he dicho. Continuamente me interroga, de forma sutil, para saber si estoy dentro del todo o si le sigo el juego por hacer las cosas más sencillas. Y tengo que estar dentro porque si no esto no se podría creer. Igual que no se podía creer que, después de todo, ella tuviese razón y a la vuelta de una página de Malraux apareciese la UHP, como una señal, como un faro alumbrando desde la escollera desolada. En aquel momento hubiese sido prudente callar, no tratar de tenderle la mano que necesitaba para volver donde realmente vivía desde hacía mucho tiempo. Era retornar a los peores días y al mismo tiempo era mejor que verla consumirse. -Unión de Hermanos Proletarios -le dije en voz baja, mientras tío Adolfo y su mujer Rosa pag. 20 CUADERNO ABIERTO atendían a las explicaciones de la enfermera sobre los niveles de azúcar y la tensión un poco alta, que recomendaba quitar la sal de las comidas. Ella se hizo la desentendida y enseguida pasó a los comentarios sobre lo grande que estaba Alfredito. Después, se decidió que era tarde y que seguramente querría descansar de la visita y el tumulto, y por supuesto, sin decirlo, era hora de la cafetería al salir y los comentarios acomodaticios, esa terapia de grupo consistente en argumentar hasta la náusea las razones que obligaban a que siguiese allí. Cuando todos se dirigían a la salida, me tomó del brazo, suavemente, como para que la ayudase a recorrer el camino hasta la puerta y las despedidas. -Ya lo sabía yo -dijo-, ¿cómo te has enterado? Intenté explicarle un poco de Malraux, del efecto que causaron aquellas tres letras encontradas por azar. La imagen, exactamente como ella la había descrito, impresa en las páginas. Pero no parecía atender a lo que decía, más preocupada en quedar rezagada sin levantar sospechas. -¿Decía algo ese libro sobre Sebastián? -No, de él no. -Pues sí, esta semana toca película y espectáculo de magia. Llegábamos a la salida, donde esperaban los demás y, sin decirme nada, otra vez interpretando su papel, me hizo entender que tendría que volver pronto, ya solo, para continuar lo que había empezado y vivir dentro de aquel tiempo que ella habitaba, con todas las consecuencias. A las tres de la mañana ya no podía más, la carretera se había convertido en el espacio insalvable hasta los dos puntos rojos que recorrían con ventaja el mismo camino. Y la temperatura del viejo mulo subía sin intención de detenerse, agotado y ronco. Ya habrán descubierto que falta de su habitación y después se habrán sucedido las llamadas, las explicaciones sin mucho convencimiento y la recomendación de la policía, que ante estos casos era la mejor opción. De tío Adolfo a Enrique de Enrique a Elisa, Andrés estaba de viaje, pero había que localizarlo. Y así, uno tras otro, todos en guardia, arrancados en mitad del sueño por el timbre del teléfono que, a esas horas, sólo podía significar. Pero, ¿cómo era posible?, alguien la pag. 21 CUADERNO ABIERTOO tendrá que haber ayudado, de otra forma no se entiende. Al detenernos en el área de descanso se ha vuelto a despertar quejándose de las rodillas. -Es de tanto fregar los suelos. Total que después pasan con las botas llenas de barro y lo pringan todo otra vez. Y vuelta a hincarme en las baldosas. El Damián se sonríe cuando pasa y me ve. A tita Andrea no le cae muy bien, pero… -Por qué no duermes un rato. Me ha mirado con sus ojos brillantes de niña octogenaria, no entendiendo. Después ha seguido hablando, sin importarle mucho que la escuchase, obligándome a entrar de nuevo y olvidar el cansancio y los kilómetros, porque era mejor estar despiertos y no descuidarse. Seguro que estaban enterados y ya nos seguían. Quizá un grupo de ocho o nueve, comandados por un italiano o un alemán; en el mejor de los casos un salmantino que por lo menos entendería el idioma, quién sabe. Me ha vuelto a hablar de Sebastián, del lugar donde nos esperaba, en la Calle de las Monjas, escondido en el taller o bajo un árbol, fumando intranquilo. -¿Y cómo lo vamos a encontrar? -le he preguntado. -¿A quién? -A Sebastián. -Ah. No sé. Mientras ella se adormecía, desde la carretera llegaba el rumor de los coches. A veces sólo un murmullo sordo que iba aumentando en un silbido prolongado, como un proyectil que se acercase amenazante. -Él se levantó de la mesa: es muy alto, sabes, y fuerte. Fíjate cómo será que apretó la copa de vino hasta que la hizo estallar. Le caían mezclados desde la mano el vino y la sangre sobre el mantel, pero nadie dijo nada, ni Damián, ni el otro más viejo que él, el de la barba como estropajo, como te lo digo, todos callados. Y… bueno sí, entonces le dijo a tito Paco: "No le pego un tiro porque me cuesta cada bala uno veinte." Yo no recuerdo qué le había dicho tito Paco, pero es seguro que los dos habían bebido y que discutieron de política. Cada mañana hace más calor y nos ponen zumo fresquito para el desayuno, en un rato traerán la merienda -pasaba una enfermera o un celador y ella, sin apenas variar el tono de voz, volvía a contarme de la clínica y las peleas por la medicación. Ellos, poco a poco, se habían desentendido y cada vez le hacían visitas más cortas. "Si total, está la mar de bien y seguro que no es beneficioso que vayamos todos en manada a verla, porque se aturde", diría alguno. "Sí", ratificaba Elisa, "el otro día al irnos me pareció como más triste, será que al vernos a todos juntos extraña". Claro. Pero yo tenía que seguir yendo y decirle también que había una bomba de mano, con una pequeña carga de pólvora y una mecha larga, que se llamaba UHP. Y ella entonces caía en que podría haber sido de ahí de donde le viniese el recuerdo, porque la casa estaba siempre atestada, y alguno le habría enseñado, alguna vez una de esas bombas, quizá sin que el tito Paco se enterase; pero en cualquier caso era necesario hablar con Sebastián cuanto antes, para advertirlo, para que no se dejase ver por la casa de la Calle de las Monjas esa noche. Creo que por entonces llegaron las noticias sobre su salud, del irremediable descenso que tendría lugar como pasaba en estos casos: rápidamente, como la incandescencia del fogonazo de un disparo. Y ella, más consciente de que el tiempo se le acababa, transitaba ese otro tiempo innegable, tangencial y perpetuo que la alejaba de las enfermeras, de las visitas familiares ahora más obligadas y tristes, del panteón en vida al que la habíamos relegado. -Envió una carta a su hermana y a su madre, aunque sabía que era peligroso porque ya había caído Granada, pero en realidad no esperaba que lo encontrasen tan pronto. Ninguno creo yo que lo esperaba. Eran tan jóvenes y sonreían tanto, los pobres. Y después se fueron, cada uno por su lado, cuado se escucharon los tiros y llegaron noticias de que estaban en Guadix. Pero ayer, creo que fue ayer, nos dieron pollo para comer y a mí no me gusta porque los huesos se astillan y me hacen sangrar las encías. pag. 22 CUADERNO ABIERTO Después supo (a veces tenía que hacerla regresar yo porque se distraía) que lo tenían preso en la plaza de toros de Granada, pero para entonces la casa de la Calle de las Monjas había hospedado a los nuevos habitantes, con sus uniformes distintos, con sus registros y sus órdenes. Y entonces, una noche, mientras ella cerraba la puerta del patio, apareció su sombra delgada, sus pómulos nutridos de hambre y destierro y todo lo que había visto y no decía y le hacía crecer una ciénaga en la boca del estómago. -Si se hubiese enterado el tito. Yo le dije que no volviese, que no se podía quedar allí y que si lo veían lo iban a matar. Pero sólo me pidió un trozo de pan y un poco de agua y me dijo que se iba al monte. Todos los días, a la misma hora, baja y me silba desde la puerta del patio y yo le dejo el hatillo para que se vaya sin hacer ruido. Tita Andrea ya lo sabe y dice que si se entera el chusquero que duerme en la habitación de arriba nos fusilarán a todos. Así que tenemos que ir. Ayer Remigia tuvo un soplo y se murió: me he quedado sin pareja de mus. Ahora que ya estamos llegando, no importa demasiado lo que pase. Los demás ya estarán viniendo para acá, a toda velocidad, quizá en el coche nuevo de Enrique. Discutirán eufóricos los porqués y las razones, cosas que no podrán entender, pero sobre las que giran tontamente. Quizá el alemán haya tomado el mando definitivamente y nos estén esperando a las puertas del pueblo. Ella está empeñada en que llegaremos a tiempo para avisarle, para que no llegue de noche, como siempre, y a su silbido le responda una ráfaga atronadora desde el patio. El pobre Sebastián, flaco y con ampollas en los pies de andar por el monte con apenas unos hilos de esparto que le tapan los pies, cargado con ese fusil que hace semanas no aloja ni una bala. -Alguien del pueblo lo vería cruzar la calle, digo yo, y la gente como es miedosa... Por eso el chusquero sacó la pistola en la comida y dijo que éramos unos rojos y que nos iba a pegar un tiro a cada uno antes de que nosotros se lo pegásemos a él o le echásemos cianuro en las lentejas. Y tito Paco, que no sabía nada, decía que yo era una niña y que no podía entender de esas cosas, que no le cabía en la cabeza que pensase que él era… Y entonces el sargento ha dicho: "la próxima noche lo voy a estar esperando yo, a ver si tiene cojones para engatusarme como ha hecho con la niña." Esa noche es todas las noches, pueden ser ahora todas las noches, toda noche que aloje un silbido. Hasta la pasada en que salimos de la clínica, sin que nos viesen, y comenzó todo esto que tiene tanto de huida y de pesadilla. En cualquier momento Sebastián va a llegar hasta la puerta del patio de la casa, cansado y huesudo, y va a silbar. Detrás van a estar el chusquero y los otros con las caras grises, esperándolo, conteniendo la respiración para no delatarse, fumando ese tabaco negro de picadura. En ese segundo es necesario vivir ahora, y ya no hacer caso a la aguja de la temperatura, y sólo esperar que sea cierto, que aún estemos a tiempo y no se nos hayan adelantado y un grupo de ocho o nueve, con un italiano, un alemán o un salmantino al mando, nos espere a nosotros también. Que Enrique y Elisa y Adolfo no hayan llegado antes y la estén esperando para devolverla al encierro de la clínica. -Están ahí, están ahí -me ha dicho al girar, entrando ya en la Calle de las Monjas, y sólo he podido hincar el pie en el freno, saliéndome bruscamente de nuevo, tomando conciencia por un segundo, cuando la he mirado, de lo que iba a suceder; viendo como todos estaban allí, aguardando. Entonces el vapor que ha empezado a salir del radiador nos ha envuelto por un instante en la bruma necesaria a todo final trágico, en la cortina translúcida que permitía confundirlos y, de alguna manera, seguir dentro, como si fuese tristemente cierto que Sebastián había llegado antes, que había silbado como siempre esperando su respuesta y la noche se había inundado de plomo, abriendo en dos de nuevo la herida. Y que por eso ahora ellos avanzaban hacia nosotros, tremendos e irremediables, seguros de sí, casi marciales, con la determinación letal de un pelotón de fusilamiento. pag. 23 CUADERNO ABIERTOO Ciudad. Teatro Paco Granados Todas las ciudades están en construcción. Grúas y ruido, remodelaciones, martillos contra pieles endurecidas por los siglos. Las campanas apenas se entienden, ya sólo musitan cantos para las viejas que van al mercado con sus carritos de plástico. Caminan lentas y con cicatrices en los ojos, con esperanzas en sus rosarios, con rezos de madera y estampas. La muchedumbre atraviesa el estercolero de máquinas y ladrillos, dejando rastros de sandalias en los escombros, tintándose el vestido, lastrando el vuelo de la seda. Entre casas torcidas, dos encapuchados dicen la verdad a gritos- en la garganta los pliegues del silencio, las contorsiones del vacío-. Un beso en la esquina sabe a agua, -"bébeme la carne esta noche; así no sé latir"-. La habitación de hotel entumecida por las uñas de unos brazos. Un orgasmo que rasga su primera arruga en la cara adolescente. Yeso, rubor. Una penetración que no se entiende. Entro y enciendo la luz; tablas de madera gimen al pisarlas. Encuentro objetos, lazos de pieles secas, una maraña de latas meticulosamente expuestas, piedras, cal, arena, la brisa recogiendo levemente lo sencillo. Una mecedora frente a la ventana, notas en blanco con rasguños de tinta. Mis ojos desteñidos por el constante renacer. El velo rojo que manifiesta mi teatro. La frase amarilla Quirón Herrador Me gustaría que ustedes lo entendieran todo con sólo una frase, que bastase con entreabrir un poco esta puerta y eso les diese rabia o lástima; que sin necesidad de continuar supieran ya que hay un otro lado donde lo que quiero contar está desde hace tiempo dicho, palabra por palabra. Entonces si yo dijera la frase ustedes se acordarían inmediatamente de las otras tres, de los otros tantos colores que servirían, como el amarillo, para contar esta historia desde cualquier otro ángulo. Pero no, ustedes no se acordarán. Quizá ni están del lado de lo que aquí va empezando, pag. 24 a mi manera, como versión de aquello, ni están de ningún otro lado que pudiera negar lo que recuerdo fue un desastre, una farsa, un período largo de años dedicados a desperdiciar cualquier posibilidad de aprender equivocándonos; jugando, si nos hubiesen dejado jugar, a romper las reglas del juego en lugar de tragarlas sin derecho al vómito. Tampoco es que tengan ustedes la culpa de no saber, de no recordar aquello, si es que alguno de los que ahora leen esto estuvo allí de cualquiera de los otros lados. Pero no es caso. Me da pena más que nada por lo incompleto CUADERNO ABIERTO que va a quedar esto si sólo lo cuento yo. Éramos treinta y tantos y ya sólo me cruzo a uno o dos por la calle, muy de vez en cuando; eso cuando hay suerte o, en el peor de los casos, cuando uno no se lo espera, cuestión de amigos comunes por intersecciones o pliegues del tiempo, y entonces vámonos al de la esquina o al de más arriba, tomarnos un café que al final uno no se da cuenta y son cervezas, muchas. A uno de ustedes me lo encontré no hace mucho; por un amigo común, como ya dije antes. Uno no lo sospecha y, claro, en el fondo algunos están ahí, como escondidos, o porque las horas son distintas aunque aún vivamos en el mismo barrio. Yo hace tiempo que quiero escribir esto y le pregunté por los otros colores, las otras frases. Nada. Le dije que yo recuerdo la amarilla: "Mi pollito usa zapatos y lazo". -Pues yo no me acuerdo de nada de eso. Lo que yo quería era escribir esto. Pero explicárselo a alguien que uno no ve desde hace tanto tiempo, pretender no quedar como un loco que se hace el interesante, como un idiota que no se da cuenta de que jugar a estas cosas ya no es para la edad que uno tiene; eso hubiera sido un movimiento torpe, un tropiezo que me habría alejado de esto y echado a rodar por la pista del ridículo todo a un mismo tiempo. Así que continué llevándole la conversación por esos alrededores, preguntándole que si no se acordaba de la señorita Concha. Sí, se acordaba. Teníamos seis años y esa manera de gritar no se olvida, queda grabada en los tímpanos más que en el recuerdo. Sí, eso sí; pero nada más. Demasiado tiempo. Demasiadas otras cosas en la vida como para no olvidarse del resto, de lo que no importa. Y quizá no importe. Lo que digo: uno acaba dudando. Y ante eso la memoria no sirve. De niño uno cree que cuando sea mayor tendrá más años, más altura, más fuerza; que será libre todas las horas del día y que la noche no será únicamente un pozo para el sueño. De niño uno cree que irá sumando, que por encima de su piel poblará un chico joven y que después los dos se quedarán callados bajo la corteza del hombre, aún vivos por si alguna vez baja a preguntarles. De niño uno cree pero después todo es descreer; y cada vez a uno le quedan menos años, menos altura, menos fuerza, se van marchitando las capas de piel y la carne va cayéndose hasta que sólo queda un corazón viejo, una semilla dudosa para la que la muerte va preparando ya un profundo hueco bajo tierra, un profundo silencio contra el que sólo sirve la memoria, no la duda, la memoria, contarle esa batalla a algún niño que es todavía un hombre entero, un dios entero, confiar en que aún no lo hayan educado y diga que no con la imaginación intacta, con el poder de todo lo que sabe, la convicción natural y antigua de que ninguna muerte lo matará para siempre. Lo que digo: uno acaba dudando. Lo que pasa es que hace poco volví a escucharla gritando, y me acordé del día en que me llegaron las noticias de su marcha; cómo la esquela en que encontré su nombre venía sin color, algo tan absurdo. Creo que por aquellos años sólo tres o cuatro supimos enterarnos de su muerte. Yo porque ella vivía frente a mi casa y como ya sabía leí aquel papel que me pareció tan raro; recuerdo que Madre me explicó que así escribían los adultos para anunciar esas cosas. Después vi el papel también en la puerta de la escuela. Ustedes no se acordarán, pero cuando algo así como un mes y medio antes ocurrió en clase lo de que nadie sabía leer salvo tres o cuatro, la señorita Concha llamó a todas las madres para pedir explicaciones, aunque al final creo que fue ella la que tuvo que darlas. Cuando Madre vivía me contó muchas veces que a ella y a las otras tres o cuatro las miraban mal aquel día, que eso les parecía muy raro, sólo tres o cuatro niños. Madre me contaba, siempre riendo cuando explicaba esto, que para cabrearlas les dijo: "Porque la señorita Concha es mi vecina, y con el mío está más pendiente de que aprenda", y que, naturalmente, eso las enfurecía aún más. ¿No recuerdan ustedes a la señorita Concha? La que les enseñó a leer. Bueno, la que creyó que les enseñaba; después quiso salir de la vergüenza, pero se le acabó el tiempo. Supongo que otros muchos maestros, como ella, intentaron enseñarnos cómo ellos habían aprendido a pag. 25 CUADERNO ABIERTOO no parecer ignorantes; y supongo que todos nosotros aprendimos, sobre todo, a ignorarlos, a buscar cada uno una manera de parecernos a lo que querían sin caer del todo en esa trampa. A ustedes no sé, pero a mí a leer me enseñaron Madre, Padre, que sabían leer muy mal y muy poco. A escribir también me enseñaron ellos, no me explico aún cómo: "El lápiz se sujeta así", me decían; y dos o tres trucos más. Más de lo que sabían. A ustedes no sé, y por eso ahora me pregunto si es como lo recuerdo, si fue así o si realmente sí nos enseñó y yo lo he querido olvidar sin darme cuenta. Quiero decir que si ustedes supieran de aquellos otros lados entonces yo tendría el gusto, estaría tan contento de poder y querer escucharlos. ¿Qué me dicen? Ustedes tendrán ya esta edad cobarde para pensar también otra versión de los hechos o para falsearlos en mi contra. Además, estoy ansioso de que me echen en cara que miento; nada me gustaría tanto como que me buscasen después de leer esto para decirme que no, que no fue así o que fue de otras muchas maneras. Pero para eso tendrían que encontrarme, venir, contármelo; ustedes harían este viaje en mi lugar y yo les daría un cigarrillo, abriría las orejas, pondría los ojos en otra parte. Que yo recuerde, la señorita Concha tenía ronca la voz y gruesas las carnes; era ya vieja o se preparaba para serlo, y vestía batas anchas con estampados que combinaban el marrón, el gris, el turquesa y otros colores de esa familia apagada a que se van acostumbrando los años. Su pelo era corto y rizado, parecido más bien a un herbazal tiempo después de las llamas. A mí me gustaban muchísimo sus gritos, aunque sólo fuera porque iban dirigidos a nosotros. Lo que más me ha molestado siempre han sido esos profesores en voz baja, esos aspirantes a demiurgo que se apalancaban en su trono y justificaban su autoridad con un discurso. Esquizofrénicos; conferenciantes frustrados. Ella no; ella nos hablaba con gritos profundos de tambor púrpura, con carambas y calamidades que se cernían sobre nuestras cabezas como tormentas en boca de Yahvé. Ella era una montaña de cumbres en seminieve, preparada en todo instante para ofrecernos los aludes y el derrumbarse de los cielos. Para el Apocalipsis bastaba con un susurro. Con que hubiese un siseo entre dos al fondo de la clase, alguna risita desafortunada, ya escuchábamos a la maestra vociferar el nombre del blasfemo seccionado en golpes graves de largo alcance, como si las sílabas le marcaran el compás a una batería de cañonazos. No sé si el bombardearnos así los nombres antes del castigo era alguno de sus recursos pedagógicos. Quizá fuera sólo una coincidencia que nos enseñara a leer del mismo modo, haciéndonos dar una palmada por cada sílaba. Ambas cosas eran casi lo mismo: los gritos con que nos señalaba para el castigo, los gritos con que daba la lección; los diferenciábamos únicamente por el repentino cambio en el color de sus ojos. Leíamos todos juntos, incluida ella. Pero la señorita Concha gritaba tan fuerte que muchas veces a la clase entera le bastaba con mover los labios, o como mucho decir cualquier otra frase que se alargara hasta donde ella terminaba de relinchar. Por alguna razón que prefiero continuar ignorando, la maestra no quería que le viésemos la cara a las paredes del aula, y las sepultaba bajo cientos de dibujos de árboles que tenían ojos y sonrisas. Luego, cuando los niños le rayaban a algún árbol del patio unos ojos y una boca sobre la corteza, los castigaba sin recreo al día siguiente. Por eso nunca me fié mucho de lo que colgaba en las paredes; más aún cuando ya sabíamos, por algunas tonterías, que su castigo más habitual era ponernos de pie contra la pared. Lo más educativo de sus clases era olvidarse y mirar por la ventana; ahí estaba el mundo. Esos árboles sí que estaban vivos. Repiqueteaban en el cristal con sus uñas clorofílicas y eso quería decir que miráramos, que algún gorrión estaría seguramente a punto de posarse descalzo sobre la cornisa y que aquello existiría sólo durante ese instante. Que mirára- pag. 26 CUADERNO ABIERTO mos. Que aunque no viniese ningún pájaro había miles de cosas tras los cristales que existirían tan sólo por un instante. Que si no venía volando estaría en aquellas dos lagartijas vadeando los ángulos más imposibles del alféizar. Dentro del aula la maestra sólo nos proponía oraciones estrambóticas que teníamos que repetir por sílabas, como si el lenguaje y el mundo estuviesen hechos de retales que había que ir hilvanando; mientras, allí afuera, las nubes eran oraciones de algodón que se iban imaginando a sí mismas, pasajeras y efímeras, sobre una pizarra azul e infinita. Dentro del recinto de sus verdades recortadas en cartón, a la señorita Concha le bastaba con que repitiésemos, sin cuestionarla, aquella hipótesis oracional suya en que "El conejo tomaba café en su madriguera". Y sin embargo al teatro enorme que se extendía más allá de la ventana todo le era lo mismo y no había palmadas con que poder dividirlo: la nube o el ideograma que antes se mostraba como una cafetera tumbada era ahora un conejo que, en un momento que pudiera parecer ayer y también mañana, se disolvía de nuevo en su naturaleza sin complicaciones, quizá zambulléndose en las madrigueras de la nada. Pero aquel día del que creo que hablas había que estar atento a lo que sucedía en clase. Recuerdo ver de pie a José Ignacio, a Enrique y a Ricardo; y Rebeca dudaba tanto que no sabía a qué trampa acogerse. La cosa parecía seria; por primera vez los colores no servían para nada; y aquello tenía pinta de no querer acabarse hasta que alguno de nosotros diera con las palabras, con la frase, por absurda que fuera. Rebeca intentó un "Mi pollito usa zapatos y lazo". Había tres amarillas, una verde, una azul y dos rojas, así que la que más se le acercaba era ésa. -¡A la derecha de la pizarra tú también! y al tiempo que tronaba, la maestra desenroscaba su brazo como un látigo cuyo vértice salía invisiblemente disparado desde su dedo índice. Pizarra. Es sólo una forma de simplificarlo. En realidad, lo que es la pizarra, quedaba detrás; oculta, arropada de arriba a abajo por una enorme lona de color hierba viva en donde podían pegarse las diferentes cartulinas que contenían las oraciones ya escritas, troceadas por palabras. pag. 27 CUADERNO ABIERTOO Álvaro había sido el primero y no había tenido problemas. Aunque, claro está, a él lo habían sacado a la pizarra diez minutos antes, cuando aún no había descarrilado el sentido común y el desastre era sólo una posibilidad impensable y tan remota como un repentino ataque de locura. Cuando Álvaro había dicho (fue casi un reflejo involuntario) "Mi pollito usa zapatos y lazo" aquel tren de garabatos amplios era todavía en sus seis tramos completamente amarillo, con la locomotora mayúscula al comienzo y los otros cinco vagones arrastrándose tras ella en correcto orden gramatical. La frase amarilla; es lo único que recuerdo. He de confesar que el resto me lo invento. ¿Recordar si aprendimos? Por favor, no te compliques. Si conservas alguno de aquellos viejos libros que teníamos quizá te ayuden a recordar. Pero aunque les quites el polvo el tiempo se quedará ahí, amarillento, acostado sobre las tapas de cartón como un vagabundo con pleno derecho. Lo que sí me dijeron es que a uno de mis hermanos lo enseñó a boxear. Cosa importante. Él tenía cuatro años y ella era una vieja gorda que gritaba muy fuerte. No me lo contaron cuando sucedió, sino mucho después, que es cuando se cuentan las cosas si es que tienen algún sentido. También porque cuando él tenía cuatro años a mí aún no me habían pensado, ni siquiera furtivamente en uno de esos descuidos de noche y carne caliente bajo el sudor protocolar de las sábanas. Me lo contaron mucho después, quizá cuando él ya era otra cosa y yo aún no sabía quién era yo, ni para qué tanta miseria de poner aquella cara como que estaba escuchando lo que quien fuera me decía. Después me lo repitieron muchas veces, o lo escuché repetir muchas veces cada vez que se lo contaban por primera vez a alguien: "Al mayor me lo enseñó a levantar los puños cuando entró con ella a los cuatro años". Claro, conviene que entiendas que le enseñó a pelear porque por ahí había que comenzar en su caso. A estas alturas cualquiera se escandalizaría por menos. Yo no sé si le enseñó a pegar; pero imagino ahora, con esa verdad postiza que dan a toda historia la suposición y el tiempo, que al menos le enseñó a protegerse alzando los brazos, diciéndole que los puños apretados y arriba, a la altura buena del pecho o de la cara. Ahí, supongo, se despertó un poco y en cuanto supo pelear hizo unos cuantos amigos y con aquello dejaron de pegarle; o eso, o él aprendió a correr, a apartarse y buscar otros rincones. Por supuesto que había motivos. Ponte en el pellejo de los otros niños: si le das coba a ése que no habla, si juegas con él, que siempre anda solo, imaginándose cualquier escena como argumento o universo cuyo centro es ese muñequito que lleva entre las manos y zarandea de vez en cuando, como si existiese sólo cuando él quiere que así sea; como si el muñequito que cabe en su mano fuese un hombre, todos los hombres, como si fuese El Hombre y él fuese Dios sin saberlo... Ponte ahí: si juegas con él y Él no habla, si andas con él y Él va siempre solo, si le pides un momento con el gesto de tu mano bocarriba el juguete que le hace Dios y Él no quiere ni dejarte que lo toques... entonces todo querrá romper en tus entrañas; le quitarás el juguete no para jugar sino para que no sea suyo, lo estrellarás contra el suelo para que reviente y no tenga dueño, y después irás a por Él aunque te paren a media guerra y te castiguen sin recreo una semana, cinco días seguidos a la misma hora solo, callado, sin moverte ni hacer nada, acompañado solamente por algún carcelero que se pone las gafas para leer el periódico, y al fondo el ruido que viene a ser la algarabía de todos los demás niños jugando en el patio. Eso es como toda una eternidad en el infierno. Y claro, le pegaban. En algún momento empezó a llevarse al colegio sólo juguetes que fuera difícil romper. Y en algún otro momento, más adelante, dejó de llevarse juguetes y pasó a jugar de otra manera, supongo que con los demás niños; por obligación o porque descubrió que le gustaba más ser él un juguete del viento, dejar libres las manos para lo que surgiera en esos vuelos. pag. 28 CUADERNO ABIERTO Alfonso Rodriguez Sapiña El caballo rojo y los otros De pequeño vi un caballo rojo. Incluso lo toqué. Quemaba al tacto. Le dije: "corre". Y galopó. Se paró a la distancia justa para que yo lo alcanzase y, fatigado, volviese a acariciarlo. Pero no lo alcancé. Me quedé quieto contemplando cómo una manzana partida le golpeaba y provocaba una sombra majestuosa que podía tocar con sólo agachar mis manos. Cuando era mono pinté un caballo rojo. Lo pinté sobre un prado con una hierba que me crecía hasta las rodillas: cada brizna de hierba era una pierna mía. El mundo era una esfera mucho más pequeña. Podríamos galoparla juntos antes de que me cansase. Había un río que hacía el movimiento inverso de la hierba. El lienzo quema todavía. La manzana seguía partida Cuando me brotó la locura volví a ver aquel caballo rojo. Esta vez no estabas tú. Pero te intuía en cada cosa que escribía. Ese deseo de ti y de quemarnos los dedos acariciando a nuestro caballo, dándole las alas necesarias para recogerte de la luna o recogerme a mí, ya no lo recuerdo. Este trozo de mi vida todavía es muy confuso. La memoria quedó totalmente olvidada en algún lugar poco habitable de mi corazón. Pero siempre recordaré que una naranja partida regando tus pasos. Siempre me recordaré, fatigado, escribiendo algo que tú nunca leíste, pero pudiste imaginar. Ahora, todo me parece un poco más claro, tal vez todo fue pura invención y niño, mono y loco estaban equivocados. De todas formas no importa nada, lo que queda de la naranja es ya un limón podrido y ni tenerte a un palmo me hará reconocer el caballo, nuestra mentira, la hierba, el río, la luna, que todo fue mentira. Persecución Se acerca a mí. Siento como traga aire y le dan arcadas intentando echar eso verde que se emponzoña en la garganta. Es otoño. El viento se lleva las hojas a morir y puedo escuchar las pisadas, el crujir de la naturaleza muerta en un cuadro real, muy real, tan real como su sombra. Acelera el paso. Tanteo el bolsillo. No llevo nada. Faltan cien pasos para llegar al portal. No puedo girarme. Su sombra se alarga. La luz le pega fuerte. El viento golpea los carteles. Bolsas de la compra vuelan. Una pasa rozando mi cara. Se levanta polvo. Lo trago. Estornudo. Una bolsa se queda sujeta a mi zapatilla. No la puedo soltar. Hago mucho ruido. No la puedo soltar. Siento hormigas en la nariz. Los labios se separan. Los ojos se salen de sus órbitas. Intento deshacerme otra vez de la bolsa. El pelo se me mete en la boca. Jadeo. Atrás, él también jadea. Puede que ahora sí queden cien pasos para llegar a casa... o no. Se apagan las luces. Todas las luces del camino. Ya no hago caso a la bolsa. Ya no importa lo que queda. Corro. Tropiezo. Ël también cae. Me levanto... no sé cuanto tiempo estuve corriendo. Volvió la luz y llegué al portal. Entré y me quedé mirando a través del cristal. No vi ni oí nada. pag. 29 CUADERNO ABIERTOO Cuando Porque es ahora: cuando chirrían las poleas, cuando los tornillos, las tuercas y los huesos chocan contra las piedras de agua oscura. cuando las cerraduras oxidadas revientan y crepitan con la herrumbre de un cartílago las membranas y los engranajes. Ahora: cuando los circuitos sincrónicos ruedan alrededor de una vena o de un termostato a presión del llanto, y se desesperan interminablemente inoculando aceite en los pulmones y los corazones de hombres y de máquinas. Porque es ahora: cuando las lámparas fosforescentes brillan como ojos, cuando los relojes múltiples nos marcan tiempos, ciclos y edades, cuando hay alrededor órganos vivos, cuando hay manos con uñas, cuando existen huesecitos pequeños y cutículas. Ahora: cuando son las estructuras cordilleras de gritos que se asfixian, y ríos de palabras y palabras que siguen clamando desde pozos, desde cubas cilíndricas, hacia la piel humana se aproximan rugientes. Cuando la mosca sube por el vidrio, la noche va ascendiendo por la espalda del día y la pasión aumenta, los fríos ligamentos conocen una sombra, una oruga o serpiente… cuando tiembla la estrella en el abismo. Después: cuando ya el fósforo va impregnando la aguja que señala el instante de níquel, la hora de la muerte. Cuando un vientre se abra para parir un cuerpo, cuando largas espinas lleguen a la conciencia y los presentimientos como hilos alámbricos se vayan retorciendo en su impulso mecánico, cuando el espejo mire al hombre, cuando todo sea más largo y más oscuro ahora, cuando nada ya exista más que silencio. Paco Alonso pag. 30 CUADERNO ABIERTO Como es lo que es No sé como puede continuar la sombra en el filo de un cuchillo, en la urdimbre de la piel humana, en la sangre. No sé como puede persistir una lágrima en el hueco de un ojo, en la pared de yeso sin amor, en las costuras de un sollozo o un grito y en la desolación de una puerta. No sé como puede caber un cuerpo en la precipitación de la amargura, en la palidez casi inmutable de lo que se espera sin ninguna esperanza. No sé como puede continuar una lágrima y habitar los resquicios y los poros solamente un segundo, para transcribir la letra oscura en la mano de un muerto, en el agua que cae contra la noche, en la luna y su silencio, en el beso de las células, en el tiempo dormido en los relojes y en la respiración de las cosas extrañas. Paco Alonso pag. 31 CUADERNO ABIERTOO Hablo de mí He permanecido en el filo exacto de las cosas extrañas, y desde allí he visto las consecuencias, los límites, el trayecto que va de un hueco hasta una sombra. Y en la sombra encontrada tuve un rígido tiempo, un tiempo sin contornos, sin vientre y sin redoma, como si fuera un viento, sólo un viento que viene de todas las honduras del mar y de la tierra. He permanecido con mi pecho en la concavidad de las páginas húmedas, en la ternura de la araña sobre un fragmento de vidrio, en el sucio espejo donde se miran los asesinos, en el nunca y en el jamás y en el no de los locos, en la desesperación de los que nunca fueron amados. He permanecido con piel o impaciencia en los días que abarcan signos y ambigüedades, en la duda, el desgarro, la inquietud y la herida, en lo que existe, en el sueño y el recuerdo que aún vive o la nostalgia. He permanecido en los días de lluvia o cansancio, en la amistad, en el hombre y la tierra que vive y grita y da frutos y espera. Paco Alonso pag. 32 pag. 33 SOTANO Encuentro con Ángel González por Menelo Curti Ángel González tiene cara de náufrago tranquilo. Uno charla con él y el tiempo cobra otro tamaño. Su mirada acuosa, su respiración; los gestos largos, llegando para abrazarse a las palabras desde una realidad tan cercana como indescifrable, hacen que uno lo contemple como a esos fuegos que se interponen entre la noche y la noche. La infancia ahí, con dicha y bombardeos, temblándole en la voz que pasea por la esperanza, las trincheras, avivando su expresión de niño octogenario. El humo interminable entre los dedos de ese hombre que si fuese Dios haría todo lo posible por ser Ángel González, el humo en los silencios de ese náufrago que se manchó los sueños en la guerra. Nos encontramos en un lugar que podría ser la plaza de un pueblo, una avenida, o cualquier café; no recuerdo nada aparte de esa cara por la que viajaron nubes y bastante risa. Las paredes (como él quiso) no fueron ni blancas ni oscuras, simplemente estuvieron allí para sostener el improbable techo, los hipotéticos retratos que nos vieron conversar con un desconocido, antiguo compañero. pag. 34 SOTANO Ent revista Cuadernos del Tábano: Estaba hace un momento leyendo que has preparado personalmente todas tus antologías… Ángel González: No, no siempre…Bueno, ésta concretamente la preparé yo. Pero no todas. C. del T: Abordas mucho el tema de la infancia. ¿Cómo crees que se puede llegar a ese territorio? A.G: Está en la memoria, sale de ella, a veces sin querer… una memoria molesta. Otras veces son evocaciones más deliberadas. Fue la mía una infancia bombardeada. Vivía en Oviedo, que estuvo cercada durante año y medio. Hay muchos españoles de mi edad y muchos poetas, quizás la mayoría, que vivieron la guerra en zonas donde no había combates, podía haber algún bombardeo, pero creo que soy de los pocos que vivió con las trincheras delante del portal de su casa, y por lo tanto mi infancia está llena de esas emociones contradictorias. Primero la alegría propia de la infancia, que no acaba de desaparecer ni siquiera en esas circunstancias penosas, y luego el aspecto dramático… Claro, el lugar de los villanos es también el de los seres más abnegados y generosos, de manera que todo eso produce una especie de cóctel confuso. C. del T: De ahí surge tal vez el tono triste de tus primeros poemas. A.G: De ahí viene. Me di cuenta cuando publiqué mi primer libro, que fue escrito en soledad, en los años que estuve enfermo, y con poco contacto con la poesía que se estaba ya escribiendo. C. del T: ¿Qué leías en aquel tiempo? A.G: Los libros que tenía, que eran pocos. Creo que una buena biblioteca es la que tiene pocos libros, porque entonces los conoces muy bien. Tenía la segunda antología de Juan Ramón Jimenez, alguno de Lorca, de Alberti, los "veinte poemas de amor" de Neruda, y poco más. Y aunque los que he citado luego estuvieron en la poesía crítica y social, lo que se permitía en la España de aquellos años era la parte más lírica, más pura de todos ellos. Yo he escrito en esa línea, que era lo que conocía. Cuando decidí publicar, muchos años después, empecé a hacer una poesía mucho más testimonial, más enraizada en mi realidad. Y al ver el libro me di cuenta de que había una desolación por debajo de esos poemas que no conocía, y comprendí que no se debía a un fracaso personal, sino colectivo. Las ilusiones, las esperanzas, los proyectos que se habían formado en España durante la República… Mi familia era muy republicana, muy politizada; a uno de mis hermanos lo fusilaron, lo mataron; otro tuvo que exiliarse en Chile, en un barrio que organizó Neruda para los refugiados españoles. Todo eso, y el fracaso de un ideal de vida que de niño me habían inculcado, un mundo perfectible, donde la bondad tenía premio, todo eso se vino al suelo durante la Guerra Civil y dejó en mí una desolación de la que no era totalmente consciente. La poesía me ayudó a entenderme, esos poemas desolados me hicieron pensar. Es cuando, ya conscientemente, comienzo a hacer mi segundo libro, eso que se ha llamado poesía del realismo crítico, heredera de la anterior, llamada poesía social. C. del T: El hecho de no aludir directamente al tema, evitando nombres propios, para lograr una contundencia mayor, a través de una literatura coloquial, cotidiana, ¿te llevó a eso la censura, o se trata de una intención creativa? A.G: No, la censura te obligaba a escribir así, afinando mucho la pluma. Hay quien dice que le hizo un gran favor a la poesía al obligar a los poetas a recurrir a procedimientos sofisticados… No creo que la censura ayude a nada, pero la verdad es que nos forzó a decir las cosas indirectamente, pag. 35 SOTANO al uso, por ejemplo, de la ironía. C. del T: ¿De ahí tal vez la diferencia entre las obras de quienes permanecieron aquí y los que marcharon al exilio? A.G: Probablemente, claro. No tenían esa presión al escribir. C. del T: ¿Qué te parecen las formas en que abordan aquel tema los escritores de hoy en día? A.G: Eso aparece sobre todo en las novelas actuales; hay una especie de retorno hacia aquel período histórico que durante mucho tiempo tuvo un tratamiento equivocado. En ese sentido estoy bastante aliviado, porque con la transición se había hecho una especie de borrón y cuenta nueva. C. del T: Hay en tu ironía algo de impugnación, que al mismo tiempo se relativiza, volviéndose una impugnación contra la historia. A.G: Sí, hay. La ironía me sirve para expresar la ambigüedad. La realidad no es de este color o del otro, sino las dos cosas. C. del T: En ese sentido te alejas de lo posmoderno, ya que la literatura posmodernista recurre más al cinismo. A.G: Yo en el cinismo no quiero caer… No lo sé, pero creo que no. Si alguna vez lo hago será por casualidad. C. del T: ¿Qué opinión te merece la división en "generaciones"; es decir Ángel González: generación del 50? A.G: Creo que se puede hablar de "generaciones". Sé que es una abstracción, un procedimiento puramente didáctico, pero pienso que los que vivimos una determinada época afrontamos los mismos problemas, y éstos nos configuran de una manera aproximada. Aunque no todos reaccionamos igual, en mi generación hubo muchos que cantaron al franquismo y las guardias imperiales de España, pero a un grupo extenso nos produjo reacciones semejantes, y por eso creo que se puede hablar de "generaciones" o, mejor aún, de grupos. Los poetas del grupo del 50, como lo bautizó Juan García Hortelano, partimos de actitudes muy parecidas; luego cada uno va por su camino. Donde se nota que la "generación" o el "grupo" tiene validez es en la primeras manifestaciones. C. del T: Además de las circunstancias históricas que rodean a esos grupos, habrá similitud en las influencias. A.G: También, claro. Hemos leído, nos han impresionado los mismos poetas. Para el "grupo" fue muy importante la generación del 27, que se nos permitió conocer tardíamente, aunque entramos en ella relativamente pronto, y nos deslumbró. C. del T: Igualmente hay una ruptura entre tu generación y la del 27. A.G: Sí, claro que la hay. Pero nos contagió el gusto por la obra bien hecha, trabajada. C. del T: ¿Cómo ves el panorama actual de la poesía? A.G: Muy rico, con gente que hace una gran poesía, muy diverso. Yo desde luego estoy más cerca del grupo que representa Luis García Montero, que trabajan el lenguaje de la cotidianeidad. C. del T: ¿El tono narrativo de muchos de tus poemas se debe a esa cercanía con lo cotidiano? A.G: Es algo que sale espontaneamente, tal vez cuando lo que quiero decir necesita de la narración. C. del T: ¿Nunca incursionaste en la narrativa? A.G: Alguna vez hice algún intento, pero fue rápidamente sofocado. C. del T: ¿Estás preparando algún libro? A.G: Yo nunca preparo libros. Escribo poemas, y como generalmente lo hago en un determinado período de tiempo, están dictados por las mismas obsesiones, y eso les da cierta unidad. C. del T: Entonces, la idea de trabajar un obra temática nunca te pudo. A.G: No. Aunque, si tengo ocho o nueve poemas que dibujan claramente un tema, a lo mejor me salen otros como complemento de los anteriores. C. del T: Bueno, ya te vamos a dejar tranquilo. Muchas gracias. A.G: Gracias a ustedes por las revistas… A ver que pasa a la noche. Vendrá gente, más que nada para verlo a Joaquín. pag. 36 SOTANO Ayer Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió: se puso casi lunes, la tristeza invadió los corazones y hubo un claro movimiento de pánico hacia los tranvías que llevan los bañistas hasta el río. A eso de las siete cruzó el cielo una lenta avioneta, y ni los niños la miraron. Se desató el frío, alguien salió a la calle con sombrero, ayer, y todo el día fue igual, ya veis, qué divertido, ayer y siempre ayer y así hasta ahora, continuamente andando por las calles gente desconocida, o bien dentro de casa merendando pan y café con leche, ¡qué alegría! La noche vino pronto y se encendieron amarillos y cálidos faroles, y nadie pudo impedir que al final amaneciese el día de hoy, tan parecido pero ¡tan diferente en luces y en aroma! Por eso mismo, porque es como os digo, dejadme que os hable de ayer, una vez más de ayer: el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra. pag. 37 SOTANO Así parece Acusado por los críticos literarios de realista, mis parientes en cambio me atribuyen el defecto contrario; afirman que no tengo sentido alguno de la realidad. Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo: analistas de textos, parientes de provincias, he defraudado a todos, por lo visto; ¡qué le vamos a hacer! Citaré algunos casos: Ciertas tías devotas no pueden contenerse, y lloran al mirarme. Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche, como cuando era niño, y sonríen contritas, y me dicen: qué alto, si te viese tu padre…, y se quedan suspensas, sin saber qué añadir. Sin embargo, no ignoro que sus ambiguos gestos disimulan una sincera compasión irremediable que brilla humedamente en sus miradas y en sus piadosos dientes postizos de conejo. Y no sólo son ellas. En las noches mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas y repetir con tono admonitorio: ¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida! Por su parte, mi madre ya difunta, con voz delgada y triste, augura un lamentable final de mi existencia: manicomios, asilos, calvicie, blenorragia. Yo no sé qué decirles, y ellas vuelven a su silencio. Lo mismo, igual que entonces. Como cuando era niño. Parece que no ha pasado la muerte por nosotros. pag. 38 SOTANO S. M. nos contempla desde un daguerrotipo Con la mirada ávida de un perro de lanas que espera, suplicante y alegre, atrapar en el aire la galleta que ha de arrojarle la mano -entonces aún remisade su Dueño, el Poeta nos contempla, ilusionado, desde las páginas amarillentas de la Eternidad -su estación favorita. Por eso se ha peinado de ese modo, por eso la corbata y la sonrisa; para quedarse allí, por muchos años (y que ustedes lo vean). Ahora no tiene prisa ya; aunque nonato, al fin se sabe póstumo. Seguro de la gracia irresistible de su breve aullido, -impreso para simpre en la memoria de las bibliotecas-, con ojos zalameros y saltones nos sigue reclamando más azúcar. Su expresión lo delata: está moviendo el rabo. Canción de invierno y de verano Cuando es invierno en el mar del Norte es verano en Valparaíso. Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el puerto de Bremen con jirones de niebla y de hielo en sus cabos, mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico Sur bellas bañistas. Eso sucede en el mismo tiempo, pero jamás en el mismo día. Porque cuando es de día en el mar del Norte -brumas y sombras absorbiendo restos de sucia luzes de noche en Valparaíso -rutilantes estrellas lanzando agudos dardos a las olas dormidas. Cómo dudar que nos quisimos, que me seguía tu pensamiento y mi voz te buscaba -detrás, muy cerca, iba mi boca. Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto: primaveras, veranos, soles, lunas. Pero jamás en el mismo día. pag. 39 SOTANO Bibliografía Ángel González Áspero mundo (Madrid, Adonais, 1956). Sin esperanza con convencimiento (Barcelona, Colliure, 1961). Grado elemental (París, Ruedo Ibérico, 1962). Palabra sobre palabra (Madrid, Colección Poesía para todos, 1965). Tratado de urbanismo (Barcelona, El Bardo, 1967). Breves acotaciones para una biografía (Las Palmas, Inventarios Provisionales, 1971). Procedimientos narrativos (Santander, La Isla de los Ratones, 1972). Breve muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (Madrid, Turner, 1976). Prosemas o menos (Santander, Ed. de Pablo Beltrán de Heredia, 1984). Deixis en fantasma (Madrid, Los Cuadernos de la Librería Hiperión, 1992). 101 + 19= 120 Poemas (Madrid, Visor-Libros, 2000). Otoños y otras luces (Barcelona, Tusquets-Editores, 2001). PUNTOS DE VENTA c/Pozo, 94 (barrio de San Antón). Alicante Universidad de San Vicente c/García Morato,22 (ruta de la Madera). Alicante. Tetería del Tábano Librería Compas Tetería del Zoco Kiosco Menchu c/Calderón de la Barca,18. Alicante c/Ingeniero Canales,5. Alicante. Librería del Plá Consell de la joventut d’Alacant c/Labradores,14 pag. 40 ¿Colaborar con Cuadernos del Táb ano? Consulte antes con su médico o farmacéutico. pag. <#> Literatura de altos vuelos, opiniones desde el balcón Estaba claro, no podíamos tener el patíbulo en esas condiciones. "Puedo estar dramatizando la cuestión, pero hoy escuché hablar de formalizar protestas". Uno de los verdugos no soportó dilaciones y (véase una cabriola funeraria ejecutada con la precisión que da la experiencia) se dispuso a finiquitar el trámite. "Esperá, el título, a modo de despedida". Donde el corazón te lleve. Asomaban algunas sonrisas cuando salió el "dejá, yo me bajo en esta". Algo se hizo mal, vuelo insuficiente, preparación escasa, no lo sé; minutos después tres salvadores subían las escaleras con Susana en brazos. Miré al verdugo, que es lo que pasa, esto así no es, etc. Cuando el equipo socorrista emprendió la marcha, encontré la respuesta en un periódico que alguien, con mal gusto, dejó en esa zona de guerra. Corregidores Excopistas 24 hs. Una puerta grande, indeciblemente rasguñada. Comencé con algunos golpecitos; nada. Gritos, rasguños; nada. Un anciano se acercaba lentamente. Esperé que dijera "esta puerta es infranqueable, está reservada a mi persona y la han cerrado", no. Sugirió un timbre rojo algo alejado. Efectivamente, fui recibido por una señorita."¿Vé este corredor?, bueno, por ahí ni se le ocurra. Vaya por este otro, y siga hasta dar con una puerta que pone 'trámites normales'." Una pequeña nota aclaratoria sobre el tema de los copistas. Cuando los medios de reproducción de libros a gran escala eran nulos, existían los copistas, encargados de copiar los manuscritos, obteniendo así nuevos manuscritos; con una peculiaridad, el copista frecuentaba anotar cosas en los márgenes, cuya relación con el texto era poca; apreciaciones sobre el clima, lista de compras, estribillos de boleros, por lo que el citado podía padecer modificaciones ajenas a la voluntad del autor. Hoy los copistas evitan la inutilidad del copiado y corrigen, sin más. Me enfrenté al individuo. "Seré breve, tengo este resucitado, lo traigo a ver que recomienda". "Léase algo". "Aunque ya era adulta, no me sentía segura de nada. No conseguía amarme, sentir estima de mi misma". "Cambie amarme por suicidarme y quite el resto, tome, con esto le cobra la secretaria". Salí algo más que decepcionado. No era eso tampoco. Mantengo ahora que los copistas están alejados de la sensibilidad literaria, pero esto al margen. Tomé un autobus, perturbado por volver sin solución; imaginando el canasto desbordado, escupiendo lineas insignificantes. La ventanilla mostraba una mañana llena de rutina y algo de desprecio. Recorridas ya unas cuantas calles me levanté, presioné el botón: parada solicitada. El carromato se detuvo y a los segundos el conductor se dió la vuelta. "¿No baja?". " No no, lo apreté para una amiga, ya bajó. Siga nomás". Frases que nos ayudan a seguir viviendo "El poema no me acabó de gustar, porque no lo había escrito yo". Quirón Herrador. "Si yo hubiese tenido un hijo como tú, lo hubiese enterrado al mes de nacer; pero vivo". Juanma Agulles (afectuosamente) a Quirón Herrador. "Pero… ¿os dais cuenta?: antes la muerte era diferente". Paco Alonso, difunto en ciernes. "Yo a estas horas ya estoy más pendiente de la borrachera de mañana que de la de hoy". Menelo Curti, alcoholista del porvenir. pag. <#>

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